Daniel Montoya Gutierrez

Audio biografía de Daniel Montoya Gutierrez

" Aquí traigo mi buena riata para lazar a la que me guste,Échales vueltas al chango, aunque le rechine el fuste”

Yo nací en el pueblo de Santiago Tezontlale, ahí fue mi madrina una señora que se llamaba Maria… Maria quien sabe de qué. A los ocho días que yo nací me llevó mi mamá para Tulancalco. Mi mamá se llama Rosario Gutierrez y mi papá se llama Guadalupe Montoya. Bernabé y yo nacimos en el mismo año, yo unos pocos meses adelante.

El hermano de mi mama se llama Guadalupe Gutierrez, es mi tío. Ahí estuvimos en la hacienda de Tulancalco, trabajando mucho tiempo. Yo y el Señor Parra (Bernabé Parra Gutierrez), trabajamos ahí bastante, de jardinero, acarreando agua con botes para regar el jardín del jagüey. Había un jardinero mayor que nosotros y ese era el que nos mandaba, se llamaba Teodosio… Teodosio quien sabe de qué. Ahí sembrábamos rábanos, lechuga, cilantro por orden del jardinero mayor.

Después a mí ya me pusieron de mozo, ahí con el administrador, que, lavándole los pisos en las oficinas, después seguimos con el jardín. También trabajamos con los albañiles que venían de Pachuca, y nosotros éramos peones acarreando mezcla, Yo y el señor Parra. Habíamos compuesto unos gorritos y nos decían que éramos los “gorrudos”. Entonces esos hombres nos maltrataron, nos golpeaban en la cabeza, y se lo dijimos a mi tío Lupe.

Cambiaron el administrador que nos maltrataba y nos pegaba con su anillote. Nos decía que no habíamos hecho nada. Le avisamos a mi tio Lupe, que nos estaba pegando, mi tío Lupe se enojó mucho. Al siguiente día el tio Lupe fue para avisar que nos iba a llevar fuera de la hacienda. Nos llevó para Tecomatlán. Nos dijo aquí vamos a hacer nuestras casas.

Entonces mi tío nos sacó de ese trabajo y nos dijo “vámonos, a ver donde compramos un terreno, y ahí hicimos la casa. El hizo su casa y yo hice la casa de mi mamá.

Nos fuimos al cerro Yo y mi tío Lupe a buscar jiotes, palma y todo para tejer y entonces hicimos la casa. Después nos fuimos y dimos las gracias en la hacienda de Tulancalco, mi tio era un “carrero”, pues manejaba un carro. Nos fuimos a Guerrero, Tecomatlan, pero después le pusieron Guerrero.

Y después nos pegamos Yo y Bernabé, mi hermano Enrique Lozano, que ya también se “desalejó” de su tío Melesio Martinez. Mi hermano Enrique era como un mayordomo con Yo, Bernabé, Marcelino Cerón, Gildo y Rosendo, todos éramos como una cuadrilla de peones. Íbamos a trabajar a Benito Juárez, con unos señores que se llamaban los Picacho. Ellos tenían sembrado cebada, unos grandes cebadales. Y ahí trabajamos. Yo y Bernabé agarrábamos un corte, y los muchachos otros, otro corte. Cuando había luna estábamos corta y corta como hasta las diez de la noche, porque en el sol, con el calor no podía uno trabajar.

Pero en la mañana como a las 4 de la mañana ya nos levantábamos y duro y duro y duro. Y mi mamacita también venia temprano y nos ayudaba a amontonar la gavilla, montones, montones de cebada. Y trabajábamos desde la mañana hasta como las diez de la mañana. Cuando ya sentíamos el calor, nos acostábamos en una sombra debajo de un árbol. Teníamos un tacualero, ese tacualero nos traía las tortillas. Llegaba y nos poníamos a comer. Yo tendría como 15 años. Ese tacualero venia cada tercer día con las tortillas y la comida. Y reposábamos durante el mediodía y como a las 4 de la tarde ya estaba fresco y a trabajar otra vuelta, con las hoces a la cebada.

Ganábamos nuestro dinero. Había mucha mostaza, y cortábamos la mostaza antes de cortar la cebada. Poníamos montones de mostaza y cebada, en toda la semana juntábamos como un tercio de semilla de mostaza. De esa mostaza nos pagaba a nosotros el que compraba la mostaza. Salíamos de nuestras tareas y con lo que ganábamos ya íbamos a nuestra casa, con nuestros centavos para entregar a nuestra casa. Mi mamá me daba un tostón nada más. Nosotros entregábamos toda la raya, y eso era lo que recibía.

También mi hermano Bernabé entregaba la raya a Lolita. Con ese dinero comprábamos huevos, costaba tres centavos o dos centavos. ¡Hacíamos una tortota con cebolla y a comer! En ese tiempo se le pagaba al peón 80 centavos diarios. Con el finado Rafael Monroy yo ganaba 80 centavos, era como mayordomo, pues él me daba las órdenes y yo se las pasaba a los otros peones.

Cuando trabaje con Natita en San Miguel, me pagaba 6 pesos al mes. En esa época las cosas eran muy baratas. En aquel entonces unos pantalones de pana me costaban 10 pesos, quien sabe cuánto costaran ahora. Eran pantalones finos.

Yo estuve trabajando con la señora Natalia, en su tienda. En el día cargando bultos. Pesaban 100 kilos los bultos. Un barril tenía que llevarlo cargando. Había un columpio (puente peatonal) que pasaba el rio San Miguel, y lo pasaba cargando el barril. Atravesaba el columpio y se mecía y también el barril. Me tenía que parar tres veces mientras cruzaba el puente, pues se balanceaba mucho. El puente tenía 4 cables y las tablas, y tenía que agarrar un cable y con la otra mano el mecapal donde cargaba el barril para que no se me cayera. Y así pasaba yo los bultos por ese puente.

La señora Natalia me dijo “Matate un borrego”, jamás había matado uno, así que agarro el cuchillo y lo meto, y si lo mate, pero para destriparlo, todo lo llene de suciedad, se reventaron las tripas, entonces viene un señor y me dice, “No, en esta forma se hace mira”, él se llamaba “El Pericata” le decíamos así. Ahora si dije, ya no me vuelvo a equivocar, entonces mate otro y ahora si lo pele muy bien. Y ese segundo no lo ensucie nada.

Yo trabaje ahí con Natita, en esa tienda se vendía como 7 u ocho barriles de pulque. En esa tienda se vendía mucho antes de la revolución. Para mediodía se tenía que sacar el dinero, porque ya no cabía en la caja. Había puro oro, y puras aztequitas de esas de quintos y de dieces, diez pesos y de cincuenta pesos, veinte pesos de oro, y luego pesos, había mucho dinero. Lo sacaban y lo guardaba Natita.

Los viernes tenía que ir a un ranchito que se llama “El Godo”, que era del finado Rafael Monroy. Había comprado el Señor McVey unas reses, por cierto eran reses broncas, bravas. Pero ahí las pastoreaban. Ponía la res, toro, buey, en un palo (árbol) y le echaba la mangana por las patas bien restiradas. Lo sacrificaba y lo preparaba. Ahí me daban mulas, burros para cargar la carne. Para llevar a San Miguel. Llevaba yo la panza, llevaba toda la carne limpia. El sábado llegaba yo a San Miguel con toda la carne. Y temprano llegaba a matar un puerco, lo limpiaba en agua caliente, a dejarlo en canal. Le sacaba todas las lonjas de manteca.

Comía yo como a la una de la tarde y me decía el Señor McVey “tenemos que matar tres animales, dos borregos y una chiva” para hacer barbacoa. Durante la noche ponía una lámpara de petróleo, y sacrificaba a los animales y los preparaba en canal. Tenía yo mi horno, sacaba las piedras, y ahí tenía leña. Pero como a las doce de la noche tenía que ir a buscar pencas a donde fuera. Y ahí vengo cargando mis pencas para asarlas. Y cuando ya estaba el horno bien caliente y las pencas bien asadas. Poníamos el cazo y la carne y preparábamos la barbacoa. A las seis de la mañana ya estaba lista la barbacoa, y sacábamos el cazo y echábamos los chicharrones a la lumbre, así que para el domingo a las 9 de la mañana ya había barbacoa y carne de todo tipo.

En esa tienda de San Miguel, me iban a matar a mí. Eso fue en tiempo de la revolución, Bernabé y Yo estábamos encargados de esa tienda en tiempo de la revolución. Llegaron las tropas y dijeron “Favor de venderles a toda la gente lo que quieran, nosotros pagamos”. Vendimos pan, sardinas, cerveza, refrescos. En esos dos o tres días, que las tropas estaban ahí, vinieron unos que pidieron unos sombreros y se lo pusieron y no lo pagaron. Y le dije a uno de los generales “estos canallas ya me robaron el sombrero”. Les dije “A mí me dijeron que les vendiera lo que quieran, pero ya me vinieron a robar un sombrero”. Para nosotros no era mucho, pero de todos modos cuidábamos. Los generales agarraron al hombre a machetazos, no trajo el sombrero, pero si le dieron una pela muy bien dada.

Vinieron después los mismos y querían comprar cigarros, Pero ese hombre quería robar dinero del cajón. Yo me di cuenta que quería que abriera el cajón para meter la mano. Me daba un billetote de 50 pesos, “sábana”, así se usaba en la revolución. Le dije “No tengo vuelto para ese billete”. “Como que no tiene vuelto… entonces los cigarros me los llevo”, “No se los lleva usted” le dije. Llevaba un paquete de cigarros, pero se los quité, y entonces el hombre ese corto cartucho con su arma, y me iba a disparar, cuando una señora que se llamaba…. No me acuerdo como se llamaba… pero era la mamá de Isauro Monroy (Juana Mera Perez, hermana de Maria de Jesus Mera Perez quien es la mamá de Rafael Monroy), ella se paró enfrente de mi para que no me tirara. Entonces otro soldado me dijo, “Oiga deles los cigarros al hombre, yo se los pago”, “Como no con mucho gusto”. Tomo los cigarros y me pago. Sino hubiera sido así, ahí me hubiera matado.

Cuando había pasado un poco tiempo después de la revolución, abrimos un gran agujero en la tierra, y pusimos una suela alrededor y ahí pusimos muchas cosas, mantas, cobijas, cosas de ropa y tapar todo, y pusimos el cuero arriba y tapamos todo con tierra, y entonces nos dimos cuenta de que nos estaban mirando desde la torre de la parroquia. No eran los soldados pero era la gente del pueblo.

Al día siguiente la gente destapó todo y todito se lo llevaron.

En esa tienda se ganó mucho dinero, yo trabajaba mucho, era pesado para mí, aunque estaba yo de muchacho, era duro, muy pesado para mí. Cuando se tranquilizó un poco la revolución el Señor McVey y el Señor Monroy me dicen, vamos a llevar el dinero para San Marcos. Y lo llevamos en unas mulas. Cuatro cajas. Dos en cada mula. Era oro, plata, dinero que lo lleve a San Marcos. Lo llevamos a la casa de Jesusita Monroy, y ahí lo enterramos, lo enterramos bien enterrado.

Paso el tiempo de eso, yo nunca he sido ambicioso al dinero. Yo no supe si lo llevaron al banco o no se para donde lo llevaron. Cuando ellos murieron la gente escarbo ahí en la casa. Yo trabaje mucho con ellos. Trabaje yo y Marcelino Cerón. Fuimos de noche cargando las cajas, oscuro, a veces con luna.

Yo estoy muy agradecido por mis hijos, que han venido aquí.

Yo conocí a mi esposa Margarita con la familia Monroy, porque trabajamos juntos. Por cierto, que somos Gutierrez los dos, quizá de la misma familia. Ella es Gutierrez Sanchez y yo Montoya Gutierrez.

El abuelito de Margarita es Sanchez Caballero. Ahí nos conocimos y ahí vinieron los hijos.

Durante la revolución yo trabaje con el finado Rafael, yo tenía como 20 años. Ahí llego el evangelio, ahí íbamos nosotros al culto. La revolución llego y ahí llegaron los villistas, había un general Fierro, ese fue quien agarro al finado Rafael, pero por las intrigas del pueblo. En ese tiempo el finado Rafael Monroy, y los meros mandones, quisieron que les dieran de comer en su casa y de ahí salió la cuestión que eran ellos mormones.

Agarraron al finado Rafael Monroy, ahí en san Marcos había unos fresnos, unos fresnisimos tremendos, ahí lo colgaban y después lo soltaban y le hacían aire para que volviera en sí. Ahí lo colgaban y lo dejaban caer y de esa forma lo martirizaron, lo lastimaron.

El y Vicente Morales, a ellos dos los maltrataron. El pueblo pensaba que una vez quitados ellos dos, hasta ahí se acababa la religión, y el pueblo seguiría con su religión. Pero sabemos demasiadamente que el evangelio es por el Señor. Pero el evangelio siguió y siguió y siguió hasta estos momentos. Cuando paso eso, Jesusita me mando un recado al Godo y vine inmediatamente.

Pero antes que eso el finado Rafael me mando un recado diciendo: “Daniel, va a ir la tropa al Godo, a traerse ganado (borregos) y a traerse una res, no te espantes, se las das”. Muy bien como No. Había ganado, borregas y chivas y un buey. Y todo se lo llevaron. Había caído un aguacero y el rio venia zumbando, lleno de agua. El ganado lo pasaron como pudieron, algunos se los llevo el agua. Como pudieron llegaron al otro lado. Y llegaron como a las 8 de la noche, hasta el pastor se llevaron con ellos. El buey también paso el rio.

A las 8 de la noche oí unos estallidos, unos tiros muy fuertes, muy tronantes, y me dio una mala espina. Yo no pensaba, y no sabía lo que estaba pasando en el pueblo, de que los estaban martirizando y colgando.

Cuando los estaban matando, al finando Rafael y Vicente, le dijeron y ofrecieron a ellos, caballos, buenos caballos, buenas sillas, buenos rifles, para que se vayan con nosotros y no les hacemos nada. Nosotros no podemos ir con ustedes, ustedes pueden hacer lo que quieran hacernos, pero nosotros no vamos. Entonces dijo el finado Rafael en el lugar que los afusilaron. “Hagan con nosotros lo que ustedes quieren hacer, pero queremos que nos concedan hacer nosotros una oración”, entones ellos se arrodillaron, hicieron su oración hincados. Y cuando ya terminaron su oración, entonces se levantaron. Y entonces dijo el finado Rafael “ahora si señores hagan lo que quieren hacer”. Y entonces los mataron y cayeron.

Al día siguiente Jesusita me mando un recado para que fuera, y cuando llegue a donde estaban ellos, me dice “Mira lo que paso mijo” y llorando, una cosa muy triste, nunca me decía Jesusita Daniel, sino Hijo. Y me dijo “llévate mijo mulas al Godo, y trae arena, cal, tabique, peones,” Y ahí fuimos para hacer la sepultura (al Panteón El Huerto en Tula). Los dos los enterramos encimados. El finado Rafael así y Vicente así encimados”. Tapamos todo bien.

Ahí nos detuvieron en San Lorenzo las tropas, que a donde íbamos a enterrar esos muertos, Les dijimos que ya tenemos la autoridad de Tula para sepultar los cuerpos. Yo llevaba en una mulita y en otra mulota, llevábamos las dos cajas.

Y entonces nos dijeron, pasen ustedes y pasamos.

Estoy complacido con la vida y hasta en estos momentos, estoy contento con lo que dios me ha dado. Me ha dado mis hijos, todos me aprecian, todos me quieren, todos me estiman. Estoy cierto y seguro que otros hijos de otras personas no los estiman así. Pero mis hijos si mi estiman, mis nietos y mis biznietos, y todos me quieren, todos me aprecian.