Mi nombre es Leonardo Núñez Quiñones y mi trayectoria educativa comenzó en mi hogar en el barrio Tanamá de Adjuntas, Puerto Rico. En Tanamá comenzó mi formación, rodeado de mi familia y de mi comunidad. Desde mi infancia mi hambre por el conocimiento ha sido insaciable. Prueba de esto es el constante cuestionamiento que me ha acompañado toda mi vida, como cuando le pregunté a aquella maestra de escuela bíblica, con tan solo cinco años: “Pruébame que Dios es infinito”. Esta curiosidad intelectual es uno de los aspectos que más me describe, por ello, siempre seré estudiante. Estudiante del mundo y estudiante de todos, pues he aprendido que todo ser humano, desde el más simple hasta el más docto tiene experiencias que puede transmitir, de las cuales se puede aprender. Considero este último aspecto como el que más me describe, aunque otro aspecto es mi anhelo de dar lo mejor de mí siempre. Me gusta leer, escribir, conocer de otras culturas, y escuchar a los demás. Aun como maestro en formación, mi aspiración es a nunca dejar de ser un estudiante. Ante este recuento de mi trayectoria, he afirmado mi vocación por el magisterio.
Desde kínder hasta undécimo grado estudié en el sistema de educación pública; todas las escuelas localizadas en Adjuntas. De kínder a tercero estudié en la Domingo Pietri Ruiz, de cuarto a sexto grado en la Washington Irving, de séptimo a noveno grado en la Rafael Aparicio Jiménez, y de décimo a undécimo grado en la José Emilio Lugo. En undécimo grado busqué, de todas formas, adelantar el cuarto año. Pensé que quizá la educación universitaria potenciaría mi curiosidad intelectual —algo que la escuela no hacía, con excepción de algunos pocos maestros que sí lo hacían. Me propuse llegar a la universidad lo más rápido posible, e ignorando a los que me decían que no lo hiciera, adelanté mi cuarto año en el mes de junio del 2015, en una escuela privada, la Academia Alexandra, en Ponce. Así, a mis dieciséis años comencé mi educación universitaria en la Universidad de Puerto Rico (UPR) en Ponce, en un programa de bachillerato, de traslado articulado a Rio Piedras, en Antropología Sociocultural. En realidad, no me arrepiento ni en lo más mínimo de haber tomado esa decisión de adelantar el cuarto año. Desde que comencé mis estudios universitarios he aprendido a buscar el conocimiento por mi propia cuenta, sin importar lo que ocurra. La universidad desencadenó la búsqueda independiente del conocimiento que la escuela había encadenado.
Siempre, aun desde niño, quise ser maestro. No obstante, el ambiente que me rodeaba —que hoy más que en el pasado está presente— desalentó el que desde un principio optara por escoger la Educación como carrera, por eso empecé en Antropología. De hecho, mi madre es maestra de inglés elemental y sus experiencias con el Departamento de Educación la han desalentado también. Aunque ama su vocación y sobre todo a los niños, las imposiciones y la desorganización del sistema de educación añaden cargas que dificultan su trabajo. Ella, entre muchas otras personas, me aconsejaban a que buscara especializarme en un área y que buscara ser profesor —que hiciera todo menos envolverme en el sistema de educación pública. Todavía me dicen lo mismo. Aunque no sé si en el futuro vaya a trabajar en el sistema público o privado, y aunque no sé hasta cuándo estudiaré y hasta qué nivel, es el acto mismo de educar en el que me quiero ocupar. Y desde un principio, estudiar en la primera institución que preparó maestros en Puerto Rico desde el 1903, la UPR en Rio Piedras, me pareció la mejor forma de adquirir las herramientas necesarias para el magisterio.
Por eso, después de un año y medio en Ponce, desde agosto del 2015 hasta el primer semestre del año académico 2016-2017, me trasladé a la UPR en Rio Piedras. Al culminar mi segundo año universitario, decidí cambiar mi concentración a Educación en Estudios Sociales. Hice el cambio después de mucha deliberación. Quería hacerlo y a la vez, no me sentía muy seguro si lo debía hacer. Aun cuando solicité el cambio y ya había sido reclasificado mi bachillerato, todavía seguía sintiéndome inseguro en cuanto a mi decisión. Un bachillerato en educación me requería más tiempo, mientras que el bachillerato en Antropología se terminaba, para aquel entonces, más pronto. Desde todos los ángulos, estudiar para ser maestro significaba tomar un camino más difícil y sacrificado, que toma más tiempo y que es poco valorado. Ser maestro siempre ha sido mi deseo, pero, a lo largo de mi devenir, he necesitado de varias reafirmaciones. A continuación, expongo algunas de esas experiencias que reafirman mi vocación.
Me reafirman los maestros mediocres que me desmotivaron. No sé si haya razón que justifique la dejadez, la falta de creatividad y la falta de vocación en algunos maestros con los que tomé clases. Muchísimas veces estuve en salones de clase en donde materias tan profundas e interesantes fueron presentadas como lo más aburrido del mundo. Insostenible, cuando el mundo está lleno de objetos de estudio verdaderamente asombrosos —las ciencias, los idiomas, la Historia y mucho más. Constantemente estas materias eran despilfarradas, pasadas por encima como poco por maestros que a veces ni podían disimular su falta de preparación; peor aún, su falta de interés. Por ejemplo, en una clase de ciencias los exámenes eran sopas de letras y crucigramas. En otra clase de ciencias, los cincuenta minutos se iban en copiar en la libreta el material escrito diminutamente en dos enormes pizarras. Y una clase de educación física constaba del maestro dividir el grupo en pares, y literalmente, enviarlos a caminar por la escuela. Muchos me han dicho que no es lo mismo ver las cosas desde afuera, que realmente estar dentro de ellas. Es cierto, en parte, pero tal argumento falla cuando otros maestros dentro de ese mismo sistema anacrónico lograron ser excelentes. El sistema claramente tiene fallas, pero esto no ha impedido que otros maestros lograran sobrepasar los limites de un sistema ineficiente.
Por eso, también me reafirman los maestros que superaron la idiosincrasia social que desalienta la educación auténtica. La gran mayoría de los padres y de los estudiantes que me han rodeado —tanto en la escuela como en la universidad— solo buscan lo fácil; la manera más fácil de obtener una buena calificación y evadir las responsabilidades y los deberes. El interés genuino de aprender y la curiosidad intelectual son escasos. Por tal razón, en una sociedad que en realidad desalienta el verdadero proceso de exploración y de descubrimiento que es la educación, no es de sorprender que se tenga en poco al maestro y al profesor. No obstante, esto no detuvo a muchos de los maestros que tuve quienes, con una paga muy por debajo de sus habilidades, con una carga de trabajo y unos requerimientos absurdos y con unas interrupciones innecesarias, sobrepasaron, sobresalieron y enseñaron. Ellos superaron una idiosincrasia de mediocridad y me reafirman en mi trayectoria educativa por la educación.
Por último, me reafirmó en la vocación por la educación una experiencia de intercambio que tuve el segundo semestre del año académico 2017-2018, en Bowdoin College, en Maine. Bowdoin College ofreció dicho programa de intercambio en respuesta al azote del huracán María. Esta fue una oportunidad que se me presentó en momentos de desespero y desesperanza, en donde decidí darme baja total el primer semestre del año académico 2017-2018. Sin luz, sin agua, sin ningún tipo de conectividad, con carreteras rotas y con una gran incertidumbre, las condiciones que me rodeaban me desalentaban e impedían un proceso de estudios eficaz. Sin embargo, esta experiencia de intercambio me llevó a experimentar un cambio dramático. Allá en Maine experimenté oportunidades y privilegios que probablemente nunca volveré a tener. Este cambio tan drástico, me llevó a anclarme en el amor por la educación como nunca: tuve oportunidades que nunca imaginé tener y quiero compartir lo que aprendí. Nunca imaginé que mi trayectoria educativa me iba a llevar a momentos de gran satisfacción como ese. Aun hoy se me hace difícil entenderlo, pues mi trayectoria educativa ha sido una de muchas dificultades y de muchas situaciones que me han llevado al límite. Como maestro, aspiro facilitar el proceso educativo, conducir a los estudiantes a descubrir y a explorar, y hacerles sentir que aunque cuesta mucho sacrificio y pasión, nunca es en vano —vale la pena.
En los próximos años espero continuar las experiencias transformadoras por las que he pasado en esta Facultad de Educación, como conocer a muchos profesores y profesoras que inspiran, como conocer a educadores admirables como Paulo Freire y Eugenio María de Hostos y como las oportunidades de conocer a otros compañeros estudiantes que también comparten la pasión por la educación. El futuro siempre está lleno de incertidumbre. Lo que tengo por cierto es que nunca quiero dejar de estudiar, y nunca quiero dejar de ser un maestro. Sobre todo, saber que siempre seré un estudiante, un maestro, y un hombre en formación; una formación que nunca acabará.
https://www.pri.org/stories/2018-06-11/puerto-ricos-public-university-system-disarray-its-not-just-because-hurricane