Prometeo y el fuego

La caja de Pandora

Antes de la lectura

Zeus, Poseidón, Hera, Afrodita, Hades... ¿Conocéis a algunos de estos dioses? ¿Qué sabéis de ellos? ¿Cómo los habéis conocido?

Con los relatos de la antigüedad grecolatina pasa algo parecido a lo que veíamos con la Biblia: no solo han sobrevivido al paso de los siglos, sino que además han dejado una huella impresionante en todo tipo de manifestaciones artísticas. ¡Incluso en la literatura juvenil actual! ¿Habéis leído alguno de los libros de Percy Jackson? Si es así, no dejéis de compartir vuestras impresiones.

Los dioses griegos los conocemos, sobre todo, gracias a dos obras que quizá os suenen: la Iliada y la Odisea. Ambas se atribuyen a Homero, poeta del siglo VIII a. C., de quien Homer Simpson tomará el nombre veintiocho siglos más tarde. Aunque la Ilíada y la Odisea narran la guerra de Troya y el posterior y accidentado regreso de Ulises a casa, lo cierto es que los dioses no dejan de interferir en el curso de los acontecimientos y tomar partido por unos humanos u otros. 

Otro libro, la Teogonía de Hesíodo (s. VII a. C.), nos cuenta el origen de los dioses, la lucha con los titanes, la creación de los humanos. A este libro pertenece el fragmento que leeremos a continuación. Naturalmente, y dada la antigüedad del relato, no nos basta con elegir una traducción del texto griego orginal, sino que hemos buscado una adaptación que actualice el lenguaje a un estilo más contemporáneo.

Seguiremos la adaptación que Maria Angelidou hizo para la colección Cucaña de la editorial Vicens Vives.

1. Prometeo, el ladrón del fuego

Al principio de los tiempos, los dioses establecieron su hogar en la cima del monte Olimpo, cerca de las estrellas. En aquel lugar idílico, llevaban una vida de lo más placentera: paseaban con calma por sus amenos y coloridos jardines, celebraban grandes banquetes en sus palacios de mármol y tomaban a todas horas néctar y ambrosía, un licor y un alimento dulcísimos que aseguraban su inmortalidad.

Mientras tanto, los hombres hacían su vida abajo, en la Tierra. Habían sido creados de arcilla, y pasaban sus días cultivando los campos y criando ganado. En los momentos difíciles, rezaban a los dioses para pedirles auxilio, y después les agradecían la ayuda recibida haciéndoles ofrendas. De cada cosecha que los hombres recogían y de cada animal que sacrificaban, quemaban la mitad en los templos, y así la ofrenda, convertida en humo, llegaba hasta la cima del Olimpo.

Todo iba bien hasta que un día, tras haber matado a un robusto buey para comérselo, los hombres empezaron a discutir sobre qué parte del animal debían quedarse y cuál tenían que entregar a los dioses.

— Quedémonos con la carne y quememos los huesos —proponían unos.

—¡No digáis locuras! –exclamaban otros—. Si les damos a los dioses la peor parte, nos castigarán sin piedad.

—Pero ¿de qué vamos a alimentarnos si entregamos la carne?

El mismísimo Zeus, padre de los dioses, entró en la disputa.

—La carne de buey debe ser para nosotros —dijo. 

Los hombres, sin embargo, se resistieron a entregársela, así que la discusión se prolongó durante mucho tiempo. Al final, Zeus propuso que fuese Prometeo quien decidiera cómo debía repartirse el buey.

— Prometeo es sabio y justo —dijo—, y encontrará la solución más adecuada. Los demás aceptaremos su decisión y, en adelante, todos los animales serán repartidos tal y como Prometeo disponga.

Prometeo pertenecía a la raza de los titanes, que habían sido engendrados antes incluso que los dioses. Todo el mundo lo admiraba por su sabiduría y astucia. No sólo podía prever el futuro, sino que dominaba todas las ciencias y todas las artes: la medicina y las matemáticas, la música y la poesía… Su mente era poderosa y veloz como un caballo al galope. Cuando Zeus le expuso el dilema del reparto del buey, Prometeo se sentó a meditar y entabló en su conciencia un largo diálogo consigo mismo.

Es normal que los hombres se resistan a entregar la carne —se dijo al principio— . Son ellos quienes han criado al buey, y tienen derecho a quedarse con la mejor porción. 

— Sí, Prometeo — se contestó a sí mismo—, pero olvidas que los dioses son codiciosos y egoístas. No aceptarán que los hombres se queden con la carne…

— Pero no la necesitan… Beben néctar a todas horas, y disponen de ambrosía para llenar su estómago. En cambio, los hombres han de comer para sobrevivir…

Si les entregas la carne a los hombres, Zeus se enojará.

— Entonces, hay que conseguir que Zeus crea que la decisión de quedarse con los huesos la ha tomado él mismo…

Prometeo ideó enseguida la trampa que necesitaba. Luego, despellejó el buey, lo descuartizó y dividió los restos del animal en dos grandes montones. Cuando estuvo listo, llamó a Zeus y le dijo que eligiese el montón que prefiriera.

— Escoge bien porque ya sabes que en adelante, todos los animales que sacrifiquen los hombres se repartirán del mismo modo que este buey.

Prometeo dijo aquellas palabras con la cabeza baja, para evitar que Zeus reconociera en sus ojos el brillo temeroso del engaño. Zeus miró los dos montones. Uno le pareció gris y poco apetitoso, mientras que el otro le atrajo por su brillante aspecto. Así que no tuvo que pensárselo mucho. Señaló el montón resplandeciente y dijo:

— Ese es para nosotros.

Hermes, hijo de Zeus, se hallaba presente en la conversación. Como era experto en idear trampas, no resultaba fácil engañarle. Se acercó al oído de Zeus y le dijo en un susurro:

— No te precipites, padre. Hay algo extraño en este reparto… ¿No has visto que Prometeo ha agachado la cabeza al hablarte? Él siempre mira a la cara…

—Soy el padre de los dioses —replicó Zeus—, así que es lógico que Prometeo me tenga miedo. No es el primero que agacha la cabeza al mirarme. Y te aseguro que no será el último.

Luego, Zeus, volvió a dirigirse a Prometeo, señaló el montón que le apetecía y dijo:

—¡Nos lo llevamos!

Zeus no tardó en advertir el gran error que había cometido. Sucedía que Prometeo había puesto en un montón la carne y las vísceras del buey, y luego lo había tapado todo con el estómago, que es la parte más sosa del animal. En el otro montón, había colocado los huesos y los tendones, pero los había cubierto con la grasa, cuyo brillo despierta el apetito. Zeus, por supuesto, había elegido este último montón. Así que, cuando llegó a la cima del Olimpo y descubrió el engaño, se volvió loco de rabia.

—¡Prometeo se ha burlado de mí! —rugió, y su cólera se notó en la tierra, porque el cielo se llenó de rayos— . ¡Pero voy a vengarme, ya lo creo! De ahora en adelante, los dioses nos conformaremos con la piel y los huesos de los animales, ¡pero los hombres tendrán que comerse la carne cruda!

En efecto, aquel mismo día, Zeus les robó el fuego a los hombres para que tuvieran que comerse los alimentos crudos. Sin fuego, la vida en la Tierra se volvió insoportable. Los hombres no podían hacer nada contra el frío glacial que les helaba las manos ni contra el miedo a la oscuridad que los atormentaba de noche. Prometeo, al verlos sufrir tanto, se conmovió.

«Pobre gente», se dijo, «he de ayudarles de alguna manera»

Al día siguiente, Prometeo subió al monte Olimpo, y sin que nadie lo viera, acercó una pequeña astilla al fuego que Zeus les había arrebatado a los hombres y la guardó en una cáscara de nuez. De regreso a la Tierra, encendió con aquella astilla una antorcha y se la regaló a los hombres para pudieran calentarse de nuevo. Pero, cuando Zeus vio desde el Olimpo que el fuego volvía a arder en la Tierra, su furia no tuvo límites.

—¡Prometeo nos ha vuelto a engañar! —bramó— . ¡Nos ha dejado en ridículo delante de toda la humanidad!

Zeus se vengó entonces por partida doble. Primero castigó a los hombres enviándoles a una mujer llamada Pandora, de la que os hablaré más adelante. Luego, mandó que encadenaran a Prometeo a una de las montañas del Cáucaso, cerca del Mar Negro. Allí, el titán pasó miles de años sin poderse mover, soportando a cielo abierto el frío intenso de la noche y el calor asfixiante del día. Cada mañana, Zeus enviaba una feroz águila al Cáucaso para que le comiese el hígado a Prometeo, y cada noche el hígado se regeneraba por sí mismo, para que el águila pudiese devorarlo de nuevo el amanecer. La vida de Prometeo, pues, se convirtió en un auténtico infierno, pero Zeus siempre pensó que el castigo era justo pues no había falta más grave que engañar a los dioses.

Cuestiones para el coloquio

Actividades 

1. El relato se abre con la fórmula de inicio propia de los mitos: "al principio de los tiempos...".  Ello nos indica cuál es el tiempo externo del relato. Sin embargo, a lo largo del fragmento encontramos varios marcadores temporales que nos indican su tiempo interno, es decir, en cuántos días, meses o años se desarrolla la acción. Fijándoos en estos marcadores —"hasta que un día", "aquel mismo día"—, ¿podrías decir cuánto tiempo transcurre desde el comienzo de la conflicto hasta su desenlace final?

 2. La eternidad de los dioses es el contrapunto al paso del tiempo de los mortales. Quizá por eso no sabemos precisar hasta cuándo va a durar el castigo de Prometeo. ¿Para siempre? El mito así parece darlo a entender. Sin embargo, igual que las series de televisión actuales tienen a menudo continuaciones o spin-off, lo cierto es que Prometeo reaparece en otro mitos que dan cuenta de su posible liberación. Os proponemos, como tarea voluntaria, buscar una adaptación para jóvenes de Los doce trabajos de Hércules y averiguar qué pasó con Prometeo. 

Para seguir leyendo/viendo

Frankenstein

Mary Shelley empezó a escribir Frankenstein con 19 años. El libro se publicó en 1818 con el título completo de Frankenstein o El moderno Prometeo. Este es su argumento:

Víctor Frankenstein es un joven obsesionado con la posibilidad de crear vida con ayuda de la ciencia. Vaga por cementerios en busca de cadáveres para reunir las diferentes partes del cuerpo humano, con idea de crear un nuevo ser y darle vida. Cuando finalmente lo consigue, Víctor Frankenstein se asusta del ser monstruoso que ha creado y se aleja horrorizado, pretendiendo eludir la responsabilidad que como "padre" le corresponde. La criatura lo reclama una y otra vez y, sintiéndose abandonada, sembrará el terror a su paso.

Espartaco

Hay libros clásicos de los que todos sabemos algo, aun no habiéndolos leído. Quizá no hayáis leído Los tres mosqueteros, pero seguro que sabéis acabar la frase "¡Todos para uno, y...!". 

También el cine tiene escenas y frases que han pasado a formar parte del imaginario compartido y que reaparecen constantemente en otras películas, series de televisión o en la publicidad. 

Uno de estos clásicos es Espartaco, película dirigida en 1960 por Stanley Kubrick y protagonizada por Kirk Douglas. ¿La habéis visto? ¿Os gustó?

Espartaco nació en Tracia —en la actual Bulgaria—  en torno al siglo I a. C.  Cuando su tierra fue conquistada por los romanos, fue hecho prisionero y vendido como gladiador al dueño de una escuela de gladiadores en Italia. Allí, Espartaco alentó la rebelión de los esclavos contra la República de Roma.

Tras múltiples peripecias, la rebelión es finalmente sofocada. Los generales romanos están dispuestos a perdonar la vida de los prisioneros, siempre y cuando Espartaco sea identificado, vivo o muerto. Espartaco, que aún vive, decide entregarse. Esto es lo que ocurre. 

Finalmente, Espartaco será identificado y crucificado, pero su sacrificio no habrá sido en vano. 

2. La caja de Pandora

Un día, poco antes de enviar a Prometeo al Cáucaso, Zeus bajó del Olimpo para visitar a su hijo Hefesto. Hefesto era herrero, y trabajaba en una oscura cueva subterránea situada en la soleada isla de Menos. Su fragua era lo más parecido al infierno. El fuego estaba siempre encendido, y el hierro al rojo vivo irradiaba un calor insoportable. Y, sin embargo, Hefesto se sentía muy a gusto en aquel lugar, donde trabajaba sin descanso, día y noche, fabricando cadenas para los presos, herraduras para los caballos, cascos y espadas para los guerreros… En realidad, Hefesto utilizaba el trabajo para aislarse de los otros dioses, que se burlaban de él porque era feo y cojo. Nunca recibía visitas, así que se quedó de lo más sorprendido el día en que Zeus entró en su fragua.

¿Qué te trae por aquí, padre? preguntó.

Zeus tenía la mirada ausente. Parecía perturbado por un grave disgusto.

Prometeo nos ha engañado de nuevo dijo. Primero, nos dejó sin carne, y ahora ha subido en secreto al Olimpo y les ha devuelto el fuego a los hombres… ¡Nos ha dejado en rídiculo! Pero voy a demostrarle hasta dónde llega nuestro poder. Les daré un escarmiento a los hombres que nunca olvidarán. ¿Quieres ayudarme, Hefesto?

Naturalmente, padre. Dime: ¿qué debo hacer?

Quiero que crees a una mujer.

¿A una mujer?

En aquel tiempo, ya existían las diosas, pero la Tierra aún no había sido pisada por ninguna mujer.

La utilizaré para vengarme de los hombres explicó Zeus.

¿Y cómo quieres que sea?

Ha de ser muy hermosa. Fíjate en Afrodita y hazla como ella.

Afrodita era la diosa del amor, y poseía una belleza perfecta. Saltaba a la vista que cualquier mujer que se le pareciera despertaría grandes pasiones entre los hombres. Hefesto, pues, modeló una figura con arcilla a imagen y semejanza de Afrodita. Empleó toda la fuerza de sus grandes manos para dar forma al tronco, a la cabeza, a los brazos y a las piernas, y luego fue modelando los finos labios, el largo cuello, la espesa melena… La belleza de la criatura era tan deslumbrante que Zeus, sentado en la sombra, quedó impresionado.

Se llamará Pandora le dijo a Hefesto, porque llevará en sí todos los dones imaginables.

Entonces, Hefesto se inclinó sobre Pandora con la intención de soplarle la boca, pues así era como se les infundía a los hombres el aliento de la vida. Pero Zeus lo detuvo.

Espera, Hefesto dijo: una criatura perfecta merece el soplo perfecto.

Entonces, Zeus llamó a los cuatro vientos: el del norte, que traía el frío; el del sur, que traía el calor; el del este, que traía las penas y las alegrías; y el del oeste, que traía las palabras, muchas palabras. En cuanto los vientos soplaron sobre Pandora, la criatura empezó a moverse. Luego, Zeus convocó a los dioses y les dijo:

Quiero que le concedáis a esta mujer todos los dones que pueda tener un ser humano.

Durante todo un día, los dioses desfilaron por la fragua de Hefesto para concederle a Pandora los más variados dones: dulzura y gracia, inteligencia y picardía, habilidad para tejer y labrar la tierra, fertilidad para dar a luz muchos hijos, buena voz para cantar, una sonrisa amable que inspiraba confianza… Cuando Pandora hubo recibido todos los dones, Zeus le dijo:

Ahora ya estás preparada para ir junto a los hombres. Pero antes debo entregarte mi regalo… Míralo.

Zeus sacó una preciosa caja de oro y se la tendió a Pandora.

Es muy bonita… ¿qué hay en el interior?

 Es mejor que no lo sepas, Pandora. Ahora prométeme que nunca, bajo ningún concepto, abrirás esta caja.

Lo prometo.

Tienes mi bendición, Pandora dijo Zeus, y tocó con suavidad la cabeza de la joven. ¡Ah, se me olvidaba! Quiero hacerte un último regalo…

Entonces, Zeus hinchó sus pulmones de aire y sopló sobre el cuerpo de Pandora. De ese modo, le proporcionó un último don, el más peligroso de todos: la curiosidad.

Luego, Hermes, el mensajero de los dioses, condujo a Pandora hasta la Tierra, y la dejó a las puertas de la casa del titán Epimeteo. Epimeteo era el hermano de Prometeo, pero no se le parecía en nada. Mientras que Prometeo era hábil y astuto, Epimeteo destacaba por su torpeza y su ingenuidad. Cuando Epimeteo vio a Pandora, quedó tan deslumbrado por su belleza que decidió casarse de inmediato con ella.

No lo hagas le dijo Prometeo.

¿Por qué no? replicó Epimeteo . ¿Qué hay de malo en casarse con una mujer? La soledad, hermano, es una carga muy pesada, y estoy seguro de que Pandora me alegrará la vida.

Esa muchacha es un regalo de los dioses, y los dioses nos detestan desde que les robé el fuego.

¿Quieres decir que Pandora es un castigo? ¡Menudo disparate! ¿ Cómo va a ser un castigo una mujer tan hermosa, que canta como los pájaros y me mira con tanta dulzura?

Te olvidas de que puedo ver el futuro concluyó Prometeo , y sé que Pandora no nos traerá nada bueno.

Epimeteo, sin embargo, estaba tan enamorado que no hubo forma de hacerle cambiar de opinión. A los pocos días se casó con Pandora, y fue feliz con ella durante cierto tiempo. Con los dones que había recibido de los dioses, Pandora llenó la casa de su marido de bonitos tejidos y plantó en su jardín las más hermosas flores. A todas horas se oían risas y cantos en aquel hogar afortunado. Pandora aprovechaba cualquier ocasión para acariciar a su esposo y dirigirle tiernas miradas, así que Epimeteo no podía pedirle nada más a la vida. Pandora, en cambio, no lograba ser feliz del todo, porque, noche y día, oía en su interior una voz que preguntaba sin descanso:

¿Qué habrá en la caja de oro? ¿Qué habrá en la caja de oro?

Antes de dejarle partir, Zeus le había colgado a Pandora una cadena de oro al cuello. La joven la miraba de continuo, con cierta ansiedad, pues de la cadena colgaba una llavecita dorada que servía para abrir la caja de oro. Más de una vez, Pandora estuvo a punto de descolgar la llave y abrir la caja, pero siempre acababa por decirse: “No, no puedo hacerlo. Le prometí a Zeus que jamás abriría esa caja”.

Sin embargo, llegó un día en que Pandora no pudo aguantar más. Su curiosidad era tan fuerte que ni siquiera podía dormir, así que cedió al fin a la tentación y abrió la caja. Al instante, sonó un zumbido atronador, como el de un enjambre de miles de abejas enloquecidas. Pandora comprendió que había cometido un grave error. Y es que Zeus había encerrado en aquella caja todas las desgracias que arruinan la vida de los seres humanos: la fealdad y la mentira, la tristeza y la angustia, el odio furibundo, el trabajo inútil que agota y no sirve de nada, la peste que mata a hombres y bestias… Pandora no levantó la tapa de la caja más que un poquito, pero fue suficiente para que salieran al mundo todas las desgracias. Empujadas por los vientos, la maldad, la mentira y la enfermedad alcanzaron todas las casa de la Tierra, y enseguida empezaron a oírse gemidos de dolor y llantos de lástima.

Era lo que Zeus esperaba: su venganza acababa de completarse. Desde las alturas del Olimpo, el dios sonrió y dijo con solemnidad:

Ahora los hombres comprenderán de una vez para siempre que no se debe engañar a los dioses.

La Tierra habría quedado completamente aniquilada de no haber sido por la última cosa que salió de la caja: un leve aliento, una bendición. Hefesto la había colocado a escondidas en el fondo de la caja, porque amaba a Pandora, que era su creación y no quería verla morir. Aquella bendición era la esperanza. Movidos por ella, los hombres decidieron seguir adelante a pesar de todas las desgracias. No importaba lo mucho que tuvieran que sufrir: los hombres conservarían siempre la esperanza en una vida mejor, en la que no existieran el dolor ni la pena, la guerra ni la muerte. 

Cuestiones para el coloquio

Actividades

¿Se parecen el mito de Adán y Eva y el de Pandora? ¿En qué? Para organizar y compartir vuestras conclusiones vais a redactar individualmente un texto en el que compararéis ambos mitos. Sin embargo, trabajar en equipo nos puede ayudar a planificarlo y a revisarlo. Seguid estos pasos.

Pequeño o gran grupo
Haced una lluvia de ideas sobre aspectos comunes y diferentes entre ambos mitos:

Pequeño o gran grupo
Organizad esas ideas en un esquema.

Individual
Redacta un primer borrador del texto.

Individual
Relee tu borrador prestando atención especial a estos aspectos:









Pequeño grupo
Cuando hayáis introducido todas las mejoras posibles en vuestro texto, poneos en grupo de cuatro y revisad los escritos de vuestros compañeros siguiendo el guion anterior. Hacedles sugerencias de mejora.

Individual
Finalmente, cada uno puede ya recuperar su texto y, teniendo en cuenta lo aportado por los compañeros, redactar la versión final. No te olvides de dejar márgenes y de ponerle un título claro y original.

Para terminar, os dejamos dos adaptaciones audiovisuales de los mitos de Prometeo y de Pandora.