Cristina Peri Rossi
Gotan
Yo adivino el parpadeo
de las luces que a lo lejos
van marcando mi retorno
No, nadie te esperó, nunca.
No te esperaron los árboles
que habías plantado
ni la estatua del indio herido
en bronce enmohecido
No te esperó tu tía abuela
que murió llamándote
ni la silla de mimbre que vendieron
ni la calle
que cambió de nombre
El mar no espera nunca
y en su ir y venir
no hay Arrabal amargo
no hay Mi Buenos Aires querido
cuando yo te vuelva a ver
No está Osvaldo Soriano con su gato
recogido en la rue
que maullaba en francés
ni la dulce francesita que te salvó de los flics
una noche de invierno, en París
No está Raquel que vendía periódicos
y preservativos y sabía el nombre de los árboles
aún de los más viejos
No adivino el parpadeo de las luces
que a lo lejos van marcando mi retorno
No hay retorno:
el espacio cambia
el tiempo vuela
todo gira en el círculo infinito
del sinsentido atroz
No quiero volver con las sienes marchitas
las nieves del tiempo platearon mi sien
No quiero un arrabal amargo metido en mi vida
como una condena de una maldición
ni que tus horas sombrías torturen mis sueños
No quiero que el camarero del Sorocabana
me pregunte, treinta años después: “¿Un capuchino,
como siempre?”
Siempre no existe,
Gardel murió
y la Tana Rinaldi también emigró.
Quiero otra luz, otro mar,
otras voces, otras miradas
romper este pacto de nostalgia
que nos ata, como una condena de una maldición
y no volver a soñar con el barco que atraviesa una mar
oscura
para devolverme a la ciudad donde nací.
No hay Volver
no hay arrabal
Sólo la soledad es igual a sí misma.