Lécera (poesía)

 

LÉCERA

                Arantxa Urzay Lahoz

 

Lécera, bendita tierra, mar de sueños que brotan en el campo,

tu nombre en el viento clama sentires de amor callado.

Su piel curtida por las fatigas del trabajo

es testimonio de vidas, de muertes, de amores y de pecados.

 

Lécera, tatuada, de risas y de llantos, por el sol y por la lluvia

que traen amores y desengaños.

El viento azota tus costados, sin embargo tú callas

como buena madre de espíritu sacrificado.

 

Lécera resignada al no tener nombre propio,

por un lado Belchite, héroe engalonado,

por el otro Albalate, ruta de sonidos exaltados,

te han convertido en esposa y amante,

en un rostro desfigurado.

 

Lécera color difuminado, luz virginal en todos sus retratos.

Olor a historia, a buen hacer y a campos labrados,

sabor a pan de iglesia, vino de cáliz, dulce de palma

que Dios le ha dado.

 

Lécera pastora, de almas y rebaños,

labradora en sus jotas

vendimiadora en los sentimientos,

refugió en el descontento y por fin

descanso eterno en la muerte pálida de aquel que vivió en su suelo.

 

En otoño, Lécera trabajadora, es cubierta por las hojas,

la vendimia del fruto sagrado ocupa intensas las horas

y mientras el sol se pone,

a la espera de un nuevo día,

Dios la acuna y mi tierra duerme

mientras la opaca luna brilla.

 

En invierno, Lécera oscura, es cubierta por la nieve

bajo el blanco manto, el calor de la Navidad

tradiciones y regalos, armonía, amor y paz.

Y una vez entrado el año con alegría e ilusión

comienzan los ensayos para la exaltación a nuestro Señor.

 

En primavera, Lécera penitente, descubierta de sonidos y oraciones,

de repente un golpe, un rasgar, un abrir el alma

las manos destrozadas al pedir perdón sin palabras.

Tras la Semana Santa, nuestra Virgen del Olivar,

patrona de las mujeres, madre de Léceranos,

símbolo, pues, de nuestra devoción y nuestros cantos.

 

En verano, Lécera festiva, es cubierta de alegría

y a todos nos embarga una multitud de música y risas

por los montes y recodos el eco de un beso de amor.

Y cada balcón cuelga el orgullo y el honor

de pertenecer a esta tierra y tener nuestro patrón.

La torre clavada en el cielo presencia con admiración

cómo los jóvenes luchamos por un pueblo mejor.

Los abuelos, padres de padres, a sus nietos contarán

las historias de un pueblo que no se ha de rebajar.

Y las lágrimas mañicas no deben pues de extrañar

cuando alguien entone una jota y el alma no pueda aguantar.

Quisiera Aragón decirte, quisiera Aragón cantarte

pero no sé más que arrodillarme y por ti a la Virgen rezarle.

 

Lécera, pues, principio y fin, vértice del todo

en tus ojos verdes como el verde campo

y en tus curvas de madre, madre llena de encantos,

perderme hoy... siento perderme

en el aire de tu espíritu encantado.