Ricardo Reis
Los jugadores de ajedrez

Oí contar que otrora, cuando en Persia

hubo no sé qué guerra,

en tanto la invasión ardía en la Ciudad

y las hembras gritaban,

dos jugadores de ajedrez jugaban

su incesante partida.


A la sombra de amplio árbol fijos los ojos

en el tablero antiguo,

y, al lado de cada uno, esperando sus

momentos más holgados,

cuando había movido la pieza, y ahora

aguardaba al contrario,

una jarra con vino refrescaba

su sobria sed.


Ardían casas, saqueadas eran

las arcas y paredes,

violadas, las mujeres eran puestas

contra muros caídos,

traspasadas por lanzas, las criaturas

eran sangre en las calles…

Mas donde estaban, cerca de la urbe

y lejos de su ruido,

los jugadores de ajedrez jugaban

el juego de ajedrez.


Aunque en los mensajes del yermo viento

les llegasen los gritos,

y, al meditar, supiesen desde el alma

que en verdad las mujeres

y las tiernas hijas violadas eran

en esa distancia próxima,

aunque en el momento en que lo pensaban,

una sombra ligera

les cruzase la frente ajena y vaga,

pronto sus ojos calmos

volvían su atenta confianza

al tablero viejo.


Cuando el rey de marfil está en peligro,

¿que importa la carne y el hueso

de las hermanas, de las madres y de los niños?

Cuando la torre no cubre

la retirada de la reina blanca,

poco importa el saqueo,

y cuando la mano confiada da jaque

al rey del adversario,

poco ha de pesarnos el que allá lejos

estén muriendo hijos.


Aunque, de pronto, sobre el muro

surja el sañudo rostro

de un guerrero invasor que en breve deba

caer allí envuelto en sangre,

el jugador solemne de ajedrez

el momento anterior

(anda aún calculando la jugada

que hará horas después)

sigue aún entregado al juego predilecto

de los grandes indiferentes.


Caigan ciudades, sufran pueblos, cesen

la libertad, la vida,

los protegidos y heredados bienes

ardan y sean desvalijados,

mas cuando la guerra las partidas interrumpa,

esté el rey sin jaque,

y el de marfil peón más avanzado

amenazando torre.


Mis hermanos en amor a Epicuro

y en entenderlo más

de acuerdo con nosotros mismos que con él

en la historia aprendamos

de esos calmos jugadores de ajedrez

cómo pasa la vida.


Todo lo serio poco nos importe

lo grave poco pese,

que el natural impulso del instinto

ceda al inútil gozo

(a la sombra tranquila de los árboles)

de hacer buena partida.


Lo que llevamos de esta vida inútil

tanto vale si es

gloria, fama, amor, ciencia, vida,

como si es tan sólo

el recuerdo de un certamen ganado

a un jugador mejor.


La gloria pesa cual copioso fardo,

la fama como fiebre,

el amor cansa porque va en serio y procura,

la ciencia nunca encuentra,

la vida pasa y duele, pues lo sabe…

La partida de ajedrez

prende el alma toda, aunque, perdida, poco

pesa, pues no es nada.


¡Ah! bajo las sombras que sin querer nos aman,

con un jarro de vino

al lado, y atentos sólo a la inútil tarea

de jugar al ajedrez

aunque esta partida sea tan sólo un sueño

y no haya compañero,

imitemos a los persas de la historia,

y, mientras allá fuera,

cerca o lejos, la guerra y la patria y la vida

nos llaman, dejemos

que en vano nos llamen, cada uno de nosotros

bajo sombras amigas

soñando, él los compañeros, y el ajedrez

su indiferencia.


Fernando Pessoa | Ricardo Reis (Heterónimo)

Odas de publicación póstuma [1935-1994]

Trad. Ángel Campos Pámpano