Tomar la decisión para dedicarte al magisterio no es tarea fácil, esto se debe a las repercusiones sociales y financieras que tiene este desacreditado empleo. Es decir, cuando niña soñaba con ser una maestra, pasaba las horas jugando a darle clases a mis peluches con una pizarra, escritorio, libretas y tizas. Este sueño se fue desapareciendo al irme enfrentando la realidad que vivían mis maestras todo el tiempo. Siempre las escuchaba quejarse de malas que eran sus condiciones de trabajo, lo malcriado de los niños/a, lo insoportable de trabajar con otros compañeras, la irresponsabilidad parental y lo bajo que era su ingreso como salario. Todos estos puntos son secuelas del sistema capitalista industrial que nos gobierna. A la educación se le tiene en baja estima y como mecanismo se les da mala paga a los maestros/ para evitar que estos se esmeren en su trabajo. En cambio, se brindan millones de dólares a cantantes por mover vulgarmente sus caderas en lugares públicos. Además, las maestras estamos bajo el lente del juicio social y gubernamental mientras hay corruptas y corruptos en el senado y nadie dice nada. Hay miles de querellas de madres, padres o encargados quejándose de maestros/a, sin embargo no le hacen querellas al gobernador mentiroso que tenemos actualmente. Ahí es donde te tomas un tiempo para pensar y reflexionar sobre tu vocación como pedagoga. ¿Estaré dispuesta a poner en peligro mi estabilidad emocional por dedicarme a enseñar?
Ante esta incógnita mi corazón responde sí y mi mente no. Este dilema reflexivo ha estado conmigo desde que decidí dedicarme a la enseñanza. Me encanta enseñar y me apasiona trabajar para los demás. Pero, como cualquier otro ser humano, quisiera tener dinero después de tanto estudiar y no tener que tolerar las faltas de respeto y malas crianzas de estudiantes. Sin embargo, hay un llamado en corazón por encima de todas esas negativas; me apasiona ser maestra. Amo esmerarme por inculcar algún conocimiento, anhelo poder ser de ayuda para los niños/a con autismo y otros desórdenes. Este fuerte deseo en mi alma va por encima de todas las carencias económicas que se presentan al elegir ser institutriz. Para llegar a ser una pedagoga de excelencia se debe poder llegar a ser amiga del estudiante sin dejar el rol principal de maestra. Las maestras que marcaron mi vida eran mujeres fuertes con un gran anhelo de ayudar a la juventud y niñez de este país. Creo que ellas fueron mi ejemplo para ir formando mi carácter como pedagoga. Me considero una joven mujer de carácter fuerte, no soy tierna ni muy cariñosa con los niños/a, pero soy persistente y optimista. Muchas veces me he sentido incompleta porque la mayoría de mis amigas en la facultad son amorosas y tiernas con la niñez. Sin embargo, yo no soy así, a veces trato de desarrollar ese ámbito pero no puedo; simplemente no es una característica que me distinga. Considero que para ser maestra eso no es tan importante, soy fuerte, optimista y perseverante; características de suma relevancia que debe tener cualquier maestra de educación especial. Sé que hay mucho más por crecer y aprender pero aquí estoy para dejarme moldear.
En fin, en la vida uno nunca deja de aprender. Tengo lo necesario para enfrentar el caótico y hermoso mundo de la enseñanza. Estoy consciente de que debo trabajar con la tolerancia y la paciencia, ya que son algunas de las cualidades que no tengo muy afinadas para trabajar con la niñez. Pero trabajo diariamente para lograr estar lista y ser una maestra de excelencia para mis estudiantes. Me veo siendo una “mala maestra”, como llaman los estudiantes a la buena educadora. Una maestra de orden, puntualidad, responsabilidad y mucha enseñanza. Sí, seré de esas maestras que odiaba cuando pequeña pero que dejaron legado en mi y que gracias a ellas quiero ser maestra. Como pedagogos tenemos el poder de cambiar el mundo, seré una de esas maestras que trabajarán para que esto sea posible.