El comienzo de la apasionante carrera de la clasificación de los elementos químicos se remonta a los primeros años del siglo XIX, pues fueron especialmente prolíferos en lo que respecta al descubrimiento de nuevos elementos químicos. La gran variedad de propiedades que presentaban todos ellos hacía sumamente difícil cualquier intento de estudio organizado de la química.
Los primeros intentos de clasificación fueron los siguientes:
Inicialmente, las propiedades empleadas para la clasificación de los elementos químicos estaban basada en propiedades genéricas que permitían la diferenciación entre metales y no metales, como el brillo, la dureza, la conductividad del calor y la electricidad, y la capacidad de formar distintos tipos de óxidos (básicos en el caso de los metales y ácidos en el caso de los no metales).
Esta clasificación, aunque no dejaba de ser un paso adelante, resultaba demasiado genérica y superficial, pues algunos elementos presentaban propiedades intermedias.
El primer intento formar de clasificación fueron las Triadas de Döbereiner, en 1829, consistente en la clasificación de los elementos en grupos de tres (triadas), debido a la similitud en sus propiedades y en los compuestos formados a partir de ellos.
Döberneiner intentó relacionar esta variación de las propiedades con los pesos atómicos, indicando que el peso atómico del elemento central de la triada es aproximadamente la media aritmética de los pesos atómicos de los otros dos. Esto no solo sucedía con los pesos atómicos, sino también con las propiedades de los compuestos derivados.
A mediados del siglo XIX se descubrieron muchos elementos nuevos, y los grandes progresos en la determinación de los pesos atómicos llevaron a Newlands a establecer la Ley de las Octavas de Newlands. Esta ley surge de observar que la colocación de los elementos en orden creciente de pesos atómicos conducía a una ordenación tal que las propiedades se repetían cada ocho elementos, es decir, el octavo elemento tiene propiedades similares que el primero, el noveno tiene propiedades similares al segundo, y así sucesivamente.
Con esta clasificación aparecen los conceptos de series y periodos, aunque con algunas limitaciones, pues no había donde ubicar elementos recientemente descubiertos, algunos elementos no se ajustaban al esquema, etc.
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En 1869, el científico alemán Lothar Meyer y el científico ruso Dmitri Mendeléiev, trabajando por separado, llegaron a las mismas conclusiones en la elaboración de una tabla que ordenaba los elementos químicos conocidos. Meyer llevó a cabo la ordenación creciente de volúmenes atómicos, y Mendeléiev lo hizo por ordenación creciente de masas atómicas. Ambas ordenaciones conducían a un resultado muy esperanzador en la carrera por la ordenación de los elementos químicos, pues las propiedades parecían repetirse periódicamente según ambas ordenaciones.
Lothar Meyer
Dmitri Mendeléiev
Meyer determinó los volúmenes atómicos y observó variaciones periódicas en orden creciente de masa atómica.
Mendeléiev clasificó los 56 elementos conocidos en la época, y cuando el siguiente elemento a ordenar no encajaba en propiedades, estableció huecos para elementos químicos que, según él, no se habían descubierto, como el Eka-aluminio (Galio) y el Eka-silicio (Germanio), que son los elementos que debían encajar debajo del Aluminio y el Galio respectivamente.
Esta clasificación de Mendeléiev, muy exitosa, tenía algunas limitaciones, entre las que destacan: la ubicación del Hidrógeno, pues no se sabía si ubicarlo con los halógenos o con los metales alcalinos; la ausencia de hueco para los lantánidos y actínidos; o la dificultad de predicción de los gases inertes (Gases Nobles).