La cantada
Rafael Francisco Góchez
Rafael Francisco Góchez
No podías negarlo: era el momento esperado por casi toda tu vida. No en balde habías practicado hasta la madrugada las canciones de Inti-Illimani, Silvio, Pablo, Los Guaraguao y Alí Primera. Y el público no iba a ser más idóneo. Por primera vez no ibas a tener que dar explicaciones engorrosas sobre el sentido y “mensaje” de las canciones. Imaginate: vos, ante más de cien mil personas ávidas de canciones de protesta, con veinte mil watts de potencia y tu voz y tu guitarra siendo el centro de atención en la Plaza Liberada inundada de simpatizantes.
La hora a la cual te habían programado los organizados organizadores del evento la supiste hasta el día anterior y, después de todo, no era mala. Tomando en cuenta los naturales retrasos en estas cuestiones, vendrías apareciendo en el escenario como a eso de las cuatro de la tarde. El sol ya estaría en el ángulo adecuado para que el Palacio Nacional cediera su sombra y cobijara con ella al pueblo congregado que —por lo mismo— estaría en mejor disposición para apreciar tus dotes.
El repertorio lo habías ensayado concienzudamente: lo justo y necesario para quince minutos, comenzando con “El Sombrero Azul”, canción símbolo de la VANGUARDIA POPULAR; canción escrita por un extranjero solidario, para no romper la tradición iniciada por Don Juan Aberle con el Himno Nacional; canción obligada, tomando en cuenta la ocasión: nada menos que la celebración del arranque formal de la primera parte del proceso encaminado a poner fin al estado de civil contienda, proceso que —a su vez— se constituiría en el inicio de la fase de transición hacia la consecución de una real vida democrática, que nunca antes se había tenido.
El Colocho también estaba a tu favor: no había ni remotas señales de lluvia. Vale la aclaración porque, con el clima tan irregular que tenemos, perfectamente podía llover en febrero, en medio del quemante sol propio de marzo alternado con los rebeldes vientos escapados de octubre y el frío retrasado de diciembre.
Ya habías almorzado y la guitarra se encontraba dentro del estuche. Por suerte, el bus no iba tan lleno y el instrumento iba a salvo de golpes. Y por fin, tras un prolongado insomnio mezclado con la ansiedad inevitable y casi necesaria, te hallabas en la Plaza Liberada tras la tarima, los amplificadores de veinte mil watts y frente a lo que —sin duda— iba a ser tu consagración como artista comprometido.
* * *
—¿Cómo que no estoy en el programa? Calma. No hay problema. Un error lo comete cualquiera. Si clarito lo vi ayer: después de Teosinte y antes de El Indio. No, señor. Revise bien, le digo. Llame al Negro, él sabe cómo está todo (...) ¿Ya ve que le dije? Ya se me hacía extraño. ¿Cómo...? No importa. Puedo esperar. De todas maneras, pensaba quedarme a todo el acto. Sí, está bien.
Para mientras, voy a calentar. Esa parte del cambio de menor a mayor siempre me jode. A ver: Da-lé-que-la-lu-cha-tu-yaes-pu-ra-co-mou-na-mu-cha-cha-aaa. No estuvo mal, pero estoy un poco nervioso. Y si no me calmo, se va a notar y la voy a regar. Otranvex: Cuan-dó-sen-tre-gal-a-mo-or-con-el-al-ma-li-be-ra-a-daaa. La gente de seguro va a repetir el “¡Dale!” del coro. Voy a repasar el principio. Todavía siento algo tiesa la mano: El-pue-blo-sal-va-do-re-ño... No. Esas notas no van así. El(La) pue(Re) blo(Re) sal(Mi) va(Fa) do(Sol) re(La) ño(La). Cabal: así va.
—Mire, maestro: usted me dijo que a las seis iba yo, y ya son las siete y no miro claro. Sí. Yo sé que ha habido retrasos, pero tengo cuatro horas de estar aquí sentado. No, si no me estoy enojando. Ya sé que debo tener paciencia: es la virtud de todo buen revolucionario. Pues sí, pero nada más imagínese. Bueno, pero de veras me pone después de Cedamer. No me vaya a salir con que no. No, si no estoy bravo. Yo nada más decía...
Mejor vuelvo a afinar esta babosada. Con tanto retraso, de seguro la quinta ya se volvió a bajar. A ver. Un poquito más alta. Ya está. ¡A la diabla: tengo hambre! Pero no me puedo ir ahorita. Si no me ve aquí, ese cabrón de seguro no me da chance, y después me va a salir con que el que la duerme la pierde. Además, ya está por terminar ese gritón de barba. ¡Ahora sí! ¡Ahí voy!
—¿Cutumay ahorita? ¡A la gran puta! ¿Y no quedamos en que iba yo, pues? Fijate que me he estado aguantando todo este tiempo. Desde las tres estoy esperando. Vaya, pues. Pero es la última vez que cedo. Calmate, pues: sin insultar. Espero a que terminen y me meto. Ya quedamos.
Bueno, y a estos ya les gustó. Ya llevan como media hora y ni señas dan de terminar. Estoy que me lleva la legión de putas. ¡Vaya que hacerme esto...! Ellos sólo ponen a su marita y uno queda valiendo riata. ¡Ay, Dios! ¡Qué desafinado está ese chamaco! Y la mujer no se queda atrás. ¡Qué gritazón la que están armando! Pero ya van a ver estos cómo se canta. Sí: ya lo van a ver.
—No, mano: vos me dijiste que ahorita voy y ahorita voy. ¡No jodás! ¡Dejate de babosadas! ¿Cara de qué me has visto? ¡Má! Cuando querás, pendejo. ¿Qué te has creído? ¡Si esta mierda no es tuya, chis! ¡Pues ahí voy, querás o no querás! ¡Y me vale verga!
—Muy buenas noches, pueblo salvad... (¿Eh? ¿Más fuerte? Bien) Muy buenas noches pueb... (zumbido) ... eño. Vengo a compartir la alegría que nos embarga en estos momentos cuando la paz por fin es una rea... (murmullo creciente) ...tra patria. Quiero comenzar mi actuación con una pieza del autor Alí Prim... (—Decile que deje de hablar mierdas y que se apure, pues tiene sólo cinco minutos) ...ro Azul.
Re menor, Re menor, Re menor, Re menor. El-pue-blo-sal... (Temblor nervioso de la voz) ...va-do-re-ño-tie-nel... (Gallito) ...cie-lo-por-som-bre-ro... (La majada silba y algunos gritan cosas ininteligibles a esta distancia) ...tan-al-tes-su-dig-ni-dad... (La orquesta de la otra tarima comienza a afinar sus instrumentos y a probar sonido) ...en-la-bus-qué-da-del-tiem-po... (—No se oye la guitarra. Subile más) ...en-que-flo-rez-ca-la-tie-rra... (—No tanto, hombre. ¿Qué no ves que hay “fidbac”?) ...por-los-quian-i-do-ca-yen-do... (—Supongo que sólo una se va a echar este chamaco) ...en-que-ven-ga-la-le-grí-a... (—¡Mirá, vos! ¡Allá viene entrando la Comandancia General!) ...a-la-var-el-su-fri-mien-to... (La majada ya los vio y comienzan a ovacionarlos) ...en-que-ven-ga-la-le-grí-a... (Joaquín, la Nidia, Shafick, todos saludan puño izquierdo en alto) ...a-la-var-el-su-fri-mien-tooo... (¡Qué bulla la de la majada! No me oigo ni yo mismo. ¿Qué no tendrá volumen el micrófono?) ...uno, dos, probando sonido. ¿Se oye, sí...? ¿Se oye...”
—Damos las gracias al compañero (¿cómo se llama?) que nos acaba de cantar. Y, con las disculpas del caso, vamos a recibir en estos momentos a quienes todos hemos estado esperando. ¡Ya se encuentran con nosotros los miembros de la Comandancia General de la VAN-GUAR-DIA PO-PU-LAAAR, a quienes damos un combativo y revolucionario saludo. ¡El pueblo! ¡Unido! ¡Jamás será vencido... ¡El pueblo! ¡Unido! ¡Jamás será vencido...
— ...uno dos, probando sonido, ¿se oye, sí...? ¿Se oye...?
Del libro Del asfalto.
UCA Editores, San Salvador, 1994.
© Rafael Francisco Góchez