El deterioro del medio ambiente es una de las preocupaciones con mayor capacidad de movilización social. Desde que hace 25 o 30 años son infinitas las energías que se han puesto en la búsqueda de soluciones. Pero el tiempo pasa, las emisiones aumentan, los residuos se acumulan y todavía estamos lejos de cualquier atisbo de avance. Más bien, parece que las acciones materiales, más allá de ideas teóricas y promesas, hacia la protección del medio por parte de la política son tímidas en Europa, e inexistentes en el resto del mundo.
La concienciación medioambiental está, al menos en España y Europa, profundamente enraizada en la educación y en la acción social. Todos nosotros hemos escuchado las tremendas predicciones e incluso experimentado personalmente la creciente duración del verano o hemos visto los plásticos en las playas o en los ríos. Como consecuencia, el problema está constantemente presente en el debate político. Pero, al final, cuando llega el momento de la verdad, la atención se desvía a los problemas político-sentimentales de siempre: que si Cataluña, que si Franco, que si nos invaden los inmigrantes… No digo que no sean temas que no requieran de trabajo y de solución, pero ¿de qué nos servirán si dentro de 50 o 60 años se tiene que evacuar Barcelona o Melilla por el aumento del nivel del mar?
Hay, sin embargo, dos factores de futuro en los que creo que hay que tener esperanza. El primero es la Unión Europea, que es la única organización política que parece tener voluntad de cambio, con acciones como la prevista prohibición de cubiertos y pajitas de plástico para el 2021. La legislación que allí se apruebe va a tener un papel decisivo. Pero no puede la sociedad despreocuparse y dejárselo todo a la UE. En el panorama actual, el futuro de la UE es tan negro como el de nuestro planeta. Por eso el factor más importante es el factor social, el cambio del modo de vida y de pensamiento. Las grandes transformaciones históricas sólo han tenido éxito cuando la gente confió en ellas y las impulsó. La salvación de nuestro planeta no es una excepción. Por suerte para todos, recientemente hemos visto a gente, como Greta Thunberg, que han sido capaces de organizar protestas masivas de los jóvenes en diversos países. Las manifestaciones en sí no solucionarán nada, pero demuestran que la juventud tiene asumida la lucha por el medioambiente y la necesidad de un cambio.