Álvaro de Campos
Opiario*

Al señor Mario de Sá-Carneiro

Es antes del opio que mi alma doliente 

Siente la vida que hiere, y convalece; 

Y voy en busca del opio que me ofrece 

Un Oriente al oriente del Oriente.


Esta vida de a bordo va a matarme. 

Son sólo días de fiebre y de delirio. 

Y por más que busque el equilibrio 

Ya no sé que hacer para adaptarme.


En paradoja e incompetencia astral, 

Mi vida pasa entre oros y perdida, 

Ola donde el pundonor no es sino una caída 

Y los propios goces, ganglios de mi mal.


Es a fuerza de puro descontento, 

De engranaje con volantes falsos, 

Que entre visiones de cadalsos 

Y flores que flotan sin sustento.


Voy a los tumbos cumpliendo la labor 

De una vida interior de encaje y laca. 

Creo guardar en casa las estacas 

En que agonizó mi Precursor.


Oculto y padecido un llevo en la maleta 

Un crimen que mi abuelo cometió. 

Ver mis nervios en la horca me abatió 

Y caigo en el opio como en una cuneta.


Al toque embriagador de la morfina 

Me pierdo en transparencias palpitantes 

Y aunque la noche desborda de brillantes 

Se alza en mi una luna mortecina.


Yo, que fui mal estudiante, ahora 

No hago más que ver cómo transcurre 

Por el canal de Suez la nave en que se aburre 

Mi vida, alcanfor que se agota en la aurora.


Perdí los días que creía aprovechados. 

Trabajé sólo en pos de este cansancio 

Que es hoy en mí una especie de Bizancio 

Donde encuentro y no encuentro lo buscado.


Y fui niño como suele ser la gente. 

Nací en una provincia portuguesa

Y conocí después a gente inglesa

Que dice que hablo inglés perfectamente.


Me gustaría tener poemas y ensayos 

Publicados por Plon y en el Mercure

Pero es imposible que esta vida dure. 

¡No hubo en este viaje truenos ni rayos!


La vida a bordo es una cosa triste, 

Si bien la gente se divierte a veces, 

Hablo con suecos, suizos, con ingleses, 

Y mi dolor de vivir se alarga, insiste.


Y creo que de nada sirvió ir

A la India, a la China, hacia el Oriente.

La tierra es siempre igual, intrascendente, 

Y no hay más que una manera de vivir.


Por eso fumo opio. Es mi salida. 

Soy un convaleciente del Momento. 

Vivo en el sótano del pensamiento 

Y me aburre ver pasar la Vida.


Fumo. Me canso. ¡Ah, una tierra donde, ahí sí, 

Muy al este, el oeste no persista! 

¿Por qué busqué la India aunque ella exista, 

Si la India no es sino el alma en mi?


Soy desgraciado por mi primogenitura. 

Los gitanos se adueñaron de mi Suerte. 

Ni así tal vez encuentre yo en la muerte 

Un lugar donde escapar a la locura.


Fingí haber estudiado ingeniería. 

viví en Escocia. Después visité Irlanda. 

Mi corazón es una viejita que anda 

Mendigando en el umbral de la Alegría.


¡No llegues a Port-Said, barco de hierro! 

Gira a la derecha, yo qué sé hacia dónde... 

Paso los días fumando con el conde— 

Un vividor francés, con quien me encierro.


Regreso a Europa sin ganas y, con suerte, 

Acaso me convierta en vate simbolicón. 

Soy monárquico pero no catolicón 

Y aficionado a las cosas fuertes.


Me habría encantado creer, tener dinero, 

Ser la varia gente insípida que vi. 

Hoy, al final, no soy sino, aquí, 

En un barco cualquiera, un mero pasajero.


No tengo, está claro, personalidad. Ninguna. 

Más que yo se destaca ese empleado 

De a bordo al que se ve tan infatuado 

Como un lord inglés que celebra cuanto ayuna.


No sé estar donde estoy, en mi presente. 

Mi patria siempre queda en otra parte. Soy débil, achacoso. 

Y el comisario de a bordo es un celoso. 

Me vio con la sueca... Y el resto lo presiente.


Un día de estos armo un escándalo a bordo, 

Sin otro fin que dar que hablar a tanta gente. 

No puedo con la vida y encuentro improcedentes 

Las iras con que a veces me desbordo.


Me paso el día fumando, bebiendo cualquier cosa, 

Drogas americanas que anonadan, 

Y ando borracho, aun sin probar nada. 

Lo mejor para mis nervios serian rosas.


Escribo estas líneas. ¡Realmente es increíble que el

Que a mi talento yo casi no lo advierta! 

Esta vida es como el letargo de una siesta

Donde se aburre mi alma sensible.


Los ingleses se han hecho para existir. 

Esta gente es suave como seda, 

Y es tranquila, y le basta ver revolotear una moneda 

Para que alguno se ponga a sonreír.


El mío responde a un perfil de portugueses 

Que después de los descubrimientos 

Se quedaron sin trabajo. La muerte, lo presiento, 

Es cierta. He pensado en ello muchas veces.


¡Al diablo con la vida y todo el que la usa! 

Dejo el libro que leía en una silla. 

Me harta el Oriente. Es una maravilla 

Que la gente estropeo y de la que abusa.


Caigo, pues, en el opio. No lo puedo impedir. 

Que pase en limpio una vida como ésta 

No se me puede exigir. ¡Atrás, almas honestas 

Con horas fijas para comer y dormir!


¡Que un rayo las parta! Y me sé, que conste, resentido. 

Es que mis nervios son un auténtico calvario 

Pido, por eso, un viaje elemental, primario 

alguna forma de sentido.


¿Para qué? Me hartaría de uno u otro modo.

Un opio más fuerte me hubiera gustado

Para alcanzar los sueños que hubiesen dolo

Conmigo de bruces en el lodo.


¿Fiebre? Si no me arde la frente.

No sé cómo afiebrarme y sentir.

Lo esencial es que voy a morir.

Esto, mis amigos, es más que evidente.


Cayó la noche. Sonó ya la primera campanada

Que ordena vestirse y pasar a cenar.

¡Toda una vida social! ¡Eso! ¡Ya, marchar

Uno tras otro, muchedumbre engrillada!


Porque esto acaba mal y ha de haber

(¡Cómo no!) Sangre y un revólver al final

De este desasosiego que es mi mal

Y que no entiendo cómo resolver.


Y quien me mire me encontrará banal,

A mí y a mi vida... No soy sino un jovenzuelo

A quien su aspecto sin vuelo

Inscribe en un tipo universal.


¡Ah! ¿Cuántos habrá con el alma sometida

a la Rectitud, y aun así, místicos

Como yo? ¿Cuántos, bajo el frac característico,

No sentirán, como yo, horror a la vida?


¡Si al menos por fuera tuviese yo ocasión

De ser tan interesante como soy por dentro!

Voy en el Maelstrom, cada vez más hacia el centro.

No hacer nada es mi perdición.


Un inútil. Pero así he nacido.

¡Ah, si pudiera despreciar toda esta gente

Y aun con aspecto de indigente,

Ser héroe, loco, bello o maldecido!


Tengo ganas de meterme las manos

En la boca y morder hasta sangrarme.

Sería una forma original de realizarme

Y distraer, de paso, a los presuntos sanos.


Lo absurdo -como si de la India imaginaria fuera

Un fruto que la India real no me brindó-brota

En mi cerebro, hasta que se agota.

Que Dios cambie mi vida o que yo muera.


Déjenme estar aquí, a la vera

De todo, hasta que termine en un cajón.

Nací para mandarín ¡qué distinción!

Pero me faltan la paz, el té y la estera.


¡Ah, qué bueno sería libre ir bajando

Hacia mi tumba por una rampa de estruendo!

La vida me sabe a tabaco rubio, y bien entiendo

Que no hice más que pasármelas fumando.


Al fin de cuentas, sólo pido fe y quiero calma

Y no tener ya tanta sensación confusa.

¡Qué termine Dios con esto y abra las esclusas

Y basta ya de comedias en mi alma!

marzo de 1914.

A bordo, por el Canal de Suez.


*Notas del traductor Santiago Kovadloff:

La palabra 'opiario' no existe en español ni tampoco en portugués. Se trata de un término creado por  Fernando Pessoa. Por eso lo preservo textualmente. Cabe inferir que su campo semántico es muy amplio. Con él pareciera aludirse tanto al sitio donde se consume opio como a la atmósfera opresiva y tediosa en que se lo consume.

El poeta y narrador Mario de Sá-Carneiro nació en Lisboa en 1890 y se suicidó en París en 1916. Ya antes de partir hacia París, donde se matricularía en la Facultad de Derecho, su amistad con Fernando Pessoa era muy sólida. Ambos, sin lugar a dudas, integraron la vanguardia literaria de su tiempo y compartieron la aventura de Orpheu. Entre sus principales obras poéticas figuran A Confissão de Lúcio (1914), Dispersão (1914), Indicios de Oiro (edición póstuma, 1937)

Fernando Pessoa | Álvaro de Campos (Heterónimo) de Ficciones del interludio [1914-1935]

Trad. Santiago Kovadloff