La vida y la educación comparten una relación biunívoca: se educa para la vida, pero la vida en sí educa. Mi filosofía educativa, por lo tanto, es el cúmulo de todas mis experiencias vividas. Mi crianza, mis creencias, mi educación formal, y mi apego a ciertos autores influyen mi pensar en cuanto a la sociedad, la intelectualidad, la ética, el currículo, la enseñanza y el aprendizaje y el maestro. A continuación, describo brevemente lo que pienso respecto a estos siete temas.
La sociedad es sinónima a cultura. No puede existir una sin la otra. La cultura es el proyecto de vida de una sociedad, según Edmundo O'Gorman. En la educación, quiero contribuir a una sociedad libre, por lo que debo trabajar para que el proyecto de vida de mis estudiantes sea alcanzar la libertad. Una sociedad libre es una que sabe comunicarse; en otras palabras, una que sabe hablar y escuchar, leer y escribir. Mi acepción del concepto de la “emancipación mental” del cual Eugenio María de Hostos escribió se vincula a esta definición de cultura. En una sociedad, la educación debe promover la libertad de expresión, el flujo constante de ideas, para que mentes emancipadas puedan juzgar esas ideas sin censura. Quiero contribuir a una cultura de libertad: que el proyecto de vida de la sociedad sea hablarnos y escucharnos, leernos y escribirnos —libremente.
El intelecto, visto como facultad del espíritu, es agencia del individuo. Cada persona debe cultivarlo a su manera. En una sociedad y una cultura libre, el individuo puede desarrollar sus capacidades mentales sin restricciones. Cada estudiante es una persona cualitativamente irrepetible, indivisible; la educación debe propiciar el desarrollo intelectual de cada uno de ellos. Aunque este desarrollo intelectual es desigual, la educación debería permitir el afloramiento del individuo: la educación que parte del individuo mismo permite que este sea siempre más. El ser más que la educación puede propiciar se logra cuando los individuos saben comunicarse consigo mismos, esto es, cuestionarse todo. Una educación que siembra y cultiva el cuestionamiento es una que permite que el individuo desarrolle su intelecto.
La ética, por otro lado, se puede analizar como una esfera de la vida misma. Lo ético, aunque se define de muchas maneras, tiene que ver con las virtudes; esencialmente, la ética se preocupa del otro en relación con mis acciones. Mi definición preferida de la ética sería regard for others. Podría traducirlo como empatía o responsabilidad hacia los demás; sin embargo, considero estas traducciones como virtudes éticas, no la ética en sí. Quizá el tomar en cuenta al prójimo sea una definición similar, pero en el “tomar en cuenta” no hay una acción empática sino meramente un acción de reconocimiento del otro. Idealmente, amaríamos al prójimo, pues en toda ley, virtud, moral y ética, el amor es la condición imprescindible. En los Estudios Sociales, la conversación sobre la ética ocupa un lugar importante, pues en esta disciplina estudiamos las consecuencias de nuestras acciones en la política, la economía y la historia. Por lo tanto, la ética es una esfera de la vida que no puede manifestarse sin conocer al otro, sin un conocimiento de la sociedad.
El conocimiento, por lo tanto, no debería estar limitado o suscrito a un solo paradigma educativo. El currículo debe centrarse en el estudiante: que este lo construya, lo intuya, lo memorice y lo experimente. El maestro, en ocasiones, debe guiar y hasta transmitir conocimiento. El currículo y el conocimiento no tienen que ser balanceados simétrica u homogéneamente; al contrario, el currículo debe proveer la flexibilidad para que el producto del aprendizaje sea estudiantes motivados, libres y éticamente conscientes. Además, el currículo que potencia el intelecto libera el pensamiento de cualquier limitación, por lo que las disciplinas también se deben liberalizar: las artes del lenguaje se deben consideran junto a los Estudios Sociales, las artes liberales junto a las disciplinas más objetivas, como la matemática, y así con cada una de las materias que se consideren más objetivas.
Una educación liberadora, por ende, utiliza la libertad como herramienta de enseñanza y aprendizaje. No se limita a un solo concepto, a un solo vocabulario, a una sola disciplina, a un solo idioma, a una sola cultura, a una sola expectativa, a una sola unidad o a un solo estándar. Si en una clase de Estudios Sociales, los estudiantes se interesan por la etimología de las palabras o la evolución del lenguaje, el aprendizaje libre requiere que haya un salto de una disciplina a otra. Aunque el actual sistema de educación pública está diseñado para la muerte del individualismo, se debe fomentar la atención individualizada como método de enseñanza. La meta sería que el maestro llegue a ser tutor del estudiante. Sin embargo, en grupos de 30 estudiantes o más, los métodos de enseñanza y aprendizaje más prácticos y realistas son aquellos que no permiten que se manifiesten las necesidades y los talentos de los estudiantes: la mera transmisión, explicación y memorización; las presentaciones en conferencias; y los exámenes objetivos. En grupos más pequeños se da la oportunidad, escasamente aprovechada, de estrategias de enseñanza y aprendizaje que potencian y liberan al estudiante: la mayéutica, la discusión de temas particulares, la lectura profunda y la investigación y experimentación.
El rol del maestro, por consiguiente, es enfrentar las situaciones límites que se le presentan; estas situaciones límites son políticas, económicas, sociales y ontológicas e impiden el desarrollo del individuo, consecuentemente, el de la sociedad. El maestro tiene el reto de superar estas barreras para que se alcancen las metas para los temas expuestos: una cultura de libertad, el intelecto desencadenado, el amor necesario para una ética virtuosa, un currículo sin límites, y un proceso de enseñanza y aprendizaje que potencie y libere al estudiante. ¿En una sociedad desalentada y desmotivada hacia la educación, cómo se superan estas barreras que impiden el afloramiento —flourishing— del individuo? Aunque la respuesta a esta pregunta requeriría de otro ensayo, diría que esto se logra con un salto de fe1: aun cuando son muy pocos los que lo consideran posible, creer que se puede.
1Salto de fe o leap of faith es un término definido por Soren Kierkegaard en Temor y temblor. El salto de fe requiere de dos movimientos. Primero, la resignación infinita: perder todo lo que se considera imprescindible; segundo, el movimiento de fe por virtud de lo absurdo: creer que se podrá recuperar o que se obtendrá aquello que se perdió en, o como resultado de, el movimiento anterior.