Diario
de
Ana Frank

Antes de la lectura

Ana Frank era una niña alemana a la que, cuando cumplió 13 años, le regalaron un diario. El regalo le encantó y se puso inmediatamente a escribir en él. Durante dos años y medio volcó allí tanto sus reflexiones más íntimas como el día a día de sus relaciones familiares y personales. Desgraciadamente, la Historia con mayúscula le pasó por encima, y también lo referido a la persecución del pueblo judío y a la Segunda Guerra Mundial fue un tema frecuentado por Ana en el diario. Este trágico acontecimiento del siglo XX, al colarse de lleno en el diario, y al provocar de manera tan trágica y precipitada el final de su autora, añadió un extraordinario interés histórico a lo que inicialmente no era otra cosa que el registro íntimo y cotidiano de la vida de una adolescente. Ella no podía imaginar el éxito y la fama universal que alcanzaría su Diario

Dejando a un lado el factor histórico de la obra, pensemos ahora en las motivaciones que puede haber detrás de la escritura de carácter autobiográfico. No todo el mundo escribe ni tiene la necesidad de hacerlo pero lo cierto es que la escritura íntima, que en el caso de Ana Frank adquiere la forma de diario, es un hábito que tienen mucha personas. ¿Qué necesidades pueden llevarle a una persona a escribir un diario? ¿Qué consuelo puede ofrecer para quien se anima a hacerlo? ¿Qué hay en la escritura como posibilidad que no puede proporcionar el simple hecho de hablar o pensar las cosas? ¿Has sentido la necesidad alguna vez de escribir un diario? ¿Has escrito, o escribes actualmente algún tipo de escritura íntima? Si lo has hecho, ¿qué relatas en tus textos? ¿Piensas en que alguien pueda leer tus escritos algún día? ¿Escribes en presente o en pasado? Si no has escrito nunca sobre ti y te plantearas hacerlo, ¿qué relatarías en tu texto, sobre qué escribirías? ¿Lo escribirías teniendo presente que alguien algún día podría leerlo o lo escribirías para ti? ¿Cómo empezarías a escribir en él?

Al hilo de la lectura

El carácter fragmentario de un diario permite la aproximación independiente a cada una de las entradas, por más que muchas de ellas se relacionen entre sí en torno a una serie de hilos temáticos: la mirada de Ana hacia sí misma, es decir, hacia los cambios corporales y mentales propios de la adolescencia; la relación con las otras personas de la casa, de manera especial, con sus padres y con el joven Peter; el efecto en su vida de la terrible persecución a los judíos y motivo de su confinamiento en "la Casa de atrás", etc. 

Para la lectura guiada en el aula se han seleccionado diez fragmentos. Los nueve primeros corresponden a diferentes entradas del Diario, agrupadas en los siguientes cinco hilos temáticos.

Dejamos para el final la lectura de un fragmento del epílogo, que permite al lector contemporáneo conocer el desenlace de la obra, externo en esta ocasión a la propia escritura, y causada por el devenir mismo de los hechos históricos de los que el Diario de Ana Frank da testimonio.

La lectura compartida descansa sobre la conversación literaria en clase y la elaboración de una sencilla tarea final.

a) Por qué escribir un diario

El primero de los textos seleccionados corresponde a la primera entrada del Diario de Ana Frank.

Texto 1

Sábado, 20 de junio de 1942

Para alguien como yo es una sensación muy extraña escribir un diario. No sólo porque nunca he escrito, sino porque me da la impresión de que más tarde ni a mí ni a ninguna otra persona le interesarán las confidencias de una colegiala de trece años. Pero eso en realidad da igual, tengo ganas de escribir y mucho más aún de desahogarme y sacarme de una vez unas cuantas espinas. «El papel es más paciente que los hombres.» Me acordé de esta frase uno de esos días medio melancólicos en que estaba sentada con la cabeza apoyada entre las manos, aburrida y desganada, sin saber si salir o quedarme en casa, y finalmente me puse a cavilar sin moverme de donde estaba. Sí, es cierto, el papel es paciente, pero como no tengo intención de enseñarle nunca a nadie este cuaderno de tapas duras llamado pomposamente «diario», a no ser que alguna vez en mi vida tenga un amigo o una amiga que se convierta en el amigo o la amiga «del alma», lo más probable es que a nadie le interese.

He llegado al punto donde nace toda esta idea de escribir un diario: no tengo ninguna amiga.

Para ser más clara tendré que añadir una explicación, porque nadie entenderá cómo una chica de trece años puede estar sola en el mundo. Es que tampoco es tan así: tengo unos padres muy bue­nos y una hermana de dieciséis, y tengo como treinta amigas en total, entre buenas y menos buenas. Tengo un montón de admira­dores que tratan de que nuestras miradas se crucen o que, cuando no hay otra posibilidad, intentan mirarme durante la clase a través de un espejito roto. Tengo a mis parientes, a mis tías, que son muy buenas, y un buen hogar. Al parecer no me falta nada, salvo la amiga del alma. Con las chicas que conozco lo único que puedo hacer es divertirme y pasarlo bien. Nunca hablamos de otras cosas que no sean las cotidianas, nunca llegamos a hablar de cosas ínti­mas. Y ahí está justamente el quid de la cuestión. Tal vez la falta de confidencialidad sea culpa mía, el asunto es que las cosas son como son y lamentablemente no se pueden cambiar. De ahí este diario.

Para realzar todavía más en mi fantasía la idea de la amiga tan anhelada, no quisiera apuntar en este diario los hechos sin más, como hace todo el mundo, sino que haré que el propio diario sea esa amiga, y esa amiga se llamará Kitty.

¡Mi historia! (¡Cómo podría ser tan tonta de olvidármela!)

Como nadie entendería nada de lo que fuera a contarle a Kitty si lo hiciera así, sin ninguna introducción, tendré que relatar bre­vemente la historia de mi vida, por poco que me plazca hacerlo.

Mi padre, el más bueno de todos los padres que he conocido en mi vida, no se casó hasta los treinta y seis años con mi madre, que tenía veinticinco. Mi hermana Margot nació en 1926 en Alemania, en Francfort del Meno. El 1 de junio de 1929 le seguí yo. Viví en Francfort hasta los cuatro años. Como somos judíos «de pura cepa», mi padre se vino a Holanda en 1933, donde fue nombrado director de Opekta, una compañía holandesa de preparación de mermeladas. Mi madre, Edith Holländer, también vino a Holanda en septiembre, y Margot y yo fuimos a Aquisgrán, donde vivía mi abuela. Margot vino a Holanda en diciembre y yo en febrero, cuando me pusieron encima de la mesa como regalo de cumplea­ños para Margot.

Pronto empecé a ir al jardín de infancia del colegio Montessori, y allí estuve hasta cumplir los seis años. Luego pasé al primer curso de la escuela primaria. En sexto tuve a la señora Kuperus, la directora. Nos emocionamos mucho al despedirnos a fin de curso y lloramos las dos, porque yo había sido admitida en el liceo judío, al que también iba Margot.

Nuestras vidas transcurrían con cierta agitación, ya que el resto de la familia que se había quedado en Alemania seguía siendo víc­tima de las medidas antijudías decretadas por Hitler. Tras los po­gromos de 1938, mis dos tíos maternos huyeron y llegaron sanos y salvos a Norteamérica; mi pobre abuela, que ya tenía setenta y tres años, se vino a vivir con nosotros.

Después de mayo de 1940, los buenos tiempos quedaron defini­tivamente atrás: primero la guerra, luego la capitulación, la inva­sión alemana, y así comenzaron las desgracias para nosotros los ju­díos. Las medidas antijudías se sucedieron rápidamente y se nos privó de muchas libertades. Los judíos deben llevar una estrella de David; deben entregar sus bicicletas; no les está permitido viajar en tranvía; no les está permitido viajar en coche, tampoco en coches particulares; los judíos sólo pueden hacer la compra desde las tres hasta las cinco de la tarde; sólo pueden ir a una peluquería judía; no pueden salir a la calle desde las ocho de la noche hasta las seis de la madrugada; no les está permitida la entrada en los teatros, cines y otros lugares de esparcimiento público; no les está permitida la en­trada en las piscinas ni en las pistas de tenis, de hockey ni de ningún otro deporte; no les está permitido practicar remo; no les está per­mitido practicar ningún deporte en público; no les está permitido estar sentados en sus jardines después de las ocho de la noche, tam­poco en los jardines de sus amigos; los judíos no pueden entrar en casa de cristianos; tienen que ir a colegios judíos, y otras cosas por el estilo. Así transcurrían nuestros días: que si esto no lo podíamos hacer, que si lo otro tampoco. Jacques siempre me dice: «Ya no me atrevo a hacer nada, porque tengo miedo de que esté prohibido.»

En el verano de 1941, la abuela enfermó gravemente. Hubo que operarla y mi cumpleaños apenas lo festejamos. El del verano de 1940 tampoco, porque hacía poco que había acabado la guerra en Holanda. La abuela murió en enero de 1942. Nadie sabe lo mucho que pienso en ella, y cuánto la sigo queriendo. Este cumpleaños de 1942 lo hemos festejado para compensar los anteriores, y tam­bién tuvimos encendida la vela de la abuela.

Nosotros cuatro todavía estamos bien, y así hemos llegado al día de hoy, 20 de junio de 1942, fecha en que estreno mi diario con toda solemnidad.

Anne Frank. Diario. Debolsillo. 2021. Páginas 16-19

Cuestiones para el coloquio

b) La persecución a los judíos. En la Casa de atrás

Desde que Ana recibe como regalo ese diario el día 20 de junio de 1942 hasta el siguiente texto que hemos seleccionado, del día 8 de julio de 1942, las cosas iban empeorando para los judíos que vivían en los países ocupados por la Alemania nazi, como Holanda, donde residía en ese momento la familia Frank. Ese día, Ana cuenta cómo todo se precipitó y cómo cambió su vida para siempre. Leamos algunos fragmentos desde ese momento en los que se refleja cómo afectaron los hechos socio-políticos a las vidas de las personas del entorno de la autora del diario. 

Texto 2


Miércoles, 8 de julio de 1942 

Querida Kitty: 

Desde la mañana del domingo hasta ahora parece que hubieran pasado años. Han pasado tantas cosas que es como si de repente el mundo estuviera patas arriba, pero ya ves, Kitty: aún estoy viva, y eso es lo principal, como dice papá. Sí, es cierto, aún estoy viva, pero no me preguntes dónde ni cómo. Hoy no debes de entender nada de lo que te escribo, de modo que empezaré por contarte lo que pasó el domingo por la tarde. A las tres de la tarde —Helio acababa de salir un momento, luego volvería— alguien llamó a la puerta. Yo no lo oí, ya que estaba leyendo en una tumbona al sol en la galería. Al rato apareció Margot toda alterada por la puerta de la cocina. 

—Ha llegado una citación de la SS para papá —murmuró—. Mamá ya ha salido para la casa de Van Daan. (Van Daan es un amigo y socio de papá). 

Me asusté muchísimo. ¡Una citación! Todo el mundo sabe lo que eso significa. En mi mente se me aparecieron campos de concentración y celdas solitarias. ¿Acaso íbamos a permitir que a papá se lo llevaran a semejantes lugares? 

—Está claro que no irá —me aseguró Margot cuando nos sentamos a esperar en el salón a que regresara mamá—. Mamá ha ido a preguntarle a Van Daan si podemos instalarnos en nuestro escondite mañana. Los Van Daan se esconderán con nosotros. Seremos siete. Silencio. Ya no podíamos hablar. Pensar en papá, que sin sospechar nada había ido al asilo judío a hacer unas visitas, esperar a que volviera mamá, el calor, la angustia, todo ello junto hizo que guardáramos silencio. 

De repente llamaron nuevamente a la puerta. 

—Debe de ser Helio —dije yo. 

—No abras —me detuvo Margot, pero no hacía falta, oímos a mamá y al señor Van Daan abajo hablando con Helio. Luego entraron y cerraron la puerta. A partir de ese momento, cada vez que llamaran a la puerta, una de nosotras debía bajar sigilosamente para ver si era papá; no abriríamos la puerta a extraños. A Margot y a mí nos hicieron salir del salón; Van Daan quería hablar a solas con mamá. 

Una vez en nuestra habitación, Margot me confesó que la citación no estaba dirigida a papá, sino a ella. De nuevo me asusté muchísimo y me eché a llorar. Margot tiene dieciséis años. De modo que quieren llevarse a chicas solas tan jóvenes como ella… Pero por suerte no iría, lo había dicho mamá, y seguro que a eso se había referido papá cuando conversaba conmigo sobre el hecho de escondernos. Escondernos… ¿Dónde nos esconderíamos? ¿En la ciudad, en el campo, en una casa, en una cabaña, cómo, cuándo, dónde? Eran muchas las preguntas que no podía hacer, pero que me venían a la mente una y otra vez. 

Margot y yo empezamos a guardar lo indispensable en una cartera del colegio. Lo primero que guardé fue este cuaderno de tapas duras, luego unas plumas, pañuelos, libros del colegio, un peine, cartas viejas… Pensando en el escondite, metí en la cartera las cosas más estúpidas, pero no me arrepiento. Me importan más los recuerdos que los vestidos. A las cinco llegó por fin papá. Llamamos por teléfono al señor Kleiman, pidiéndole que viniera esa misma tarde. Van Daan fue a buscar a Miep. Miep vino, y en una bolsa se llevó algunos zapatos, vestidos, chaquetas, ropa interior y medias, y prometió volver por la noche. Luego hubo un gran silencio en la casa: ninguno de nosotros quería comer nada, aún hacía calor y todo resultaba muy extraño. 

La habitación grande del piso de arriba se la habíamos alquilado a un tal Goldschmidt, un hombre divorciado de treinta y pico, que por lo visto no tenía nada que hacer, por lo que se quedó matando el tiempo hasta las diez con nosotros en el salón, sin que hubiera manera de hacerle entender que se fuera. 

A las once llegaron Miep y Jan Gies. Miep trabaja desde 1933 para papá y se ha hecho íntima amiga de la familia, al igual que su flamante marido Jan. Nuevamente desaparecieron zapatos, medias, libros y ropa interior en la bolsa de Miep y en los grandes bolsillos del abrigo de Jan, y a las once y media también desaparecieron ellos mismos. 

Estaba muerta de cansancio, y aunque sabía que sería la última noche en que dormiría en mi cama, me dormí enseguida y no me desperté hasta las cinco y media de la mañana, cuando me llamó mamá. Por suerte hacía menos calor que el domingo; durante todo el día cayó una lluvia cálida. 

Todos nos pusimos tanta ropa que era como si tuviéramos que pasar la noche en un frigorífico, pero era para poder llevarnos más prendas de vestir. A ningún judío que estuviera en nuestro lugar se le habría ocurrido salir de casa con una maleta llena de ropa. Yo llevaba puestas dos camisetas, tres pantalones, un vestido, encima una falda, una chaqueta, un abrigo de verano, dos pares de medias, zapatos cerrados, un gorro, un pañuelo y muchas cosas más; estando todavía en casa ya me entró asfixia, pero no había más remedio. 

Margot llenó de libros la cartera del colegio, sacó la bicicleta del garaje para bicicletas y salió detrás de Miep, con un rumbo para mí desconocido. Y es que yo seguía sin saber cuál era nuestro misterioso destino. 

A las siete y media también nosotros cerramos la puerta a nuestras espaldas. Del único del que había tenido que despedirme era de Moortje, mi gatito, que sería acogido en casa de los vecinos, según le indicamos al señor Goldschmidt en una nota. Las camas deshechas, la mesa del desayuno sin recoger, medio kilo de carne para el gato en la nevera, todo daba la impresión de que habíamos abandonado la casa atropelladamente. Pero no nos importaba la impresión que dejáramos, queríamos irnos, solo irnos y llegar a puerto seguro, nada más. Seguiré mañana.

Tu Ana

Anne Frank. Diario. Debolsillo. 2021. Páginas 30-33

Texto 3

Sábado, 11 de julio de 1942 

Querida Kitty: 

Papá, mamá y Margot no logran acostumbrarse a las campanadas de la iglesia del Oeste, que suenan cada quince minutos anunciando la hora. Yo sí, me gustaron desde el principio, y sobre todo por las noches me dan una sensación de amparo. Te interesará saber qué me parece mi vida de escondida, pues bien, solo puedo decirte que ni yo misma lo sé muy bien. Creo que aquí nunca me sentiré realmente en casa, con lo que no quiero decir en absoluto que me desagrade estar aquí; más bien me siento como si estuviera pasando unas vacaciones en una pensión muy curiosa. Reconozco que es una concepción un tanto extraña de la clandestinidad, pero las cosas son así, y no las puedo cambiar. Como escondite, la Casa de atrás es ideal; aunque hay humedad y está toda inclinada, estoy segura de que en todo Ámsterdam, y quizás hasta en toda Holanda, no hay otro escondite tan confortable como el que hemos instalado aquí. 

La pequeña habitación de Margot y mía, sin nada en las paredes, tenía hasta ahora un aspecto bastante desolador. Gracias a papá, que ya antes había traído mi colección de tarjetas postales y mis fotos de estrellas de cine, pude decorar con ellas una pared entera, pegándolas con cola. Quedó muy, muy bonito, por lo que ahora parece mucho más alegre. Cuando lleguen los Van Daan, ya nos fabricaremos algún armarito y otros chismes con la madera que hay en el desván.

Margot y mamá ya se han recuperado un poco. Ayer mamá quiso hacer la primera sopa de guisantes, pero cuando estaba abajo charlando, se olvidó de la sopa, que se quemó de tal manera que los guisantes estaban negros como el carbón y no había forma de despegarlos del fondo de la olla. 

Ayer por la noche bajamos los cuatro al antiguo despacho de papá y pusimos la radio inglesa. Yo tenía tanto miedo de que alguien pudiera oírnos que le supliqué a papá que volviéramos arriba. Mamá comprendió mi temor y subió conmigo. También con respecto a otras cosas tenemos mucho miedo de que los vecinos puedan vernos u oírnos. Ya el primer día tuvimos que hacer cortinas, que en realidad no se merecen ese nombre, ya que no son más que unos trapos sueltos, totalmente diferentes entre sí en forma, calidad y dibujo. Papá y yo, que no entendemos nada del arte de coser, las unimos de cualquier manera con hilo y aguja. Estas verdaderas joyas las colgamos luego con chinchetas delante de las ventanas, y ahí se quedarán hasta que nuestra estancia aquí acabe. A la derecha de nuestro edificio se encuentra una filial de la compañía Keg, de Zaandam, y a la izquierda una ebanistería. La gente que trabaja allí abandona el recinto cuando termina su horario de trabajo, pero aun así podrían oír algún ruido que nos delatara. Por eso, hemos prohibido a Margot que tosa por las noches, pese a que está muy acatarrada, y le damos codeína en grandes cantidades. 

Me hace mucha ilusión la venida de los Van Daan, que se ha fijado para el martes. Será mucho más ameno y también habrá menos silencio. Porque es el silencio lo que por las noches y al caer la tarde me pone tan nerviosa, y daría cualquier cosa por que alguno de nuestros protectores se quedara aquí a dormir. 

La vida aquí no es tan terrible, porque podemos cocinar nosotros mismos y abajo, en el despacho de papá, podemos escuchar la radio. El señor Kleiman y Miep y también Bep Voskuijl nos han ayudado muchísimo. Nos han traído ruibarbo, fresas y cerezas, y no creo que por el momento nos vayamos a aburrir. Tenemos suficientes cosas para leer, y aún vamos a comprar un montón de juegos. Está claro que no podemos mirar por la ventana ni salir fuera. También está prohibido hacer ruido, porque abajo no nos deben oír. 

Ayer tuvimos mucho trabajo; tuvimos que deshuesar dos cestas de cerezas para la oficina. El señor Kugler quería usarlas para hacer conservas. 

Con la madera de las cajas de cerezas haremos estantes para libros. 

Me llaman. 

Tu Ana

Anne Frank. Diario. Debolsillo. 2021. Páginas 37-39

Texto 4

Viernes, 9 de octubre de 1942


Querida Kitty:

Hoy no tengo más que noticias desagradables y desconsoladoras para contarte. A nuestros numerosos amigos y conocidos judíos se los están llevando en grupos. La Gestapo no tiene la mínima consideración con ellos, los cargan nada menos que en vagones de ganado y los envían a Westerbork, el gran campo de concentración para judíos en la provincia de Drente. Miep nos ha hablado de alguien que logró fugarse de allí. Debe de ser un sitio horroroso. A la gente no le dan casi de comer y menos de beber. Solo hay agua una hora al día, y no hay más que un retrete y un lavabo para varios miles de personas. Hombres y mujeres duermen todos juntos, y a estas últimas y a los niños a menudo les rapan la cabeza. Huir es prácticamente imposible. Muchos llevan la marca inconfundible de su cabeza rapada o también la de su aspecto judío.

Si ya en Holanda la situación es tan desastrosa, ¿cómo vivirán en las regiones apartadas y bárbaras adónde los envían? Nosotros suponemos que a la mayoría los matan. La radio inglesa dice que los matan en cámaras de gas, quizá sea la forma más rápida de morir.

Estoy tan confusa por las historias de horror tan sobrecogedoras que cuenta Miep y que también a ella la estremecen. Hace poco, por ejemplo, delante de la puerta de su casa se había sentado una viejecita judía entumecida esperando a la Gestapo, que había ido a buscar una furgoneta para llevársela. La pobre vieja estaba muy atemorizada por los disparos dirigidos a los aviones ingleses que sobrevolaban la ciudad, y por el relampagueo de los reflectores. Sin embargo, Miep no se atrevió a hacerla entrar en su casa. Nadie lo haría. Sus señorías alemanas no escatiman medios para castigar.

También Bep está muy callada; al novio lo mandan a Alemania. Cada vez que los aviones sobrevuelan nuestras casas, ella tiene miedo de que suelten sus cargas explosivas de hasta mil toneladas en la cabeza de su Bertus. Las bromas del tipo «seguro que no le caerán mil toneladas» y «con una sola bomba basta» me parece que están un tanto fuera de lugar. Bertus no es el único, todos los días salen trenes llenos de muchachos holandeses que van a trabajar a Alemania. En el camino, cuando paran en alguna pequeña estación, algunos se bajan a escondidas e intentan buscar refugio. Una pequeña parte de ellos quizá lo consiga.

Todavía no he terminado con mis lamentaciones.

¿Sabes lo que es un rehén? Es el último método que han impuesto como castigo para los saboteadores. Es lo más horrible que te puedas imaginar. Detienen a destacados ciudadanos inocentes y anuncian que los ejecutarán en caso de que alguien realice un acto de sabotaje. Cuando hay un sabotaje y no encuentran a los responsables, la Gestapo sencillamente pone a cuatro o cinco rehenes contra el paredón. A menudo los periódicos publican esquelas mortuorias sobre estas personas, calificando sus muertes de «accidente fatal».

¡Bonito pueblo el alemán, y pensar que en realidad yo también pertenezco a él! Pero no, hace mucho que Hitler nos ha convertido en apátridas. De todos modos, no hay enemistad más grande en el mundo que entre los alemanes y los judíos.


Tu Ana

Anne Frank. Diario. Debolsillo. 2021. Páginas 67-68 

Cuestiones para el coloquio

1. Ana empezaba a escribir su diario con el propósito de contar su día a día, con la ilusión de que ese cuaderno se convirtiera en su amiga íntima –a la que nombra como Kitty– y poder, así, sincerarse y contar sus pensamientos, reflexiones y confesiones que no podía compartir con nadie más. Eso es lo que hace, pero su vida cotidiana se transforma totalmente, como explica en el inicio de la entrada del 8 de julio: “Han pasado tantas cosas que es como si de repente el mundo estuviera patas arriba”. 


La familia de Ana se vio afectada por una situación trágica sucedida en la Europa de la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto. ¿Qué sabemos sobre estos hechos? ¿Qué ocurría con los judíos en Alemania y en todos los países ocupados por el ejército nazi? Pongámoslo en común. 


Leamos también un fragmento de la información que aparece en la Wikipedia y comprobemos si se corresponde con lo que ya sabíamos: 


El Holocausto, también conocido por su término hebreo, Shoá (traducido como «La Catástrofe»)— es el genocidio realizado por el régimen de la Alemania nazi contra los judíos de Europa durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Los asesinatos tuvieron lugar en todos los territorios ocupados por Alemania en Europa. Sería el desenlace de un concepto racista alemán puesto en práctica por los nazis, conocido por ellos como la solución final de la cuestión judía, o sencillamente la «solución final» (en alemán: Endlösung).​

La decisión nazi de llevar a la práctica el genocidio fue tomada entre finales del verano y principios del otoño de 1941 y el programa genocida alcanzó su punto culminante en la primavera de 1942 —desde finales de 1942, las víctimas eran transportadas regularmente en trenes de carga, especialmente conducidos a campos de exterminio donde, si sobrevivían al viaje, la mayoría eran asesinados sistemáticamente en las cámaras de gas.


2. Una vez leídos los textos 2, 3 y 4, de Ana, así como la información de Wikipedia o de otras fuentes que hayáis consultado sobre lo que ocurría, pensemos y enumeremos qué nos aporta el Diario que no aparezca en los libros de historia. 


3. La familia de Ana, junto con otra familia amiga –los Van Daan y su hijo Peter– deciden esconderse para no ser capturados. Se instalan en lo que denominarán como la Casa de atrás, unas dependencias adjuntas a las oficinas de la empresa de su padre, Otto Frank. Ana relata su huida en su diario del día 8 de julio de 1942, pero en ese momento ella todavía no conoce el lugar exacto en el que se esconderán. ¿En qué orden relata Ana esa fuga? ¿Explicita desde el inicio que lo que pasó fue la huida de su casa? Reparemos en estos elementos: cuál es el detonante, cómo se suceden los hechos, cómo empieza ese texto y cómo termina. En general, ¿creéis que Ana prioriza contar sus sensaciones, opiniones y reflexiones? ¿Qué decide contar? 


4. En el diario del día 11 de julio, recién instalados en la Casa de atrás, Ana ofrece algunos detalles de esos primeros días en clandestinidad. ¿Qué sensaciones tiene? ¿Cómo se organizan para hacer habitable ese "escondite"? Podéis ver una recreación del lugar en el que estuvieron aislados del resto del mundo en este enlace. Ana comenta: "La vida aquí no es tan terrible, porque podemos cocinar nosotros mismos y abajo, en el despacho de papá, podemos escuchar la radio". ¿A qué creéis que tuvieron que renunciar las personas que vivieron en clandestinidad? ¿Qué actividades no podían hacer? ¿Qué cosas no podían tener? Teniendo en cuenta que estuvieron dos años viviendo en clandestinidad, ¿cómo nos imaginamos que ocupaban los días y cómo evitaban ser descubiertos? 


5. Ana nos cuenta en su diario lo que vive y siente en su día a día. Se refiere, por tanto, a su presente y lo hace en orden cronológico, remitiéndose al pasado inmediato de los días previos a cada uno de los textos que escribe, sin saber qué le deparará el futuro. Como lectores de sus textos, tenemos el privilegio de saber más de lo que ella sabía en el momento en que escribía cada entrada del diario. Todo lo que relata está contado desde su punto de vista limitado al momento simultáneo de la escritura y al lugar en el que se encuentra y, en este sentido, es un testimonio directo de unos hechos concretos. 

Además, también puede contar aquello que oye en la radio o aquello que cuentan los amigos de la familia que no están encerrados con ellos. ¿De qué habla Ana en el diario del 9 de octubre de 1942? ¿Qué sentimientos manifiesta hacia ello? Seleccionad las frases literales sobre sus sensaciones. ¿Se corresponde lo que explica Ana con las imágenes o fotografías de que disponemos y que documentaron esos hechos? Busquemos algunas imágenes para complementar lo que cuenta Ana en cada uno de los párrafos del diario de ese día. 


6. Imagina que fueras una ciudadana o un ciudadano no judío que vivieras en la Europa ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Ofrece una razón por la que ayudarías a Ana Frank y a los integrantes de la Casa de atrás y otra por la que no lo harías. 

c) Las relaciones familiares

El siguiente texto que proponemos para la lectura muestra cómo vive Ana la relación con sus padres y con los demás integrantes de la Casa de Atrás. 

Texto 5

Sábado, 30 de enero de 1943

Querida Kitty:

Me hierve la sangre y tengo que ocultarlo. Quisiera patalear, gritar, sacudir con fuerza a mamá, llorar y no sé qué más, por to­das las palabras desagradables, las miradas burlonas, las recrimina­ciones que como flechas me lanzan todos los días con sus arcos tensados y que se clavan en mi cuerpo sin que pueda sacármelas. A mamá, Margot, Van Daan, Dussel y también a papá me gustaría gritarles: «iDejadme en paz, dejadme dormir por fin una noche sin que moje de lágrimas la almohada, me ardan los ojos y me la­tan las sienes! ¡Dejadme que me vaya lejos, muy lejos, lejos del mundo si fuera posible!». Pero no puedo. No puedo mostrarles mi desesperación, no puedo hacerles ver las heridas que han abierto en mí. No soportaría su compasión ni sus burlas bienin­tencionadas. En ambos casos me daría por gritar.

Todos dicen que hablo de manera afectada, que soy ridícula cuando callo, descarada cuando contesto, taimada cuando tengo una buena idea, holgazana cuando estoy cansada, egoísta cuando como un bocado de más, tonta, cobarde, calculadora, etc. Todo el santo día me están diciendo que soy una tipa insoportable, y aun­que me río de ello y hago como que no me importa, en verdad me afecta, y me gustaría pedirle a Dios que me diera otro carácter, uno que no haga que la gente siempre descargue su furia sobre mí.

Pero no es posible, mi carácter me ha sido dado tal cual es, y siento en mí que no puedo ser mala. Me esfuerzo en satisfacer los deseos de todos, más de lo que se imaginan aun remotamente. Arriba trato de reír, pues no quiero mostrarles mis penas.

Más de una vez, después de recibir una sarta de recriminaciones injustas, le he dicho a mamá: «No me importa lo que digas. No te preocupes más por mí, que soy un caso perdido». Naturalmente, en seguida me contestaba que era una descarada, me ignoraba más o menos durante dos días y luego, de repente, se olvidaba de todo y me trataba como a cualquier otro.

Me es imposible ser toda melosa un día, y al otro día dejar que me echen a la cara todo su odio. Prefiero el justo medio, que de justo no tiene nada, y no digo nada de lo que pienso, y alguna vez trato de ser tan despreciativa con ellos como ellos lo son con­migo. ¡Ay, si sólo pudiera!

Tu Ana

Anne Frank. Diario. Debolsillo. 2021. Páginas 96-97

Cuestiones para el coloquio


d) Amor con Peter 

A pesar de la situación en la que se encuentran Ana y su familia, también hay lugar para las relaciones amorosas en su vida. Ana relata en los siguientes textos su enamoramiento de Peter, el hijo de la familia que comparte clandestinidad con ellos. 

Texto 6


Lunes, 14 de febrero de 1944

Querida Kitty:

Mucho ha cambiado para mí desde el sábado. Lo que pasa es que sentía en mí un gran deseo (y lo sigo sintiendo), pero… en parte, en una pequeñísima parte, he encontrado un remedio.

El domingo por la mañana me di cuenta (y confieso que para mi gran alegría) de que Peter me miraba de una manera un tanto peculiar, muy distinta de la habitual, no sé, no puedo explicártelo, pero de repente me dio la sensación de que no estaba tan enamorado de Margot como yo pensaba. Durante todo el día me esforcé en no mirarlo mucho, porque si lo hacía él también me miraba siempre, y entonces… bueno, entonces eso me producía una sensación muy agradable dentro de mí, que era preferible no sentir demasiado a menudo.

Por la noche estaban todos sentados alrededor de la radio, menos Pim y yo, escuchando «Música inmortal de compositores alemanes». Dussel no dejaba de tocar los botones del aparato, lo que exasperaba a Peter y también a los demás. Después de media hora de nervios contenidos, Peter, un tanto irritado, le rogó a Dussel que dejara en paz los botones. Dussel le contestó de lo más airado:

—Yo hago lo que me place.

Peter se enfadó, se insolentó, el señor Van Daan le dio la razón y Dussel tuvo que ceder. Eso fue todo.

El asunto en sí no tuvo demasiada trascendencia, pero parece que Peter se lo tomó muy a pecho; lo cierto es que esta mañana, cuando estaba yo en el desván, buscando algo en el baúl de los libros, se me acercó y me empezó a contar toda la historia. Yo no sabía nada; Peter se dio cuenta de que había encontrado a una interlocutora interesada y atenta, y pareció animarse.

—Bueno, ya sabes —me dijo—, yo nunca digo gran cosa, porque sé de antemano que se me va a trabar la lengua. Tartamudeo, me pongo colorado y lo que quiero decir me sale al revés, hasta que en un momento dado tengo que callarme porque ya no encuentro las palabras. Ayer me pasó igual; quería decir algo completamente distinto, pero cuando me puse a hablar, me hice un lío y la verdad es que es algo horrible. Antes tenía una mala costumbre, que aun ahora me gustaría seguir poniendo en práctica: cuando me enfadaba con alguien, prefería darle unos buenos tortazos antes que ponerme a discutir con él. Ya sé que este método no lleva a ninguna parte, y por eso te admiro. Tú al menos no te lías al hablar, le dices a la gente lo que le tienes que decir y no eres nada tímida.

—Te equivocas de medio a medio —le contesté—. En la mayoría de los casos digo las cosas de un modo muy distinto del que me había propuesto, y entonces digo demasiadas cosas y hablo demasiado tiempo, y eso es un mal no menos terrible.

—Es posible, pero sin embargo tienes la gran ventaja de que a ti nunca se te nota que eres tímida. No cambias de color ni te inmutas.

Esta última frase me hizo reír para mis adentros, pero quería que siguiera hablando sobre sí mismo con tranquilidad; no hice notar la gracia que me causaba, me senté en el suelo sobre un cojín, abrazando mis rodillas levantadas, y miré a Peter con atención. Estoy muy contenta de que en casa todavía haya alguien a que le den los mismos ataques de furia que a mí. Se notaba que a Peter le hacía bien poder criticar a Dussel duramente, sin temor a que me chivara. Y a mí también me hacía sentirme muy bien, porque notaba una fuerte sensación de solidaridad, algo que antes solo había tenido con mis amigas.

Tu Ana

Anne Frank. Diario. Debolsillo. 2021. Páginas 210-212

Texto 7

Domingo, 16 de abril de 1944

Mi querida Kitty:

Grábate en la memoria el día de ayer, que es muy importante en mi vida. ¿No es importante para cualquier chica cuando la besan por primera vez? Para mí al menos lo es. El beso que me dio Bram en la mejilla derecha no cuenta, y el que me dio Woudstra en la mano derecha tampoco. Que cómo ha sido lo del beso? Pues bien, te lo contaré. 

Anoche, a las ocho, estaba yo sentada con Peter en su diván, y al poco tiempo me puso el brazo al cuello. (Como era sábado, no llevaba puesto el mono).

—Corrámonos un poco, así no me doy con la cabeza contra el armarito. 

Se corrió casi hasta la esquina del diván, yo puse mi brazo debajo del suyo, alrededor del cuello, y por poco sucumbo bajo el peso de su brazo sobre mis hombros. Es cierto que hemos estado sentados así en otras ocasiones, pero nunca tan pegados como anoche. Me estrechó bien fuerte contra su pecho, sentí cómo me palpitaba el corazón, pero todavía no habíamos terminado. No descansó hasta que no tuvo mi cabeza reposada en su hombro, con su cabeza encima de la mía. Cuando a los cinco minutos quise sentarme un poco más derecha, enseguida cogió mi cabeza en sus manos y la llevó de nuevo hacia sí. ¡Ay, fue tan maravilloso! No pude decir gran cosa, la dicha era demasiado grande. Me acarició con su mano algo torpe la mejilla y el brazo, jugó con mis rizos y la mayor parte del tiempo nuestras cabezas estuvieron pegadas una contra la otra.

No puedo describirte la sensación que me recorrió todo el cuerpo, Kitty; me sentía demasiado dichosa, y creo que él también.

A las ocho y media nos levantamos. Peter se puso sus zapatos de deporte para hacer menos ruido al hacer su segunda ronda por la casa, y yo estaba de pie a su lado. No me preguntes cómo hice para encontrar el movimiento adecuado, porque no lo sé; lo cierto es que antes de bajar me dio un beso en el pelo, medio sobre la mejilla izquierda y medio en la oreja. Corrí hacia abajo sin volverme, y ahora estoy muy deseosa de ver lo que va a pasar hoy.

Domingo por la mañana, 11 horas.

Tu Ana M. Frank

Anne Frank. Diario. Debolsillo. 2021. Páginas 295-297

Cuestiones para el coloquio

e) La mirada introspectiva

Hemos elegido los siguientes textos para complementar lo que ya hemos visto hasta ahora. En primer lugar, hemos leído sobre la mirada de Ana hacia el mundo exterior en referencia a los hechos históricos que marcan su vida. En segundo lugar, nos hemos detenido en algunos fragmentos en los que hace referencia a sus relaciones con el entorno familiar, así como, en tercer lugar, a la experiencia de enamoramiento con Peter. Para cerrar este recorrido nos adentraremos en el mundo interior de Ana, en sus reflexiones y pensamientos íntimos a través de dos textos de su diario. 

Texto 8

Jueves, 6 de enero de 1944

Querida Kitty:

Hoy tengo que confesarte dos cosas que llevarán mucho tiempo, pero que debo contarle a alguien, y entonces lo mejor será que te lo cuente a ti, porque sé a ciencia cierta que callarás siempre y bajo cualquier concepto.

Lo primero tiene que ver con mamá. Bien sabes que muchas ve­ces me he quejado de ella, pero que luego siempre me he esforzado por ser amable con ella. De golpe me he dado cuenta por fin de cuál es el defecto que tiene. Ella misma nos ha contado que nos ve más como amigas que como hijas. Eso es muy bonito, naturalmente, pero sin embargo una amiga no puede ocupar el lugar de una ma­dre. Siento la necesidad de tomar a mi madre como ejemplo, y de respetarla; es cierto que en la mayoría de los casos mi madre es un ejemplo para mí, pero más bien un ejemplo a no seguir. Me da la impresión de que Margot piensa muy distinto a mí en todas estas cosas, y que nunca entendería esto que te acabo de escribir. Y papá evita toda conversación que pueda tratar sobre mamá.

A una madre me la imagino como una mujer que en primer lugar posee mucho tacto, sobre todo con hijos de nuestra edad, y no como Mansa, que cuando lloro -no a causa de algún dolor, sino por otras cosas- se burla de mí.

Hay una cosa que podrá parecerte insignificante, pero que nunca le he perdonado. Fue un día en que tenía que ir al den­tista. Mamá y Margot me iban a acompañar y les pareció bien que llevara la bicicleta. Cuando habíamos acabado en el dentista y salimos a la calle, Margot y mamá me dijeron sin más ni más que se iban de tiendas a mirar o a comprar algo, ya no recuerdo exactamente qué. Yo, naturalmente, quería ir con ellas, pero no me dejaron porque llevaba conmigo la bicicleta. Me dio tanta ra­bia, que los ojos se me llenaron de lágrimas, y Margot y mamá se echaron a reír. Me enfurecí, y en plena calle les saqué la lengua. Una viejecita que pasaba casualmente nos miró asustada. Me monté en la bicicleta y me fui a casa, donde estuve llorando un rato largo. Es curioso que de mis innumerables heridas, justo ésta vuelva a enardecerme cuando pienso en lo enfadada que es­taba en ese momento.

Lo segundo es algo que me cuesta muchísimo contártelo, por­que se trata de mí misma. No soy pudorosa, Kitty, pero cuando aquí en casa a menudo se ponen a hablar con todo detalle sobre lo que hacen en el retrete, siento una especie de repulsión en todo mi cuerpo.

Resulta que ayer leí un artículo de Sis Heyster sobre por qué nos sonrojamos. En ese artículo habla como si se estuviera diri­giendo sólo a mí. Aunque yo no me sonrojo tan fácilmente, las otras cosas que menciona sí son aplicables a mí. Escribe más o menos que una chica, cuando entra en la pubertad, se vuelve muy callada y empieza a reflexionar acerca de las cosas milagrosas que se producen en su cuerpo. También a mí me está ocurriendo eso, y por eso últimamente me da la impresión de que siento ver­güenza frente a Margot, mamá y papá. Sin embargo Margot, que es mucho más tímida que yo, no siente ninguna vergüenza.

Me parece muy milagroso lo que me está pasando, y no sólo lo que se puede ver del lado exterior de mi cuerpo, sino también lo que se desarrolla en su interior. Justamente al no tener a nadie con quien hablar de mí misma y sobre todas estas cosas, las con­verso conmigo misma. Cada vez que me viene la regla -lo que hasta ahora sólo ha ocurrido tres veces- me da la sensación de que, a pesar de todo el dolor, el malestar y la suciedad, guardo un dulce secreto y por eso, aunque sólo me trae molestias y fastidio, en cierto modo me alegro cada vez que llega el mo­mento en que vuelvo a sentir en mí ese secreto.

Otra cosa que escribe Sis Heyster es que a esa edad las ado­lescentes son muy inseguras y empiezan a descubrir que son personas con ideas, pensamientos y costumbres propias. Como yo vine aquí cuando acababa de cumplir los trece años, empecé a reflexionar sobre mí misma y a descubrir que era una «per­sona por mí misma» mucho antes. A veces, por las noches, siento una terrible necesidad de palparme los pechos y de oír el latido tranquilo y seguro de mi corazón.

Inconscientemente, antes de venir aquí ya había tenido sensa­ciones similares, porque recuerdo una vez en que me quedé a dormir en casa de Jacque y que no podía contener la curiosidad de conocer su cuerpo, que siempre me había ocultado, y que nunca había llegado a ver. Le pedí que, en señal de nuestra amistad, nos tocáramos mutuamente los pechos. Jacque se negó. También ocurrió que sentí una terrible necesidad de be­sarla, y lo hice. Cada vez que veo una figura de una mujer des­nuda, como por ejemplo la Venus en el manual de historia de arte de Springer, me quedo extasiada contemplándola. A veces me parece de una belleza tan maravillosa, que tengo que conte­nerme para que no se me salten las lágrimas. ¡Ojalá tuviera una amiga!

Anne Frank. Diario. Debolsillo. 2021. Páginas 180-183

Texto 9

Martes, 1 de agosto de 1944

Querida Kitty:

«Un manojo de contradicciones» es la última frase de mi última carta y la primera de ésta. «Un manojo de contradicciones», ¿se­rías capaz de explicarme lo que significa? ¿Qué significa contra­dicción? Como tantas otras palabras, tiene dos significados, con­tradicción por fuera y contradicción por dentro. Lo primero es sencillamente no conformarse con la opinión de los demás, pre­tender saber más que los demás, tener la última palabra, en fin, to­das las cualidades desagradables por las que se me conoce, y lo se­gundo, que no es por lo que se me conoce, es mi propio secreto.

Ya te he contado alguna vez que mi alma está dividida en dos, como si dijéramos. En una de esas dos partes reside mi alegría ex­trovertida, mis bromas y risas, mi alegría de vivir y sobre todo el no tomarme las cosas a la tremenda. Eso también incluye el no ver nada malo en las coqueterías, en un beso, un abrazo, una broma indecente. Ese lado está generalmente al acecho y desplaza al otro, mucho más bonito, más puro y más profundo. ¿Verdad que nadie conoce el lado bonito de Ana, y que por eso a muchos no les caigo bien? Es cierto que soy un payaso divertido por una tarde, y luego durante un mes todos están de mí hasta las narices. En realidad soy lo mismo que una película de amor para los intelectuales: sim­plemente una distracción, una diversión por una vez, algo para ol­vidar rápidamente, algo que no está mal pero que menos aún está bien. Es muy desagradable para mí tener que contártelo, pero ¿por qué no habría de hacerlo, si sé que es la pura verdad? Mi lado más ligero y superficial siempre le ganará al más profundo, y por eso siempre vencerá. No te puedes hacer una idea de cuántas ve­ces he intentado empujar a esta Ana, que sólo es la mitad de todo lo que lleva ese nombre, de golpearla, de esconderla, pero no lo logro y yo misma sé por qué no puede ser.

Tengo mucho miedo de que todos los que me conocen tal y como siempre soy, descubran que tengo otro lado, un lado mejor y más bonito. Tengo miedo de que se burlen de mí, de que me en­cuentren ridícula, sentimental, y de que no me tomen en serio. Estoy acostumbrada a que no me tomen en serio, pero sólo la Ana «ligera» está acostumbrada a ello y lo puede soportar, la Ana de mayor «peso» es demasiado débil. Cuando de verdad logro alguna vez con gran esfuerzo que suba a escena la auténtica Ana durante quince minutos, se encoge como una mimosa sensitiva[1] en cuanto le toca decir algo, cediéndole la palabra a la primera Ana y desapa­reciendo antes de que me pueda dar cuenta.

O sea, que la Ana buena no se ha mostrado nunca, ni una sola vez, en sociedad, pero cuando estoy sola casi siempre lleva la voz cantante. Sé perfectamente cómo me gustaría ser y cómo soy... por dentro, pero lamentablemente sólo yo pienso que soy así. Y ésa quizá sea, no, seguramente es, la causa de que yo misma me considere una persona feliz por dentro, y de que la gente me con­sidere una persona feliz por fuera. Por dentro, la auténtica Ana me indica el camino, pero por fuera no soy más que una cabrita exaltada que trata de soltarse de las ataduras.

Como ya te he dicho, siento las cosas de modo distinto a cuando las digo, y por eso tengo fama de correr detrás de los chi­cos, de coquetear, de ser una sabihonda y de leer novelitas de poca monta. La Ana alegre lo toma a risa, replica con insolencia, se en­coge de hombros, hace como si no le importara, pero no es cierto: la reacción de la Ana callada es totalmente opuesta. Si soy sincera de verdad, te confieso que me afecta, y que hago un esfuerzo enorme para ser de otra manera, pero que una y otra vez sucumbo a ejércitos más fuertes.

Dentro de mí oigo un sollozo: «Ya ves lo que has conseguido: malas opiniones, caras burlonas y molestas, gente que te consi­dera antipática, y todo ello sólo por no querer hacer caso de los buenos consejos de tu propio lado mejor.» ¡Ay, cómo me gustaría hacerle caso, pero no puedo! Cuando estoy callada y seria, todos piensan que es una nueva comedia, y entonces tengo que salir del paso con una broma, y para qué hablar de mi propia familia, que en seguida se piensa que estoy enferma, y me hacen tragar píldo­ras para el dolor de cabeza y calmantes, me palpan el cuello y la sien para ver si tengo fiebre, me preguntan si estoy estreñida y me critican cuando estoy de mal humor, y yo no lo aguanto; cuando se fijan tanto en mí, primero me pongo arisca, luego triste y al fi­nal termino volviendo mi corazón, con el lado malo hacia fuera y el bueno hacia dentro, buscando siempre la manera de ser como de verdad me gustaría ser y como podría ser... si no hubiera otra gente en este mundo.

 

Tu Ana M. Frank

 

Aquí termina el diario de Ana.


[1] Planta que se caracteriza por sus hojas sensibles al tacto.

Anne Frank. Diario. Debolsillo. 2021. Páginas 369-371

Cuestiones para el coloquio

Para terminar, os proponemos leer el epílogo del Diario de Ana, el texto 10.

 Epílogo

Texto 10

El 4 de agosto de 1944, entre las diez y las diez y media de la mañana, un automóvil se detuvo frente a la casa de Prinsengracht 263. De él se bajó Karl Josef Silberbauer, un sargento de las «SS» alemanas, de uniforme, junto con tres asistentes holandeses, miembros de la Grüne Polizei (Policía verde), vestidos de paisano, pero armados. Sin duda, alguien había delatado a los escondidos. [...]

Margot y Ana fueron deportadas mediante una operación de evacuación de Auschwitz a Bergen-Belsen, al norte de Alemania, a finales de octubre. Como consecuencia de las desastrosas condiciones higiénicas, hubo una epidemia de tifus que costó la vida a miles de internados, entre ellos Margot y, unos días más tarde, también Ana. La fecha de sus muertes ha de situarse entre finales de febrero y principios de marzo de 1945. Los restos de las niñas yacen, seguramente, en las fosas comunes de Bergen- Belsen. El campo de concentración fue liberado por las tropas inglesas el 12 de abril de ese mismo año. Peter van Pels (Peter van Daan) fue trasladado el 16 de enero de 1945 de Auschwitz a Mauthausen (Austria), en una de las llamadas marchas de evacuación. Allí murió el 5 de mayo de 1945, solo tres días antes de la liberación. [...]

Otto Frank fue el único del grupo de ocho escondidos que sobrevivió a los campos de concentración. Tras la liberación de Auschwitz por las tropas rusas, viajó en barco a Marsella desde el puerto de Odesa. El 3 de junio de 1945 llegó a Ámsterdam, donde residió hasta 1953. En ese año se mudó a Basilea (Suiza), donde vivían su hermano y hermana con su familia. Se casó con Elfriede Geiringer, nacida Markowitz, una vienesa que, como él, había sobrevivido al campo de Auschwitz y cuyo marido e hijo habían muerto en Mauthausen. Hasta el día de su muerte, el 19 de agosto de 1980, Otto Frank vivió en Birsfelden, cerca de Basilea, y se dedicó a la publicación del diario de su hija y a difundir el mensaje contenido en él. 

Anne Frank. Diario. Debolsillo. 2021. Fragmentos del Epílogo. Páginas 373-376

Después de la lectura

Acabamos de leer el trágico final de los integrantes de la Casa de atrás. El único superviviente, como queda dicho en el epílogo, fue Otto Frank. Pero, ¿qué pasó desde que Ana Frank se vio forzada a dejar abandonado su diario personal en la casa hasta su publicación? Es decir, ¿cómo pudo llegar a publicarse? ¿Quién lo recogió y entregó a Otto cuando fue liberado del campo de exterminio? ¿Qué hizo Otto para que el sueño de Anne de ver publicado su diario se viera cumplido? ¿Se publicó íntegramente, tal y conforme lo había escrito Anne? ¿Dónde se encuentra actualmente el diario real de Anne? 


Todas estas preguntas deberán ser aclaradas en el trabajo de investigación que te proponemos y que tendrá que materializarse en un reportaje. Para ello, te facilitamos la estructura que deberás seguir. 

Para la realización del trabajo, hay multitud de páginas en internet que pueden ayudarte. No obstante, remitimos al prólogo de la edición manejada en este itinerario, pues en él aparece la información necesaria para hacerlo. También dejamos aquí enlaces al sitio oficial del Museo de Anne Frank, que, además de ser muy bonitos, pueden serte de mucha utilidad. Y, por último, recomendamos un documental sobre su protagonista (27 minutos) que seguro que te resultará muy interesante. 


Terminamos la aproximación al Diario de Ana Frank rescatando un párrafo suyo que, por su esperanza conmovedora y por su belleza, seguro que te inspiran. 

Para seguir leyendo/viendo

Libros

De los muchos hilos de los que podríamos tirar para vincular el Diario de Ana Frank con otros libros (títulos que se ajustan a la forma de diario, sea este real o ficticio; textos que nos hablan de las relaciones padres/hijos en la adolescencia y juventud; novelas cuya trama argumental gira en torno a un primer amor, etc.) privilegiamos en esta ocasión un hilo inevitable: el de los libros que, en diferentes formatos (álbum ilustrado, novela gráfica, novela a secas) nos hablan del Holocausto o, por mejor decir, de los holocaustos perpetrados por el nazismo, ya que no solo fueron los judíos las víctimas de su barbarie, sino también los gitanos, los homosexuales, las personas con una discapacidad física o psíquica, entre otros. 

Películas

En 1939, a punto de estallar la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), el extravagante Guido llega a Arezzo, en la Toscana, con la intención de abrir una librería. Allí conoce a la encantadora Dora y, a pesar de que es la prometida del fascista Rodolfo, se casa con ella y tiene un hijo. Al estallar la guerra, los tres son internados en un campo de exterminio, donde Guido hará lo imposible para hacer creer a su hijo que la terrible situación que están padeciendo es tan sólo un juego. (FILMAFFINITY