“Enseñar no es transferir conocimientos, sino crear las posibilidades de su construcción, quien enseña, aprende al enseñar y quien aprende, enseña a aprender.” -Paulo Freire
El proceso educativo es una trasmisión circular de ideas y conocimientos transitan entre emisor y receptor. El aprender y enseñar son procesos simultáneos que ocurren en sintonía con el traslapo de ideas. El educador/a se convierte en un sembrador, que se afana en cultivar sus plantas. Al crecer las plantaciones el pedagogo logra alimentarse del fruto de sus cultivos. Un maestro/a es un sembrador, que con el tiempo y la dedicación disfruta de su trabajo. Es hermoso el proceso educativo cuando se lleva a cabo con libertad, brindando las oportunidades, tanto al estudiantado como al profesorado, de aprender y enseñar. Como futura educadora, debo saber expresar y trasmitir conocimientos, pero también escuchar y aceptar errores cuando estoy errada. De eso se trata educar, de proponer bases paradigmáticas y reconstruirlas cuando el estudiante supera las ideas del maestro/a.
La educación se debe dar como una entidad completa de conocimientos generales. Se debe educar del todo a las partes, como diría Adam Smith. En ocasiones, se quiere educar tomando parte por parte para luego construir el todo. Lo cual está errado, pues un niño/a no aprende a correr bicicleta memorizando cada una de las partes de la misma y sus funciones. En cambio, los niños/a aprenden a andar en bicicletas practicando, para luego aprender las funciones de cada parte. La instrucción se da efectivamente cuando se les da la oportunidad a los alumnos para disfrutar del panorama completo, y luego analizar cada complemento. Por ende, mi filosofía educativa se basa en el constructivismo y el pragmatismo. El conocimiento y las ideas no son entidades separadas, ese mundo se interconecta totalmente. Por lo tanto, es imperativo, mostrar el mundo del conocimiento para que, una vez el individuo haya probado un poco del universo, se decida por una sola estrella.
Así como las ideas son diversas y únicas, los estudiantes también. Cada alumno es una flor en un jardín universal, cada uno es único y especial. Por ende, la manera de educar no es la misma para todos por igual. Esta debe ser diferenciada, que responda a las necesidades e intereses de cada estudiante. Dewey, expone que cada ser humano tiene una inteligencia excepcional. El teórico expone que hay alrededor de siete inteligencias; corporal/cenestésica, visual/espacial, verbal/lingüística, musical, interpersonal, intrapersonal, naturalista y lógico matemático. Por ende, es imperativo respetar la diversidad, tanto cultural como educativa de cada individuo. Como buenos maestros/a debemos conocer a nuestros estudiantes para crear planes y currículos que honren su rica diversidad y sus intereses. Un currículo lineal y cerrado, borra la riqueza cultural y cognitiva de cada alumno. Por otro lado, un currículo abierto y diversificado, crea hombres y mujeres libres.
Contamos con un mundo de ideas diversificadas, derivadas de mentes únicas y brillantes. Esto provoca que los pedagogos trabajemos en construir ambientes educativos que inspiren a la musa de cada mente creativa. Por lo tanto, debemos trabajar en la decoración tanto física como emocional de cada salón de clase. Las aulas escolares deben ser un espacio que invite a los estudiantes a imaginar, crear y estar en paz. El aspecto emocional se trabaja con actividades, estrategias y metodologías que motiven al estudiantado. Para tener un grupo feliz, debemos proveer las herramientas y espacios necesarios para provocar que los alumnos enfoquen sus energías a favor del proceso educativo. En fin, educar y enseñar envuelve todo un baraje de ideas, personalidades y amientes culturales distintos. El papel de maestro/a es respetar, amar y aceptar cada mente excepcional.