María José Alonso Fernández (Carrizo de la Ribera, León, 1958) es una pionera en la nanofarmacología. Estudió Farmacia en la USC y se doctoró en Tecnología Farmacéutica por la misma universidad. Continuó su formación en Francia y en Estados Unidos, en el prestigioso MIT. Actualmente trabaja en el CiMUS, donde lidera el grupo más innovador en nanotecnología farmacéutica de España, el grupo de Nanomedicina y Liberación de Fármacos (Nanobiofar). Esto la ha llevado a ser nombrada la investigadora más influyente a nivel nacional en 2019 por el impacto de sus trabajos. Nos reunimos con ella en su despacho en el CiMUS, repleto de sus numerosas distinciones y premios, fruto de una trayectoria extraordinaria.
PREGUNTA. Estamos estudiando bachillerato y pronto tendremos que tomar decisiones sobre nuestro futuro profesional. ¿Por qué decidió usted estudiar farmacia y cómo fue su formación?
RESPUESTA. No lo tengo muy claro, pero sí que recuerdo durante la Enseñanza Secundaria y el Bachiller mi tendencia hacia la química, más que a la biología. Yo creo que cuando llegó el momento de tomar la decisión, que dudé mucho con química, con ingenierías (si hubiera habido ingeniería química). Pero es cierto que en aquel momento veía farmacia como la química aplicada al medicamento y para mí era un enigma saber por qué una entidad química determinada podía ejercer un efecto determinado en el organismo. Eso me intrigaba. Cómo interaccionaba ese ente químico con nuestro organismo de tal modo que nos quitaba el dolor, que nos reducía los niveles de glucosa en sangre... Eso para mí era una inquietud, una curiosidad. Fue por lo que decidí que era la química aplicada a la biología y opté por farmacia.
P. Gracias a sus investigaciones se han desarrollado nanoestructuras que transportan los fármacos de modo que estos llegan a su lugar de acción de forma más segura. ¿Podría explicarnos de forma sencilla cómo funcionan estas nanoestructuras?
R. De forma más sencilla, estas moléculas químicas, estos fármacos, uno tiene que imaginar que cuando llegan al torrente sanguíneo van a donde tienen que ir. Ese ente químico llega a la sangre y va al hígado, al corazón, al riñón... al órgano a tratar. Pero en realidad no es así; los fármacos no tienen esa inteligencia, sino que se distribuyen por todo el organismo y solo una parte del mismo llega a su lugar de acción. El hecho de que el fármaco se distribuya, se disemine por el organismo de una manera no predeterminada, en general no tiene mayor problema porque no causa efectos adversos en los otros órganos. Sabéis que todos los medicamentos tienen un balance beneficio-riesgo. Normalmente el beneficio es mucho mayor que el riesgo y, aunque vayan por todo el organismo, no pasa nada. Pero hay determinados casos de fármacos donde ese beneficio ya no está tan claro. El ejemplo más ilustrativo es el cáncer, donde el mecanismo de acción de la quimioterapia consiste en matar células, pero matar células de una manera indiscriminada porque el fármaco no sabe a dónde tiene que ir. Trae como consecuencia que, a lo mejor, un uno por ciento del fármaco llegue a su lugar de acción y el resto te está causando daño. Este es un ejemplo, pero existen muchos casos de fármacos donde el balance beneficio-riesgo está muy comprometido porque no se distribuyen adecuadamente, no saben a dónde tienen que ir, se dispersan por el organismo. Si nosotros somos capaces de introducir esas moléculas de fármaco en un vehículo transportador, una nanopartícula, que va a transportar esas moléculas de fármaco hacia el lugar deseado, a nivel celular, donde haya un tumor... no cabe duda que estamos ante una terapia mucho más inteligente. Eso es lo que conseguimos con las nanopartículas. La clave está en cómo diseñar esas partículas para que cumplan esa labor de transporte del fármaco hasta su lugar de acción.
P. ¿Cómo piensa que han marcado estos hallazgos su trayectoria?
R. La carrera profesional va intrínsecamente relacionada a mi actividad investigadora. Yo decidí en su día iniciar mi actividad investigadora en este campo después de hacer la tesis doctoral aquí porque me pareció un campo muy atractivo. Era emergente, estaba empezando a utilizarse la nanotecnología y me resultó atractivo. Lo que hacíamos hasta entonces era algo mucho más sencillo (comprimidos, cápsulas) algo más macroscópico. Este mundo de lo nanométrico parecía algo desconocido y a la vez atractivo. Fue donde decidí ir a formarme al extranjero: primero a Francia y después a Estados Unidos. Una vez que entras en un campo y ves que has logrado algo, en cualquier ámbito de la investigación, pero sobre todo en el de la salud, la satisfacción es muy grande. Ese algo normalmente es algo muy pequeño, nanométrico también; hacemos contribuciones que publicamos en artículos científicos. Es el conjunto de esa literatura científica lo que hace que avance el conocimiento y puedan diseñarse nuevos fármacos.
P. ¿Tiene algún hábito o costumbre que le haya ayudado a llegar a donde está?
R. Más que hábito o costumbre, yo creo que tengo hábito de trabajar mucho. Más que hábitos yo diría perfiles personales. Creo que a mí me encantan los retos y que soy muy persistente, muy determinada; cuando se me pone, hago todo lo posible por conseguirlo. Yo creo que eso ha jugado un papel. En la investigación hay que ser atrevidos y determinados, es decir, fijarse un objetivo y sí o sí . A lo mejor no llego a ese objetivo, porque eso es lo más corriente en investigación, pero con esa determinación, fijada en ese objetivo, seguro que llegas a un buen puerto. Y creo que las habilidades de comunicación, de establecimiento de redes de comunicación y de contacto es algo que favorece mucho en la carrera científica. A fin de cuentas, todo lo que hacemos lo hacemos en colaboración con otros científicos y, si tienes capacidad para relacionarte, para generar una buena sintonía estás mucho más abierto a proyectos de colaboración. Los proyectos colaborativos te permiten llegar mucho más lejos. Por ejemplo, nosotros tratamos la nanotecnología como un objeto transversal, no va orientado a una enfermedad, va orientado a resolver el problema de los fármacos, de las vacunas en múltiples ámbitos terapéuticos. Trabajamos en cáncer, en enfermedades del sistema nervioso central -alzheimer, por ejemplo-, en esclerosis múltiple, en sida, en enfermedades oculares y en enfermedades dermatológicas, diabetes o enfermedades autoinmunes. En todas estas enfermedades trabajamos y lo logramos porque todos y cada uno de estos proyectos terapéuticos los hacemos en colaboración con expertos en cada uno de los ámbitos. Si es en oncología trabajaremos con oncólogos y con biólogos celulares expertos en cáncer; si es en oftalmología, en colaboración con oftalmólogos y también biólogos expertos en ese ámbito; en vacunas, con inmunólogos. Eso para mí es un aliciente enorme: estar aprendiendo continuamente con gente de ámbitos distintos. Es lo bonito de transversalidad de la tecnología, que te permite ver un ámplio espectro de enfermedades.
P. Ha estudiado durante algunos años en el extranjero, primero en París y luego en Estados Unidos. ¿Qué piensa que podemos aprender de estos países en cuanto a investigación? ¿Qué y cómo aprendió usted allí?
R. Yo aprendí muchísimo. Hay que partir de la base que era un momento histórico en el que en España apenas se invertía en investigación. Se invierte poco a día de hoy, pero de aquella prácticamente nada. Ni siquiera existía una ley de universidades ni una ley de investigación. Había una diferencia muy grande con respecto a lo que se hacía en Francia. Llegué allí y vi un laboratorio de verdad. Nosotros aquí estábamos intentándolo, pero era muy poco lo que podíamos hacer porque no existía financiación para la investigación. Francia ya fue un salto muy importante. Luego me fui a Estados Unidos al MIT, donde hay un ambiente muy dinámico de investigación y de debate. A la gente la encuentras en cualquier sitio hablando de ciencia y es como que tus neuronas se agilizan y las conexiones se establecen; y sientes la ciencia, la vives. En ambos países aprendí mucho: en Francia, porque fue mi primera experiencia y entendí lo que era programar un proyecto de investigación, el modo de pensar, la hipótesis y cómo se plantean los objetivos. En Estados Unidos lo que me llamó la atención fue lo atrevidos que eran. También porque el nivel de diferenciación es muy alto. Estaban haciendo tejidos en el laboratorio: estaban intentando crear un hígado, un páncreas. A mí me parecía aquello un poco ciencia ficción. Los americanos tienen la habilidad de entusiasmarse con sus ideas. A lo mejor no llegas a ese límite, pero vas a intentar llegar porque tienes que creértelo mucho. La investigación te la tienes que creer, tienes que estar convencido de que estás haciendo un bien a la humanidad, de que estás intentando curar enfermedades. Tienes que estar convencido de eso y, cuando estás convencido realmente, ese trabajo pasa a ser una pasión en tu vida. En Estados Unidos aprendí a apasionarme más con la investigación y que el modo en que yo trasladaba mis conocimientos a los demás era absolutamente crítico. Los americanos tienen unas habilidades que aprenden desde muy pequeñitos. En el cole hablan en público y aprenden a establecer redes de contacto. Van bastante más adelantados, incluso a día de hoy, que nosotros. Aprendí bastante de ellos en ese sentido y aprendí a disfrutar más de la ciencia.
P. Es usted la responsable del grupo de Nanomedicina y Liberación de Fármacos en el CIMUS. ¿Cree que es posible “hacer ciencia” en la actualidad en España? ¿Cómo les ha afectado la crisis?
R. Es posible hacer ciencia. Desde que yo empecé a investigar fue un continuo crecimiento lo de la investigación en España. Yo empecé en el año 82 mi tesis doctoral, después mi postdoc en el 86 y prácticamente no había nada de financiación. A partir de ahí hemos ido subiendo hasta el 2009-2010, el momento de la crisis, y esto empezó a caer. Mal que bien hay una cierta resistencia del sistema a caer. Nos peleamos por ir a Europa a buscar empresas que financien la investigación y esto sigue adelante en algunos casos; en otros no, y se está destruyendo el tejido investigador; eso está claro. La gente de la calle no lo percibe porque no tiene una consecuencia inmediata en sus vidas, pero no hay duda de que si la investigación se va reduciendo, se va anulando, va a tener consecuencias muy graves para este país. El esfuerzo que se dedica a la investigación se ve en décadas, no en unos pocos años. Yo, sinceramente, estoy muy preocupada por el escasísimo nivel de financiación, por la falta de sensibilidad. En estos días que estamos en elecciones nadie habla de ciencia y no parece que sea un tema que preocupe a los políticos. Que venga alguien y diga si hay algún país desarrollado en el que la investigación en I+D no sea, por lo menos, el doble o el triple que en España.
P. Las nanoestructuras, de las que hablábamos antes, son un gran avance que permite mejorar las vacunas; recientemente hay un gran movimiento antivacunas. ¿Qué opina de esto? ¿Qué le diría a estos padres que se niegan a vacunar a sus hijos?
R. Para mí es incomprensible, es el resultado del desconocimiento. Las vacunas han supuesto posiblemente la transformación más importante en salud, desde la perspectiva de la prevención de enfermedades infecciosas. Por tanto, ir en contra de las vacunas, no querer vacunar a sus hijos, me parece que es, por un lado, desconocimiento y, por otro, irresponsabilidad. Cuando uno no conoce, tienes que delegar en lo que deciden las autoridades sanitarias y las autoridades sanitarias y las agencias de evaluación de medicamentos tienen como objetivo vigilar la salud de un país. Me parece de una irresponsabilidad enorme y que no se puede tolerar. El estado tiene que actuar contra esta serie de individuos que se niegan a aceptar el conocimiento científico y ponen en peligro al resto de la población.
P. Ha publicado numerosos artículos científicos. ¿Qué papel cree que debe tener la divulgación científica en nuestra sociedad?
R. Muy importante. Un individuo solo no llega a descubrir un medicamento. Lo que hacemos son pequeñas aportaciones continuas que vamos publicando y este conocimiento se va acumulando y una corriente de conocimiento llega a dar como resultado un nuevo medicamento. Normalmente no es la albor de un individuo solo, sino el conocimiento acumulado procedente de muchos investigadores. Ese conocimiento se adquiere a través de los artículos científicos. Por lo tanto, si yo investigo y no difundo mi conocimiento, ¿quién se beneficia y a dónde voy a llegar sola? A ninguna parte.
P. Los medios de comunicación permiten que muchos científicos tengan una gran presencia mediática. ¿Qué papel cree que deberían tener estos profesionales a la hora de reivindicar el papel de la ciencia en la actualidad y en el futuro?
R. Yo considero que la presencia mediática de los científicos es bajísima. Si nos fijamos en todo lo que circula por la televisión, la ciencia casi ni se menciona. Incluso a nivel de redes sociales; en internet hay ciencia, pero no es lo que la gente está mirando habitualmente. La divulgación científica en España es todavía muy limitada. Habremos llegado a un punto indicado cuando un tema de conversación común en la calle sea sobre ciencia, por parte de gente que no sea científica. Cuando yo vaya por la calle y la gente me pregunte, como me ocurrió en Estados Unidos, a qué me dedico, le respondo que hago investigación y, a continuación, me pregunte sobre lo que investigo. En España es raro que te pregunten eso. La respuesta suele ser: “Ah científica…” Todavía no hemos llegado a calar en todos los estratos sociales de forma que vean a los científicos y a la ciencia como algo esencial en la sociedad.
P. Lleva muchos años dedicándose a la investigación. ¿Qué diferencias encuentra entre la actualidad y sus inicios en la ciencia?
R. La diferencia esencial está relacionada con la financiación. En mis inicios había muy poco margen de riesgo. La investigación es riesgo, es partir de una hipótesis y plantearse unos objetivos intentando llegar a unas conclusiones. El nivel de riesgo que podíamos aceptar en aquel momento era mucho más bajo. Teníamos que estar seguros de que teníamos resultados. Nos movíamos dentro de una serie de parámetros bastante previsibles. Esto no te permite desarrollar tu creatividad ni llegar muy lejos. Es un trabajo más de desarrollo que de investigación. La investigación es el mundo desconocido y, por lo tanto, implica riesgo e implica financiación.
P. Ha recibido usted numerosos premios, entre ellos el prestigioso premio International Founders Award. ¿Cómo ha afectado esto a su carrera?
R. Creo que los reconocimientos son muy importantes, no solo para mi carrera científica sino para el laboratorio que dirijo en su conjunto. Para mis discípulos, mis doctorandos y postdocs, es importante que el laboratorio en el que trabajan sea conocido y tenga un prestigio internacional. Cualquier reconocimiento que hagan a mi carrera va a ser un reconocimiento a todo el laboratorio y se van a beneficiar todos los que trabajan en él. Además, nos vamos a beneficiar de forma más directa simplemente estableciendo más colaboraciones y más posibilidades de financiación de otros países; pero también, si uno de mis doctorandos intenta conseguir un contrato de postgrado en el MIT, la va valer mucho más que el laboratorio en el que ha hecho la tesis tenga un reconocimiento y que haya recibido muchos premios. Es bueno para nuestra visibilidad pero también para nuestro propio ego, para nuestra propia satisfacción. A fin de cuentas somos humanos y necesitas, ya que económicamente no tienen una gran compensación, por lo menos que se reconozca con este tipo de reconocimientos el esfuerzo del trabajo que haces.
P. Está teniendo lugar una gran revolución feminista. ¿Ha percibido usted esto en el mundo de la ciencia? ¿Cómo ve el futuro para las mujeres en la ciencia?
R. Yo lo veo muy bien. En ciencia trabajan muchas mujeres, no es cierto que no trabajen. El problema está en que suelen quedarse en niveles de no demasiada visibilidad. Cuando uno va a un congreso, la mayoría de los trabajos que se presentan en formato tipo póster y el movimiento que se ve en los congresos es con un porcentaje de mujeres alto, probablemente más que de hombres. Pero cuando uno va a ver a los grandes conferenciantes, a los conferenciantes plenarios, son mayoritariamente hombres. Cuando uno sube a ver quién gobierna esta sociedad, te encuentras con que son hombres. Pero en trabajo de laboratorio a nivel técnico lo hacen muchísimas mujeres; hay muchísimas mujeres haciendo la tesis. Poco a poco la mujer va renunciando a ese tipo de promoción. A lo mejor alguna ha encontrado dificultades, pero yo siempre digo que yo no he encontrado ninguna barrera sexista a la hora de la progresión en mi trabajo. A veces las barreras son culturales y una misma se las impone. El hecho de que después de hacer una tesis doctoral, para seguir una carrera investigadora, es casi requisito indispensable hacer una estancia postdoctoral de varios años en el extranjero, frena a muchas mujeres y no tanto a los hombres. Hay una serie de barreras educacionales y culturales que hacen que la mujer no tenga la visibilidad que le corresponde en ciencia y que la mujer se vea abocada a renunciar a ese desarrollo profesional porque en una etapa de tu vida pueda no ser compatible con tus deseos personales.
P. Los nanofármacos ya se están utilizando para el tratamiento contra el cáncer. ¿De qué manera cree que esta vía ayudará a encontrar un camino para la cura del cáncer o, por lo menos, a tratarlo de un modo más eficaz?
R. Ya a día de hoy existen nanomedicamentos para el tratamiento del cáncer con los cuales se ha conseguido mejorar la eficacia y reducir la toxicidad de algunos fármacos. No partimos de cero, ya están ahí los medicamentos; están comercializados y se están utilizando. Sin embargo, yo siempre digo que lo mejor está por venir porque es todavía un ámbito incipiente; no llevamos ni medio siglo trabajando y es un tiempo todavía muy corto. La nanomedicina se ha convertido en un ámbito absolutamente multidisciplinar: biólogos, químicos, físicos y farmacéuticos trabajamos en colaboración. Estoy convencida que ese trabajo colaborativo va a dar lugar a frutos muy interesantes en particular para el tratamiento del cáncer.
P. Nosotros tenemos claro que nos queremos dedicar a una carrera científica, pero hay muchos jóvenes que aún tienen dudas. ¿Qué les diría usted para incentivar la vocación científica?
R. Para mi hacer ciencia, investigar, es vivir muy intensamente. Realmente, para un científico se fusiona tu vida personal con tu vida profesional. Es algo que vives con pasión y, como lo vives con pasión, no estás pensando a qué hora salgo de este trabajo; no es percibido así. Uno tiene ganas realmente de trabajar porque lo ves como una diversión. Yo lo que digo es: si tienes una mente inquieta, creativa y si eres determinado, no encontrarás otro trabajo mejor que la investigación. Además, volviendo al tema de género, hay que decir que la investigación te permite organizar tu tiempo muy bien. Tú decides si un día quieres trabajar 12 horas y otro quieres trabajar menos, porque estás menos inspirada. Otro día tienes que terminar un proyecto y tienes que trabajar más. Hay mucho trabajo que se puede hacer desde casa. Desde el punto de vista de conciliar vida personal y vida profesional la investigación es una dedicación estupenda. A mí cuando me preguntas cuántas horas trabajo, no lo sé. Hay veces que estoy en la ducha y estoy pensando en un experimento que voy a hacer hoy. Es genial que, sin darte cuenta, estés pensando en tu trabajo y que estés disfrutando de ello. Si quieres ser feliz en tu trabajo, opta por la carrera científica.