A. Los tratados de paz

"Conocemos la fuerza del odio que aquí nos enfrenta. Se nos pide que nos reconozcamos responsables únicos de la guerra. Si saliera de mi boca tal reconocimiento, estaría mintiendo."

G. U. von Brockdorff-Rantzau,

ministro de exteriores de Alemania

en las "negociaciones" de paz de Versalles.

Lloyd George (G.B.), Orldando (It.), Clemenceau (Fr.) y Wilson (EE.UU.) en Versalles (1919)

A comienzos de 1919 la guerra había terminado pero la paz y la tranquilidad estaban lejos de llegar a Europa. El continente estaba devastado, las naciones estaban rotas y el caos se extendía desde el Atlántico a los Urales. Había llegado el momento de reconstruir un orden internacional completamente nuevo y muy diferente al de 1914. Pero la tarea no iba a ser fácil dadas las consecuencias y los enormes dramas que había provocado el conflicto. La Europa posterior a la Primera Guerra Mundial iba a ser muy distinta a la de comienzos del siglo XX.

El Imperio Ruso estaba destruido y el nuevo País de los Soviets era un protagonista incómodo en el panorama internacional. Aislada por todos los demás países, la Rusia Soviética no participó en los acuerdos de paz mientras en su interior se libraba una cruenta guerra civil entre bolcheviques y blancos. El Imperio Alemán y el Imperio Austro-Húngaro también habían saltado en mil pedazos. Alemania se había convertido en república y del viejo imperio de los Habsburgo había nacido múltiples nuevos y pequeños países.

Al mismo tiempo, en Francia, Gran Bretaña e Italia (los vencedores de la guerra) la situación no era mucho mejor. La agitación social y las ideas comunistas se extendieron imitando el ejemplo de la Rusia Soviética. Hubo huelgas y manifestaciones obreras en Francia e Italia mientras que en Gran Bretaña, el Partido Laborista (de ideología socialista) alcanzaba el 20% de los votos en las elecciones de 1918.

En medio de este contexto, los principales líderes europeos y el presidente norteamericano W. Wilson se reunieron en París para alcanzar unos acuerdos que trajeran una paz duradera a Europa. Los retos eran inmensos: había que acabar con el caos territorial generado por la guerra que en este y el centro de Europa, frenar la expansión del comunismo, satisfacer las demandas territoriales de los vencedores y asegurar que la guerra no se reanudase.

Las conversaciones se iniciaron en el Palacio de Versalles de París donde los líderes de las potencias vencedoras diseñaron los acuerdos de paz. Destacan el presidente norteamericano antes nombrado; el primer ministro de Gran Bretaña, D. Lloyd George; el primer ministro francés, G. Clemenceau; y (en menor medida) el primer ministro del Reino de Italia, V. E. Orlando. No participaron de momento los representantes de las potencias vencidas lo que acentuó el sentimiento de imposición de la paz y la humillación de los vencidos. No había nada que negociar porque todo estaba decidido. Así lo pensaban los aliados y así se hicieron los acuerdos de paz.

El primero y más importante fue el Tratado de Versalles, con Alemania, firmado el 28 de junio de 1919. Mientras EE.UU. pretendió reducir los duros artículos del acuerdo, Gran Bretaña pretendía mantener si hegemonía en los mares y Francia buscaba debilitar lo máximo posible a Alemania ante el temor a una nueva invasión.

En el artículo 231, denominado "delito de guerra", Alemania era reconocida como la única responsable de la guerra, algo que indignó a la delegación germana que acudió a firmar el tratado. Por ello, en principio se negaron a hacerlo, pero ante la amenaza de los aliados de reanudar la guerra, algo imposible para los ejércitos alemanes, se vieron obligados a asumir un tratado completamente humillante. Esta situación provocó una crisis de gobierno en Alemania porque ningún partido quiso asumir la humillación de firmar el Tratado.

Además, por el Tratado de Versalles Alemania perdía los territorios imperiales de Alsacia y Lorena, que eran devueltos a Francia; los franceses también obtuvieron el control de las ricas minas del Sarre durante quince años, con la promesa de que después de ese periodo, se celebraría un referéndum para determinar la vuelta de este territorio a Alemania o su independencia.

No fueron los únicos territorios que perdió Alemania: Eupen y Malmedy pasaron a Bélgica y Schelswig a Dinamarca; la Alta Silesia, Posnania y el pasillo de Danzing que formaba parte de la Prusia Oriental pasaron a Polonia, que era reconocida como país independiente. También fueron reconocidos como Estados Independientes todos los territorios segregados de Rusia en 1918 y que habían estado desde ese momento ocupados militarmente por los Imperios Centrales: Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania y la propia Polonia.

Se prohibió a Alemania su unión con la recién proclamada República de Austria, con la que compartía lengua, raza, cultura y un sentimiento nacional. Además, Alemania perdía todas sus colonias, que pasaron a ser administradas por las distintas potencias.

El ejército alemán fue reducido a sólo 100.000 soldados, se suprimía el servicio militar obligatorio y Renania era desmilitarizada. De esta forma, Francia trataba de crear un territorio que sirviese de colchón ante un nuevo ataque germano. Por último, en Versalles se estipuló la entrega de toda la flota teutona a los aliados aunque los marineros alemanes, antes que sufrir semejante humillación, la hundieron en Scapa Flow (en las Islas Orcadas, en Escocia).

Pero sin duda, uno de los artículos del Tratado que más daño harían en la moral alemana y que más repercusiones tendría en el futuro fue el 233 por el que se establecía la obligación de reparar los daños causados. Alemania debía pagar indemnizaciones de guerra para reparar los perjuicios causados en la contienda. La cantidad total no se fijó hasta la Conferencia de Londres de 1921 en la que se acordó que Alemania debía abonar 6.500 millones de libras más intereses. Esta cantidad era desorbitada y lastraba el crecimiento económico y la recuperación de la sociedad alemana. Alemania terminó de pagar estas indemnizaciones a los aliados en 2010.

El 10 de septiembre de 1919 se firmó el Tratado de Saint Germain entre los Aliados y Austria. El nuevo Estado perdía enormes extensiones de terreno y una parte no menos importante de población. El Viejo Imperio Austro-Húngaro fue desmantelado completamente. Algunos territorios de Austria pasaron a Italia como el Bajo Tiról, Trieste e Istria mientras que otros como Bohemia y Moravia configuraron la nueva república de Checoslovaquia. El ejército austriaco fue reducido a 30.000 soldados y se prohibió a la nueva república su unión con Alemania.

Hungría, que se había separado definitivamente de Austria debió firmar un tratado con los aliados el 4 de junio de 1920 para alcanzar el reconocimiento internacional y la paz con las principales potencia europeas. Perdió dos terceras partes de su territorio: Transilvania pasó a Rumanía, Checoslovaquia recibió Eslovaquía y Rutenia y el nuevo Reino de Serbios, Croatas y Eslovenos (Yugoslavia) obtuvo Croacia, Eslovenia, Dalmacia, Bosnia y otros territorios menores. Serbia había conseguido su objetivo al adquirir también Montenegro mientras que Italia no veía colmadas sus apetencia territoriales porque Albania se constituyó como Estado Independiente.

El 27 de noviembre de 1919 Bulgaria firmó el Tratado de Neuilly por el que perdía la Tracia Mediterránea que pasaba a Grecia aunque conservaba una salida al mar Negro. También se limitaba el número de soldados de su ejército que quedó en 20.000.

Finalmente, el 10 de agosto de 1920 se firmó el Tratado de Sèvres con Turquía. El viejo Imperio Otomano estaba en proceso de desintegración y los aliados buscaban repartirse sus territorios en Mesopotamia y Arabia. El Tratado de Sèvres estipulaba que sus posesiones pasaban a depender de la Sociedad de Naciones (SDN), que la costa este de Anatolia pasaba a ser controlada por Grecia, que se debía internacionalizar los Estrechos y que el Kurdistán adquiría autonomía y Armenia la independencia. Su ejército quedaba también reducido a 50.000 hombres. Sin embargo, la dureza del tratado provocó el levantamiento de los nacionalistas turcos, que destronaron al sultán Mohamed VI e iniciaron una guerra contra los aliados para recuperar los territorios perdidos en Anatolia que se extendió hasta 1923.

Los nacionalistas turcos, liderados por Mustafá Kemal, "Atatürk" (padre de los Turcos), recuperaron todos los territorios perdidos en Anatolia, expulsando a griegos, franceses e ingleses de Asia Menor. Esta situación obligó a modificar el Tratado de Sèvres que fue sustituido por el de Lausanne en 1923. Por este tratado, la nueva República de Turquía recuperaba toda Anatolia, Armenia, el Kurdistán y la Tracia Oriental. En contrapartida, Turquía renunciaba a los territorios de Arabia y Mesopotamia, que para entonces ya se encontraban en manos de franceses e ingleses.

El mapa de Europa en 1920 era completamente distinto al de diez años antes. Los tratados de paz habían desmembrado cuatro imperios y habían dado a luz un rosario de nuevas repúblicas. Pero lo más grave fue que los tratados no satisficieron a nadie y esto traería terribles consecuencias en el futuro.

Cambios en el mapa de Europa (pincha en los mapas para verlos más en detalle):

En 1914

En 1920