Álvaro García Ortiz es fiscal de medioambiente de Galicia, presidente durante cuatro años de la Unión Progresista de Fiscales y miembro del Consejo Fiscal. Ha tenido una participación destacada en el caso Prestige en su función como fiscal de medio ambiente de la Provincia de A Coruña, siendo un defensor decidido del papel de la justicia en el ámbito medioambiental.
PREGUNTA. Como acabamos de indicar, la gestión de residuos y el uso de los plásticos y microplásticos es uno de los mayores retos medioambientales del siglo XXI. ¿Qué puede y debe hacer el sistema judicial para enfrentarse a este problema?
RESPUESTA. El sistema judicial llega más tarde de que hayan ocurrido los hechos. El sistema judicial penal, la imposición de penas por la comisión de delitos, es de advertencia. Por un lado castigamos lo que se ha hecho mal; por otro, hacemos prevención general y advertimos a la gente: “Ojo, si hacéis un hecho ilícito, si cometéis un delito medioambiental, las penas son estas y podéis acabar en prisión, pagando multas o siendo inhabilitados para cualquier tipo de profesión”. El derecho penal tiene una doble función: en primer lugar, la punitiva y, por otro lado, de advertencia social, de decirle a la sociedad lo importante que es esto, tan importante como que hay un delito si contravienes la norma en este caso.
P. Otro grave problema ambiental son los vertidos, como el caso del Prestige, en el que usted participó muy activamente. ¿De qué manera le marcó este incidente tanto en lo personal como en lo profesional?
R. Cogí el caso Prestige en el año 2004 y todavía no lo he soltado porque, después del juicio del 2012, hubo dos casaciones ante el Tribunal Supremo, que es un hecho bastante inédito en la jurisdicción penal. Por otro lado, todavía estamos ejecutando, desarrollando cuáles han sido las consecuencias del juicio. En este caso estamos todavía tratando de conseguir todo el dinero que las aseguradoras y los responsables de los vertidos tienen que pagarle a la sociedad, a cada uno de los perjudicados. Son casi 15 años de trabajo que todavía continúan.
P. En ese momento se manifestó muchísima gente en la calle, algo que no había sucedido antes en Galicia. ¿Qué avances cree que hubo en la conciencia medioambiental de la gente desde principios de este siglo?
R. El Prestige es un punto y aparte respecto al despertar social en Galicia, no sólo con una conciencia medioambiental, sino también social, un rechazo a cómo se estaba tratando, qué políticas informativas o de gestión se estaban haciendo en ese momento. Es un hecho tan relevante casi como el propio vertido. En lo que se refiere a la conciencia medioambiental, es indudable que estamos en un punto mucho mejor al que estábamos a principios de siglo. Hemos avanzado mucho. Sin embargo, cuanto más avanzamos en conciencia medioambiental, más cuenta nos damos de la necesidad que tenemos de protegerlo. La paradoja se da cuando hay problemas de crisis y no valen para nada los estándares medioambientales, ya que se imponen los estándares económicos porque estamos en una sociedad de consumo altamente industrializada, consumista, en la que la idea del consumo se sobrepone a los estándares ambientales. Todavía necesitamos interiorizar, cada uno de nosotros, lo importante que es, porque invertir en medio ambiente es invertir en futuro. No nos damos cuenta porque buscamos rentabilidad a corto plazo de las empresas, de las personas; porque es más cómodo. Pero, en realidad, cumplir con las obligaciones ambientales nos va a dar una calidad de vida a nosotros y a los que vengan después de nosotros, que de otra forma no vamos a tener.
P. En este sentido, ¿qué se ha hecho y qué queda por hacer para que una desgracia similar no suceda de nuevo en Galicia?
R. Es muy difícil poner una bola de cristal y decir que las cosas no van a pasar. El riesgo de que por el corredor de Finisterre, por el que transitan casi 50.000 barcos cargados de sustancias peligrosas durante todo el año, pueda ocurrir es algo casi impredecible. Las circunstancias meteorológicas y el estado de los barcos son factores de riesgo. Lo que tenemos que hacer nosotros es hacer disminuir esos factores de riesgo todo lo que podamos, elevar los controles y los estándares ambientales. Si tenemos una legislación dura, regulando cómo tienen que ir los barcos, cómo tiene que ir la carga de los barcos, cómo tenemos que inspeccionarlos para saber lo que llevan, estaremos haciéndolo bien, estaremos procurando que, si pasa algo, ocurra sólo porque ha sucedido una catástrofe prácticamente inevitable. Si rebajamos los estándares ambientales, eso puede ocurrir con cualquier circunstancia del mar, en cualquier momento. Se ha avanzado mucho. En el caso del Prestige, los paquetes Erika I y Erika II de la Unión Europea, las directivas de medio ambiente, las directivas de residuos, todo esto ha ido ayudando a crear esa conciencia y esas obligaciones ambientales. Pero el mundo del mar es un mundo crítico porque es la legislación de muchos países del mundo. Un barco está hoy en Indonesia, mañana en Australia y pasado en el mar del Norte llevando cualquier tipo de carga. Es preciso habilitar esos controles de puerto, esas formas de inspeccionar los buques que sirvan para todos y para todo el mundo y no es sencillo poner de acuerdo a los países.
P. Usted ha sido presidente, como ya mencionamos antes, de la Unión Progresista de Fiscales durante 4 años. ¿De qué manera le permitió su posición denunciar y exponer los abusos contra el medio ambiente de una forma más eficaz?
R. Ser presidente de una asociación de fiscales significa luchar porque el modelo de justicia en el que crees pueda ser implementado en una sociedad. También denunciar aquellos abusos que se puedan cometer desde el poder contra nuestro trabajo. Construir mejores condiciones de trabajo, más autonomía y elevar el estándar de justicia. El bagage que tenía por ser una persona relativamente conocida por el caso Prestige y el haber tenido acceso a muchas instituciones me permitió allanar un camino que luego he tenido que recorrer por otras vías. Procuramos, dentro de nuestro trabajo asociativo como fiscales, que nuestro trabajo personal, diario, interfiera lo menos posible. Representamos a un grupo de fiscales independientemente de cuál sea nuestro trabajo personal para que no haya esa interferencia, para que lo que yo solicite en Madrid o diga en un medio de comunicación afecte lo menos posible a mi trabajo. Aún así, cuando cualquier fiscal que ha tenido una vida pública activa, como tenemos en nuestra asociación en que denunciamos lo que no nos parece bien (derechos humanos, inmigración, condiciones de vida de las personas, de la gente con menos recursos...), ocurre alguna vez en que presentas una denuncia dentro de tu propio trabajo y que alguien vea un sesgo político. Nosotros somos profesionales, técnicos, y somos perfectamente capaces de diferenciar lo que es una faceta asociativa y reivindicativa de lo que es nuestro trabajo, que tiene un componente técnico muy alto.
P. Teniendo en cuenta que se cometen nuevos delitos contra el medioambiente cada poco tiempo y que algunos son incluso ignorados porque son causados por gente poderosa, ¿cómo se está enfocando la lucha judicial para evitar que esto suceda? ¿Se está siendo suficientemente eficaz en el ámbito judicial?
R. La justicia siempre llega después de la comisión de los hechos; luego, no somos eficaces. Lo que es eficaz es la educación, la adopción de medidas preventivas, la inspección y la seguridad. Nosotros, al llegar después, somos solamente un espejo de la sociedad. Nosotros podemos investigar mejor las fuentes de prueba, las “notitia criminis”, que la noticia de los hechos nos llegue de manera que podamos investigar para saber si hay delito o no hay delito. Subsumir el hecho en la cualificación penal de los hechos, que es el trabajo básico de un fiscal, es una cuestión complicada. A veces hay determinados vertidos o comportamientos que nos parecen terribles y no son un delito porque están tolerados por la sociedad. Sin embargo, hay otros que nos parecen pequeños o nimios y que sí son delitos. El urbanismo es un ejemplo muy característico. Hay determinadas construcciones que nos parecen una barbaridad, feas, estropean el paisaje y, sin embargo, no son ilícitas, están toleradas, a través de una legislación que permite que se construya de esta manera. En cambio, podemos ver una casita en el campo, preciosa, en un entorno privilegiado, que no hace daño a nadie, y eso sí ser un delito porque esa casa no la ha autorizado nadie y no está incluida dentro de ninguna norma. Esta percepción, a veces, es equivocada. Vemos grandes moles de cemento que a todos nos gustaría demoler y no son un ilícito y obras de arte en el campo que sí deben apartarse porque no es lo que el legislador, la sociedad, ha querido.
P. ¿Cuál consideraría usted que es, hoy en día, el mayor problema, con respecto a la gestión de los residuos a nivel mundial?
R. Hay muchos, no es tan sencillo. Gestionar todos los residuos que genera una sociedad como la nuestra es muy complicado. El problema que tenemos con la gestión de residuos es que es un negocio. El problema es que cuando haces mal el negocio de los residuos, no te estás haciendo mal a ti mismo o a tu cliente sino a toda la sociedad. Gestionar residuos es un negocio muy lucrativo. Si lo haces mal, gastas poco dinero y ganas mucho. Es mucha la diferencia entre hacerlo bien y hacerlo mal. El precio por tonelada gestionada de residuos, si no inviertes como dicen los estándares de la ley, pasará a dar muchísimo dinero. Hay que estar muy vigilantes con todo tipo de residuos. En particular, los residuos peligrosos tienen un gran problema de gestión: ¿qué hacemos con los purines o con los lodos de depuradora? El residuo, en el fondo, es un fracaso de un sistema de producción. Un buen sistema de producción lo que tiene que hacer es ser capaz de revalorizarlo todo, volver a usarlo y que seamos capaces de que, cada cosa que usamos, poder arreglarla, volver a usarla y, al final de todo, sí que será preciso depositarla en algún sitio. Pero somos una sociedad de consumo y utilizamos muchos plásticos que no se reciclan, mucho papel, mucho carbón, mucha sustancia orgánica; hacemos televisores o frigoríficos que tienen en sí mismos algunas sustancias que no se pueden gestionar y no se puede hacer nada con ellas más que depositarlas en un vertedero de residuos peligrosos. Es un fracaso del sistema. Tenemos que saber cómo recuperar todo esto y entonces sí que será una sociedad que pueda gestionarse a sí misma. El ejemplo de los problemas que suponen los vertederos es una isla. Imaginemos una isla de 50.000 personas y, si no es capaz de gestionar sus propios residuos, nos daremos cuenta de que no estamos haciéndolo bien. Una isla de este tamaño necesitará un barco que venga por todo tipo de residuos, asistencia de agua... Hasta que no seamos capaces de cerrar el ciclo, seguramente lo estaremos haciendo mal en el tema de residuos, en el de producción energética o en muchos temas de naturaleza ambiental.
P. Más específicamente, ¿cómo cree que afecta a Galicia la problemática particular de los plásticos o, de lo que se habla más recientemente, los microplásticos?
R. La contaminación en el mar es una tragedia. Quizás era el único espacio virgen que nos quedaba. Siempre hemos pensado que consumir el producto fresco del mar era lo más sano que podíamos tener y rechazábamos las piscifactorías. La sorpresa es cuando te das cuenta de que el mar está contaminado y que todos esos pequeños plásticos, todas esas micropartículas, nos están invadiendo a todos. Esto nos hace ponernos frente a la realidad: el hombre lo ha invadido prácticamente todo y alguna solución tenemos que darle. Esa contaminación tan difusa que prácticamente no se percibe hasta que no se mete en la cadena alimenticia, tendremos que luchar contra ella. Todavía estamos a tiempo de parar, de reflexionar y de evitar el consumo y la utilización de todos los plásticos y de todo aquello que está contaminando. Tiene que ser un acuerdo global: los países individualmente poco pueden hacer y tienen que ponerse todos de acuerdo, porque sólo con que haya un país productor de estas sustancias que no cumpla los protocolos internacionales ya tendremos un desequilibrio que hará que otros países tampoco lo cumplan. No contaminar es caro y en un espacio competitivo como en el que vivimos, en una sociedad de consumo, capitalista, eso tiene un riesgo de empobrecimiento de los países o de no maximización de las riquezas. Por lo tanto, tiene que ser un acuerdo global y pensado por todos los países pero hay que reflexionar porque en algún momento esto se acaba.
P. Por centrarse en algunas posibles medidas específicas, en algunos países están proponiendo eliminar el empaquetado de los productos frescos. ¿Qué se puede y se debe hacer en Galicia y España en este sentido? ¿Sería posible legislar en esta dirección de una forma rápida y eficaz?
R. La Unión Europea ya está en estas dinámicas. Tenemos mucha suerte de pertenecer a la U.E. A veces no nos damos cuenta. Porque todos los estándares, todas las obligaciones ambientales provienen de la legislación comunitaria; si no, no estaríamos a la altura de países como Alemania, Francia o los Países Bajos. Gracias a eso hemos tenido que ascender a estos controles de seguridad, pero a veces nos cuesta porque no tenemos los hábitos. Somos sociedades muy diferentes, menos ordenadas y disciplinadas, pero la Comunidad Europea, con estas políticas, generalmente ha ido por delante, incluso a veces, de las demandas de los consumidores. Hay que entender que este tipo de medidas no son populares. La gente en general se conciencia después de que se haya implantado la norma. No hay más que acordarse del tema de fumar o del reciclaje. Siempre ha ido primero la obligación y después la concienciación. Por eso es muy importante que el legislador comunitario, que es quien manda en los estándares ambientales, sea activo, que no se deje llevar por esta corriente consumista o económico-capitalista, sino que se centre en cumplir todas las prescripciones medioambientales de la U.E., que son muchas y muy difíciles de cumplir. Pero hay que cumplirlas.
P. Como decía antes, una de las posibles soluciones globales a este problema es la economía circular, algo por lo que la Unión Europea está apostando fuerte. ¿Piensa que son suficientes las medidas que están tomando los gobiernos?
R. Nunca son suficientes. Siempre llegamos después de que exista el problema. Somos sociedades poco reflexivas. Nos hemos tenido que dar de bruces con contaminaciones nucleares, con grandes desastres para empezar a pensar que la energía nuclear no es la solución. Hemos tenido que tener grandes catástrofes en gestión de aguas, centrales hidráulicas, para darnos cuenta de que esa no es la solución. Hemos tenido que ir enfrentándonos a los problemas de la misma forma que el hombre ha progresado a lo largo de la historia: causa-error / causa-error. Lo que hay debemos hacer que se cumpla; y con eso sería suficiente. A partir de ahí, las nuevas generaciones estáis llamadas a ir un poco más allá que nosotros, los legisladores, y a pensar que el cambio tiene que venir desde esta perspectiva; no esperar a que el problema se nos venga encima, sino ser capaces de atajar el problema antes de que se produzca.
P. Antes hablaba de que los legisladores necesitaban ser imaginativos e ir por delante en su trabajo, ser activos en la defensa del medio ambiente. Pero hoy en día, estamos en una época de post-verdad, con negacionistas del cambio climático, por ejemplo Donald Trump en Estados Unidos. ¿Cuáles son los principales retos medioambientales que afrontan instituciones como el poder judicial o los legisladores?
R. Independientemente de que haya negacionistas del cambio climático o no, tenemos evidencias que nos dicen que nos enfrentamos a condiciones climáticas diferentes. Hay evidencias científicas de por qué y de qué formas se produce, pero también hay evidencias prácticas. Lo vemos en el calentamiento de la tierra; lo vemos nosotros en el tema de los incendios en Galicia. El cambio de condiciones climáticas supone un cambio absoluto en cómo se enfrenta uno a una problemática que ha existido siempre en Galicia como son los incendios, y que, de repente, se convierte en un problema distinto. El ejemplo de los incendios es paradigmático. De tener un índice de incendios altísimo, entre 10 y 15 mil en la década de los años del 90 al 2000, o del 2000 al 2010, hemos bajado de manera espectacular. En Galicia hay menos de 5.000 incendios al año ahora de media. ¿Eso significa que sean menos peligrosos ahora los incendios? Todo lo contrario. Los incendios de última generación son mucho más peligrosos. Lo podemos ver con lo que ha ocurrido en Portugal en 2017, en Vigo, en California, en los países más avanzados del mundo. El incendio se ha convertido en algo que no era: domina al medio ambiente, domina al clima; no domina el clima al incendio, como ocurría antes. El hombre es incapaz de controlarlo y tampoco lo son las fuerzas de la naturaleza. Las condiciones climatológicas han cambiado absolutamente. Antes no se producía: clasificábamos los incendios como mediterráneos o atlánticos y teníamos un poco controlado lo que podía ocurrir. Ahora mismo los incendios son auténticas bombas nucleares energéticas y eso ocurre por el cambio climático. Lo mismo podemos hablar de cualquier forma de gestión: cambiarán los cultivos, las formas de producción, de relacionarnos con el mar, de adquirir recursos, porque necesitaremos unos recursos y no otros. Habrá que ver qué se puede hacer y lo que no. El cambio climático determina y debe determinar las políticas ambientales, en especial las emisiones a la atmósfera. Hemos tardado mucho en reaccionar: los protocolos de Kyoto no se cumplen y el mercado de emisiones es un mercado de una naturaleza casi ficticia. Si queremos que eso funcione, vamos a tener que limitar la capacidad de contaminar del hombre para ser sostenibles y no dejar de vivir como vivimos. Porque nadie quiere renunciar a vivir lo bien que vivimos ahora. El reto está en ser capaces de acomodarse. La especie humana tiene la virtud de haber sido capaz de acomodarse a las circunstancias que ha ido sufriendo a lo largo de la historia, pero ahora tenemos la capacidad de transformar el planeta absolutamente. Debemos ser un poco más modestos y obedecer al planeta y no que el planeta nos obedezca a nosotros.
P. En relación con los daños que pueden causar desastres medioambientales como puede ser la contaminación del Prestige o los propios incendios, ¿existe algún mecanismo legal de defensa del ciudadano frente a daños medioambientales que podrían no estar considerados expresamente en la legislación?
R. Hay muchos mecanismos, pero tenemos que ejercitarlos. En nuestro país tenemos la posibilidad de denunciar, acceder y que la administración reaccione ante cualquier emisión que se produzca en el agua, en el aire o en el urbanismo; prácticamente en todas las agresiones medioambientales. Si el ciudadano no denuncia lo que ocurre al lado de su casa, si nos quedamos pasivos ante tragedias medioambientales, si no reaccionamos como sociedad, si no le damos a la fiscalía o a las administraciones los instrumentos suficientes como para que puedan investigar, perseguir y castigar estos delitos, seremos un pueblo pasivo. Como ciudadanos tenemos la obligación que ser tan activos como demandamos de nuestras instituciones. Lo que no puede ocurrir es que exijamos a los poderes públicos que actúen y que nosotros permanezcamos callados. Esta es una acción social: o lo hace toda la sociedad o no funcionará nunca el tema del medio ambiente.
P. Los posibles beneficios de este periódico que estamos realizando irán a varias Organizaciones No Gubernamentales. ¿Qué función cree que deben tener estas ONGs dentro de la lucha medioambiental?
R. El movimiento ecologista ha sido fundamental. Si no existiese, estaríamos en otro escenario. Siempre es necesario que haya alguien que tire, porque las fuerzas contrarias al derecho son muy poderosas: las fuerzas del consumo, del dinero, del beneficio inmediato. Necesitan un contraste. Si no existiesen grupos ecologistas, habría que inventarlos. A veces socialmente se puede pensar que exageran, pero son absolutamente indispensables: es indispensable que despierten nuestra conciencia y que sean activistas porque del otro lado hay poderes muy grandes tirando de un lado y es necesario, para el equilibrio, que haya quien tire del otro, para que despertemos y nos demos cuenta de lo que tenemos.
P. Usted conoce mejor que nadie la causalidad de los delitos ambientales, ya que es el responsable de poner nombre y apellidos a los delincuentes y de conocer sus circunstancias personales. En su opinión, ¿qué papel juega la educación y el desarrollo del espíritu crítico en la prevención de esos delitos medioambientales?
R. Es fundamental. Lo ideal para una persona que se dedica a castigar, que utiliza un instrumento como es el derecho penal, es no tener que llegar a él. Esa sería una sociedad perfecta. Las sociedades más cultas, más concienciadas, con más conocimiento, son las que menos errores cometen y, si los cometen, son de otra naturaleza. Las sociedades menos preparadas, menos concienciadas, más ignorantes son las que más barbaridades medioambientales hacen, seguramente. La concienciación, el conocimiento, es básico. No puedes acabar con un problema con represión, necesitas educación. A veces equiparamos los delitos medioambientales con el tráfico de drogas. El tráfico de drogas no acaba con que los fiscales metamos a todos los que trafican con drogas en la cárcel. Acabará cuando, por educación, con conocimiento, con salud, seamos capaces de transformar esta sociedad y no se demande ese tipo de sustancias y veamos otra forma de vivir en sociedad. Igual pasa con los delitos medioambientales: de nada valdrá meter en la cárcel a todos los incendiarios, a todas empresas que contaminan, si la sociedad provoca que esto siga ocurriendo. Lo importante es concienciar, educar y, a partir de ahí, disminuirá el número de delitos. Las cifras negras que se consiguen en prevención son imposibles de saber. No sé lo eficaz que es la educación porque me dedico a reprimir. Pero hay que confiar en que el ser humano, cuanto más progresa es cuanto más conocimiento tiene.
P. Por último, los adolescentes vemos muchas series y películas apocalípticas. ¿Qué consejos le daría a la gente de nuestra edad para ayudar a gestionar correctamente los residuos y evitar así un desenlace catastrófico?
R. No se puede querer salvar el mundo viajando al último confín; hay que empezar por nuestra casa y tener un comportamiento responsable. También procurar incorporar a tus hábitos todo aquello que consideras honestamente que va a ser mejor para el medio ambiente; procurar también, dentro de nuestras posibilidades, incorporar también esta conciencia medioambiental. Formarnos, leer mucho, formarse con expertos y atender poco a esas ideas delirantes, esa post-verdad de fácil acceso en Internet. El sentido lo tiene la ciencia, la educación y, poco a poco, con esos pequeños hábitos, si somos capaces de contagiarlos, evitaremos grandes catástrofes. Las pequeñas acciones multiplicadas por millones de personas son mucho más eficaces que una gran acción heroica de una película de Hollywood.