Madera de eucalipto quemada

Antes de la lectura

Fusta d’eucaliptus cremada. Un relat sobre els orígens i les identitats es el primer libro de Ennatu Domingo (Etiopía, 1996), escrito originalmente en catalán. Se publicó simultáneamente en catalán y castellano la primavera de 2022. En este vídeo su autora nos explica qué le movió a escribirlo. Más adelante hablaremos también del porqué de un título tan original.

Al hilo de la lectura

Ennatu Domingo fue adoptada por una familia catalana tras perder a su madre cuando tenía siete años. El libro del que vamos a leer algunos fragmentos cuenta, fundamentalmente, lo extraordinario de su corta biografía y las necesidades que desencadenó su temprano desarraigo. Estas necesidades, como veremos, nacen en ella con mucha determinación y encuentran en su madre biológica toda la fuerza. Bueno, en su madre, Yamrot, y en las mujeres de la Etiopía rural que, en la actualidad, llevan una vida parecida a la que llevaba Yamrot. También, como veremos, Ennatu encontrará en su madre adoptiva el aliento necesario para canalizar este afán.

Los textos seleccionados intentan mostrar, por un lado, momentos clave en la infancia de la autora y, por otro, las motivaciones que hay detrás de la escritura de Madera de eucalipto quemada. Acercarnos al Diario de Ana Frank y Persépolis nos ha dado la oportunidad de pensar en las diversas razones que empujan a alguien a ponerse a escribir sobre sí mismo. En el caso de Ennatu Domingo, estas razones son expresadas en la breve sección que hemos titulado «Sobre el porqué de la escritura». Este texto da paso, a su vez, a una selección de tres fragmentos centrados en dichas razones: la necesidad de denuncia, la recuperación de la memoria y la búsquedad de la identidad. 

Arrancada cuando niña de sus raíces, la escritura de Madera de eucalipto quemada le sirve a Ennatu para conectar con su pasado y dignificar, al mismo tiempo, cuanto de ella y de Etiopía dejó atrás al llegar a Europa. 

Texto 1. Inicio

Empezamos a leer el breve capítulo que da inicio a Madera de eucalipto quemada. En él, Ennatu Domingo, con siete años, viaja con Yamrot, su madre, y su hermano menor, Mikaele.

Junto a la ventana

Salimos de Dansha hacia Wereta en un autobús lleno hasta los topes donde hacía mucho calor y apestaba a sudor. El aire era denso, costaba respirar. La carretera de tierra seca era estrecha y cada vez que nos cruzábamos con otro vehículo parecía que nos íbamos a salir de ella. Había muchos baches y el conductor se veía obligado a frenar constantemente para esquivarlos y evitar volcar. El autobús se movía como un barco en medio del océano durante una tormenta. Yo iba sentada al lado de la ventana, con mi hermano pequeño en el regazo; tenía siete años y él tres, pero no me pesaba nada. Mikaele tenía mucha fiebre y estaba tan débil que ya ni lloraba. Aunque si hubiera llorado de sed o de hambre tampoco habría podido darle nada. Ya nos habíamos terminado el dabo* y no nos quedaba agua. Viajábamos sin equipaje, solo con un puñado de birrs**, todo lo que teníamos lo llevábamos puesto. Aunque el cristal estaba bastante sucio, podía ir mirando el paisaje plano que íbamos dejando atrás. Estábamos todavía en la estación seca, pero entrábamos en la zona más verde, húmeda y montañosa de Etiopía. De vez en cuando avanzábamos a un carro tirado por un caballo, a un grupo de mujeres cargadas con hatillos de verduras en la cabeza o bajo un paraguas para protegerse del sol, andando al lado de la carretera. Los baches y socavones imprevistos me hacían golpear la frente contra el cristal. De repente vi de refilón a un maestro de la escuela de Dansha entre los pasajeros. Solo había asistido a clase un día, el único día de mi vida y, probablemente, no me reconocería pero, por si acaso, me cubrí la cara con mi netela*** de algodón blanco y estreché a Mikaele contra mi pecho. No quería que me preguntase cómo estaba mi madre. ¿No era evidente que estaba muy mal? Yamrot, sentada a mi lado, acababa de vomitar en el pasillo del autobús y la gente a nuestro alrededor nos miraba con asco. Tosía mucho y su netela estaba llena de manchas de sangre. Nadie se había ofrecido a ayudarnos. En aquella situación de poco habría servido su ayuda, el estado de Yamrot parecía irreversible. El autobús se dirigía a Gondar. Yo sabía que de Dansha hasta Wereta se tardaba dos días y que Gondar estaba a medio camino. Quizá tendríamos que volver a pasar la noche en la parada del autobús y esperar el siguiente. Pero lo que yo ignoraba era que aquella carretera polvorienta me llevaría a un destino imposible de imaginar en aquel momento.

* Dabo: Pan de harina de maíz.

**Birrs: Moneda de Etiopía.

***Netela: Tela blanca de algodón utilizada por las mujeres para cubrirse. 

Ennatu Domingo. Madera de eucalipto quemada. Navona. 2022. Páginas 9 y 10. 

Cuestiones para el coloquio

Texto 2. Ennatu a través del tiempo

El relato de Ennatu Domingo rompe la línea temporal; es decir, va de su pasado a su presente conforme la autora lo estima conveniente para el desarrollo del libro. Así, el lector va reconstruyendo, a saltos de aquí para allá, lo que fue la biografía de Ennatu en Etiopía cuando era niña, su etapa de adaptación en Barcelona y su momento presente, tan radicalmente distinto. Un presente, como veremos, que le ha concedido la posibilidad de llegar a ser escritora.

El 4 de noviembre de 2020 me desvelé de madrugada en un pequeño y acogedor apartamento del centro de Bruselas. Afuera estaba completamente oscuro y las calles de la ciudad totalmente vacías y en un silencio absoluto. Los cristales de la habitación se habían empañado.

Saqué una mano de debajo del edredón para coger el móvil de la mesilla de noche. Guiada por unos movimientos casi automáticos de mis dedos abrí el Twitter. «El primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, ha ordenado una intervención militar en el Tigray», leí en un tuit que se iba viralizando. […] 


A los veinticuatro años me encontraba a más de cinco mil kilómetros de distancia de Etiopía, los pueblos de mi infancia estaban siendo bombardeados y nunca me había sentido tan confundida sobre mis raíces. […] 


En julio de 2003, con siete años, en Addis Abeba, la capital de Etiopía, expliqué a mis nuevos padres, Anna y Ricard, que yo había vivido en Dansha y en Humera. Sus amigos etíopes Kumbi y Teddy nos hacían de intérpretes. […] Cuando nos quedaba un rato libre entre todos los trámites burocráticos que Anna y Ricard debían cumplimentar para adoptarme legalmente, recorrimos la ciudad en busca de un buen mapa en el que poder situar correctamente mis pueblos. Yo entonces no sabía lo que era un mapa. No sabía ni leer ni escribir. […] 

Me fui de Etiopía con un mapa oficial en la mochila en el que había marcado las localizaciones más significativas de mi corta vida ahí. […] 

Con siete años había dicho adiós a todo lo que conocía. Mirando por la ventanilla del avión de Ethiopian Airlines cómo se encogía la gran Addis Abeba, me iba alejando de mis paisajes con la sensación de que ya no me quedaba nada y de que nunca regresaría allí.



Regresé a Dansha de nuevo con Anna y Ricard en 2006, tres años después de haberme ido de allí, en el que fue mi primer viaje de retorno. Tenía diez años y ya no recordaba siquiera mi calle ni la casa donde había vivido. Que la memoria estuviera tan bloqueada siempre me ha hecho pensar en la fragilidad de la mente humana. ¿Quién sería yo sin la complejidad de mi identidad? Seguramente no percibiría el mundo como lo hago, seguramente no tendría las ambiciones que tengo, seguramente estaría más tranquila y no me darían tanto miedo ni la miseria ni el fracaso.

Mis padres insistieron en que teníamos que ir hasta Humera para poder visitar todos los lugares de mi infancia nómada. Llegamos allí después de recorrer muchos kilómetros de carreteras complicadas, desde Addis Abeba. Estábamos agotados emocional y físicamente. […] Tenía diez años y me enfrentaba a mi pasado por primera vez; pasaba por el duelo, recuperando sensaciones e imágenes. […]

Yo estaba tranquila porque se trataba de un lugar que no me reconocía, que yo no tenía que reconocer. Ni la ciudad ni su gente me reclamaban, ni yo a ellas. Yo todavía estaba en shock por haber perdido la herramienta para comunicarme: el amárico. Me sentía en falso. Una traidora. Era etíope pero quizá ya no, intentaba ser etíope pero quizá ya no lo parecía.

Cuando empecé a darme cuenta de que haber pasado más años en Cataluña que los que había podido vivir en mi país de origen implicaba que mi cultura catalana y europea se iban imponiendo sobre mi identidad etíope y africana, el tema del desarrollo humano empezó a interesarme más. Me costaba comprar el discurso del victimismo, el cual significaba contar mi experiencia según la narrativa de la culpa, de la individualidad y de la gratitud. Un discurso que me hacía sentir muy pequeña. La culpa, porque en la sociedad de la que procedía la ayuda humanitaria en el fondo no había ninguna intención de querer rectificar una desigualdad estructural, sino solo de ejercer la caridad para satisfacer su propia conciencia, en un intento de equilibrar un sistema no igualitario del cual se beneficiaban. La individualidad, porque yo me limitaba a intentar comprender por qué me había tocado vivir fuera de Etiopía a mí, y no a otra niña de Kombolcha, de Desi o de las calles de Addis Abeba. Cuando la pregunta correcta era: ¿por qué nosotras y por qué todavía? Y la gratitud, un discurso que te obligaba a dar las gracias por haber podido marcharte, por haberte salvado de un mundo «bárbaro, pobre e ignorante». Un discurso que te dejaba atrapada en el papel de víctima. No obstante, la realidad es siempre más compleja. Sentía que me habían desarraigado y «trasplantado» a una sociedad en la que prácticamente me resultaba imposible encontrar modelos. Por eso, yo siempre me he resistido a ser lo que me había tocado ser. Cuanto más «salvaje», más conectada me sentía con la niña de las montañas de Wereta que todavía llevaba dentro. Quizá sin quererlo había iniciado una resistencia silenciosa. Resistencia al olvido. Que en ciertos momentos también se convertiría en una resistencia en contra de mí misma y en contra del nuevo mundo que tenía ante mí.

Ennatu Domingo. Madera de eucalipto quemada. Navona. 2022. Fragmentos de las páginas 11-19.

Cuestiones para el coloquio

Texto 3. Sobre el porqué de la escritura 

Como acabamos de leer, Ennatu menciona que en el año 2000 se produce una guerra en Etiopía en la que, desgraciadamente, se verán implicados los lugares donde ella había vivido sus primeros siete años. A partir de esta durísima realidad, la autora reflexiona sobre la "obligación" de ponerse a escribir, obligación que surge en ella como acto comprometido que se opone a permanecer callada, a que, por toda respuesta a las injusticias, se ofrezca el silencio.

La guerra rompe el orden social, destruye las infraestructuras y altera la vida de la gente. La idea de que cuanto conocía iba a desaparecer o se transformaría me causaba vértigo. Hacía tiempo que quería regresar a Dansha con la creciente convicción de que no podría mirar hacia adelante si no conseguía atar los distintos cabos sueltos de mi pasado en Etiopía. El hecho de ver Dansha y Humera marcadas en los diversos mapas utilizados para ilustrar los movimientos de las fuerzas militares hacia el interior de Tigray acentuaba mi obsesión por querer entenderme, de no desprenderme de mis recuerdos a fin de saber dónde encajaba mi experiencia individual durante aquellos veinte años de historia política.

Y creo que todo esto me quedó todavía más claro cuando leí este fragmento del libro Tierra de mujeres de María Sánchez: «"El silencio es un lujo que no podemos permitirnos", escribió Chimamanda Ngozi Adichie. Y no puedo estar más de acuerdo. Aunque dudemos, aunque nos sintamos inseguras. Aunque sintamos miedo. Tenemos que hablar, alzar la voz, escribir. Y sé que el medio rural y sus mujeres no necesitan una literatura que las rescate, pero sí una que las cuente de verdad. Que sea honesta y sincera, que dé espacio verdadero a sus protagonistas. Que no mire por encima del hombro, que no juzgue ni exija, que deje que ellas puedan equivocarse, como hacemos todos, que puedan de una vez contar y escribir su historia. Porque no podemos quedarnos calladas».

No podía quedarme callada por más tiempo.

Ennatu Domingo. Madera de eucalipto quemada. Navona. 2022. Páginas 28 y 29.` 

Cuestiones para el coloquio

Texto 4. Reivindicación y denuncia en Madera de eucalipto quemada

"No podía quedarme callada", leemos al final del anterior fragmento. Y el libro supone, en realidad, la ruptura de ese silencio. ¿Cómo lo hace? ¿Cómo lleva a cabo Ennatu Domingo su determinación para escribir? En primer lugar, a través de la reivindicación y denuncia de lo que ella considera injusticias sociales inaceptables. Sirva este fragmento para ilustrarlo. La pérdida de su madre biológica es, lógicamente, un acontecimiento crucial en su biografía personal pero también el revulsivo que la lleva a acometer su escritura. La trágica muerte de Yamrot, su madre, por causa del SIDA conduce a Ennatu a una serie de reflexiones.

Yamrot tenía veinticinco años cuando murió. A su edad de entonces, yo tengo un futuro lleno de posibilidades. Esto me ha hecho pensar que lo que para mí es el inicio de la vida adulta, para Yamrot fue el final. Y es una injusticia. Sobre todo que todavía haya millones de mujeres en Etiopía viviendo en condiciones similares a las que ella vivió. A las que yo viví de niña. A muchos etíopes acomodados y urbanitas les disgusta que les hables de la pobreza de su país. [...]. Pero yo puedo hablar de la pobreza extrema en primera persona y sin ambages, porque fue mi realidad durante los siete años que viví en Etiopía. Hasta que el último niño y niña de la Tierra no pueda disfrutar de una educación de calidad y de una infancia segura y protegida, tendremos que seguir hablando del tema cuanto haga falta. Tengo un país de origen que es muy rico culturalmente, que dispone de numerosos recursos naturales aprovechables, pero que todavía tiene que invertir mucho en su población. Invertir recursos en la gente joven y en la educación de las mujeres es fundamental para la prosperidad de cualquier país.

El efecto psicológico de la pobreza no se ha investigado lo suficiente. ¿Cuánto se tarda en desprenderse del sentimento de culpa que surge por el hecho de proceder de una sociedad que todavía vive en un estado de precariedad constante? ¿Cuánto tiempo se tarda en poder levantar la cabeza y mirar a la gente a la cara, sabiendo que es posible fortalecerse y hablar en voz alta sobre la precariedad, sobre la negligencia de los poderes políticos para con sus ciudadanos, en pos de la educación de las niñas y para zanjar la violencia endémica contra las mujeres? 

Ennatu Domingo. Madera de eucalipto quemada. Navona. 2022. Páginas 114 y 115.  

Cuestiones para el coloquio

Textos 5 y 6. Memoria e identidad en Madera de eucalipto quemada

Aparte del carácter de denuncia y reivindicación que tiene Madera de eucalipto quemada, hay dos temas que son recurrentes a lo largo del libro: la necesidad de tener memoria sobre nuestras raíces y la construcción de una identidad propia, es decir, de todo aquello que nos conforma como individuos, construido a base de recuerdos, apegos y sentido de pertenencia, que nos permite reconocernos y de lo que es imposible desprenderse a la hora de relacionarnos con los demás. Somos memoria y somos identidad, y ambas cuestiones de fondo habitan dentro de cada uno de nosotros relacionadas estrecha e indistinguiblemente. Zafarse de estas condiciones "obligatorias" en el ser humano es una misión casi imposible. Incluso las personas que no son conscientes de esta condición lidian íntimamente con su memoria y con su identidad. Ser conscientes de ellas, pensarlas y "pensarnos" forma parte del proceso que nos permite madurar. En lo que se refiere a la literatura y lo que puede aportar al individuo con respecto a este asunto, tenemos en ella uno de los grandes aliados para explicar, explorar y confrontar identidad y memoria. 

El proceso de búsqueda de las raíces y de la identidad que Ennatu Domingo lleva a cabo es, junto con la necesidad de reivindicar la justicia social que hemos leído más arriba la base del libro. Vamos a leer una selección de fragmentos que inciden en estos dos aspectos.

Memoria

Hablaba poco de Yamrot y quizá quien más hablaba de ella, quien más quería saber de ella era Anna, que desde un principio se esforzó para que yo no la olvidara. Me pedía que le contara mis recuerdos sobre Yamrot, que la dibujara. Durante el primer viaje de regreso a Etiopía, y puesto que yo no tenía fotos de mi madre, Anna empezó a fotografiar a mujeres que podrían parecérsele (ya fuera por el peinado, la ropa, la edad...). Desde siempre me dijo que yo ahora tenía dos madres: Yamrot, que ya no estaba, y ella. Yo también, desde siempre, quise que se reconociera el esfuerzo de Yamrot y todo cuanto había hecho para establecer los pilares de mi educación. A menudo la gente comentaba con Ricard y Anna que yo era una niña muy bien educada y un día les dije: «No creáis que solo me habéis educado vosotros, ¿eh? ¡Yamrot también me enseñó muchas cosas!». [...] 

Hablando con chicos y chicas de mi edad adoptados en Etiopía he descubierto que muchos han huido de sus recuerdos y se han dejado abrazar por su nueva realidad. En ese proceso también rehúyen la confrontación que supone abrir y desempolvar esa caja imaginaria, llena de recuerdos, a menudo desagradables. Yo les hablo del dolor porque lo he vivido y también lo he percibido a través de aquellas personas que me han abierto las puertas de su dolor cuando se han reencontrado con sus familias biológicas o porque no han pisado Etiopía desde que se fueron de allí en la infancia. Algunos hemos observado con impotencia cómo, poco a poco, íbamos perdiendo nuestra lengua materna y con ella, un sistema de códigos completo que daba sentido a nuestras vidas

En el verano de 2003, poco antes de empezar a ir a la escuela por primera vez en Barcelona, todavía llamaba a Addis Abeba para hablar con Kumbi. Pero llegó un momento en que ya no lo entendía, no podía seguir la conversación, no encontraba las palabras, y dejé de telefonearle. O quizá dejé de llamar y por eso ya no lo entendía. Addis Abeba me quedaba muy lejos. Y yo tenía un montón de cosas por hacer: aprender dos lenguas nuevas a la vez (catalán y castellano), entender nuevos códigos de conducta, una cultura nueva... Además de aprender a leer y a escribir, a sumar y a restar, a nadar, a montar en bicicleta, a descubrir una comida que no había probado nunca y muchas otras novedades. A los siete años perdí una de las pocas cosas que tenía entonces y que era muy mía: mi lengua. 

En el contexto de las adopciones internacionales se debate a menudo sobre los orígenes, sobre si hace falta o no regresar al país, si es preciso mantener contacto con la familia biológica cuando la hay. No obstante, no se habla lo suficiente sobre lo que supone perder la primera lengua materna, la lengua de los orígenes. Afortunadamente, una lengua puede aprenderse y recuperarse, porque tiene un papel fundamental en la formación de la identidad. Yo pasé algunos años - pocos - con el amárico borrado. Hasta que mis padres pidieron a Abraham, un joven que en 2004 estaba a medio camino de abrir el primer restaurante etíope de Barcelona, que viniera a nuestra casa una vez por semana a enseñarme a leer y a escribir en amárico, y a repasar el vocabulario que aún recordaba: los colores, los números, las partes del cuerpo... Al restaurante que abrió en Gràcia lo llamó Abisinia, el antiguo nombre de Etiopía. Más adelante abrió otro en el barrio de Sants y lo llamó Addis Abeba. Su hermana Rahel se quedó con el de Gracia. Aquellas horas pasadas con Abraham, oyéndole hablar en amárico, haciendo de profesor sin serlo con tanto entusiasmo, me sirvieron de base suficiente para «reaprender» mi lengua por cuenta propia. Con dedicación constante y mucho esfuerzo volví a cantar en amárico entendiendo lo que cantaba y conseguí, como mínimo, alcanzar de nuevo el mismo nivel lingüístico que tenía al marchar de Etiopía, sin olvidar que mi vocabulario era «callejero» y mis anécdotas las propias de «hacer camino»:hablaba un amárico nada académico y muy nómada. 

[...]

Fue en mi adolescencia cuando decidí retomar el amárico de forma autodidacta primero y más formalmente, en cursos online, después. ¡Y todavía sigo haciéndolo! Ha sido un proceso muy largo y he perseverado en el esfuerzo de seguir adquiriendo más conocimientos, leyendo, escuchando y hablando amárico siempre que he podido (especialmente en mis viajes a Etiopía). De hecho, si tengo un objetivo claro en la vida es el de mantener vivo el amárico que he ido adquiriendo y mejorando sin parar, para siempre. El amárico forma parte de mi primera identidad, forma parte de mí.

Mis conocimientos de amárico actuales son mi símbolo de resistencia al olvido. Me atrevo a afirmar que no puedes entender tus orígenes sin entender la lengua. Algo que es aplicable a cualquier lugar y lengua del mundo. 

Ennatu Domingo. Madera de eucalipto quemada. Navona. 2022. Páginas 60 y 61; 137-139; 141

Cuestiones para el coloquio

Identidad

El tema de la identidad me interesa. Ante todo me interesa mucho el de la doble identidad. He crecido aprendiendo a fluir desde mi identidad etíope a la catalana, a partir de mi herencia africana hacia la europea.


Empecé mi educación académica en una escuela pública de Barcelona para continuarla en un instituto también público del mismo barrio de Gràcia. Tuve la suerte de encontrarme con unos maestros excepcionales en ambos y ellos me enseñaron que con esfuerzo y perseverancia todo es posible. Que es posible incluso cuando a los siete años acabas de llegar de Etiopía y eres analfabeta. A pesar de disponer de pocos recursos, mis maestros emplearon mucho tiempo y energía en facilitarme las herramientas para adaptarme cuanto antes, y potenciar así mis ganas de aprender. También tuve la suerte de compartir las aulas de todos los cursos de primaria con niños y niñas de orígenes muy diversos: entre todos sumábamos más de veinte procedencias y en clase no llegábamos a ser treinta.


Tener compañeros de clase y de patio de lugares tan distintos como Senegal, Marruecos, Brasil, China, Chile y de la comunidad gitana de Grácia me ayudó mucho en mis primeros años en Cataluña. Me ayudó a no sentirme tan distinta, a pasar bastante desapercibida, a no apresurarme ni a tener ganas de borrar mi identidad porque mis maestros la valoraban y nos hacían conversar de nuestra procedencia, de las lenguas que hablábamos y de lo que comíamos en casa. Grácia entonces no era precisamente Brooklyn, pero seguramente era lo más parecido que se podía encontrar en Barcelona por lo que se refiere a una auténtica diversidad en la escuela.


Al final de mi adolescencia, después de pasar unas semanas en Nueva York (asistiendo a unas colonias de música, cine y teatro para adolescentes de todas las partes del mundo) y de andar sola con mirada segura y determinación, entre una masa de gente de todas las razas y orígenes por las calles de Brooklyn y de Manhattan, fui viendo poco a poco que mi barrio de Grâcia, la ciudad de Barcelona y también Castellterçol, donde pasaba largas temporadas, me quedarían pequeños. Sabía que mi zona de confort estaba seguramente más allá de lo que ya conocía. Pensé que, como Yamrot, yo también era nómada. Siempre me ha parecido importante expandir nuestro marco mental y que todos deberíamos aspirar a unas sociedades interconectadas por personas educadas en culturas diferentes, por personas que pueden hacer de puente: entre culturas, entre lenguas, entre ideologías. Intuía que el esfuerzo de acomodar culturas e identidades diversas serviría para avanzar hacia sociedades más justas.


Después de frustraciones e intentos para encajar en los moldes que la sociedad me ofrecía, llegué a la conclusión de que es más importante el modo de construir tu propia identidad que no cómo te ven los demás. Tigray tiene significado para mí, es importante para mi identidad, porque he vivido allí y parte de los recuerdos más importantes de mi infancia están enraizados en esa zona. Al margen de que yo no sea tigré sino amhara. ¿Cómo hacemos nuestro un lugar? ¿Cómo formamos parte de un lugar sin ser autóctonos? […]


Cuando viajo por el mundo y digo que soy de Barcelona, la respuesta automática de la gente es hacerme un listado de estereotipos españoles sin ninguna referencia a mi cultura catalana. Por la obvia realidad del color de mi piel, no solo debo justificar que tengo pasaporte español sino que, además, me veo obligada a desmentir ciertas mentiras a medias sobre mi país: Cataluña. La última vez que estuve en Nairobi, al darle mi pasaporte a un guardia de seguridad de la embajada española, con él en la mano, me preguntó de dónde había sacado mis apellidos Domingo Soler. «Los he robado, ¿no te fastidia?». [...]


He podido comprobar que una adopción perfecta es la que se da cuando tanto el hijo como los padres adoptan mutuamente sus culturas de origen. Me lo imagino como un contrato que diría: cuando los padres intentan reprimir o suprimir nuestra identidad y cultura de origen, nos privan de las herramientas que nos ayudarían a entender nuestro mundo, de dónde venimos y por qué somos como somos. Luego está el proceso de arraigo. A mí no me adoptaron solo mis padres. Mi hermana Lara y mi hermano Roger me adoptaron en cuanto me conocieron, como también lo hicieron mis primos, tíos y abuelos.


Con la perspectiva que da el tiempo creo que Lara ha desempeñado un importantísimo papel en mi arraigo en Cataluña, especialmente en los inicios de mi juventud, cuando pasé mucho tiempo fuera debido a mis estudios y a mis primeros trabajos. De hecho toda mi familia sigue arraigándome constantemente.


Ennatu Domingo. Madera de eucalipto quemada. Navona. 2022. Fragmentos de las páginas 77-81.

Cuestiones para el coloquio

 ENNATU DOMINGO

Después de frustraciones e intentos para encajar en los moldes que la sociedad me ofrecía, llegué a la conclusión de que es más importante el modo de construir tu propia identidad que no cómo te ven los demás❞.

MARJANE SATRAPI

Texto 7. Final

El rumbo de la primera etapa de mi vida lo marcó la muerte de Yamrot, que me desarraigó de Etiopía, con todos los significados de la palabra «desarraigar», y me hizo reconstruir mi identidad en Cataluña. Resistiendo al olvido. Ahora empiezo mi vida adulta equipada con todas las herramientas y oportunidades que me han ofrecido y que he encontrado. Y siento que no puedo empezarla sin haber hablado de Yamrot, que murió a la edad que tengo yo ahora, a los veinticinco años, en Gondar. Un lugar que desde que me fui de allí me ha atraído como un imán. Aunque he tenido la suerte de regresar cuando me ha apetecido, conocer la situación socioeconómica y política de Etiopía ha sido realmente mi manera de regresar a los orígenes. Sentir nostalgia del pasado es algo bien conocido para los que, como yo, han vivido el desarraigo por el motivo que fuera. La nostalgia es la fuerza que nos hace volver una y otra vez a los orígenes para comprender los motivos que nos hicieron marchar de allí y también para modificar lo que nos privó de explotar nuestro potencial. Es posible que uno de mis mayores descubrimientos haya sido caer en la cuenta de que el retorno a los orígenes no es solamente físico, puesto que el conocimiento puede acortar las distancias y el tiempo. En la actualidad me dedico a entender mejor la situación en Etiopía. Por necesidad. Para redefinir quién soy y adónde quiero ir.


Ahora, si cierro los ojos, esté donde esté, todavía puedo oler la madera de eucalipto quemada. La misma que olía la niña del autobús. El día que ese olor también sea un recuerdo lejano para muchas niñas etíopes significará que habremos avanzado. Significará haber conseguido el acceso a la electricidad en todas las zonas rurales de Etiopía. Que el peso que recae sobre las niñas y las mujeres del campo para poder sacar adelante a sus familias, a su comunidad y, por lo tanto, a su país, a costa de cargar leña y bidones de agua a sus espaldas, de un poblado a otro, será más ligero. La ligereza nos hará avanzar.


Ennatu Domingo. Madera de eucalipto quemada. Navona. 2022. Páginas 168 y 169

Cuestiones para el coloquio

Actividad final

Para seguir leyendo

Proponemos para la lectura autónoma dos libros narrados también en primera persona y protagonizados por dos jóvenes –chica y chico– que dejaron el continente africano para abrirse camino en Europa. Ambas son autobiografías reales, aunque en ambos casos es otra persona la que escribe el relato. Giuseppe Catozzella, autor de Correr hacia un sueño, reconstruirá a posteriori la peripecia vital de la atleta somalí Samia Yusuf Omar. Amets Arzallus pondrá por escrito lo que Ibrahima Balde, protagonista de Hermanito: Miñán, le cuenta de viva voz. De ahí la autoría doble de esta segunda novela.

La tercera de las propuestas es una novela de una autora cuya andadura vital guarda parecido con Marjane Satrapi. Escritora iraní, se vio obligada a emigrar a Francia huyendo de la Revolución Islámica. El choque de culturas al llegar a Europa, el conflicto lingüístico que vivirá la autora y los recuerdos que atesora sobre su vida en Irán conforman la base argumental de Marx y la muñeca. Si te ha interesado este país y su turbulenta historia, esta novela podría gustarte. 

Somalia, años noventa. Samia es la más rápida del colegio. Más incluso que los chicos de su edad, a quienes reta a correr por las polvorientas calles de Mogadiscio. Con apenas ocho años, siente una verdadera pasión por el deporte y sueña con llegar a competir en los Juegos Olímpicos. Con este propósito, la pequeña entrena cada día junto a su amigo Alí recorriendo una ciudad inmersa en la pobreza, la represión contra las mujeres y la lucha de clanes. Pese a que el clima político en Somalia es cada vez más tenso y el deporte está prohibido, Samia jamás renuncia a su sueño. Quiere ser una campeona y decide arriesgarlo todo. (Fuente)

Leer un fragmento

Esta historia arranca así: «Estoy en Europa pero yo no quería venir a Europa». Ibrahima Balde nació en Guinea, pero se vio forzado a abandonar su casa para ir a buscar a su hermano pequeño. No salió para perseguir un sueño. Abandonó su hogar para encontrar a la persona que más quería.

Una mirada ingenua, castigada, arrebatadoramente poética y, en definitiva, única. La de quien ha sufrido todo y, sin embargo, tiene el poder de convertirlo en algo útil. En algo bello.

Fuente

La pequeña Maryam asiste desde el vientre materno al comienzo de la revolución iraní. Seis años después, ella y su madre se reúnen con su padre en el exilio en París. Con la ayuda de los primeros recuerdos, Maryam relata el abandono del país, la separación de su familia, la pérdida de sus juguetes — entregados a los niños de Teherán a instancias de sus padres, comunistas— y el borrado gradual del persa en favor del francés, al que al principio rechaza y luego adopta, hasta el punto de dejar enterrada su lengua materna durante mucho tiempo. Maryam Madjidi desmonta con humor y ternura la siempre espinosa pregunta por las «raíces» en este libro sorprendente, que puede leerse tanto como una autobiografía, un diario o una fábula.

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