Entre visillos


Ilustración: Miguel Gallardo para editorial Destino

«Si algo he aprendido en la vida es a no perder el tiempo intentando cambiar el modo de ser del prójimo. El hombre es una multitud solitaria de gente, que busca la presencia física de los demás para imaginarse que todos estamos juntos. El testimonio de las mujeres es ver lo de fuera desde dentro. Si hay una característica que pueda diferenciar el discurso de la mujer, es ese encuadre».

El nombre de Carmen Martín Gaite destaca por derecho propio en la literatura escrita de los años 50 en adelante. Tanto ella como sus contemporáneos, durante los 50, superaron la primera narrativa de la posguerra, de temática muy cruda debido a la miseria de los años 40, para adentrarse en una novela de aliento crítico no necesariamente adscrito a ninguna ideología política pero inequívocamente antifranquista. La censura (y la autocensura) bloqueó las posibilidades de que esta crítica al régimen fuera claramente explícita. Aun así, hay un sustrato en las novelas que trasciende el conflicto de los personajes y permite una interpretación socio-política de la época. Esto explica que en muchas ocasiones el protagonismo sea coral, como forma de conseguir un análisis social amplio. El molde formal de la novela se asienta en un realismo que se pretende fiel a la sociedad que retrata. 

En estas coordenadas de escritura encaja Entre visillos, novela cuya crítica social se ve matizada por la denuncia de las condiciones de desigualdad de las que eran víctimas las españolas por el hecho de ser mujeres. En 1957 esta novela obtuvo el Premio Nadal, en una época en que los premios refrendaban el prestigio de los escritores. 

En este itinerario vamos a destacar dos libros suyos, ejemplos de la doble faceta de escritora y ensayista de Martín Gaite. Entre visillos y Usos amorosos de la postguerra española. Aunque el período que analiza Usos amorosos de la postguerra española corresponde fundamentalmente a la primera década de la posguerra, consideramos que la relación entre ambas obras resulta muy interesante, pues la sombra de la educación de la mujer durante estos años se proyectó, aunque con menor fuerza, sobre las décadas posteriores. 

Entre visillos

La novela pone el foco de interés en las expectativas vitales que tenían los jóvenes, pero sobre todo las jóvenes, en una ciudad de provincia en la España de los años 50. Para ello, la autora se sirve de un protagonista coral, un conjunto de personajes cuyos elementos comunes podrían ser pertenecer a la clase media y verse inmersos en el espeso, a veces paralizado, ambiente social y moral salmantino. 

La normas sociales durante el franquismo eran especialmente limitantes para las mujeres. Con relación a esto, aparecen, por un lado, personajes que desean ver cumplidos sus deseos conforme a los roles de género imperantes, como Julia y Gertru, y personajes como Tali, rara en su necesidad de aspiraciones al margen. Lo que parece igualarlas, más allá de su conformidad o rebeldía, es la falta de plenitud y un contagioso hastío. Será Pablo Klein, un profesor foráneo recién llegado a la ciudad, quien establezca el contrapunto masculino a la estrechas y castrantes reglas de la época. 

Texto 1

Julia es una de las tres hermanas que, junto a otros personajes, conforman el protagonismo coral de Entre visillos. Con 27 años, se siente angustiada por una doble presión: la de su novio Miguel, que insiste en que se vaya a vivir a Madrid con él sin pasar previamente por el matrimonio, y la que ejerce la autoridad de su padre, de quien teme no recibir el permiso para ver consumada su "independencia". Esta situación tiñe la relación de una inestabilidad imposible de distinguir del control que Miguel ejerce sobre Julia. Por debajo de esta relación sentimental, y determinándola con claridad, puede identificarse a la iglesia católica agitando su modelo asfixiante de educación moral y sexual. En este fragmento, Julia va a confesarse. 

Julia subió al escalón con las rodillas, y acercó los ojos a la rejilla de su lado que acababa de abrirse. Distinguió confusamente los rasgos abultados del rostro de don Luis.

—Ave María Purísima.

—Sin pecado concebida.

—Padre, soy Julia.

—Ah, Julia, Julita. Vamos a ver, hija.

Siempre aquella cosa en la garganta, como un latido apresurado que entorpecía las primeras palabras. Siempre desde pequeña, y cada vez más agudizado. Sentía a sus espaldas las luces de las velas, los cánticos, los rezos, los ojos guiñados de los santos, mezclarse, menearse en un jarabe espeso y giratorio que se aplastaba contra ella inmovilizándola de cara a la madera, aturdiéndola con su hervor confuso. Apretó dentro del bolsillo de la chaqueta el papel arrugado y sobadísimo. Antes, a la luz escasa de una bombilla lo había estado repasando, pero la verdad es que fue más bien por deleite. Lo había escrito anoche, cuando el insomnio.

—Verá, padre, que algunas veces cuando he ido al cine, me excito y tengo malos sueños.

La cuestión era empezar aunque fuera con un rodeo, despegar la lengua, sentírsela húmeda.

—El cine, siempre el cine, cuántas veces lo mismo. Ahí está el mal consejero, ese dulce veneno que os mata a todas. Pero sueños, ¿como dormida?

—Sí, padre, casi siempre dormida. Aunque anoche no tanto. Anoche estaba bastante despierta y lo pensé porque quise. Y si estoy dormida, cuando me despierto me gusta haber soñado esas cosas.

—Pero de qué son esos sueños, vamos a ver. Anoche, por ejemplo, ¿qué soñabas?

—Nada, acordándome de mi novio, sobre todo de esa vez que fui a verle en Santander a su pensión, y de cuando nos bañábamos ese verano, y nos íbamos solos hasta las rocas.

—Pero, hija de mi alma, eso ya está confesado y perdonado mil veces. No te atormentes con pecados viejos. Después de aquello, Dios ha tenido misericordia de ti y te ha dado siempre fuerza para perseverar en el camino de la virtud. —Julia guardó silencio—. ¿No es así?

—Sí, padre.

—¿Entonces?

—Pero la tentación la tengo siempre. Yo creo que si le viera mucho, volvería a pasar lo de aquel verano. Anoche me desperté y estuve escribiéndole cosas como las que me escribe él, diciéndole que me acordaba mucho de todo lo de ese año cuando nos hicimos novios, que es mentira cuando le digo que me enfado por las cosas que me dice él en las cartas...; lo más malo que se puede usted figurar, con el deseo de excitarle.

—Bueno, bueno... ¿Le has mandado esa carta?

—No. La tengo aquí. La voy a romper.

—Bien, hija. ¿Ves cómo Dios no te abandona? ¿Ves cómo permite que tengas tentaciones para hacerte salir victoriosa de ellas? Los grandes edificios se levantan granito a granito.

Julia lloraba.

—Vamos, vamos. Estás haciendo un bien muy grande en un alma tibia y endurecida como la de ese muchacho. No decaigas, no eches abajo toda tu labor. Solamente a sus elegidos les pone Dios misiones tan duras. Piensa que cuando te cases tienes que seguir influyendo en su alma.


Entre visillos. Editorial Destino. 2017. Páginas 95-97

Cuestiones para el coloquio

Texto 2

Gertru y Ángel son pareja. Gertru, la mejor amiga de Natalia, tiene 16 años y todavía no ha terminado el bachillerato; Ángel es aviador y tiene unos cuantos años más. Acaban de asistir a una fiesta en la que han estado alternando con chicas y chicos de Salamanca. Gertru siente ilusión por casarse pero hay algo que no termina de convencerla del todo. Hablarán de los estudios de Gertru. Decir estudios es, en cierta manera, aludir a las expectativas sociales a las que una persona, por razones de género o de clase, puede aspirar. No es tanto lo que alguien quiere ser sino lo que una sociedad, de forma más o menos explícita, espera de ese alguien según el papel que se le otorga. Y esto, en tanto que categorías preexistentes en una persona, determina fuertemente sus anhelos y aspiraciones personales. 

Salieron a la calle. Gertru no decía ni una palabra. Le preguntó él que si le duraba el enfado de lo primero de la tarde y ella dijo que no. Que si se había molestado porque habían bailado poco.

—Que no. Pero por qué. Qué tontería.

—Esta gente es así. Son modernos. Hay que alternar con todos. Estando juntos lo mismo da, ¿no te parece? Estando yo con mi novia bonita.

—Claro; quién dice nada.

—No sé, me parecía que no te habías divertido. Oye, ¿quién era ese chico de las canas que se sentó un momento con Ernesto donde tú?

—Un profesor de alemán.

—¿Qué te decía? No lo conozco.

—Nada. Da clase en el Instituto. Le he estado preguntando que si conoce a Tali.

Ángel estaba muy cariñoso y eufórico. En un escaparate que tenía espejo se paró y puso su cara muy cerca de la de ella.

—Mira qué dos, lucero. ¿Que te parece a ti de esos dos?

—Quita, hombre, no seas.

—Arisca, algunas veces no hay que ser tan arisca.

—Oye, dice ese chico que por qué no termino el bachillerato —dijo ella de pronto, mirándole en el espejo.

—¿Qué chico?

—Ese profesor.

—¿Y a él qué le importa?

—No, hombre, yo digo también lo mismo. Es una pena, total un curso que me falta. Estoy a tiempo de matricularme todavía.

Habían echado a andar otra vez. Ángel se puso serio.

—Mira, Gertru, eso ya lo hemos discutido muchas veces. No tenemos que volverlo a discutir.

—No sé por qué.

—Pues porque no. Está dicho. Para casarte conmigo, no necesitas saber latín ni geometría; con que sepas ser una mujer de tu casa, basta y sobra. Además, nos vamos a casar en seguida.

Anduvieron un poco en silencio.

—Cuántas veces tenemos que volver a lo mismo. Ya estabas convencida tú también.

—Convencida no estaba —dijo Gertru con los ojos hacia el suelo.

—Bueno, pues lo mismo da. Te he dicho que lo que más me molesta de una mujer es que sea testaruda, te lo he dicho. No lo resisto.

Llegaron al portal de casa de ella. En el portal él le besó los ojos y le dijo que estaba muy guapa, que quitara el ceño, todo casi al oído. Ella se desprendió.

—Bueno, me subo.

—No, no te subas. Todavía no me has contado cómo era esa cocina que has ido a ver.

—Muy bonita.

—Dilo con una sonrisa, sin esa cara.

—Muy bonita, preciosa. Mañana te la dibujo.

—Si te gusta igual, la ponemos igual.

—Es imposible igual —dijo Gertru con los ojos animados repentinamente—. Debe ser carísima. Parece de revista, de esas que vienen con los postres pintados en colores. Es de bonita... no te lo puedes figurar.

—Y qué que sea cara. Mi madre nos la regala, no se va a arruinar por eso, que tiene mucho. Pero tú, a ver si aprendes a hacer cosas ricas, que yo soy muy goloso. Si no, no hay cocina. 


Entre visillos. Editorial Destino. 2017. Páginas 202-204

Cuestiones para el coloquio

Texto 3

Volvemos otra vez al tema de los estudios, pero con diferentes personajes y desde otra perspectiva. Este fragmento está protagonizado por Tali —Natalia, hermana pequeña de Julia y amiga de Gertru—, y Pablo, profesor de alemán de Tali. Ambos se encuentran por la calle de vuelta del instituto y conversan. El modo de pensar de Tali no encaja con los moldes reservados a una chica de su edad. Incómoda con su presente, no deja de mirar con cierto escepticismo su futuro. 

Cuando quise recordar ya estábamos andando juntos los dos solos. Se salió y me dejó por dentro de la acera. Yo me puse a contar los portales que faltaban para llegar a casa, y me sentía ridícula sin decir nada. Me paré un momento en el escaparate de la librería: estábamos los dos en el espejo del fondo, él más atrás de mí, mucho más alto, y en ese momento se puso a hablar de unas revistas alemanas que había allí. Dijo el título con familiaridad como si yo tuviera también que conocerlo, y decidió comprar algunos números para que leyéramos en clase. Hablaba todavía en plural, como si Alicia no se hubiera ido. Entró en la librería y yo con él; ni siquiera pude hacer otra cosa porque se apartó para dejarme pasar delante.

Ya allí dentro, mientras esperábamos que nos atendiera, me parecía natural estar juntos y me daba menos apuro, sobre todo porque él había vuelto a hablar. Decía que el alemán es una lengua muy exacta y científica, indispensable para algunos estudios. Al salir de la tienda me hizo la primera pregunta directa, que qué carrera pensaba hacer cuando acabase el bachillerato. Le dije que no sabía, que ni siquiera sabía si iba a hacer carrera.

—¿Cómo? ¿Estamos en séptimo y todavía no lo sabe?

Le expliqué‚ que dependía de mi padre, que le gustaba poco.

—¿Qué es lo que le gusta poco?

—Los estudios en general, no sé; que esté todo el día fuera de casa. Como soy la más pequeña...

—¿Y qué tiene que ver que sea usted la más pequeña? ¿Qué relación hay?

—Como las otras hermanas no han estudiado carrera...

—Porque no habrán querido. ¿O les gustaba?

—No sé.

Me siguió preguntando cosas, y lo de papá no lo entendía, aunque la verdad es que tampoco lo entiendo yo. Pero él menos todavía, claro, porque no conoce a papá y no ha oído las conversaciones que se tienen en boca y las críticas que se hacen, y eso. Le dije que de estudiar me gustaría ciencias naturales, todo lo que trata de bichos y flores y cosas de la Naturaleza. Creo que hay una carrera de esto, aunque no estoy muy cierta, porque sólo con Gertru lo he hablado alguna vez. Se quedó muy pasmado de que, queriendo yo, admitiera la duda de estudiar carrera o dejarla de estudiar. Dijo que era absurdo.

—¿Pero usted ha tratado de convencer a su padre, ha insistido?

—No, no mucho todavía. Lo malo de esa carrera es que me parece que tendría que irme a Madrid.

—¿Y qué? ¿No le gustaría?

—Sí, claro que me gustaría.

—¿Pero qué es lo que pasa con su padre, qué objeción pone, vamos a ver, que no lo entiendo?

Me perseguía con una pregunta detrás de otra, y a mí me daba rabia no saberle contestar bien, casi sólo con balbuceos y frases sin terminar, con lo claros que eran en cambio sus argumentos y la razón que tenía. Traté de decirle que yo no puedo discutir mucho en casa porque soy la pequeña y se ríen de mí, y también que mi padre ha cambiado mucho y no suele escuchar ni hacerse cargo de las necesidades de nadie, que antes, de más niña, podía pedir cualquier cosa y siempre me lo daba. Pero me chocaba que estas cosas estuviera tratando de explicárselas a un desconocido. Claro que no me parecía un desconocido. Me miraba atentamente y completaba alguna de mis frases, animándome a seguir. Nos habíamos parado delante de casa y yo miré de reojo, por si había alguien en el mirador. No había nadie.

—Yo vivo aquí —le dije.

Se sonrió.

—Muy bien. Pero eso de su padre no está muy claro todavía. ¿No le apetece venir a tomarse un café conmigo?

—No —le dije—, muchas gracias. Es tarde.

Que era tarde, eso le dije, qué idiota soy. Allí, desde el portal, se veían unas nubes rosa al final de la calle, y era la hora más alegre y de mejor luz, el sol sin ponerse todavía igual que primavera. Dije que era tarde, la primera cosa que se me pasó por la cabeza, de puro azaro de que me invitara, de pura prisa que me entró por meterme y dejarle de ver. Pero en cuanto me vi dentro de la escalera, en el primer rellano, subido aquel tramo de escalones de dos en dos, me quedé quieta como si se me hubiera acabado la cuerda y sentí que me ahogaba en lo oscuro, que no era capaz de subir a casa a encerrarme; ni un escalón más podía subir. Entonces me di cuenta de lo maravilloso que era que me hubiera invitado y me entraron las ganas de marcharme con él. 


Entre visillos. Editorial Destino. 2017. Páginas 217-220

Cuestiones para el coloquio

Texto 4

El siguiente fragmento, que recupera el narrador omnisciente, ofrece un contrapunto interesante a los dos anteriores. Quienes establecen el diálogo son un grupo de chicas. La autora no atribuye ninguna intervención a un personaje concreto. Esta inconcreción le otorga al diálogo un anonimato significativo, pues no busca definir a los personajes sino hacer patente la forma de pensar de las chicas pertenecientes a la burguesía salmantina (convirtiéndose así ellas mismas en agentes transmisores de los valores sociales). 

Las chicas sin novio andaban revueltas a cada principio de temporada, pendientes de los chicos conocidos que preparaban oposición de Notarías. Casi todas estaban de acuerdo en que era la mejor salida de la carrera de Derecho, la cosa más segura. Otras, las menos, ponían algunos reparos.

—Hija, pero también, te casas con un notario y tienes que pasar lo mejor de tu vida rodando por dos o tres pueblos. Cuando quieres llegar a una capital, ya estás cargada de hijos, y vieja y no tienes humor de divertirte. Una paleta para toda tu vida.

—Sí, déjate de cuentos. Pero ganan muchísimo. Y si hacen buena oposición y tienen número alto, pueden empezar por capital, y entonces ya no te digo nada. A lo mejor a los treinta años, estás casada con un notario de Madrid, ¿tú sabes lo que es eso?

—Sí, sí, a los treinta años...

Se veían del brazo de un chico maduro, pero juvenil, respetable, pero deportista, yendo a los estrenos de teatros y a los conciertos del Palacio de la Música, con abrigo de astracán legítimo; sombrerito pequeño. Teniendo un círculo, seguras y rodeadas de consideración. Masaje en los pechos después de cada nuevo hijo. Dietas para adelgazar sin dejar de comer. Y el marido con Citröen. 


Entre visillos. Editorial Destino. 2017. Página 228

Cuestiones para el coloquio

Texto 5

Es la fiesta de pedida de Gertru, que actúa como ceremonia de ingreso en su vida adulta. Además de escenificar este tránsito, en el fragmento aparecen retazos de conversaciones en donde se aprecia el clasismo de las clases acomodadadas y las aspiraciones, una vez más, de las mujeres que forman parte de ellas. El texto se centra en Gertru y Tali. También aparece Josefina, hermana mayor de Gertru —superada por un matrimonio que no la hace feliz— , en la que podemos vislumbrar, de forma anticipada, la derrota o el desencanto de Gertru. 

Ya antes de que las abrieran la puerta de la casa, se oía el jaleo de dentro. Les abrió un camarero de guante blanco y les quitó los abrigos. Lo habían puesto un poco distinto lo de la entrada. De todas las habitaciones salía mucha luz. Tali miró de reojo, según avanzaban por el pasillo, a la puerta del cuarto donde ella y Gertru solían estudiar y donde alguna noche de mayo, cuando el lío de los exámenes, se habían quedado a dormir. Salió Josefina a saludarlas y las pasó al cuarto de estar del fondo. Olía mucho a nardos. A Gertru no se la veía por ningún sitio.

—Está en el comedor, con las personas mayores —explicó Josefina—. Luego vendrá cuando acaben la ceremonia de la petición. Tú, Tali, qué mona estás, más mayor. Hacía lo menos dos años que no te veía.

—Sí —dijo Tali—. Antes de que tú te casaras.

—Es verdad, pero entra, mujer.

Desde el umbral, medio oculta por los vestidos de las otras, Natalia se sintió encogida y con muchos deseos de marcharse. Habían puesto una mesa larga en medio, llena de emparedados, de cosas fritas y de bebidas y estaba bordeada de caras desconocidas que se miraban y gesticulaban ante sí. Todo gente de pie. Pensó que le gustaría estar en la parte de allá, encajonada entre la pared y la mesa y siguió a Mercedes y a Josefina que iban hacia aquel sitio. Era difícil pasar. Un camarero, por el camino, les ofreció una bandeja con copas de distintas formas.

—Jerez, limonada, champán, ginebra... —decía, inclinándose.

Tali cogió una copa cualquiera y en cuanto llegó a la pared y pudo apoyarse, se la bebió de un sorbo. Allí al lado Mercedes se puso a hablar con Josefina y con otras chicas casadas que estaban en un grupo. Eran chicas de la edad de Mercedes, que habían salido con ella cuando solteras y que ahora ya tenían su casa y sus hijos.

[...]

Tali bebió la segunda copa, de una cosa distinta, más dulce. Otras chicas habían empezado a hablar de sus maridos. En algunas cosas de las que decían, de más confidencia, bajaban un poquito la voz porque los maridos estaban más allá, en otra esquina de la mesa. El marido de una bastante gorda, un tal Tomás, era una especie de santo modelo de atenciones, él mismo le curaba todas las mañanas las grietas de los pechos con una pomada marrón asquerosa. Ahora, por el tercer niño le había regalado un picup. Una cosa estupenda, de esos que ponen diez discos de cada vez.

—No puedo decir que me gusta una cosa, ni abrir la boca, ya es por lo demás. De bolsos... bueno, ya pierdo la cuenta de los bolsos que me ha regalado en dos años. Los he tenido que ordenar por la piel para encontrarlos en el armario, los de boxcalf, los de cerdo, porque si no es un lío...

[...]

Empezaron con el tema de las criadas y poco a poco se fueron acercando las de todos los grupos, como si trajeran leña a una hoguera común, como si todo lo anterior hubiera sido preámbulo. Cada cual decía, lo primero, el nombre de su propia criada, metiéndolo en una frase banal todavía, pero ya se regodeaban de antemano, igual que si empezaran a repartir las cartas para jugar a un juego excitante en el que siempre se va a ganar. La voz se les volvía altiva y sentenciosa. Las criadas se lavaban con sus jabones, se ponían sus combinaciones de seda natural. Las criadas...

Natalia cerró los ojos. Las veía rodeadas de trocitos de serpentina amarilla, desenfocadas. Se estaba mareando con la bebida. Josefina le preguntó que si quería que fuera a llamar a Gertru para decirle que estaba allí ella.

—No, déjalo. Ya vendrá, si puede.

Josefina estaba pálida y tenía los ojos con cerco. Más allá, entre los hombres, buscó Tali al marido y también lo reconoció. Estaba serio, hablando, y a la mujer no la miraba. Era Óscar, el novio. El novio con mayúsculas. El novio de la hermana mayor de Gertru. El primer novio que ella había conocido. Siempre entraba Josefina en el cuarto, cuando ellas estaban estudiando, y les daba alguna orden secreta. Se escapaba en ratos sueltos para verle, venía hablando muy bajo y se miraba en el espejito siempre aprisa. "Oye, Gertru, guapa, si pregunta mamá, le dices..." Ellas dejaban un momento los libros y la veían salir levantando el visillo; se quedaban respirando juntas contra el cristal hasta que desaparecía. Miraban la calleja por donde se iba a juntar con el novio prohibido. Esto era hace tres cursos, el primero de vivir Natalia en la ciudad, cuando ella y Gertru empezaron a escribir el diario.

De pronto vino Gertru y aplaudieron. Iba por todas las habitaciones con Ángel para hacerse felicitar. La gente fue a la puerta a besarla y a verle la pulsera. Acababan de pedirla.

—A ver. Oye, es fantástica.

—Déjame ver, déjame ver. De ensueño.

Ángel se puso a saludar a los hombres, y al cabo de un poco, cuando se quitó la gente de la puerta, Gertru vio a Natalia en el rincón de allá. Le hizo una seña y llegó.

—Te estaba buscando, Tali, creí que no habías venido. ¿Con quién estás?

La besó. Llevaba un traje color manteca con frunces en las caderas y el pelo trenzado en la nuca. Tali nunca la había visto tan guapa.

—Aquí estoy, yo sola. Bueno, he venido con mis hermanas.

—¿Quieres venir a que te enseñe los regalos?

—Bueno.

Fueron a su cuarto. Estaban los regalos encima de la cama turca y de la mesa y de unos bancos que habían puesto. Dijo Gertru que todavía no tenía ni la mitad. Eran estuches de cosas de plata, manteles, cajitas de piel, zapatos, vestidos, cinturones.

—Fíjate, este bolso es de Italia. Mira cómo está rematado por dentro.

Tali no decía nada, le iba pasando los ojos por encima a todas las cosas y algunas las tocaba un instante.

—La pulsera es preciosa, ¿verdad?

—Sí. Ya te la he visto antes. Has puesto luz de neón aquí.

—Sí, ya hace mucho. ¿Qué miras?

—Que has quitado la repisa con los libros. ¿Dónde tienes los libros?

—En el cuarto trasero; tengo que hacer una selección de los libros antes de casarme. Si te sirve alguno.

—No. Sólo si tuvieras los apuntes de Religión del año pasado, para Alicia, que repite. Yo los míos los he perdido.

—¿Qué Alicia?

—Alicia Sampelayo, ¿no te acuerdas de ella?

—Ah, sí, un poco, una rubia. Ya te los buscaré. Mira esta radio, Tali, ¿has visto una cosa más chiquita? Funciona con pilas, ¿verdad que es un sol? Verás, vamos a buscar algo de música, verás qué bien se oye.

Se sentaron en el sofá amarillo, corriendo un poco las cosas que había encima. Allí, juntas, oyeron la música de una emisora francesa —tan lejos, sabe Dios de dónde venía—, Natalia se tapó la cara contra el hombro de Gertru y se echó a llorar desconsoladamente. 


Entre visillos. Editorial Destino. 2017. Páginas 282-283; 284; 286-288

Cuestiones para el coloquio

Usos amorosos de la postguerra española 

En este ensayo, Martín Gaite habla sobre el papel de la mujer durante el franquismo, relegada a cumplir con las virtudes necesarias para convertirse en una sacrificada esposa y una abnegada madre. La dictadura contó con un omnipresente y variado mecanismo de persuasión hacia un modelo de mujer muy concreto: obligada al recato moral, anulada en su sexualidad y encomendada a ver en el matrimonio su más deseado sueño. Para escribirlo, su autora analizó cine, consultorios sentimentales, revistas del corazón y discursos políticos de la época. 

Texto 1

Refiriéndonos, de momento, a la primera diferencia, hay que decir ya que al hombre que llegaba virgen a la boda se le miraba como a una avis rara y nadie le auguraba muchos éxitos ni como pretendiente, ni como marido ni como padre. A pesar de que la censura de la época silenciaba cualquier referencia abierta la sexualidad, había todo un código de sobreentendidos, mediante el cual se daba por supuesto que las necesidades de los hombres eran más urgentes en este terreno, e incluso se aconsejaba a las muchachas que no se inclinaran, en su elección de novio, por un jovencito inexperto sino por un hombre "corrido" o "vivido", como también se decía.

«El hombre nunca ha vivido lo bastante antes de casarse, ni la mujer tiene por qué investigar en lo que no puede ya haber la menor intervención... El hombre —no lo olvides— es siempre, en igual de fechas e inscripciones en el Registro Civil, mucho más joven que la mujer. Por eso, para que su espíritu se vaya sedimentando, conviene cogerlos un poquito cansados».

[...]

El enfrentamiento de la carne con el espíritu, implícito en la devoción incondicional a la Virgen María, creaba en ellas, con el ansia personal de identificación, escrúpulos de un cariz muy peculiar. Desde que una niña se preparaba para tomar la primera comunión, momento en que el problema de la pureza se planteaba, tenía que enfrentarse, por de pronto, con la violencia de arrodillarse frente a la rejilla de un confesionario para hablar con un hombre [...]. De aquellos balbuceos angustiosos y baldíos surgía la primera noción de pecado personal. De ahí en adelante todo en torno suyo se iba a confabular para hacer sentir a la adolescente que había emprendido un camino tortuoso y lleno de asechanzas, aunque de la naturaleza de aquellas asechanzas nadie y menos que nadie aquella sombra varonil sin rostro ni pasión verbal, oculta tras el confesionariole explicara nada concreto que ayudara realmente a la localización del peligro. Lo único que sacaba en consecuencia es que aquel camino hacia la pubertad tenía que recorrerlo muy seriecita y con el susto en el cuerpo, como si a cada momento pudiera saltar un bicho desconocido de cualquier esquina. Eso era prepararse a ser mujer. 

Usos amorosos de la postguerra española. Editorial Anagrama. 1990. Páginas 101 y 110

Cuestiones para el coloquio

Texto 2

...asoma la alusión temerosa a épocas recientes del pasado donde el estudio no iba asociado necesariamente con la religión, ni era considerado como un adorno más en el ajuar la mujer aportaría un día al matrimonio. Ahora se recomendaba la prudencia en el estudio, como si se tratara de una droga peligrosa que hay que dosificar atentamente y siempre bajo prescripción facultativa. A los primeros síntomas de que empezaba a hacer daño, lo aconsejable era abandonarla. Y el primer aviso de tales síntomas, aunque en la práctica resultara difícil de detectar por su carácter abstracto, nuestros Consejeros de la Salud Pública femenina lo hacían coincidir con el más leve menoscabo de aquellas exquisitas esencias tan traídas y llevadas de la feminidad.

«No nos parece mal este avatar que transforma a la inútil damisela encorsetada en compañera de investigación. Pero nadie más que a ella es necesario un freno protector que la detenga en el momento en que una desaforada pasión por el estudio comience a restar a su feminidad magníficos encantos... Nos asusta tanto para mujer propia o simplemente para amiga leal la mujer que calla sin atreverse a formular controversia como aquella otra que sabe tanto como nosotros y no nos mira con admiración cuando le explicamos un tema de mecánica o geopolítica. Y, puestos a elegir, preferimos a aquella callada y silenciosa, que nos considera maestros de su vida y acepta el consejo y la lección con la humildad de quien se sabe inferior en talento».

De forma bien tajante lo había establecido Pilar Primo de Rivera en su catecismo particular. A las que pretendieran surcar los aires del saber con vuelo tan seguro y ambicioso como el del varón convenía cortarles las alas.

«Las mujeres nunca descubren nada: les falta desde luego el talento creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles; nosotras no podemos hacer nada más que interpretar mejor o peor lo que los hombres han hecho».


Usos amorosos de la postguerra española. Editorial Anagrama. 1990. Página 68

Cuestiones para el coloquio

Bibliografía recomendada

Martín Gaite, C. (25/11/1986). El punto de vista femenino en la literatura española. Fundación Juan March.

Martín Gaite, C. (1987): Usos amorosos de la postguerra española. Anagrama.