Recuerdo el primer semestre del año académico 2017-2018. En el primer día del curso Fundamentos Filosóficos de la Educación (EDFU 4019), el Profesor Dávila dio una cátedra que cambió mi manera de ver el magisterio. ¿Cómo lo hizo? Al introducir a dos pedagogos de excelencia: Eugenio María de Hostos y Paulo Freire. Fue tan fuerte la impresión que causó en mí cómo el Profesor Dávila introdujo el curso, que me sentí obligado a pedir prestado en la biblioteca libros escritos por estos educadores, específicamente, Ciencia de la pedagogía de Hostos y Pedagogía del oprimido de Freire. Aquel mismo semestre, no estudié más de dos semanas, pues me di baja total debido a los efectos del Huracán María. Sin embargo, pude leer aquellas dos obras, y, desde ese momento, tener una profunda convicción que ser maestro de excelencia se trata de una sola palabra: relación. El perfil del carácter de Freire y de Hostos que se desprende de una lectura de sus respectivas obras ha sido lo más significativo en mi comprensión de lo que es ser educador.
Ser un maestro de excelencia es conducir. Conducir, tal y como lo concibe Hostos (1991): “educar es conducir (“ducere”, conducir; “e”, apócope de ex, hacia fuera); es decir, que educar es conducir de adentro hacia fuera; en cierto modo, es como cultivar” (62). Hostos no solo define conducir, también emplea una comparación de cómo se da el proceso de conducir o cultivar la razón en los estudiantes. Metafóricamente, habla de “facilitar el esparcimiento de las raíces”, proporcionar condiciones que favorezcan y faciliten el crecimiento, tratar de que el tallo crezca recto, evitar cambios violentos, y, por último, cuando la planta “ya esté formada y esté fuerte, abandonarla a su libre desarrollo” (Hostos 62). Es decir, que no conduzco al estudiante a la dependencia, sino que lo conduzco hasta llevarlo a la independencia, a su “libre desarrollo”. Considero este último punto crucial en la meta de un educador; esencialmente, se trata de que en el proceso de relación que es la educación, el estudiante supere al maestro. Paralelo a lo que Fernando Savater discute en su Conferencia Magistral (2014): se educa para superar. Un maestro educa para que lo superen, para que los estudiantes se superen a sí mismos, y para que entre sí superemos juntos las condiciones de nuestra existencia.
Ser un maestro de excelencia conlleva, como diría Hostos (1991): “convertir los deberes en costumbres” (46). Esto último tiene que nacer de un educador que abraza la educación como un acto de amor y, por lo tanto, como un acto de valor (Freire 1969). Un educador que no ama no es capaz de relacionarse, no es capaz de cumplir con sus deberes. Un educador que no tiene valor, y que carece de excelencia, practicaría sus deberes en tanto recibe derechos. En este aspecto, tengo que diferir de Hostos; como es citado en Si Hostos estuviera hoy en nuestro cielo y suelo de Pascual Morán (2014), él afirma: “Cumple con tus deberes y gozarás con todos tus derechos” (26). Esto no siempre es así. Hoy, ser maestro de excelencia nos obliga a cumplir con nuestros deberes, sin necesariamente gozar de todos nuestros derechos. Por eso, en el Seminario Reflexivo Profesional (FAED 4001), tomado durante el primer semestre del año académico 2018-2019, afirmé que “ser educador es pasión”. Me refería a “pasión” en su sentido principalmente etimológico de “passio”, que es sufrir o padecer (“Passion”). Ver la educación como un acto de pasión es verlo como un acto de amor. Son dos elementos que no se pueden separar. La educación como un acto de amor, consecuentemente, es un acto de valor (Freire 1969), pues requiere valor cumplir con los deberes y formar relaciones cuando parece inviable. Esto me acuerda a las imágenes en la actividad de “Las láminas” que compartimos en FAED 4001: una maestra junto a sus estudiantes, en un lugar donde las condiciones de existencia muy probablemente impidan el que tanto ella como los niños adquieran más recursos económicos. No obstante, esto no significa que en este escenario no se pueda lleva a cabo lo que Freire (1970) llama la vocación ontológica del sujeto del ser más, en contraposición al mero tener más (94). Esta superación no se puede dar si no hay una educación que cumple con sus deberes de practicar una relación conjunta de amor y de valor. Por ello, cuando digo que ser educador es pasión, pasión como sufrimiento, no considero esto un punto de vista pesimista. Al contrario, en donde hay pasión, hay entrega, hay sacrificio —actos imprescindibles para poder alcanzar la superación.
Luego, decir que ser maestro de excelencia conlleva una relación de amor y valor, necesariamente nos lleva a la conclusión de que es un proceso que nunca se da a solas. En las palabras de Freire (1970): “ya nadie educa a nadie, así como tampoco nadie se educa a sí mismo, los hombres se educan en comunión, y el mundo es el mediador” (86). Esto va a la par con el escrito Universidad: Donde enseñar y aprender es recíproco (2016) de Carlos Rubén Carrasquillo, en donde el autor aboga por una comunidad universitaria integrada y facilitadora. No hay nada más deshumanizante que una educación impersonal y nada degrada más la calidad de la educación. Si no me relaciono con mis compañeros y compañeras estudiantes, si no me relaciono con mi profesorado y con mi comunidad, entonces, ¿qué diferencia hay en el que me enseñe una computadora o me imparta los cursos una maquina robótica si no se practica la convivencia humana? Parece un alegato básico, pero es que la educación de excelencia está enraizada en las formas más elementales de la vida, esto es, en la relación. Nuevamente, en palabras de Freire: “esta búsqueda del ser más no puede realizarse en el aislamiento, en el individualismo, sino en la comunión, en la solidaridad de los que existen…” (94).
En conclusión, estoy convencido de que un maestro de excelencia tiene como meta y método el relacionarse con sus estudiantes para que ellos logren superarse, y en ese mismo proceso, el maestro también se va superando. Retomando la metáfora de Hostos, es cultivar y conducir para que el estudiante llegue a su libre desarrollo. Esto es un proceso de pasión, que es imposible hacerlo excelentemente si no es con amor y valor. Sin amor y sin valor, no hay relación, pues solo “yo existo”, y no puedo conocer la existencia de aquellos que me rodean. Aspiro a ejercer esa educación de valor, donde yo me sacrifique por el que me rodea, para conducirlo a través de su vida y llevarlo a la superación integral de sí mismo, de sus condiciones existenciales, y de mí mismo como cultivador de sus potencialidades.
Referencias
Carrasquillo Ríos, C.R. (2016). Universidad: Donde enseñar y aprender es recíproco. ENDI.
De Hostos, Eugenio M. Ciencia De La Pedagogía. Editorial de la Universidad de Puerto Rico, Puerto Rico, 1991.
Freire, P. (1969). La educación como práctica de la libertad. México: Siglo Veintiuno Editores.
Freire, P. (1970). Pedagogía Del Oprimido. México: Siglo Veintiuno Editores.
Pascual Morán, A. (2014). Si Hostos estuviera hoy en nuestro cielo y suelo… Mensaje hostosiano al magisterio. Revista Educativa Cultural Guácara. Año. 2 Num. 2. enero-junio 2015.
“Passion”. Definition of Passion in English by Oxford Dictionaries. Oxford Dictionaries. English, Oxford Dictionaries, en.oxforddictionaries.com/definition/passion.
Savater, F. (2014). El valor de educar. Conferencia Magistral. Universidad de Puerto Rico, Recinto de Rio Piedras.