Maria de Jesus Mera Perez de Monroy

Biografía de Mamá Jesusita Mera

Narrada por Minerva Montoya Monroy

Datos tomados del Diario de Guadalupe Monroy Mera

Me llamo María Jesús Mera Perez. Nací el 3 de Enero 1854 en Tetepango, Hidalgo. Fui la quinta hija de una familia de nueve hijos de José Clemente Mera Tellez y de Genoveva Perez, ambos originarios de Ulapa, Hidalgo. Debido al trabajo de mi papá vivimos en diferentes ranchos durante mi niñez. Algunos de ellos fueron el rancho de La Loma, el rancho del Panal, y el rancho del Coyote, y de ahí nos fuimos a la estación del ferrocarril llamado Temoaya. Como mis padres vivieron en varios ranchos y retirados de la civilización y por su situación económica no pudimos asistir a una escuela por lo que yo no sabía leer bien.

A los 7 años era yo una niña delgadita y pálida. Y recuerdo que me subieron en hombros para poder ver el paso de los soldados franceses que pasaron por el camino rumbo a Pachuca.

Cuando tenía 13 años finalmente pude asistir a la escuela en la hacienda de Temoaya. Mi primer maestro fue el profesor Crispin Pacheco. Cierto que iba para la escuela montada en un burro me salió por el camino una anciana llamada Antonia. Me entregó una carta que me envió Don Jesús Monroy. Como no sabía leer bien le llevé la carta a mi maestro, Don Crispín. El me leyó la carta y me dijo “Carambas! Aquí se trata de toma de mano.”

Como yo no sabía que significaba “toma de mano” le pregunté al maestro. El maestro me explicó que Don Jesús Monroy quería casarse conmigo. Esto me ruborizó y me arrepentí de haber dado a leer la carta a mi profesor. Pero le pedí que escribiera mi contestación que fue negativa.

Así inició la relación amorosa de esta pareja de jóvenes y la cultivamos por siete años, durante los cuales Jesús Monroy tuvo la oportunidad de ayudar como escribiente a mi papá haciendo los reportes y llevando el estado de ellos.

Transcurrieron siete años de románticos amores y mi primer hijito nació el 18 de Noviembre 1877 y lo llamamos Rodolfo Monroy Mera. Nació en un pueblito llamado Santa María al poniente de Actopan y ahí pasé los primeros sufrimientos de la maternidad. Cuando mi bebé tenía dos meses me fui a casa de mis padres. Y el bebé fue el encanto para toda la familia. Tristemente dos meses después mi bebé enfermó y falleció teniendo el sólo 4 meses. Lloré muy abundantes lágrimas por mi hijo. Pero Dios me consoló con la llegada de otro hijo al cual le llamamos Rafael Monroy Mera. El nació el 21 de Octubre 1878 cuando vivíamos en el Arenal.

Después llegaron a nuestro hogar: Natalia, Jovita, Lupita, y Pablo; quienes llegaron a edad adulta.

Pero a partir de 1889 con el nacimiento de mi séptima hija, Concepción, sufrí la pérdida de los siguientes seis hijos que tuve. Concepción. Natalio, Javier, Carmen, Josafat, y Esteban.

Concepción vivió sólo cinco años. Cuando ella murió sentí un dolor muy grande y cuando sacaron el cuerpo de mi hija perdí el conocimiento pues era sumamente triste para mí. Los demás hijos sólo llegaron a vivir pocos meses.

Así pasábamos la vida abatidos por la pobreza y el dolor de ver tantos de mis hijos partir.

Debido a nuestra pobreza tuvimos que vivir por algún tiempo con mis suegros en El Arenal. Ahí luché con el carácter de mis suegros, cuñadas, concuños, además del de mi esposo. Fue un poco dura mi vida pues dependíamos de la voluntad monetaria de mis suegros. Por fortuna sólo fueron alrededor de dos años.

Luego nos cambiamos a vivir a Actopan, donde mis primeros hijos empezaron a ir a la escuela. Después de ahí nos fuimos a vivir a la casa que nos prestó mi cuñada Soledad quien había quedado viuda. Ahí vivimos cerca de 10 años. Y nos ganábamos la vida vendiendo comida y otros artículos en las ferias y en una changarrito que pusimos.

Nuestra situación de pobreza cambió un poco cuando mi esposo Jesús fue administrador de la hacienda de El Cedó, la cual queda cerca de San Agustín Tlaxiaca. Ahí vivimos por nueve años. En ese lugar Jesús Monroy, mi esposo, se enfermó de pulmonía y murió el 25 de enero de 1903. Y con tristeza lo llevamos a enterrar al Arenal.

Cómo familia decidimos salir de la hacienda del Cedó, y no queriendo regresar a aquel lugar seco de Llano Largo, por consejo de un amigo de la familia nos fuimos a vivir a San Marcos, Tula, Hidalgo, el 27 de diciembre de 1906. Era una mañana fría de invierno y los corpulentos fresnos estaban despojados de sus hojas amarillentas que tapizaban el suelo. Las calzadas daban un aspecto triste pero lo alegraban los cañitos de agua que corrían por varias partes del pueblo.

Con la ayuda de este amigo mi hija Jovita quedó como maestra de pueblo de San Marcos y mi hija Natalia como maestra del pueblo del Llano. Este amigo también le consiguió el puesto de Comandante de la Policía de Tula a mi hijo Rafael y a mi hijo Pablito lo acomoó como administrador del rastro del municipio. Los sueldos fueron muy bajos pero con mira de mejorar.

Más adelante mis hijos Rafael y Pablo dejaron sus empleos en el gobierno para dedicarse a la agricultura y comercio en pequeña escala. Pero después de dos años de estar en este lugar otra tristeza llegó a nuestras vidas cuando mi hijo Pablo murió de tifo a la edad de 19 años. Y así pasaban la vida de una manera sencilla. Rafael se casó con Lupita Hernández y mi hija Natalia con un señor inglés llamado Van Roy Mc Vey.

Mis hijos y yo éramos de un carácter religioso, profesando el credo Católico. Pero un día nuestra vida cambió. El día 15 de agosto de 1912 dos jóvenes americanos, elegantemente vestidos, muy serios y corteses llegaron a nuestra tiendita , tomaron un refresco, y preguntaron por un señor Sánchez, vecino del pueblo. Y así fue como nos enteramos de una religión diferente de la que habíamos aprendido.

Cuando mis hijas regresaban a casa por las tardes me platicaban de sus conversaciones con estos jóvenes. Al principio me preocupé mucho y oré, a mi manera, para mis hijas no fueran descarriadas.

Pasaba el tiempo y los misioneros siguieron viniendo y en algunas ocasiones los invité a comer. Así conocí a los misioneros Edmund Richards y a Seth Serrine. El elder Richardsen antes de tomar los alimentos me pidió permiso para hacer la oración porque ellos acostumbraban hacerla antes de comer. Le concedí el permiso y quedé conmovida. Después cantó el himno “Oh Mi Padre” y este himno me conmovió aún más. Entonces tuve confianza para preguntar sobre su creencia acerca de la virgen María. Su explicación me dejó muy satisfecha y acepté escuchar más del mensaje que traían sobre Jesucristo.

El día 10 de Junio de 1913, casi un año de haber empezado a escuchar a estos jóvenes misioneros, recibimos la visita en nuestro hogar de su presidente, el Señor Pratt. Al día siguiente como a las 10 de la mañana fueron bautizados mis hijos Rafael, Jovita, y Lupita por el Elder Ernest W. Young.

Algunas semanas después invitamos a la familia Pratt a pasar unos días de campo con nosotros. Pasamos unos días muy agradables y durante su permanencia nos hablaban continuamente sobre el Evangelio y se realizaron algunos cultos.

El día 21 de julio de 1913 gozosa acepté ser bautizada en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y mi vida cambió.

Me sentía tan contenta y feliz de saber que había aceptado la verdad de la doctrina de Cristo y me regocijaba de ser una verdadera cristiana, que toda la persecución que se desató alrededor de mi familia me pasó inadvertida. Nuestros antiguos amigos y conocidos se alejaron de nosotros y levantaron rumores para que la gente no nos visitara o comprara nuestros productos en la tienda. Pero nada de esto me desanimó.

El evangelio trajo a mi vida muchas alegrías, y a pesar del dolor que sentí por el encarcelamiento de mis hijas y sus sufrimiento, y el dolor tan intenso de ver la muerte de mi hijo Rafael y el esposo de mi sobrina Eulalia Mera, Vicente Morales, a manos de los Zapatistas, cuyo acontecimiento sucedió el 17 de julio de 1915, apenas dos años de haber nacido en el Evangelio, en ningún momento dudé de que había elegido la verdad.

Con dolor e incertidumbre mis hijas y yo continuamos firmes en el evangelio a través de los años, no obstante las grandes aflicciones que viví. Creo que fuimos un pequeño instrumento para llevar a otros al camino de la verdad. Mi testimonio y el testimonio de mi hijo Rafael, que sello con su muerte, nos mantuvo fieles hasta el fin de nuestras vidas.

Mamá Jesusita murió el 3 de marzo de 1937. Vivió para ver el evangelio florecer en ese humilde lugar de San Marcos, Tula, Hidalgo.

De Izquierda a derecha Demetria Francisca Guadalupe Monroy Mera (48), Maria de Jesus Mera Perez viuda de Monroy (79), Amalia Monroy Flores (26). Hermana, Mamá e Hija de Rafael Monroy. Foto tomada en 1933 y dedicada por María de Jesús a su nuera Guadalupe Hernández, esposa de Rafael.

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