Música para la última visita de Bolívar a Caracas

"Compatriotas, con dulce alegría

gratos himnos por él entonad"


José Antonio Páez - Tito Salas

LA CONSTITUCIÓN, MANZANA DE LA DISCORDIA

Desde la promulgación de la Constitución de la República de Colombia (1821), los venezolanos habían exclamado su disgusto. En efecto, la elección del sistema centralista, en vez del federal, dejaba al Departamento de Venezuela sujeto a los designios de la capital bogotana (cuya elección también había causado molestias). Poco a poco se dejó ver que este tipo de gobierno favoreció al autoritarismo de aquellos que gozaban de influencias en Bogotá.

En 1824, tras los rumores de reconquista que sugerían la alianza de España y Francia, el vicepresidente Francisco de Paula Santander ordenó al Comandante del Departamento de Venezuela el reclutamiento de 50.000 efectivos para ser destinados a la capital colombina. Le fue imposible a Páez cumplir la exigencia en medio de un país que había perdido una tercera parte de su población, en quiebra y desconfiado en demasía de los neogranadinos. En medio de reclamos y unas tensas relaciones entre Caracas y la capital, Páez es destituido de su cargo y llamado a juicio a Bogotá.

Profundo desasosiego sentirían los venezolanos al verse bajo el arbitrario yugo de sus hermanos luego de verter tanta sangre y esfuerzo contra la España. Páez, sospechando de una conspiración para deshacerse de su persona y a instancias del Dr. Miguel Peña, decide quedarse en Venezuela y se declara en rebelión. Residenciándose en su casa de Valencia, da origen el 30 de abril de 1826 a un movimiento político que buscaba la separación de Venezuela de la Gran Colombia, cansados ya de no ser tener verdadera autonomía para tomar decisiones.

La exitosa Campaña del Sur había significado el fin del dominio hispánico, pero había dejado a Bolívar, a la sazón Presidente de Colombia, instalado en el Perú. Con su ausencia, dejó el camino libre a conspiraciones y luchas internas; pero al enterarse de la Cosiata decide volver a Venezuela.

LA MARCHA POR LA UNIÓN

Decidido a sofocar las pretensiones de sus compatriotas, Bolívar deja Lima el 4 de septiembre de 1826, y muy pronto dejóse ver el desagrado hacia su persona. El 14 de noviembre, en la localidad de Fontibón, fue amenazado con armas de fuego por un grupo de personas prominentes, quienes expresaron que no dudarían en disparar si el caraqueño traía intenciones dictatoriales y autoritarias; cosa que Bolívar negó, por lo que pudo seguir su camino.

En Cartagena se embarcó hacia Venezuela, arribando a Maracaibo, desde donde escribió una proclama para evitar la guerra fraticida y declaró amnistía para todos los implicados en La Cosiata. Poco después, el 31 de diciembre, atracaría el buque en Puerto Cabello, y unos días después se encamina a Valencia, con la intención de encontrarse con el Centauro.

El 4 de enero, ambos generales se encuentran al pie del cerro Naguanagua, a donde éste último había salido a recibir al Libertador; saludándose afectuosamente con abrazos y gran alegría. En muestra de confianza, Bolívar le regaló su propia espada y le restituyó como Comandante del Departamento de Venezuela, con la condición de reconocerlo a él como máxima autoridad.

El 10 de enero de 1827, luego de casi seis años de ausencia y acompañado por Páez, Bolívar entraba triunfalmente su ciudad natal. Caracas entera se engalanó, quedando como testimonio de ello las memorias del cónsul de Inglaterra en Venezuela, Sir Robert Ker Porter:

“El día de hoy despuntó con todo el ajetreo y los preparativos para el triunfo: tambores y trompetas; el pueblo de toda clase, dentro y fuera de su casa acicalándose, decorando sus ventanas y las calles; la gente vestida con sus prendas más alegres, las mansiones cubiertas con ramas y palmas entretejidas con flores y las ventanas con banderas de todos los colores, y los trajes al estilo del país y con los colores de la bandera nacional, mientras cientos de personas se ocupaban de adornar los arcos de triunfo de ayer que se levantan a una distancia de cincuenta yardas uno de otro, todos ellos con laurel y palmas enroscados. Algunos drapeados con festones irisados cubiertos de lemas patrióticos sobre los últimos acontecimientos, victorias pasadas de Bolívar y Páez, y vivas a los dos en letras gigantescas por todas partes. Los militares tomaron sus posiciones a las doce, partiendo de la Catedral y hasta la misma entrada a la ciudad de la carretera de Valencia, y se componían de la milicias de los valles, la de la ciudad, y un cuerpo de lanceros de los llanos, los mismos que hace sólo unos días ejercían toda la severidad e insolencia de tropas en la ciudad, en una tarde casi a esta misma hora; también todos los extranjeros residentes en la ciudad, a caballo o a mula - uno de cada país con la bandera nacional - se dirigían en masa a recibir al héroe de la República, y el señor Mocatta, encabezando la vanguardia, ese era portador de lo que bautizaron bandera general, supongo yo que como representación alegórica de Europa, y había de ser el orador de este epítome del viejo mundo. Poco después siguió el señor Joseph Lancaster, montado en una mula, con toda la pompa de la pedagogía, y a su saga, en orden solemne, sus muchachos, alzando las banderas de aquellos países que habían adoptado su sistema de educación; después venían los funcionarios municipales y liberales de la ciudad con sus maceros; y los colegiados y sacerdotes en sus trajes respectivos, y una infinidad de personas de todas clases, colores, e inclinaciones políticas y religiosas, borrachas y sobrias, a amontonarse, apretarse y transpirar en la gloriosa entrada que iba a escenificarse.

Cerca de las dos se anunció que Bolívar ya no estaba muy lejos, antes lo habían recibido los extranjeros, y el portavoz se dirigió a él a su llegada, y él le respondió de la manera más lisonjera hacia los europeos. No he podido saber qué fue lo se dijeron en el fondo, pero puedo pensar que ni uno ni el otro tuvieron mucha profundidad en su elocuencia. Un carruaje pequeño tirado por dos caballos, guiado, si no me equivoco, por un comerciante alemán, los recibió a él y al general Páez, ambos espléndidamente vestidos con sus uniformes más elegantes. El vehículo iba inmediatamente precedido por las autoridades constituidas, rodeadas de oficiales, edecanes, etc; a cheval. Después venían los extranjeros con sus estudiantes, la caballería voluntarias de la ciudad, la caballería de Lancaster y sus chicos y multitudes de gente regocijadas, gritando locamente ¡viva Bolívar, viva Páez, viva Colombia! Disparando pistolas, escopetas, cohetes y haciendo otras varias demostraciones de alegría y lealtad o, mejor dicho, afecto.

Las ventanas, balcones y plataformas temporales estaban repletas de damas en sus más alegres y ricas ropas, lanzándole flores de todas clases, y no fueron pocas las botellas de agua de rosas que se vaciaron sobre los héroes y los dormanes de sus dorados uniformes. Hacía un calor y varios otros etcétera propios de las calles estrechas atestadas de personas que iban desde el negro azabache hasta lo que se llama blanco aquí. Fue, sin embargo, un pequeño sacrificio que hacer ante el verdadero placer de ver tan abundante alegría y entusiasmo, vociferado y expresado en el comportamiento de cada una de las almas que asistía a la gloriosa y nunca ta apropiada llegada del Libertador. Eran muchas las damas que lloraban lágrimas de alegría, y el mismo sentimiento rodaba incluso por las mejillas de sus hermanas más oscuras. Bolívar mantuvo un semblante solemne pero afable, inclinándose ante todos y, de vez en cuando, quitándose el sombrero.

El rostro del general Páez era todo animación, y en verdad parecía un ser distinto del que - encargado como había sido dos veces de tan precaria y peligrosa posición, habiéndose impuesto el establecimiento de la independencia de la separación de una división de la República de su lealtad y relación integral con ella - ahora, libre de su responsabilidad revolucionaria y de nuevo relacionado con el Libertador y estando en tan buenas relaciones con él en cuanto a sus partidarios, le llevaba sólo a expresar felicidad en su rostro y como hermano héroe y segundo del Libertador en mérito y gloria, compartir su triunfo y los gozosos sentimientos del pueblo. La procesión de dirigió a la Catedral donde se cantó un Te Deum, y se pudo observar al entrar el presidente en la iglesia, una lágrima grande cayendo de sus ojos; en verdad sus sentimientos eran envidiables en el grande e inmortal nombre que se ha labrado.


GRATOS HIMNOS POR ÉL ENTONAD

Para el jubiloso recibimiento, Juan Francisco Meserón compuso una majestuosa canción en la que se puede sentir la trascendencia de la visita del Libertador. Meserón había servido como militar en el Ejército Libertador, por lo que no extraña lo florido de los ritmos marciales que engalanan la obra. La amplia pantilla orquestal sugiere la participación de todos los músicos caraqueños sobrevivientes, diezmados durante la guerra.

El texto invita a cantar en honor al máximo héroe, quien al oír las desgracias que afligían a Venezuela, voló cual rayo impetuoso de regreso; "y al pisar de su patria las playas una rama de olivo mostró", clara referencia a la amnistía declarada contra los promotores de la Cosiata. La canción deja ver la imagen que se tenía de Bolívar, considerándole casi un mesías que había vuelto para restablecer la paz y la unión.



EL CIELO LA VIDA SALVÓ DEL HIJO QUE VIÓ AMENAZADO

Pero no todo eran galas y ovaciones. En lo más recóndito, los enemigos de Bolívar planeaban sacarlo del juego llamado Colombia. Además del hecho de Fontibón, el Libertador había sido víctima de otro atentando, esta vez en su propia tierra, del que también salió ileso.

José María Isaza, profundo patriota y víctima de las comunes vicisitudes sufridas por aquellos fervorosos defensores de la libertad, también compuso una canción para los protocolos del 10 de enero. Bajo el título de "Venezuela celebra la dicha", la pieza, impregnada en del aura festiva/preocupante que se vivía, deja al descubierto las conspiraciones que se tejían.

Isaza adjudica y agradece al cielo la salvación "del hijo que vio amenazado" y declara que "el patriota constante y virtuoso no verá sin espanto y dolor que un "brazo pérfido atente a la vida" de Bolívar, tildando a los perpetradores de los atentados de ingratos y viles enemigos.

Estas frustradas intenciones se cristalizarían un año después, en la conspiración de septiembre en Bogotá, de la que Bolívar escapa gracias a la astucia de Manuela Sáenz.

Fuentes consultadas:
Diario de un diplomático británico en Venezuela- Fundación Polar (1997)SILVA SILVA, DIEGO - "El Pentagrama y la Espada"