Xulia Alonso Díaz (A Rúa, Ourense, 1961) relata en su obra autobiográfica Futuro imperfecto su experiencia de adicción a la heroína y su lucha por sobrevivir y poder contarle a su hija el infierno que ella y su marido, Nico, sufrieron a causa de su adicción, su posterior infección por VIH y la muerte por sida de su compañero a principios de los años 90. Con el libro ha ganado numerosos premios como el San Clemente o el Losada Diéguez y a día de hoy Xulia vive en Vigo donde lleva una vida tranquila después de que los avances médicos de los últimos años hayan alejado el peligro mortal de su infección por VIH, permitiéndole que sea posible “levantarte por las mañanas y no notar ninguna parte de tu cuerpo” y “convivir con el VIH con cierta normalidad”. La propia Julia ofrece la clave para entender su obra: “Quizás Futuro imperfecto sea leíble o sea digerible porque el eje central de la obra es el amor en todas sus manifestaciones”.
PREGUNTA. Su primer contacto con las drogas se produjo cuando llegó a Santiago en 1979 para cursar sus estudios universitarios. ¿Qué razones la llevaron a consumir y cómo recuerda esa primera vez?
RESPUESTA. Partimos de la base de que yo fui adicta a la heroína. El mundo del narcotráfico es un mundo que me es bastante ajeno. Puedo hablar de la parte, en relación con las drogas, del consumo y de la adicción. Creo que es un tema importantísimo, del que hay que hablar. Mi primer contacto con las drogas no fue en Santiago. En Santiago tuve mi primer contacto con la heroína.
Pero mi primer contacto con las drogas fue en mi pueblo, un pueblo pequeñito, que tenía entonces poco más de ocho mil habitantes. No recuerdo muy bien cuándo fue el primer contacto o el primer conocimiento que tuve de las drogas, pero debió ser alrededor de los doce o trece años. Fue fundamentalmente a través de la gente que venía de fuera, tanto de la gente que se iba estudiar fuera y venía en la época de vacaciones, como de los hijos de emigrantes que venían en verano a pasar las vacaciones. Venían de distintos lugares de España y del mundo y traían cosas que para la gente del pueblo nos eran desconocidas; cosas en general, desde la forma de vestir hasta la música. Y fundamentalmente era hachís. La verdad es que no lo recuerdo exactamente, pero creo que era el consumo de anfetaminas y este tipo de drogas. Pero desde luego no era ni la cocaína ni la heroína. Esas son las que yo conocí en Santiago, al llegar a estudiar a Santiago.
P. ¿Cómo era el ambiente de finales de los setenta en Santiago y cómo se veía el consumo de drogas?
R. Cuando llegué, a finales de los setenta, Santiago era una ciudad llena de estudiantes. Tenía muchísimo ambiente estudiantil y la mayor parte de la gente que vivíamos en Santiago éramos estudiantes. Era una mayoría de gente muy joven. Era un ambiente de mucha efervescencia. También el momento político que se vivía en España era así, era de efervescencia. Franco había muerto en el año 75 y a España llegaba un nuevo aire de libertad, por el que se llevaba ya peleando muchos años, pero en esos años de lucha yo era una niña. La adolescencia a mí me pilla cuando Franco muere. Santiago responde a ese ambiente que había a nivel general: era un ambiente de disfrutar de la libertad recién conseguida. Yo lo recuerdo como un ambiente en el que fundamentalmente se trataba de compartir; era más hippie que cualquier otra corriente de las que en ese momento estaban llegando al país. Lo recuerdo con mucho bullicio, mucho ambiente, mucha alegría.
P. Sus padres tardaron mucho en darse cuenta de su adicción. ¿Cómo se sintieron cuando la descubrieron y cómo se sintió usted?
R. Mis padres no se dieron cuenta. Mis padres nunca supieron que yo era adicta hasta que, tal como está narrado en el libro, yo me refugio en su casa en un momento en que la adicción me había llevado a una situación en la que no había mucha salida. Debía mucho dinero; es algo que acompaña a la adicción, son los problemas que trae consigo la adicción. Yo tenía problemas, problemas de deudas, problemas para compatibilizar mi vida de adicta con mi vida laboral. Digamos que estaba en una especie de callejón sin salida y digamos que yo escapo de Santiago y me refugio en casa de mis padres. Evidentemente algo se debía notar, pero mis padres detectan que hay un problema cuando mi madre metiendo la ropa en la lavadora encuentra una camiseta mía con las mangas manchadas de sangre. Su reacción creo que está narrada con todo detalle en el libro. Yo recuerdo muy bien ese momento. Ellos lo que hacen es plantarle cara al problema. Hay una situación que recuerdo muy bien: ellos se sientan enfrente de mí y me preguntan clara y directamente qué pasa. Ahí empieza un proceso que a mí me permitió retomar mi vida. Esa reacción suya me permitió recuperar mi vida, sin duda alguna.
P. Siguiendo con lo que usted está diciendo, este problema de la drogadicción estaba muy mal visto por la sociedad. ¿Cómo se sintió cuando sus padres la apoyaron?
R. En ese momento yo no me paré mucho a pensar en qué estaba pasando. La situación era tan límite y yo estaba en una situación de deterioro tan grande… No sé cómo explicarlo para que me entendáis bien. Realmente yo estaba en un momento en el que casi estaba deseando que mi vida se acabara. Mi vida era muy complicada y yo me había metido en una dinámica infernal. Realmente mi recuerdo de la adicción, siempre lo digo, es el mayor infierno al que yo me he enfrentado nunca; y después me he enfrentado a situaciones muy complicadas, de debatirme entre la vida y la muerte por temas de salud, pero nada fue comparable a los años de adicción. Y en aquel momento yo lo que hice fue más instintivo que reflexivo: yo identifiqué que ahí me estaban tirando un salvavidas y lo que hice fue agarrarme a él. Hubo unos meses que recuerdo bien, otros meses no. Hubo unas semanas, quizás un mes y medio, hasta que nos trasladamos al centro de rehabilitación, que fueron semanas muy complicadas porque en casa de mis padres había mucha tensión, había mucho dolor. Estaban mis padres, estaban mis hermanos y yo me sentía aliviada porque estaba compartiendo el problema y alguien se estaba haciendo cargo de la solución. Por lo tanto, yo creo que era la única que sentía cierto alivio en el entorno familiar. Pero en casa para mis hermanos era una situación muy compleja y para mis padres era una situación tremenda porque hay que tener en cuenta que los padres de nuestra generación era gente que había crecido durante el franquismo y para ellos el tema de las drogas era algo de las películas de los americanos, era algo como de otro planeta. De repente, que tu hija sea heroinómana es una cosa como de otra galaxia. Creo que cuando nosotros nos marchamos fue un alivio para todos. Las drogas estaban mal vistas, la incursión de las drogas en la sociedad española fue muy rápida, fue como una especie de inundación, de tsunami. El problema de que hubiera tanta gente, no digo toda una generación, pero un grupo muy numeroso de una generación que se enganchara en particular a la heroína lo que provocó fue lo que provoca la adicción: hay un incremento enorme de problemas de delincuencia; es decir, los adictos necesitamos dinero y el dinero hay que sacarlo de algún sitio. Yo recuerdo que en los telediarios de aquellos años, aparte de hablar de muchas cosas, hablaban de los atentados de ETA que eran muy frecuentes y de los atracos a bancos. Se atracaban bancos, se atracaban farmacias... Digamos que, de repente, la adicción se convirtió en un problema casi de Estado porque había un sector de la población que tenía este problema; entonces, claro, inmediatamente se relacionó la adicción con el problema de seguridad ciudadana, que es real, y después apareció el sida, que vino a complicarlo todo muchísimo más. Por eso la reacción de mis padres fue una reacción basada en el amor; quiero decir, que ahí se desmoronaron los arquetipos. Yo recuerdo a mi padre viendo en televisión la noticia de un atraco en un banco en San Sebastián y mi padre decía que “si yo tengo un hijo heroínomano, yo lo mato”. Claro, evidentemente esto es algo que se dice, pero a la hora de la verdad ellos no reaccionaron así. La reacción de mis padres fue una reacción basada en el amor y eso nos salvó a todos; no solo me salvó a mí, sino que salvó a toda la unidad familiar. Mi unidad familiar era una unidad familiar que teníamos conflictos familiares y eso puso encima de todo que estaba basada en un amor que a lo mejor muchos miembros de la familia habíamos cuestionado durante mucho tiempo.
P. ¿Cómo valora el trabajo de gente como Carmen Avendaño y fundaciones como Érguete, Proxecto Home o la Fundación Galega contra o Narcotráfico a la hora de luchar contra los causantes del problema, los narcos, y, sobre todo, a la hora de ayudar a gente con problemas de adicción como el que usted tenía?
R. Carmen Avendaño representa a un montón de hombres y mujeres que, de repente, se encontraron con que sus hijos eran adictos en particular a la heroína, pero no solo a la heroína. Y ante esta situación, que podía ser vergonzante, podía ser para vivir de puertas para adentro, hubo una serie de gente que lo que hizo fue dar la cara, dar la cara por sus hijos y por sus hijas y además hacer ruido, que, además, es una cosa que sigue siendo necesario hacer cuando hay un problema a nivel social. Hacer ruido para que ese problema fuera visible y no fuera un problema de casos muy concretos, sino para que se pusiera en primera línea informativa un problema que afectaba a la sociedad en general. Es un acto de valor y es un acto de amor y abrieron muchas puertas, permitieron que nos salváramos muchísimas personas. Hubo gente para la que esto llegó tarde y después también digo que hubo mucha gente que dejó las drogas de manera espontánea. Las drogas se pueden dejar; hay que tener valor, hay que tenerlo claro y hay que tener voluntad. Hubo mucha gente de mi generación que se enganchó a la heroína y hubo mucha gente que dejó de consumir heroína cuando se dio cuenta de que aquello era una trampa, de que era un engaño y lo dejaron. Luego apareció el VIH, apareció el sida, que es lo que hizo que muchísimas personas de aquella generación murieran y, por lo tanto, no tuvieran ni la posibilidad de la reparación ni la posibilidad de la recuperación del tiempo perdido. Pero el trabajo de estas asociaciones es fundamental para entender cómo el problema dejó de ser un problema de primera envergadura y para que el tema del narcotráfico se abordara como se abordó en el futuro.
P. Antes de entrar en el centro de rehabilitación, ¿había conseguido dejar de consumir durante algún período? ¿Cómo recuerda esos intentos?
R. No recuerdo haber pasado temporadas limpia, digámoslo así. No, no lo recuerdo. Digamos que a mí la heroína me sedujo absolutamente cuando la consumí. No sé si la primera vez, pero fue algo que no me pasó con la cocaína. En aquellos años, como casi todos los de mi generación, yo fui politóxicomana, es decir, probé casi todas las drogas que en aquel momento había. No creo que nunca me hubiera podido enganchar a la cocaína; sin embargo, la heroína rápidamente provocó en mí ese efecto de seducción. No me enganché muy rápidamente, consumí heroína durante mucho tiempo pero, cuando me di cuenta de que estaba enganchada, inmediatamente tuve claro que yo no quería ser adicta a la heroína. Sin embargo, también inmediatamente, me di cuenta de que no iba a ser fácil dejarlo porque había entrado en un bucle que es muy difícil de romper. Yo intenté explicar en el libro por qué es tan difícil dejarlo. Cuando llegó el momento más crítico, es en ese momento en que nos vamos, Nico y yo, a casa de mis padres para intentar dejarlo por nuestros medios y ahí, de repente, se desencadenan una serie de actos que desembocan en lo que está contado en el libro. Y es cuando las dejamos definitivamente, que en mi caso me permitió retomar mi vida y en el caso de Nico fue imposible porque los dos estábamos infectados de VIH y él murió de sida en el 92.
P. Como está diciendo, en su libro, Futuro imperfecto, describe la sensación de dependencia tanto física como psicológica cuando no consumía droga. ¿Cómo logró superarla?
R. Yo tenía claro que quería dejar de ser adicta, porque realmente la parte de infierno que tiene la heroína, la adicción, no es tanto el proceso físico del síndrome de abstinencia, que es duro pero es breve, como la trampa psicológica que tiene que ver con lo que teóricamente te ofrece una droga; es decir, que el esfuerzo de tener claro que lo que me ofrecía la heroína era una trampa yo ya lo había realizado. Creo que estuvo bien el estar lejos de mi entorno cotidiano, porque en mi entorno cotidiano romper la dinámica de consumir, ir a trabajar, mantener las distintas caras que yo cada día tenía que mantener en mi vida cotidiana posiblemente me lo habría hecho más complicado. Desde el primer momento, cuando ingresamos en el centro de rehabilitación, yo tengo claro que no voy a consumir heroína nunca más. Yo jamás he tenido la tentación de volver a consumir porque realmente pensé que no iba a ser capaz de dejarlo; es decir, hubo un momento antes de irnos a casa de mis padres que tenía tan claro que la única salida que me quedaba era morirme, que en el momento en que se me ofrece la posibilidad de resetear mi vida, yo tengo claro que la voy a aprovechar. Lo que no sé es lo que va a pasar, pero tengo claro que yo esa oportunidad la voy a aprovechar. Entonces el tiempo que estamos en el centro de rehabilitación fue un tiempo en el que yo tuve continuamente la sensación de volver a nacer. Primero fue la sensación de recuperarme físicamente; es decir, pasamos el síndrome de abstinencia y yo recupero la energía, la vitalidad, la sensación de mi cuerpo, de que funcionaba de manera autónoma, sin necesidad de meter ningún tipo de sustancia para que funcionara bien. Y después vino la recuperación del hábito de la vida sin el consumo de drogas. Fue una experiencia que recuerdo con muchísimo placer, fue un momento de renacimiento muy agradable. Aparte de que compartía esa sensación con un montón de gente que la estaba viviendo a la vez que yo, fue una experiencia que recuerdo con mucho cariño. Fue un momento fantástico de mi vida porque, además, también recuperé la autoestima. Fue un proceso psicológico que creo que me permitió después enfrentarme a un montón de cosas que me pasaron muy complicadas. Entonces no recuerdo ese proceso de dejar las drogas como algo complicado, pero sí recuerdo como mucho más complicado el vivir siendo adicta en los últimos tiempos de mi adicción, eso sí lo recuerdo con espanto.
P. El libro lo escribió principalmente para su hija pero después decidió publicarlo. ¿Cuales fueron las razones para esto?
R. Yo jamás hubiera escrito Futuro imperfecto para que fuera publicado. Primero ni me lo planteé porque yo no formo parte del mundo de la cultura y no sabría ni por dónde empezar para que se publicara algo que yo hubiera escrito. Creo que es importante que yo sea capaz de transmitirle nuestra historia a nuestra hija en un momento que también está narrado en el libro, que es el momento en el que Nico y yo nos sentamos a hacer testamento. Cuando Nico y yo nos sentamos a hacer testamento tenemos, -lo digo en plural aunque nunca hablé con él de este tema y no sé como lo vivió él- que decidir quién iba a ser el tutor de nuestra hija, cómo queríamos que fuera educada y explicitar nuestras últimas voluntades en relación a ella. Porque nosotros no teníamos bienes, no teníamos nada, ella era nuestra única heredera, pero, además, no teníamos nada que dejarle. Yo tuve que imaginar la vida de nuestra hija sin nosotros y, en ese momento, la imaginé en la edad que para mí fue más complicada, que fue la adolescencia. Realmente creo que es el momento más complicado, no porque pasen cosas terribles, sino porque en ese momento en el que se rompe con la infancia uno toma conciencia de uno mismo; es un proceso natural que es así y el mundo exterior cobra mucha importancia. Y es un momento en el que sabemos poco porque no tenemos experiencia. La experiencia se adquiere viviendo y, cuando uno empieza a ser uno mismo, lo que no tiene es experiencia de la vida, se corren muchos riesgos y se tienen pocos recursos a la hora de tomar decisiones. Entonces, la imaginé en ese momento y me pareció que en ese momento ella se iba a hacer preguntas sobre nosotros, sobre sus padres, precisamente porque no íbamos a estar. Si estuviéramos, seguramente no se las haría, pero, al no estar, ella se iba a hacer preguntas. Y el hecho de que nosotros hubiéramos sido heroinómanos y de que los dos estaba previsto que hubiéramos muerto por culpa del sida (cosa que no ocurrió), me parecía que era más un lastre que otra cosa; me parecía que podía ser algo que le pesara. Realmente yo tenía claro que no quería ser un lastre para mi hija. No creo que ningún padre ni ninguna madre quiera serlo. Entonces, ahí era importante transmitirle nuestra historia porque yo con nuestra historia no tenía conflictos. Yo fui adicta a la heroína, yo contraje el VIH, pero yo no tengo conflicto con esa parte de mi vida. El hecho de que la relación con mi familia fuera como fue a la hora de abordar el tema de la adicción hizo que yo no tuviera conflictos con mi pasado. Pero, al no estar y no poder transmitirle esas explicaciones sobre nuestro pasado, sí me parecía que para ella podía ser un lastre. Entonces, era importante primero que yo sobreviviera el tiempo suficiente para poder transmitirle nuestra historia y, una vez que eso ocurrió, una vez que Lucía fue adolescente y una vez que los avances médicos a mí me permitieron creer o pensar que mi muerte no iba a ser tan inminente, sentí la necesidad de vaciarme de ese pasado. En el libro está muy bien explicado cómo es el proceso, yo escribo Futuro imperfecto por y para ella. Si no, no tendría ningún sentido que yo hubiera hecho el ejercicio de memoria que supuso escribir ese libro, obligándome a recordar partes de mi pasado que son profundamente dolorosas y que, además, son especialmente dolorosas cuando las recuerdas con la perspectiva del tiempo y te das cuenta de cómo hay hechos que en aquel momento fueron tan intrascendentes, pero cambiaron mi vida de una manera tan brutal. Y no tanto la mía, porque yo estoy viva. Pero la gente que quedó por el camino y, en particular, la muerte de Nico, eso sí que fue irreparable. Vidas perdidas por algo tan absurdo como el consumo de una sustancia que, a la hora de la verdad, lo único que hace es enriquecer a una serie de gente de perfiles indeseables. Ese ejercicio de memoria no tendría sentido si no es por amor. Por eso el contenido del libro es tan directo, es tan claro y es tan emocional. Porque yo no hablo de las drogas desde el bien y el mal; yo hablo de las drogas desde las emociones: la emoción de ser joven, la emoción de buscar la libertad pero también la emoción de ser adicto. Porque solo así creo que puede ser eficaz el mensaje de alerta sobre el consumo. Que las drogas son malas es un mensaje de sobra transmitido, pero es importante hablar desde la experiencia de la adicción y por eso el libro es como es.
Después lo publiqué por una cuestión de azar. El libro llegó a manos de Víctor Freixanes, que era el editor de Galaxia, y fue él el quien me propuso publicarlo. A mí también me pareció bien publicarlo. Primero, porque es la experiencia de alguien que vivió esta situación como protagonista y la mayor parte de los protagonistas de ese tiempo no tienen voz porque, entre otras cosas, hay muchos que murieron. En segundo lugar, porque la historia de los años ochenta y de la aparición del sida será estudiada con el tiempo y será analizada dentro de unos años, pero desde perspectivas que posiblemente no tengan mucho que ver con lo que supuso vivir la aparición del sida en primera persona e, indirectamente, por la gente que se contagió de VIH en los años ochenta y que, en su mayor parte, murió. Por eso me pareció bien publicarlo. Para mí vivir todo esto en silencio fue una carga de dolor añadida. Yo creo que del VIH y del sida hay que hablar con naturalidad y con normalidad, porque fue una putada tener que vivir todo aquello desde aquel silencio brutal. Hay que hablar con naturalidad de este tema ya de una vez y para siempre.
P. De momento ha escrito una sola obra, Futuro imperfecto. ¿Cómo fue para usted el proceso de escritura? ¿Qué le fue lo más complicado de contar y por qué?
R. El proceso de escritura fue fascinante; es una de las experiencias más estimulantes y más fascinantes que he vivido. Yo no soy escritora; yo normalmente no escribo. Durante muchísimos años me he concentrado en sobrevivir. Durante muchísimos años se suponía que mi tiempo se acababa y esto era una realidad, no era una fantasía. Cuando a Nico le hacen los primeros análisis, cuando ya enferma, sus analíticas y las mías, los números, que es lo que los médicos miran, eran muy parecidos; por lo tanto, la probabilidad de la evolución de la enfermedad en mí, que pudiera ser rápida era una realidad. Durante mucho tiempo yo me concentré en sobrevivir cada día. Leía pero no escribía. Yo tengo el hábito de leer, pero no de escribir. Cuando empecé a escribir, es verdad que había una historia que tenía muy claro que tenía que contar. Esa historia llevaba muchos años trabajándola en mi cabeza, no tanto para escribirla pero sí para no olvidarla. Digamos que el ejercicio de recordar era un ejercicio que yo hacía porque me había propuesto no olvidar. Y olvidar las partes más dolorosas de la vida es un proceso natural, que se hace de una manera natural. La cabeza borra los recuerdos dolorosos; el cerebro los borra por una cuestión de protección. Ese proceso es el que yo he impedido porque yo recordaba cuando estaba sola; cuando iba en coche me esforzaba por no olvidar. Entonces, cuando me pongo a escribir, creo que había una parte de mi cerebro que estaba deseando liberarse de esa obligación. El proceso de escritura me resultaba demasiado lento, ya que piensas mucho más rápido de lo que escribes. A veces decía: “Dios, se me va a olvidar esta frase”, porque la cabeza me iba mucho más rápido que las manos a la hora de escribir. Fue fascinante. Me ayudó muchísimo la música para el ejercicio de recordar; o sea, yo escribí Futuro imperfecto escuchando música siempre. Prácticamente cada capítulo tiene una canción incorporada, que era la que yo escuchaba una y otra vez mientras escribía esa parte de la historia. Fue un proceso fascinante y no sé si volveré a vivirlo. Escribiré si se me ocurre otra historia que tenga claro que quiero contar; si no, no lo haré.
La parte que resultó más difícil de escribir, sin la menor duda, fueron los años de Santiago. Primero, porque no recordaba. La enfermedad de Nico la tenía muy fresca en la memoria, muy fresca cronológicamente y, además, había guardado documentos, con lo cual si me fallaban las fechas, si no tenía muy claro qué había sido antes y qué había sido después, tenía documentos que me ayudaban a recordar. Pero de la época de Santiago no me acordaba. Yo la época de Santiago la viví con la espontaneidad con la que vivís vosotras vuestra vida; no estáis registrando lo que os ocurre porque no es necesario registrarlo, pero los años de Santiago eran clave para esta historia porque son los años de la adicción. ¿Por qué alguien se hace adicto a la heroína? Claro, esa pregunta no tiene respuesta; y yo me di cuenta escribiendo Futuro imperfecto que no iba a ser capaz de explicar el porqué. Podía explicar cómo, pero no por qué. No hay un porqué, cada persona tiene un porqué y ese es otro trabajo. La época de Santiago fue la más complicada de escribir. Hay un momento de Futuro imperfecto -y recuerdo muy bien cuando escribí esas líneas- en el que yo hablo de mí, sentada en la Quintana, y hablo de mi melena y hablo de cómo la gente va entrando... Porque la Quintana era como un salón de estar comunitario. Santiago es muy pequeño, vosotras lo sabéis; cada uno vivíamos en nuestro piso particular pero la Quintana era nuestro salón de estar comunitario. No éramos todos amigos ni hablábamos todos con todos, pero era un espacio comunitario. Cuando escribí esas frases del libro tuve que parar, tuve que dejar de escribir porque, de repente, me pasó esto que os contaba antes. Yo escribí estas frases teniendo cuarenta y pico años, pero me sentía como aquella niña de diecisiete años o de dieciocho que tenía toda la vida por delante; pero yo a los cuarenta y cinco años sabía todo lo que había quedado atrás y me produjo muchísimo dolor porque yo perdí muchos amigos; hay mucha gente que murió de la que compartió aquellos años conmigo. Entonces, en aquel momento tomé conciencia de que iba a ser muy complicado de recordar, pero de que tenía que recordar; ahí me ayudó la música y ahí comprobé que la memoria es como los músculos, se puede ejercitar, hay que trabajarla, los recuerdos están ahí, están guardados, pero se pueden rescatar. Esa parte del libro, yo la recompuse como pude y en el libro dejo claro que es posible que mi memoria en esos años me traicione, pero intenté ser lo más honesta posible con los recuerdos que tienen que ver con el consumo de heroína y con ese proceso de seducción entre la heroína y yo. Me parecía muy importante transmitirlo desde la honestidad.
P. Hace ocho años declaró en Faro de Vigo que “ser una superviviente es muy cansado”. ¿Sigue pensando lo mismo?
R. Sí, lo garantizo; es agotador. Aunque yo ahora estoy en un momento muy dulce porque los avances médicos han permitido que tome ahora una medicación antirretroviral para el VIH -que voy a tener que tomar toda mi vida-, que no me produce efectos secundarios. Pero, hasta llegar a este punto, convivir con el VIH ha sido muy complicado. Sobrevivir a la adicción a la heroína con VIH ha sido muy complicado. Yo creo que sobrevivir a la heroína no hubiera sido complicado si no hubiera sido por la incorporación del VIH a mi vida. Hasta finales de los noventa las medicaciones que he tenido que tomar me complicaron muchísimo la vida, me produjeron montones de complicaciones físicas y convivir con un cuerpo maltratado, dolorido y con náuseas, con un montón de complicaciones, exige un esfuerzo añadido: es agotador. A finales de los noventa apareció una batería de fármacos nueva que ahora permite que los tratamientos contra el VIH estén personalizados; es decir, no toda la gente que tenemos VIH tomamos los mismos medicamentos porque hay una serie de medicamentos que unos toleramos mejor que otros. Digamos que cada persona que tiene VIH toma un tratamiento diferente porque hay una amplia batería de medicamentos que nos permite convivir con el VIH con cierta normalidad. Y en ese sentido, yo ahora mismo lo disfruto porque es fantástico levantarte por las mañanas y no notar ninguna parte de tu cuerpo. Eso es lo ideal. Durante muchos años, yo he notado mi cuerpo cada segundo y eso es duro, es complicado.
P. Recientemente están teniendo mucho éxito las series sobre el narcotráfico como Fariña o Narcos. ¿Qué le parecen? Desde el punto de vista de alguien que ha sufrido sus consecuencias en primera persona, ¿cómo aparece reflejada la experiencia y el drama del consumo y sus consecuencias en estas obras de ficción? ¿Qué le parece el retrato que hacen de los narcotraficantes?
R. Sobre eso hay mucho que hablar. El libro de Fariña, por ejemplo, yo lo leí cuando supe que se había publicado. Es un libro que a mí me encantó porque es un trabajo periodístico fantásticamente hecho, está muy bien escrito y es muy interesante todo lo que cuenta. Por otra parte, el fenómeno de las series de televisión y de las películas me produce sensaciones contrapuestas; por un lado, entiendo que es una historia que está bien contar y por otro lado, hay una parte de “épica” en los protagonistas que presentan aspectos de ellos positivos como que sean inteligentes, que sean intrépidos, que sean capaces de amar a su familia o que sean leales a algunos miembros de sus organizaciones. La lealtad, el valor o el amor son aspectos de ellos que seguramente son reales, pero que pueden banalizar o contraponer lo negativo que tiene lo que es el mundo del narcotráfico. El mundo del narcotráfico es un negocio ajeno a la ley, ilegal, alegal e inmoral, que hace muchísimo daño a la sociedad. En ese sentido no soy capaz de disfrutar de esas series de televisión porque no puedo evitar echar de menos que se hable de la otra parte de la historia que está ocurriendo a la vez que esa gente hace grandes negocios y son capaces de levantar inmensos imperios económicos. Echo de menos que en esas series se enseñe lo que ocurre con la gente que consume la mercancía que ellos venden. Claro, esa parte quizá sea menos comercial y entonces no aparece en las series de televisión. Yo vi la serie Fariña y está claro que está fantásticamente hecha, fantásticamente interpretada y que muestra muy bien esa parte de la historia. Yo esa historia no la conozco porque en esos años yo era adicta a la heroína, no era narcotraficante. Mi historia no está contada en esa serie. Yo sé qué pasó con los que fuimos adictos a la heroína. Esa es una historia que está por contar todavía. No sé si algún día se contará porque entiendo que, a lo mejor, es difícil vender una serie en la que se muestre el lado más siniestro del mercado de las drogas. No sé si eso se hará alguna vez.
P. ¿Cree que se animaría usted a contar alguna vez esa historia como guionista?
R. Yo no sé si yo sería capaz de hacer un guión. El cine es un lenguaje que yo no conozco. Pero colaborar, participar en un proyecto de ese tipo, por supuesto. Hay un montón de películas sobre el consumo de drogas y sobre la adición como Trainspotting. hay montones de películas y hay muchísima literatura fantástica sobre la adicción: desde William Burroughs al propio libro de Trainspotting, que son libros que yo he leído. El mundo de la adicción desde el punto de vista del adicto es un mundo muy siniestro, es un mundo sórdido. La adicción a la heroína -yo lo explico en Futuro imperfecto-, es lo más alejado del glamour y no hay nada más ajeno a la épica. Un adicto es alguien que huele mal, que vive en medio de la suciedad, que es capaz de hacer lo peor, que miente, que engaña… Lo mejor que te puede pasar con un adicto es tenerlo lo más lejos posible. ¿Cómo se puede hacer una obra de consumo de masas hablando de este tema? Pues no lo sé. Yo escribí Futuro imperfecto; es lo que puedo hacer, no puedo hacer otra cosa. Yo estoy dispuesta a colaborar en cualquier empresa de este tipo, por supuesto que sí. Quizás Futuro imperfecto sea leíble o sea digerible porque el eje central de la obra es el amor. Si tú solamente hablas de muerte y de inmundicia y de miseria, llega un momento en el que es insoportable. El eje central de Futuro imperfecto es el amor en sus distintas manifestaciones: el amor de la familia, el amor entre Nico y yo, el amor hacia nuestra hija y la lealtad de los amigos. Eso es lo que le da sentido a la vida generación tras generación, eso es común, eso es un hilo conductor común a cualquier generación. Pero es que la historia fue así.
P. En relación al tema central de esta entrevista, ¿qué opina de las medidas tomadas por las administraciones en relación a las drogas y en qué cree que se pueden mejorar?
R. Yo creo que, en relación a las drogas, no se han tomado grandes medidas. Las drogas son ilegales y no se pueden consumir, pero están aquí y están por todos lados. Vosotros lo sabéis tan bien como yo; seguramente mejor que yo, incluso. Hay algo que se hizo en los años noventa que yo creo que estuvo bien hecho y que son las campañas de información en los medios de comunicación. La aparición del sida en los años noventa fue algo brutal. En el año 85, que es cuando Rock Hudson hace público que tiene VIH, el VIH era un desconocido, el VIH no existía. De repente, una persona como Rock Hudson, que es el equivalente a alguien como George Clooney hoy, dice que tiene sida y que se muere de sida. Eso provoca un impacto a nivel informativo, a nivel mundial, brutal, que en aquel momento provocó una paranoia absoluta porque no se sabía cómo se transmitía la enfermedad. Lo que ocurrió es que hubo una especie de oleada de miedo pavoroso a nivel planetario porque esto no ocurrió en un país. Inmediatamente se supo que el VIH estaba implantado en todo el mundo. El hecho de que alguien como Rock Hudson, que no era alguien marginal, que era alguien de la “beautiful people”, que era alguien con una buena consideración a nivel social, padeciera esa enfermedad, provocó que el sida se abordara no desde algo que afectará a las partes más marginales de la sociedad. Eso nos salvó la vida a muchos porque, si hubiese sido un problema marginal, no se hubiera abordado como se abordó. Eso provocó una gran movilización. Por un lado, hubo mucho miedo y un rechazo social brutal hacia los afectados de VIH por el miedo a la transmisión del virus, al contagio, que no era tal porque el VIH no se contagia, se transmite. Por otro lado, hubo una movilización impresionante de una gran parte de la sociedad más expuesta a los medios de comunicación: actores, artistas, gente que tenía mucha presencia en los medios de comunicación, y eso hizo que hubiese grandes campañas de información para desestigmatizar el sida y el VIH.
Entonces se habló de VIH, se habló de drogas, se habló del uso de preservativos y se habló de sida durante mucho tiempo. Esto dejó de hacerse y eso provocó muchísima controversia. Pero hubo ciertas campañas que estuvieron muy bien diseñadas, como la campaña de “Sí Da. No Da”, que era una campaña muy poco agresiva con unos dibujos animados que transmitía una información muy clara y muy concreta sobre las vías de transmisión. También la campaña del “Póntelo Pónselo”, que creo que marcó a una generación entera sobre la necesidad de usar preservativo, de protegerse en las relaciones sexuales. Una vez que el sida dejó de ser mortal y el número de muertes descendió, una vez que dejó de tener ese gancho para los medios de comunicación, poco a poco se dejó de hablar de este tema. Hasta ahora, que prácticamente no se habla cuando el VIH sigue estando ahí y se sigue transmitiendo.
A la vez, se dejó de hablar de las drogas, cuando las drogas siguen estando ahí. También es verdad que ahora no están en la calle como estaban en aquel momento, que eran visibles. Ahora los consumidores de heroína están en guetos como la Cañada Real, están en zonas muy concretas y no se ven, aunque los hay. Entonces, no se habla del tema. Esto lo que provoca es que corramos el riesgo de volver a repetir la historia porque las historias se repiten. La historia estamos condenados a repetirla. Lo que creo es que hay que hablar de estos temas, desde luego, en los centros de educación, en los colegios, pero también en los medios de comunicación. Y en ese sentido yo echo de menos que se hable con más frecuencia de estos asuntos que siguen formando parte de los problemas de la sociedad.
P. Echando la vista atrás, ¿cómo cree que ha evolucionado el conocimiento sobre lo que son las drogas y cuáles son los retos que quedan por superar aún?
R. Con el paso del tiempo lo que hay es muchísima más información. Es verdad es que cuando yo tenía vuestra edad España era un país cerrado en el que, por supuesto, no había Internet. No teníamos información porque vivíamos en un país que era una dictadura. Por lo tanto, aquí todo se filtraba y todo se censuraba y por eso nos faltaba información. Yo siempre digo que los seres humanos, cuando nacemos, somos libros en blanco. La información no se transmite por vía placentaria y durante el embarazo nosotros no transmitimos a nuestros hijos el conocimiento. Por lo tanto, alguien de quince años, de dieciséis años o de catorce años no tiene información. Tiene información teórica, recibe información, pero a los catorce, quince o dieciséis años todos somos vulnerables. En ese sentido creo que lo que hay que hacer es hablar de este tipo de cosas: hablar de las drogas y de todo lo que es susceptible una adicción, que ahora no solo son las drogas. Hay muchísimas más cosas que provocan adicción: desde la naturalidad, desde la honestidad, desde la experiencia ajena y descargándola del tema moral, de lo que está bien y de lo que está mal, entre otras cosas; porque a los quince años uno lo que quiere es romper con el estereotipo del bien y del mal. Entonces, en ese sentido, yo creo que la gente joven de ahora tenéis acceso a la información, pero tenéis un problema común a nosotros cuando éramos jóvenes y es que sois muy jóvenes y, por lo tanto, tenéis dificultades para digerir toda esa información. Además, tenéis un problema añadido, y es que ahora mismo hay muchísimas más drogas en el mercado. Fundamentalmente, de lo que se trata es de educar en el juicio crítico, en la capacidad de reflexión, en el amor a la vida y en la valoración de la capacidad de decidir. Yo creo que la esencia de la libertad está en la capacidad de decidir y decidir es algo que tenemos que hacer a lo largo de la vida montones de veces. Y es complicadísimo porque, cuando hay que tomar una decisión, normalmente no tienes claro qué es lo que quieres y entonces ahí están las dudas. Pero en la capacidad de decisión está la sensación de libertad. Esto yo no lo creo, lo afirmo, porque lo he experimentado montones de veces y he tenido que tomar decisiones complicadísimas a lo largo de toda la vida. En lo que yo identifico como el infierno está la imposibilidad de decidir porque era adicta, porque lo fundamental para mí en aquel momento era conseguir la dosis. Una vez que consumes, entras en la dinámica de conseguir la siguiente dosis; no hay nada más, no existe otra realidad y para mí eso fue el infierno. La capacidad de decidir es lo que te da la sensación de ser libre. Pero decidir no es fácil; hay que aprender a hacerlo. Hay que hablar de este tema desde mucho antes de la adolescencia; hay que incorporar este tema a la educación, como se enseña a la gente a cruzar los pasos de cebra, a no cruzar cuando el semáforo está en rojo, a evitar ciertas situaciones de peligro; hay que incorporar el tema de las drogas al discurso cotidiano de la vida, a los peligros cotidianos de la vida; no tanto desde el bien y el mal porque a los diecisiete años el mal atrae mucho.
Yo lo que intenté fue contar lo que a mí me pasó: esto fue lo que ocurrió y, una vez que los demás lo saben, pues que lo tomen en consideración o no. Futuro imperfecto tiene otra intención y es que es difícil no equivocarse en la vida; es decir, que el mayor error que se puede cometer no es drogarse, sino que hay otra serie de errores que se pueden cometer. Es verdad que en la vida, si tú tienes capacidad de decidir, siempre puedes reorientar tu vida. Hay una frase de Machado que yo pongo en el libro (“Hoy es siempre todavía”), y esa es la realidad: el tiempo es oportunidad. Esa es una verdad inmensa; lo que pasa es que el tiempo hay que cuidarlo... y también la vida.