Un Martir de los Ultimos Dias

El artículo original está escrito en Ingles y se llama "A Latter-day Martyr"

“Un mártir de los Últimos Días”

Artículo publicado por la revista Improvement Era en Junio de 1918

Vol. XXI, No. 8, escrito por Rey L. Pratt

Durante tres años la guerra civil había hecho estragos en México. La revolución de Madero había triunfado sobre el dictador Díaz, solamente, para ser derrocado a su vez por la deserción de militares, encabezados por Félix Díaz, Bernardo Reyes y Manuel Mondragon.

Victoriano Huerta había arrebatado los frutos de su victoria sobre el gobierno legal en México, había despiadadamente asesinados el presidente Madero y Pino Suárez Vicepresidente, se colocó en la silla presidencial y se erigió en dictador de México.

Los Estados Unidos no ha reconocido al usurpador Huerta, John Lind, representante especial del presidente Wilson en México, habían abandonado la capital, y a través de la embajada norteamericana y el servicio consular estadounidense, se aconsejó a todos los estadounidenses a abandonar el país. El sentimiento anti-estadounidense era muy fuerte y todo indicaba que habría una guerra entre los dos países.

El pequeño grupo de misioneros que aún permanecía en el país fueron llamados a la oficina de la Misión en la Ciudad de México y se decidió a abandonar el país hasta que las condiciones fueran más estables. Se enviaron cartas a los presidentes de rama locales a través de toda la misión avisándoles de la resolución de abandonar el país por un tiempo, y les dimos instrucciones en el manejo de los asuntos de sus respectivas ramas. Los muebles y demás artículos de la Misión fueron embalados y almacenados y todo estaba listo para la partida del Presidente Pratt, su familia, y todos los misioneros, en el tren de la tarde, para Veracruz.

Alrededor de las 3 p. m. un hombre joven, un converso de sólo tres meses, entró en la oficina de la Misión casi desmantelada, y dijo:

"Presidente Pratt, no puedo expresarle con palabras mi dolor y el de mi familia al pensar que usted y los Elderes tengan que partir. Sabemos que nos han traído la verdad, y damos gracias a Dios que la hemos aceptado, pero somos como niños en nuestro conocimiento del Evangelio. ¿Qué podremos hacer cuando estemos abandonados a nosotros mismos? Las ramas antiguas de la misión tienen sus presidentes de rama, los hombres poseen el sacerdocio y pueden enseñar a la gente y mantenerla en la línea de sus deberes, pero nosotros somos nuevos en la fe, y en donde nosotros vivimos no hay ninguna rama organizada, ¿qué vamos a hacer? "

"Tome este asiento", respondió el presidente Pratt, colocándole una silla, "y te conferiré el sacerdocio de Melquisedec, y te ordenaré como un Elder, y te apartaré como presidente de la rama sobre los pocos santos que viven en donde vives. Entonces volverás y presidirás, y les enseñarás el Evangelio, y si eres fiel y humilde ante el Señor, Él te bendecirá con poder y gran sabiduría en el desempeño de tus funciones."

Con toda humildad, el joven recibió la ordenación y llamamiento como Presidente de Rama.

Rafael Monroy y su madre hermana María Jesús Mera Viuda de Monroy

Desde Agosto de 1913 que los misioneros y el Presidente Rey L Pratt habían salido de la República Mexicana, ningun misionero había regresado hasta que durante el invierno de 1917 el Pdte Pratt regreso a visitar a los miembros. El 9 de Diciembre de 1917 estuvo en la rama de San Marcos, y ahi predicó. También indagó sobre los hechos de la ejecución de Rafael y Vicente, asi lo dice la hermana de Rafael, Gudalupe Monroy Vera en su manuscrito "Como Llegó El Evangelio Restaurado al Pueblo de San Marcos, Tula De Allende,Estado de Hidalgo" :

" Mi hermana Natalia pudo darle al hermano Pratt datos del martirio y muerte de mi hermano Rafael y Vicente Morales, con cuyos datos, el Presidente Pratt publicó un articulo en una revista de la Iglesia denominado Improvement Era".

Unas horas más tarde todos los misioneros dejaron la ciudad de México, y hasta el presente, debido a las condiciones de inestabilidad en el país, no han sido autorizados a regresar y reanudar su labor misionera.

El Hermano Rafael Monroy, que así se llamaba el joven, se despidió de ellos en la estación, y al día siguiente volvió a su casa en el pequeño pueblo de San Marcos.

Siete habían sido los miembros bautizados de la Iglesia en este lugar, y además de ellos existían muchos buenos investigadores. Confiando en la promesa del Señor para él, el Hermano Rafael juntó a sus miembros y les dijo lo que había pasado, y que había sido llamado a presidir sobre ellos.

Después de esto, empezaron a tener las reuniones regulares y escuelas dominicales cada domingo, también una vez durante la semana. Las bendiciones del Señor descansaron sobre la ramita y sobre el joven noble que fue llamado a presidir sobre ella.

A través de su labor humilde y eficiente, el número de personas que asistieron regularmente a las reuniones se incrementó, dentro del primer año desde quince a más de setenta y cinco. Los investigadores se convirtieron y durante los dos años siguientes a la organización de la rama más de cincuenta almas se sumaron a ella por el bautismo.

La pequeña ciudad de San Marcos se encuentra en una zona del país donde, durante los primeros años de la lucha en México, los horrores de la guerra no entraron. Pero la revolución, como un fuego devastador, que quema todo a su paso y llega aún a los rincones más secretos de la tierra, y va dejando a su paso un rastro ennegrecidos y quemado y construcciones en ruinas de lo que alguna vez fueron hogares.

Rafael Monroy, sosteniendo a su pequeña hija, Conchita Monroy, a su izquierda su esposa, Guadalupe Hernández de Monroy, a continuación, Natalia Monroy de McVey, hermana de Rafael, Jesús Mera Viuda de Monroy, madre de Rafael, Jovita Monroy, hermana de Rafael, Guadalupe Monroy, hermana también de Rafael. Las tres hermanas en el grupo fueron encarcelados al tratar de obtener la liberación de su hermano Rafael.

Así fue que en mayo de 1915, esta pequeña ciudad se encontraba en la línea de fuego entre las hordas de Zapata, el Atila del Sur, en el sur, y el avance del ejército de Carranza, bajo la dirección de Obregón, en el norte. Durante tres meses, la batalla se prolongó entre las fuerzas contendientes, con la ciudad ahora en manos de los zapatistas, ahora en manos de los Carranzistas.

Y nuestro pequeño grupo de los Santos luchando noblemente en el medio de todo esto, sin tomar parte en ambos lados, celebró sus reuniones y escuelas dominicales, muchas veces, incluso mientras se libraron batallas y las balas estaban volando sobre la casa en que sus servicios se realizaban. La devoción a su fe había ganado muchos amigos, pero como siempre es el caso cuando se establece la verdad, Satanás puso el odio en los corazones de algunas de las personas en contra de ellos. Entre ellos se encontraba un vecino del hermano Rafael que en su corazón, no sólo había odio a los que profesan otra fe diferente a la suya, sino también, si fuera posible, destruir tanto a Él como a los que la profesan.

El 17 de julio, después de una batalla de varias horas, la ciudad, que durante varias semanas se hallaba en poder de los Carranzistas, fue tomada por los zapatistas. El vecino del que se habló vio ahora su oportunidad de atacar lo que él pensó que sería un golpe fatal a la pequeña rama, mediante la denuncia de su líder, a las hordas conquistadoras de Zapata, como un coronel que había luchado contra ellos en el lado de los Carranzistas; y, además, que era un "Mormón", el líder de los que profesan esa religión extraña en la pequeña aldea, y alborotador del pueblo y llevando al pueblo a adorar otros dioses.

Zapata y sus seguidores eran muy fanáticos y libraban sus batallas en el nombre de la Virgen de Guadalupe, declarando la destrucción de todos los que se oponen a ella. Así que el Hermano Rafael, poco después de la entrada en la ciudad de los zapatistas, encontró su casa rodeada de una tropa de hombres armados.

Él y el hermano Vicente Morales, que estaba allí con él, fueron puestos bajo arresto. Los zapatistas exigieron que entregaran sus armas, pero el Hermano Rafael, confiado en el hecho de que era inocente, lejos de tener armas y pelear en contra de ellos, simplemente sacó del bolsillo su Biblia y su Libro de Mormón y dijo:

"Señores, estas son las únicas armas que siempre llevo, son las armas de la verdad contra el error."

Su respuesta enfureció a la multitud. Él y su compañero fueron encarcelados de forma segura mientras se buscaron las armas en sus pertenencias y su casa, las armas que se supone que se ocultaban allí.

Pero no se encontraron armas, por lo que los hermanos fueron sometidos a todo tipo de torturas en un esfuerzo por hacer que revelará el lugar donde estaban escondidas las armas. Al menos se colocaron cuerdas alrededor del cuello y las cuerdas se pasaron por las ramas de un árbol, pero antes de que los nudos se ajustaran se les dijo que si querían renunciar a su religión extraña y unirse a los zapatistas, se les pondría en libertad. Sin embargo, el Hermano Rafael respondió:

"Mi religión es más querido para mí que mi vida y no puedo renunciar a ella."

En este punto ellos fueron levantados del suelo por las cuerdas alrededor de su cuello y suspendidos en el aire hasta quedar inconscientes. Sin embargo, sus verdugos no estaban listos para verlos morir, así que los bajaron y los reanimaron.

En esta etapa las tres hermanas del Hermano Rafael, poniendo en riesgo su propia seguridad, se acercaron al comandante de los zapatistas para interceder por su hermano y Vicente. Sin embargo, sus lágrimas y oraciones fueron vanas, y ellas también, fueron hechas prisioneras y arrojadas a un cuarto bajo fuerte custodia.

Esto fue cerca de las 10 am, y algunos momentos después, cuando todos los intentos realizados con las torturas crueles, no habían podido hacer que los hermanos Rafael y Vicente divulgaran el escondite de armas, armas que no había, y hacer que ellos negaran el evangelio que ellos consideraban lo más caro de sus vidas, entonces también ellos, fueron llevados al mismo cuarto donde se encontraban las hermanas.

Lo mejor que pudo, el Hermano Rafael consoló a sus hermanas, y les dijo que si confiaban en el Señor todo estaría bien. Pidió agua y se lavó las manos y la cara y el cuello irritado por la cuerda del verdugo cruel la cual casi lo había estrangulado su vida. Luego sacó de su bolsillo su Biblia y el Libro de Mormón, y ocuparon el resto de la tarde en la lectura de las Escrituras y explicar el Evangelio a sus guardias y reclusos.

Todo el día la pobre y perturbada madre había pasado de una oficina a otra, reclamando que sus hijos eran inocentes de cualquier delito y pidiendo su liberación, pero fue en vano. No fue sino hasta alrededor de 7 p. m. que se le permitió llevar alimento, y ni siquiera entonces se le permitió estar con ellos ni verlos, por lo que tuvo que enviar la comida con un guardia. El dolor y el miedo de las hermanas era más grande que su deseo por la comida, pero bajo el consuelo y palabras de aliento del Hermano Rafael, fueron persuadidos a probar su comida y se prepararon para participar de ella.

Cuando la comida estaba lista para comerse, el Hermano Rafael pidió la atención del resto de los presos, y el permiso de los guardias, para pedir una bendición sobre los alimentos. Con una voz que todos pudieron escuchar, dio gracias a Dios por la comida y sus bendiciones. Luego, en voz baja dijo a sus hermanas: "Participen ustedes de la comida, pero Yo no voy a participar, porque hoy estoy en ayuno".

Unos momentos más tarde llegó una orden y un comando ordenó que Rafael Monroy y Vicente Morales, los siguieran. En ese momento se hacía de noche, y ellos fueron custodiados fuera del pequeño pueblo. Ellos fueron parados enfrente de un gran fresno y frente de ellos estaba un pelotón de fusilamiento.

El oficial a cargo una vez más les ofrece la libertad si abandonaban su religión extraña y se unían a los zapatistas, pero los hermanos, tan firmemente como antes, respondieron que su religión era más caro que la vida, y que no iban a renunciar a ella.

Se les dijo que iban a ser fusilados, y les preguntaron si tenían alguna petición que hacer. El Hermano Rafael pidió que se le permitiera orar antes de ser ejecutado, y allí, en presencia de sus verdugos, se hincó de rodillas y con una voz que todos pudieran oír, rogaba a Dios que bendijera y protegiera a sus seres queridos, y que tomara cuidado de los miembros de la rama pues se quedarían sin un líder. Cuando terminó su oración, utilizó las palabras del Salvador cuando él mismo estaba en la cruz, y oró por sus verdugos: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen".

Ni una sola vez pidió para que su vida fuera conservada, cuando terminó su oración, se levantó y se cruzó de brazos y dijo: "Señores, estoy a su servicio". La presencia de seis fusiles sonaron en el aire de la noche, y el sonido de los disparos fue escuchado por sus hermanas que esperaban en el cuarto donde estaban prisioneras, y también fue escuchado por la madre y la esposa que esperaban con desesperación en su casita, transmitiendo a ellas el conocimiento de que Rafael y Vicente habían dado sus vidas, mártires a la causa que ellos !amaban más que a sus vidas!

Las circunstancias de lo que ocurrió durante la ejecución fue contado a ellas posteriormente por un soldado que fue testigo de ellas, y dijo que en toda su experiencia nunca había visto a unos hombres muriendo con más valentía, ni tampoco que había oído una oración como la ofrecida por el Hermano Rafael.

Como si fuera un gran dolor por la tragedia, y en un esfuerzo para lavar y limpiar la tierra de las manchas de sangre inocente, estalló una tormenta tropical en el pequeño pueblo, y la lluvia caía torrencialmente. Pero en la oscuridad, y enfrentando a la tormenta, con el corazón roto, la madre del Hermano Rafael, luchaba para encontrar, si fuera posible, el cuerpo de su querido hijo, muerto.

Porque, aunque había pedido a los soldados, que le dijeran donde estaba los cuerpos ellos no le dijeron donde estaba, y no fue hasta las cuatro de la mañana que los encontró. Al relatar después, ella dijo: "Ciertamente el Señor estaba conmigo y me fortaleció aquella noche, pues muchas veces casi me desmayó al ver la sangre, y fui capaz, sola y sin temor, de vigilar a mi hijo y su compañero desde el momento que los encontré hasta que el amanecer llegó.”

Las tres hermanas se mantuvieron bajo arresto durante toda la noche junto a los demás presos, y a la mañana siguiente los soldados estaban haciendo los preparativos para llevarlas con ellos, pero la madre fue de nuevo ante el general y le imploró que, ahora que su hijo había muerto, les entregara a sus hijas. Esta petición se le concedió y cerca de 8 a. m. las muchachas fueron liberados.

Se dio orden de arrestar y ejecutar a cualquier hombre que intentara mover los cuerpos de los dos hermanos asesinados, así que no había nada más que hacer para la madre adolorida, la esposa y las hermanas que retirar los cuerpos y enterrarlos como mejor que pudieron. Improvisaron una camilla y los llevaron a su hogar como a 800 metros, y con sus propias manos, prepararlos para el entierro, y los enterraron.

Sin duda, los autores de este delito pensaron que con la muerte del líder, la religión extraña en medio de ellos llegaría a su fin.

Pero ese es el mismo pensamiento de los que expusieron a los antiguos profetas a la muerte, y los que crucificaron al Salvador del mundo, y más tarde los que asesinaron al profeta José Smith. Pero ese no fue el caso, para la pequeña rama, no sólo ha sobrevivido, pero ha crecido desde entonces, y la fe de sus miembros es más fuerte que nunca.

Una madre nunca amó a un hijo con más dedicación y ternura como hizo la madre viuda al hermano Rafael. Él era su único hijo, su principal y único apoyo, y su amor por ella fue sólo igualada por la de la de ella para él. Su devoción del uno al otro en la vida fue una inspiración para todos los que vieron. Y sólo el Señor y los que han tenido una experiencia similar a la de ella, conocen la profundidad de su dolor por la muerte de su hijo!

Pero ha sido una de las mayores inspiraciones que tengo al autor de este artículo, haber sido testigo de la renuncia, la devoción al Señor, y la fidelidad con la que ella ha llevado su dolor. No parece haber ninguna amargura en su alma, ni siquiera para los que cometieron el crimen espantoso, y ella dice que está dispuesto a dejar el caso en las manos del Señor y dejar que haga con ellos como bien le parezca.

Su espíritu se manifiesta mejor que por cualquier descripción mía, en sus propias palabras con la que cerró una carta dirigida a mí en el relato del triste asunto. Ella dijo: "Hermano Pratt, de hecho grande, grande, han sido nuestras aflicciones, pero aún mayor es nuestra fe, y no vamos a fallar!"

Manassa, Colorado