Álvaro de Campos

Paso de las horas

Sentir todo de todas las maneras,

tener todas las opiniones,

ser sincero contradiciéndose a cada minuto,

aborrecerse a sí mismo por la plena libertad de espíritu,

y amar a las cosas como Dios.

 

Yo, que soy más hermano de un árbol que de un obrero,

yo, que siento más el supuesto dolor del mar al azotar la playa

que el dolor real de los niños cuando son azotados

(ah, qué falso debe ser esto, pobres niños azotados;

pero, por qué mis sensaciones se vuelven tan aprisa del revés?).

Yo, en fin, que soy un diálogo continuo,

un hablar alto incomprensible, alta noche en la torre,

cuando las campanas oscilan vagamente sin mano que las toque

y nos apena saber que aún queda vida por vivir mañana.

Yo, en fin, literalmente yo,

y yo metafóricamente también,

yo, el poeta sensacionalista, enviado del Azar

a las leyes irreprensibles de la Vida,

yo, fumador de cigarrillos por profesión adecuada,

el individuo que fuma opio, que toma absintio, pero que, en fin,

prefiere pensar en fumar opio a fumarlo

y le gusta más mirar el absintio por beber que beberlo...

Yo, este degenerado superior sin archivos en el alma,

sin personalidad con valor declarado,

yo, el investigador solemne de las cosas fútiles,

que sería capaz de irme a vivir a Siberia sólo por aversión a hacerlo,

y que creo que no importa que no importe la patria

porque no tengo la raíz que tienen los árboles, y por tanto no tengo raíz...

Yo, que tantas veces me siento real como una metáfora,

como una frase escrita por un enfermo en el libro de la muchacha que encontró en la terraza,

o como una partida de ajedrez en la cubierta de un trasatlántico,

yo, el ama que empuja los perambulators en todos los parques,

yo, el guardia que la mira parado allá atrás, en la alameda,

yo, el niño que desde el coche hace señas a su inconsciencia lúcida con el sonajero,

yo, el paisaje que hay detrás de todo esto, la paz ciudadana

filtrada a través de los árboles del parque,

yo, el que los espera a todos en casa,

yo, el que ellos se encuentran en la calle,

yo, lo que ellos no saben de sí mismos,

yo, aquella cosa en la que estás pensando y te hace esbozar esa sonrisa,

yo, el contradictorio, el ficticio, el pesado, la espuma,

el cartel recién pegado, las caderas de la francesa, la mirada del cura,

el lugar donde se encuentran las dos calles y los chauffeurs duermen apoyados en sus coches,

la cicatriz del sargento mal encarado,

la grasa en el cuello de maestro enfermo que vuelve a casa,

la taza en la que aquel niño que murió bebía siempre

y tiene el asa desconchada (todo esto cabe en el corazón de una madre y lo llena)...

Yo, el dictado de francés de la chiquilla que se hurga las ligas,

yo, los pies que se tocan por debajo de bridge bajo la lámpara de araña,

yo, la carta escondida, el calor del pañuelo, el mirador con la ventana entreabierta,

la puerta de servicio donde la criada habla con los deseos de su primo,

el cabrón de José que prometió venir y no ha venido,

cuando íbamos a gastarle una broma...

Yo, todo esto, y además de esto el resto del mundo...

Tantas cosas, las puertas que se abren y la razón por la que se abren,

y las cosas que ya hicieron las manos que abren las puertas...

Yo, la infelicidad-nata de todas las expresiones,

la imposibilidad de expresar todos los sentimientos,

sin que haya una lápida en el cementerio para el hermano de todo esto,

y que lo que parece que no quiere decir nada siempre quiere decir algo...

Sí, yo, el ingeniero naval supersticioso como una madrina de pueblo,

que uso monóculo para no parecer igual a la idea real que hago de mí,

que a veces tardo tres horas en vestirse y ni aun así me parece natural,

sino que me parece metafísico y si llaman a la puerta me enfado,

no tanto porque me interrumpan con la corbata sino porque me entero de que hay vida...

 

Sí, en fin, yo el destinatario de las cartas lacradas,

el baúl de las iniciales desgastadas,

la entonación de las voces que ya no oiremos más;

Dios guarda todo esto en el Misterio, y a veces lo sentimos,

y la vida pesa de pronto y hace mucho frío más cerca que en el cuerpo.

Brigida, la prima de mi tía,

el general del que ellas hablan - general cuando eran pequeñas,

y la vida era guerra civil en todas las esquinas...

Vive le mélodrame ou Margot a pleuré!

Caen irregularmente las hojas en el suelo,

pero el hecho es que siempre es otoño en otoño

fatalmente viene después el invierno

y sólo hay un camino hacia la vida, que es la vida...

 

Ese viejo insignificante, pero que llegó a conocer a los románticos,

 

ese opúsculo político del tiempo de las revoluciones constitucionales,

y el dolor que nos deja todo eso sin que sepamos la razón

ni haya para llorarlo todo más razón que sentirlo.

 

Todos los amantes se besaron en mi alma,

todos los vagabundos durmieron un momento sobre mí,

todos los despreciados se reclinan un momento en mi hombro,

cruzaron la calle de mi brazo todos los viejos y enfermos

y hubo un secreto que me contaron todos los asesinos.

 

(Aquélla cuya sonrisa sugiere la paz que yo no tengo,

en cuyo bajar de ojos hay un paisaje de Holanda

con las cabezas femeninas coiffées de lin

y todo el esfuerzo cotidiano de un pueblo pacífico y limpio...

Aquella que es el anillo dejado encima de la cómoda,

y la cinta pillada al cerrar el cajón;

cinta color rosa, que no me gusta por el color sino por estar pillada,

como no me gusta la vida, pero me gusta sentirla...

 

Dormir como un perro apaleado en el camino, al sol,

definitivamente, para todo el resto del Universo,

y que los coches me pasen por encima.)

 

Me fui a la cama con todos los sentimientos,

fui souteneur de todas las emociones,

me pagaron copas todos los azares de las sensaciones,

intercambié miradas con todos los motivos para actuar

enlacé mis manos con todos los impulsos de partir.

¡Fiebre intensa de las horas!

¡Angustia de la forja de emociones!

Rabia, espuma, la inmensidad que no cabe en mi pañuelo,

la perra aullando en la noche,

el estanque de la quinta rondando mi insomnio,

el bosque como era, cuando por el paseábamos, la rosa,

la trenza indiferente, el musgo, los pinos,

toda la rabia de no abarcar todo eso, de no retener todo eso,

¡Oh hambre abstracta de las cosas, celo impotente de los momentos,

orgía intelectual de sentir la vida!

 

Obtenerlo todo por suficiencia divina:

las vísperas, los consentimientos, los avisos,

las cosas bellas de la vida:

el talento, la virtud, la impunidad,

la tendencia a acompañar a los demás a casa,

la condición de pasajero,

la ventaja de embarcar a tiempo para tener sitio,

pero siempre falta algo, un vaso, una brisa, una frase,

y la vida duele cuanto más se goza y cuanto más se inventa.

 

Poder reír, reír, reír abiertamente,

reír como un vaso al derramarse,

absolutamente enloquecido sólo por sentir,

absolutamente roto por rozar en las cosas,

herido en la boca por morder cosas,

con las uñas sangrando por agarrarme a cosas,

y después dadme la celda que queráis que yo me acordaré de la vida.


Fernando Pessoa | Álvaro de Campos (Heterónimo)
de Un corazón de nadie. Antología poética [1913-1935]

Trad. Ángel Campos Pámpano