G. Los vencedores no europeos

Vista aérea del distrito financiero de

Manhattan (Nueva York) en 1922

La Guerra de 1914 dejó un claro vencedor: Estados Unidos. Su intervención en la guerra había sido completamente decisiva y los aliados debían la victoria al gigante americano. El presidente Wilson se había convertido además en el arquitecto del orden internacional de posguerra. Sus catorce puntos brindaban la posibilidad de crear un futuro en paz.

Sin embargo, en 1919, la tras la firma de los numerosos tratados de paz, la situación a ojos de los políticos estadounidenses distaba mucho de estar resulta. El congreso de EE.UU. estaba inquieto ante posibles restricciones a su política exterior que los acuerdos podían suponer, incluida la nueva Sociedad De Naciones (SDN) impulsada precisamente por el presidente Wilson.

En 1920 el Congreso debía ratificar el Tratado de Versalles y su ingreso en la Sociedad de Naciones pero se negó a hacerlo. En su lugar, el sucesor de Wilson, W. G. Harding, buscó la firma de acuerdos de paz bilaterales con las antiguas potencias centrales. De esta forma, se volvía a la política de no intervención en los asuntos europeos que se mantuvo hasta bien entrada la década de los treinta.

A nivel interno, los años veinte fueron de gran estabilidad política y social y de gran progreso económico. La modernización de la producción industrial provocó el descenso de los precios y esto elevó el poder adquisitivo de los americanos. El nivel de vida aumentó, igual que la riqueza, lo que contribuyó al desarrollo del consumo. Se extendieron las formas de ocio: el cine, el teatro, la radio, la televisión, el fútbol, etc. Se celebraban diariamente fiestas y reuniones en las que los nuevos ricos exhibían las fortunas acumuladas en pocos años. Es la época que se conoce como "los felices años veinte".

También es una década de gran conservadurismo y xenofobia. El Ku Klux Klan triunfó sobre todo en las zonas rurales de EE.UU. donde la población veía con desdén a los inmigrantes africanos y sudamericanos que llegaban al país buscando un futuro mejor. En 1920 se promulgó, por otra parte, la "ley seca" que prohibió el consumo del alcohol e incentivó el contrabando ilegal de bebida alcohólicas. La ley se derogó en 1933.

"Los felices años veinte" llegaron a su fin en octubre de 1929 cuando la sobrevalorización de las acciones de las empresas se detuvo y la burbuja se pinchó. Su valor empezó a caer en picado arruinando a numerosos inversores y llevando a la quiebra a miles de empresas. El desempleo aumentó hasta los 15 millones de parados y la prosperidad de los años anteriores se esfumó por completo. La crisis económica se extendió por todo el mundo y sólo se superó tras la Segunda Guerra Mundial.

Al otro lado del Pacífico, Japón amplió su área de influencia tras la Primera Guerra Mundial gracias al control de las antiguas colonias alemanas en el Océano Pacífico: las islas Marshall, las Carolinas, las Palau y las Marianas. Además la Sociedad de Naciones transfirió a Japón la administración de Tsingtao, en China, aunque en 1922 fue devuelto al gobierno de Pekín.

Japón firmó varios tratados con otras potencias para asegurar el respeto al statu quo en el Pacífico y en Asia. El Tratado de las Cuatro Potencias, firmado con Francia, Gran Bretaña y EE.UU. garantizó las posesiones de esos países en el Pacífico. Por el Tratado de las Nueva Potencias, Japón garantizó la independencia de China.

Por otro lado, tras la guerra el sistema político fue democratizado parcialmente. El electorado se multiplicó por diez y en 1924 podían votar 14 millones de japoneses. En 1925 se introdujo el sufragio universal pero esta democratización no impidió que a lo largo de los años veinte las fuerzas ultranacionalistas e imperialistas alcanzasen el control del gobierno y del propio emperador a través del "Consejo de Estado secreto" y el "Senado militar".

El emperador Hiroito, el día de su coronación

Aunque el emperador Hirohito fue coronado en 1928, desde hacía años, el verdadero gobierno se encontraba en el ejército y en las fuerzas nacionalistas. En los años treinta, los grupos patrióticos y antidemocráticos vaciaron de contenido en sistema parlamentario lo que avocó a Japón a un régimen militar, imperialistas y nacionalistas en el que ni si quiera el emperador tenía poder para cambiar el rumbo.

El gobierno militar japonés ordenó la invasión de Manchuria en 1931 y la región fue convertida en el Estado títere de Manchukuo (el nombre japonés para esa región china) en pocos meses. Japón continuó su política expansiva en los años siguientes lo que le llevó a ocupar la provincia de Tehol y la ciudad de Shanghai en 1935 tras brutales campañas que dejaron cientos de miles de muertos.

Progresivamente, Japón abandonó los acuerdos internacionales de posguerra y se acercó a las potencias fascistas. En 1933, la Sociedad de Naciones se negó a reconocer el Estado de Manchukuo y acto seguid Japón abandonó la organización. La política impulsada desde Tokio, autenticamente kamikace, llevó al Japón a una guerra contra China y a choques armados con Gran Bretaña y Francia en el Pacífico. Era el preludio de una nueva guerra, cuya dimensión no conocida hasta entonces, acabaría arrasando al Imperio del Sol Naciente unos años después.

Soldados japoneses en Manchuria (China)