Estampas de mi pueblo "Las fiestas"

Autor: Vicente Aguilar Calvo

 Trascripción literal del original realizada por Jaime Cinca Yago ©

     Me refiero a mi pueblo natal típicamente aragonés por estar enclavado en lo más baturro, la Tierra Baja, y porque, a pesar de los tiempos ultramodernos que corren queriendo hacer desaparecer lo antiguo, lo típico, todavía, y gracias a Dios, no han logrado influir mucho en el ambiente de mis paisanos y aún dejamos el baile para escucharlas notas bravías de una jota, aún no nos reímos de ver a nuestros ancianos ataviados con el clásico calzón y aún las mozas conservan intactas con santo orgullo aquellas "sayas" y "chambras" de sedas que lucían sus madres y abuelas en las festividades y que hoy vuelve a ser el traje de lujo para los actos solemnes de nuestras fiestas.

 Días precursores de las fiestas que vienen precisamente al final de la época de la recolección cuando los cuerpos están ya fatigados de 2 meses de trabajo agobiador y aún en las eras quedan montones de mies para trillar. En los rostros achicharrados y obscuros por el sol ya se divisa la satisfacción de los días buenos y divertidos que esperan pasar; aún roban algunos minutos a la noche para husmear por esquinas, en la fuente, o en el café los preparativos para el acontecimiento principal del año. Traen música. La cofadría trae gaita. Viene un predicador mu güeno.

 Obsérvase en continuo ajetreo de mujeres viejas y jóvenes puliendo espederas, fregando bancos, adecentando las casas y otros preparativos imprescindibles como el amasijo de los rollos con todo esmero y cuidado para que, a ser posible, salgan los mejores y más pitos del lugar.

 La víspera por la tarde ya se abandona el trabajo. Reúnense las cuadrillas de mozos y ya comienza aquello de que hay que ir de casa en casa a comer rollo y beber el vinico viejo. Aún hay algunos calientes. Por todas calles se nota su agradable tufillo que dejan al pasar y traspasar las arrogantes mozas con los tablillos a la cabeza repletos de los dulzainos roscones.

 En todas direcciones cruzan el pueblo estas cuadrillas de aprestos jóvenes dando con su presencia animación y alegría a las empolvadas calles, para terminar al atardecer en la plaza llena de gente de todas edades en alegre algozara esperando la llegada del coche que trae los forasteros y familiares que tienen la suerte o desgracia de tener que ganarse el pan alejados del lugar. La llegada entre una gran algarabía abrazos saludos y empujones más o menos disimulados para ver mejor a esta o aquella que viene de la capital vestida de colorines con un traje que da lugar a murmuraciones entre maliciosillas y envidiosas.

 Llegó también la música que inmediatamente llena el espacio recorriendo el pueblo al son de un estridente pasacalles seguidos de toda la chiquillería que admira con estupor aquellas gaitas tan gordas y relucientes. Al mismo tiempo un bandeo general de campanas inunda todo con sus alegres tañidos anunciando ya la fiesta. La animación es extraordinaria. Han venido muchos forasteros y forasteras; En fin: unas güenas fiestas. La cena y al café pronto previas advertencias del padre y el agüelo para que no se dé que hablar a la gente mientras aflojan la buena propina para obsequiar debidamente.

 En el café no se cabe y se ven a las cuadrillas de mozos retirarse a las habitaciones reservadas donde se hace el gasto extraordinario, que a los demás no importa. Se bebe abundante y el bullicio se apacigua para dejar oír algún que otro atrevido que lanza un poco vergonzoso la primera jota de las fiestas. Hay que beber que no sale muy bien pero... dejémoslo pa después que ya tocan en el baile. El Baile en un salón incapaz para tanta gente rodeado de asientos donde se amontonan mozas y casadas que no dejan de darle gusto a la lengua con aquella u esta pareja, estotro vestido, aquella tan pintada etc. Por el aspecto ceñudo o alegre de las madres, se comprende si la hija baila con un labrador u oficial; si es con un posible partido, o, en fin si de ello (nada raro ¡tantas salieron de fiestas semejantes!) surja la ansiada boda favorable. Quizá la misma madre paseó el novio en pasada fiesta, pero los lloriqueos del crío, que no le deja parar el sueño, no le da tiempo a pensar en sentimentalismos pasados.

 El calor es extraordinario y ya se ve a las mozas entregar al apuesto bailador un limpísimo pañuelíco para evitar que la callosa mano ensucie el finísimo vestido. Se deshacen en obsequios con las forasteras a las que no se les han de dejar paradas. Con frecuencia cualquier mozo cede galantemente su bailadora al forastero un poco vergonzoso que no se decide a bailar. ¡Nada hombre! ¡a bailar! y no tengas reparo en sacar a cualquiera que si te dice que no ya está en la calle.

El calor se hace insoportable pero no por esto se abandona el baile y envueltos en sudor siguen a empujones los ritmos de la música hasta la hora ya de media noche que es una vergüenza haya una mujer sin acostarse. 

Nuevamente se reúnen los mozos apurar las botellas empezadas. Se bebe en exceso y a la juerga consistente en ir bebiendo y comiendo de casa en casa alborotando y becerreando cuanto más mejor en medio de carcajadas estruendosas producidas por las graciosidades de uno u otro. Así todo hasta la madrugada se comprenderá se hace irresistible y con todo se aguanta lo que se puede para terminar yendo a dormir a hombros de los más fuertes generalmente a una pajera o pajar. 

Otros más conscientes beben por eso de que salga mejor y así se organizan las típicas rondallas que recorren las esquinas del pueblo cantando nuestra brava e inmortal jota en esquinas y puertas donde vive el futuro o presente amor casi siempre en competencia con otro y otros de la misma o distinta ronda pero que nunca termina a cuchilladas o guitarrazos como han querido hacer ver escritores de mala fe que no conocen Aragón. Generalmente la luz del día hace retirar a los rondadores por aquello de que: 

Vámonos de aquí galanes

que las estrellas van altas

y la luz del día viene

descubriendo nuestras faltas. 

    ¡Primer día de fiesta!; ajetreo general en las casas revolviendo arcas y armarios para sacar los vestidos de gala. De madrugada no se ven más que alguna que otra viejecita engalanada con su saya de sartén brillante, zapatos de corbarán negro en extraño contraste y media blanquísima, mantilla de lentejuelas brillantes y una vela en la mano que va a ofrendar al Sto. Algunas mozas mal peinadas comentan lo acaecido en la noche. 

    Las campanas parecen alocadas despertando a los trasnochadores que se apresuran a adecentarse de señoritos para ir a ver la entrada de las mozas a misa. Todos huelen a alcanfor pero los trajes van planchados; casi todos dejan a un lado los zapatos que no quieren admitir sus ampulosos pies si alguno a fuerza de resistir logra ponérselos pronto se le notan los andares extraños para acabar cambiándoselos por blancas y cómoda alpargata. También la corbata apreta mucho y como único adorno suelen llevar una mata de albahaca florida en la mano, en la oreja o en la solapa que perfuma agradablemente las calles y plazas. 

    En la plaza ya contemplan la entrada de las mozas en misa. Estas si que lucen sus galas. Casi todas estrenan el traje; algunas se acicalan hasta el extremo de pinturrutiarse la cara. Como pavos orgullosos pasan por entre los corrinches de mozos que no cesan de echarles requiebros. Algunas exageran sus andares hasta el extremo de tropezar con sus relucientes y desacostumbrados zapatos de tacón alto entre risotadas de los mozos y vergüenza de la joven. Otras lucen con orgullo el castizo traje de su abuela cuando se casó y las Sras. de edad vense algunas también con su traje de bodas pañuelo de Manila y pendientones hasta el hombro que dan al ambiente esa pincelada típica y colorida que admiramos hasta los naturales del país. 

    Una preciosa misa de tres en ringle cantada que daba gusto y con un sermón que hace saltar las lágrimas a más de cuatro al oir contar las bondades y martirios del Santo. 

    Termina próxima la hora de comer que esperamos bromeando y comentando la noche. Aún se ven en algunos rostros señales de sueño y cansancio. Hay que dar la vuelta para ver de que ninguno de fuera se quede sin comer. La comida opípara y abundante. A quitarse por lo menos la chaqueta y al café y luego al baile. El mismo ambiente relatado a excepción de que en el baile de día no van más que mozas. Las jóvenes se apresuran a fregar el vajillambre y las agüelas y casadas diviértense en las esquinas que más visualidad haya haciéndosen cruces de tanto lujo y tanto gasto como lleva la juventud de hoy día. 

    La chiquillería corre de acá para allá a ver el tío o el agüelo que le dijo que le daría un perrón pa comprarse una horchata o alguna gaita con que dar la lata a su tranquila madre que cuchichea no sé qué con las vecinas. 

    El toque del rosario al anochecer suspende el baile. Es sencillamente una procesión donde se lleva el Santo por los más arrogantes mozos a dar la vuelta al pueblo precedido de hileras de hombres y mujeres cantando un rosario de música tradicional. 

    Llega la noche y en igual ambiente que la anterior, diríase que estos jóvenes no han bebido nunca; son incansables pues es tal la algarabía y la animación nocturna que no hay quien duerma; y mu bien echo dicen los agüelos, pa eso son las fiestas y pa eso son jóvenes. 

    El 2º día se madruga poco; generalmente hace de despertador la música de ronda que va después de misa repartiendo de casa en casa de los cofrades el pan bendito en la misa llevado entre blondas y encajes en lujosos cestos sobre las manos de las mejores mozas. En cada puerta se canta, se baila y se bebe lo mejorcico que hay en casa.

     Por la tarde la corrida de pollos donde concurren los más pinchos del pueblo y los alrededores a disputarse la primera en un recorrido más o menos largo. Como premio tres pollos que serán pa la juerga. Hay animación. Entre hileras de gente salen los mocetones con sus rayados calzoncillos al aire y a pie descalzo. Es seguida la carrera con interés. ¿Quién va el primero?; por fin el del pueblo; no importa quién pero hay que hacer constar que lleva 2 días de juerga, sin dormir y está preparado nuevamente para bailar y seguir donde todos. Se acercó la noche viene el baile y ya con menos alegría porque se acaban y mañana a trabajar se termina pronto. Sacar cuentas a escotar y a dormir. Un silencio sepulcral reina a las 11. Al día siguiente se desespera el padre por hacer levantar al mozo; pero al fin cansino y cabizbajo a emprender la tarea de nuevo.

     Las mozas celebran con gran jolgorio en el lavadero los comentarios de las fiestas, los nuevos festejos, estorbamientos y demás chismes sucedidos. Mientras los mozos pasan su mal día de trabajar sin ganas esperando ansiosos la noche para quitarse la murria.

     Ya se pasó la fiesta ya estamos en la vida corriente tranquila y laboriosa de estos pacíficos pueblos. Estas son sus diversiones y este su modo de vivir, tranquilo curioso y sentimental para nosotros los naturales de allá.

     Permita Dios reine en ellos Su paz y lo extravagante lo modernista no logre infiltrarse en aquellas costumbres para que perduren su vivir típico laborioso noble y sin odios.

                                            Uno de la Tierra Baja