Cristina Peri Rossi
Un ciclo entero

Me dices que hemos vivido un ciclo entero

–Vivaldi, Las cuatro estaciones–

y yo me regocijo.

“Es el segundo invierno –me dices–,

ya sé cómo fue el primero.”

El primer invierno:

citas voluptuosas en los hoteles

entrábamos los viernes

salíamos los lunes

ni tiempo para comer

había que devorarse mutuamente

brazos y piernas

labios y nalgas

una sed imperiosa de sorberse

mi carne es tu carne

tu cuerpo es mi cuerpo

mi sangre es tu sangre.

Y la primavera

¿cómo fue entonces la primavera?

“Una vez fuimos al cine

y me tomaste de la mano.”

No miré la película

lo confieso: sólo te miraba a ti.

¿Florecieron los árboles?

“Tuviste alergia en la primavera”

y nos citábamos en hoteles lujuriosos

donde una muchacha negra

–seguramente una emigrante–

tocaba al piano viejas melodías.

Yo la miraba con complicidad

y tú sonreías.

Luego llegó el verano

teníamos calor en los hoteles

y aprendí el olor de tu sudor.

“No me gusta sudar en público”, te dije

recordé vagamente que no sudaba desde hacía muchos años.

Ese verano tú escribiste un diario

y yo no podía dejar de recordarte

de modo que fui muy infeliz.

Vino el otoño después

nuevos hoteles

hasta una casa en barrio elegante

pero seguíamos conociéndonos por el tacto

por el sudor por el olfato

por la piel el pelo y las papilas.

Oíamos música a veces

a veces encendíamos velas

pero especialmente convocábamos a los poetas.

No era raro Darío en el orgasmo

no era raro Dante en la madrugada

no era raro Pavese al anochecer

de los sueños imposibles: huir en barco

marcharse a otra parte

–Kundera: la vida siempre está en otra parte–.

 

Sin embargo

la vida

cruel

sanguínea

carnal

voluptuosa

la vida y su dolor

y sus sonrisas

estaba allí

encajada como un seno en el otro

como un sexo en otro sexo.

Como la boca en otros labios.