F. Las victorias pírricas de los aliados

Una calle de Londres en los años veinte

Los tratados de paz dejaron claros vencedores y claros derrotados. Pero si para estos la paz trajo terribles consecuencias, para aquellos el fin de la guerra no espantó los fantasmas y los problemas. Los grandes vencedores europeos, el Reino Unido y Francia, siguieron siendo bastiones incuestionables de libertad y democracia mientras Italia, vencedora como ellos, veía como sus aspiraciones territoriales no eran satisfechas. Fuera de Europa, Japón y EE.UU. habían salido muy fortalecidos de la contienda.

Francia era a comienzos de 1919 un país exhausto por el esfuerzo de la guerra y su sociedad estaba profundamente cansada. Había perdido el 10% de su población masculina y la zona noreste del país estaba completamente arrasada. A pesar de todo, la victoria en la guerra le reportó algunos beneficios: Alsacia y Lorena fueron devueltas, pudo controlar el Sarre y hacerse además con algunas excolonias de las potencias vencedoras en Próximo Oriente (como Siria), África (como Camerún) y Oceanía.

Por otro lado, la Tercera República se mantenía en pie y Francia seguía siendo una potencia económica, política y militar de primer orden tanto en Europa como en el concierto mundial. Las reparaciones de guerra impuestas a Alemania le reportaban además pingües beneficios y cuando en 1923, la República de Weimar se negó a seguir pagando, el presidente francés, R. Poincaré (del Bloc National, de derechas), ordenó la ocupación del Ruhr para forzar a los alemanes a cumplir con sus obligaciones.

Francia, convencida de que la única manera de asegurar la paz era debilitar a Alemania, mantuvo una política muy intransigente hacia el pago de las reparaciones, a pesar de que sus aliados, Gran Bretaña y EE.UU., buscaban flexibilizar las obligaciones alemanas para evitar que se asfixiara económicamente como estuvo a punto de ocurrir en 1923. No obstante, la llegada al poder de los socialistas en 1924 propició la relajación de las posturas francesas y posibilitó una aproximación a Alemania. En 1925, Alemania firmó el Pacto de Locarno que garantizaba la inviolabilidad de las fronteras francesas y belgas.

A nivel interno, la situación política se complicó hacia finales de los años veinte y principios de los treinta, a la par que la crisis económica originada en 1929 en EE.UU. llegaba a Europa. Los grupos de extrema derecha comenzaron a tener gran apoyo popular y en 1934, la organización Croix de Feu (de corte fascista) intentó dar un golpe de Estado que fracasó. Para evitar una deriva fascista, como la que se estaba produciendo en Italia, en 1936, el socialista Léon Blum ganó las elecciones con el apoyo de la coalición de izquierdas Frente Popular.

La estabilidad política fue sin embargo, la seña de identidad del Reino Unido. Los partidos tradicionales, Conservadores, Liberales y Laborista, intentaron dar respuesta a los problemas económicos que acosaban al Imperio Británico tras la guerra. Los partidos radicales, como el Partido Nacional Fascista, fundado en 1930 por Oswald Mosley, y el Partido Comunista, carecieron de apoyos suficientes bajo la Monarquía parlamentaria y en una sociedad acostumbrada a vivir ya en una democracia plena.

En 1918 se había democratizado completamente el sistema, permitiendo votar a todos los hombres de más de 21 años y a todas las mujeres de más de 30. Laboristas (que no paraban de crecer) y Conservadores se alternaron en el poder intentado superar unas dificultades económicas propias de un país con una industria madura y una tecnología anticuada. La influencia del comunismo soviético alentó a los trabajadores que protagonizaron revueltas y huelgas aunque el fracaso de la huelga general de 1926 determinó el hundimiento de los sindicatos.

Por otra parte, el Reino Unido también administró, como Francia, numerosas excolonias alemanas y turcas. Iraq, Jordania, Palestina y Arabia pasaron a ser mandatos de la SDN administrados desde Londres; Namibia pasó a depender de la Unión Sudafricana (independiente desde 1910 pero vinculada a Gran Bretaña) y Togo y Tanzania cayeron en manos británicas.

El Reino Unido vio, tras arduos esfuerzos para evitarlo, cómo Irlanda conseguía su independencia en 1921. En 1927, el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda pasaba a denominarse Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. En 1923 cedió su protectorado sobre Egipto y en 1932 permitió que Iraq accediese a la independencia. El antiguo Imperio Británico se fue transformando poco a poco en la Commonwealth of Nations.

Gran Bretaña además, trató de mantener el equilibrio tanto en el Pacífico ante el agresivo expansionismo del Japón, como en Europa donde el fascismo italiano y el nazismo alemán empezaban a dar muestras de delirios. El afán británico por mantener la paz en Europa llevó a la vergonzosa política de apaciguamiento que permitió a Hitler campar a sus anchas en el continente hasta 1939.

Por último, el Reino de Italia había sido también uno de los vencedores de la Gran Guerra pero en los tratados de paz no vio colmadas sus apetencias territoriales y financieras. Las divisiones internas llevaron al país al borde de la guerra civil y las insurrecciones se extendieron de norte a sur.

En 1922, Benito Mussolini, que había fundado el Partido Fascista marchó sobre Roma en una increíble demostración de fuerza que recordaba a las de los antiguos emperadores romanos y consiguió que el rey Víctor Manuel III le nombrase jefe de gobierno, concediéndole amplios poderes. A partir de ese momento, el Duce inició la instauración de una dictadura controlada por él mismo; todos los partidos de la oposición fueron ilegalizados y el Parlamento italiano se disolvió.

En 1929, Mussolini consiguió que el papa Pio XII firmase el Tratado de Letrán porque el que el Sumo Pontífice reconocía la unidad de Italia, con capital en Roma, tras décadas de desencuentros. En el ámbito internacional, al principio trató de conciliar una política imperialista en el Mediterráneo y unas buenas relaciones diplomáticas con Francia y Gran Bretaña.

En 1935 firmó el Pacto de Stressa con ellas para evitar futuras violaciones del Tratado de Versalles. Era sin duda, un brindis al sol. Al año siguiente, la Italia fascista unió sus destinos a la Alemania de Hitler. El nuevo y "moderno" fascismo se oponía definitivamente a la vieja y "fracasada" democracia que no había dado los resultados obtenidos. Esta confrontación, junto con los planes expansionistas italianos sobre Abissinia (actual Etiopía) abría la puerta a una nueva contienda bélica en Europa.

La debilidad de unas democracias fuertes pero acomplejadas y las políticas revisionistas de las potencias derrotadas, junto con el triunfo del fascismo y del nazismo, dejaba sentenciado una vez más el futuro de Europa. Negros nubarrones se cernían a mediados de los años treinta del siglo XX sobre el Viejo Continente.

El mundo tras la Primera Guerra Mundial