K. De la ilusión a la decepción

La vida en Francia y Reino Unido

El estallido de la guerra en el verano de 1914 fue recibido por las sociedades de las grandes potencias democráticas de Europa, Gran Bretaña y Francia, con ilusión y fervor patriótico. Sólo algunos sectores socialistas se opusieron desde el principio a la guerra que consideraban resultado inevitable del "orden capitalista". Destaca en ese sentido la figura de Jean Jaurés, diputado en la Asamblea Nacional Francesa por la SFIO, el partido socialista francés, que se opuso frontalmente al inicio de las hostilidades e hizo un llamamiento a los obreros del mundo para unirse contra las intenciones de sus gobiernos. Jaurés fue asesinado el 31 de agosto de 1914, tres días después de que Austria-Hungría declarase la guerra a Serbia.

El nacionalismo se impuso a las ideas socialistas en la mayoría de los países y tras algunas manifestaciones pacifistas, las sociedades francesa y británica se lanzaron al vacío de la guerra. En Francia se fomentó la "unión sagrada" y la "paz ciudadana" que no era otra cosa que la unidad de todos los ciudadanos contra el enemigo común, más allá de las diferencias ideológicas.

Tanto en Francia como en Gran Bretaña, las cámaras legislativas (la Asamblea Nacional y la Cámara de los Comunes respectivamente) otorgaron a los gobiernos el control absoluto de la situación, pemitiéndoles gobernar por decreto. En Francia fue el gobierno de la débil Tercera República quien decidió apoyar a Rusia, decisión que suponía la guerra con Alemania; en Gran Bretaña, tras algunas dudas iniciales sobre la posición que debía adoptar el gobierno de Londres, fue la Cámara de los Comunes quien decidió entrar en la guerra al lado de Francia.

Cartel británico que fomenta el alistamiento de soldados para la guerra. Se puede leer: "¡Británicos, Lord Kitchener (el dibujo) quiere que te alistes en el ejército de tu país! Dios salve al rey" Aparece el rostro del Secretario de Estado para la Guerra, Lord Kitchener.

Millones de soldados fueron enviados al frente desde los primeros momentos de la guerra, cuando las tropas del Reich se acercaban peligrosamente a París. Incluso, los soldados franceses se desplazaban al frente en los taxis de la capital por una carretera que los conducía al infierno o a la muerte. Los reclutas, convencidos de que luchaban por su patria y por la civilización, marcharon a la guerra llenos de euforia. Los gobiernos británico y francés también se encargaban de estimular esos sentimientos nacionalistas irracionales e inconscientes a través de campañas que fomentaban el odio hacia todo lo alemán.

Sin embargo, el escenario que se encontraron aquellos soldados jóvenes (muchos no tenían más de veinte años) era muy distinto al que habían imaginado: el horror de las trincheras socavó la moral de los combatientes y el desánimo empezó a hacer mella en su actitud. Muchos desertaron o se autolesionaron lo que suponía en ocasiones la condena a muerte y la ejecución por traidores a la patria.

En la retaguardia, la Primera Guerra Mundial fue la primera "guerra total". Por primera vez, absolutamente todas las energías y recursos (financieros, materiales y humanos) quedaron puestos al servicio de las necesidades bélicas. A la concentración del poder político en los gobiernos se sumó el control estatal sobre las industrias. Se nacionalizaron fábricas y transportes y se supervisó el comercio estableciendo precios máximos para los productos de primera necesidad en un intento de evitar la inflación y la miseria.

Mujeres francesas despiden a sus esposos que marchan al frente en 1914.

Británicos y franceses sufrieron problemas de abastecimiento en las trinvheras y en las ciudades y pueblos alejados de las líneas de combate. El aprovisionamiento de materias primas y de alimentos a los ejércitos hizo que escaseasen en otras partes y el precio de los productos básicos se multiplicó en pocos meses. La población de la retaguardia sufrió el racionamiento como consecuencia de la escasez de alimentos.

La contienda afectó a la población civil de una forma no conocida hasta entonces. Los ejércitos estaban formados por hombres jóvenes, reclutados por primera vez, y por reservistas, adultos que ya habían cumplido el servicio militar (de tres años en Francia) y que se reincorporaron para engrosar las filas. En la retaguardia quedaban los niños, los ancianos y las mujeres, las cuales asumieron un papel trascendental en la guerra.

Hasta entonces, el trabajo de las mujeres habían estado reducido al ámbito doméstico pero la guerra hizo que fuesen requeridas para ocupar trabajos antes reservados a los hombres. Las mujeres comenzaron a trabajar en las fábricas y en el transporte. Especialmente importante fue su trabajo en la industria armamentística, esencial en la guerra, así como en los hospitales, para atender a los cientos de miles de heridos, en las oficinas gubernamentales y en los cuerpos de seguridad, la policía. Esta circunstancia reafirmó las reivindicaciones de los movimientos feministas que pedían el reconocimiento de los derechos de las mujeres.

El movimiento sufragista, que pedía el voto para las mujeres, cobró gran impulso durante la Primera Guerra Mundial

Por otra partes, los Estados francés y británico impulsaron campañas de "intoxicación" de la población. Campañas publicitarias perseguían reforzar el espíritu patriótico, el fervor nacionalistas y el odio hacia el enemigo. Se fomentaba la colaboración y la participación de la sociedad en el esfuerzo bélico al que debían contribuir todos.

Uno de los instrumentos más eficaces para este objetivo fue la censura. Aunque ambos países eran democráticos, la censura se instauró durante la contienda para evitar que las informaciones provocasen desánimo entre la población. Periódicos y otras publicaciones eran controladas e incluso las cartas enviadas al frente eran censuradas para que los soldados no conociesen las penurias que sus familias pasaban en la retaguardia.

Pero el paso del tiempo, los cientos de miles de bajas y la escasez de alimentos hicieron que la euforia desapareciese. Si al principio la guerra fue recibida con alegría y esperanza, la prolongación de los esfuerzos desmoralizó a la ciudadanía. La inflación galopante y la miseria en la que se sumió gran parte de la población (obreros, jubilados y excombatientes sobre todo) contribuyeron a difundir la inutilidad de la guerra.

La ciudadanía británica y francesa era consciente de la brutalidad de la guerra: sabían los cientos de miles de muertos que estaba provocando, sufrían las privaciones, recibían noticias de los barcos hundidos, padecían bombardeos, etc. Esta situación provocó el nacimiento de un pensamiento pacifista tanto en Francia como en Gran Bretaña. Escritores, artistas y otros intelectuales (muchos habían sufrido la guerra) empezaron a reclamar el fin del conflicto. A ellos se unieron los comunistas y los socialistas que desde el principio se habían opuesto a la guerra. Y grandes sectores de la población abrazaron sus ideas con lo que la revolución que preconizaban empezó a ser una amenaza real.

"Honor", "patria", "civilización", "nación" y "gloria" habían sido las palabras más utilizadas por los gobiernos para despertar en sus sociedades el espíritu combativo pero ahora era el miedo y la desilusión los que más influían en la actitud de franceses y británicos. La guerra estaba suponiendo un sacrificio mayor de lo que podían soportar y era hora de ponerle fin.