Consenso...
Una palabra que se repite mucho en nuestro querido mundo BDSM, pero lamentablemente que no siempre se la tiene en cuenta.
El consenso es lo que diferencia nuestro modo de vida del abuso, lo que convierte un acto de cobardía en una actividad que disfrutan dos o más personas adultas en pleno uso de sus facultades.
La gran mayoría de las personas recuerdan esto y lo aplican para acordar con la persona con quien van a tener una práctica los limites con los que se van a manejar, pero por alguna razón suelen olvidarse de terceros que de alguna manera se puedan ver involucrados en estas actividades sin prestar su consentimiento expreso.
Para poner un ejemplo que clarifique lo que estoy diciendo….
El exhibicionismo suele involucrar a personas que no prestan su consentimiento expreso. Digamos que si se exhibe a una sumisa frente a un grupo de hombres desconocidos, lo más probable es que estén todos contentos, pero no tenemos la completa garantía de que esto es así, puede suceder que por algún tipo de cuestión moral estas personas tengan una objeción y no deseen participar como observador.
Una respuesta sería que, si no quiere mirar que no mire, y todos en paz, esta es una respuesta válida en ciertos ambientes y en otros no. Por ejemplo si el exhibicionismo se da en una reunión del ambiente, todos sabemos que esto es posible que pase y aquí seria válido, pero si esta práctica se da por ejemplo en un medio de trasporte, no tenemos ningún derecho a vulnerar la escala de valores morales de quienes se encuentran allí.
En otros casos, ni siquiera se trata de valores morales, sino de simple gusto por observar una práctica determinada o no. Y nadie debería verse en la obligación de participar aunque esto sea de modo indirecto en nada que no desee.
Llevando esto un poco más al extremo, incluso, no siempre que nos juntamos con personas del ambiente podemos sin más ponernos a sesionar con nuestra sumisa sin el consentimiento de las demás personas, ya que podría ser considerado desubicado en el caso en que la práctica no sea del agrado del resto de las personas.
Esto podría llevarse al ambiente cyber, como lo es una sala de chat, cuando hay un grupo de personas charlando amenamente y dos de ellas se ponen a sesionar, sin importar que no todos en la sala pueden estar interesados en observar lo que se dicen. Esto demuestra una falta de interés por el resto. Los presentes lejos de ser invitados como “participantes”, algo de lo que podrían sentirse honrados llegado el caso, pasan a ser meros “objetos” decorativos para ambientar la sesión de otro. Así, el consenso, materializado en el simple gesto de preguntar y acordar, resume cuánto respeto tenemos por los demás.
Incluso, nosotros quienes tenemos la fortuna de haber descubierto este hermoso espacio y que deseamos compartirlo y abrirlo a otros, no deberíamos perder de vista el impacto que podría tener nuestra conducta en un chat sobre las personas que por primera vez se acercan a nuestro mundo y que podrían ver herida su sensibilidad.
El acto de consultar a los presentes también nos garantiza que el grupo puede y quiere contener la práctica, y que esta puede desarrollarse sin contratiempos que puedan incomodar a nuestra sumisa, y significa una forma de cuidarla también a ella.
Estoy de acuerdo con que la humillación pública es un fetiche que para, muchos, de algún modo, es indispensable cumplir para sentirse plenamente satisfechos, y estamos dentro del BDSM justamente para disfrutar de sentimientos y sensaciones intensas.
Pero estoy completamente convencido de que no es necesario en ningún caso violar el derecho de elegir libremente a participar, o no, de la sexualidad de otro.
Es peligroso ponerse a relativizar el concepto de consenso según convenga a nuestros gustos y placeres, porque hoy para no privarnos de disfrutar un fetiche no me importan los participantes involuntarios, mañana no me importan los participantes voluntarios y luego, en pos de seguir cumpliendo mis fantasías, deja de importarme el consenso.
Otro problema de relativizar el concepto de consenso, es que hoy no me importa que decidas sobre los que querés ver, mañana no me importa que decidas sobre tu seguridad, y luego ya no me importa que decidas nada. Y todo esto justificado sólo por mis deseos egoístas de complacer un fetiche.
Además, ¿el actuar sin el consenso expreso de las personas es la única forma de cumplir mis fantasías?
Si quiero humillar públicamente a mi sumisa ¿es completamente necesario que los participantes sean involuntarios?
Si quiero tener sexo frente a otras personas ¿es completamente necesario que los participantes sean involuntarios?
La respuesta podría ser que lo excitante de la situación es que sean desconocidos, a lo que yo respondo con otra pregunta ¿no hay suficientes personas, gustosas de participar, desconocidas en tantos foros como este como para armar una sesión con todos los condimentos que necesitemos, sin tener que recurrir a provocar escenas en donde se encuentren persona que no den su consentimiento?
Es muy triste que no nos importe los demás.
Creo que hay diferencias entre una situación y la otra, con respecto a la televisión uno es el que decide prender la televisión (exponerse a algún contenido), y si no le agrada tiene la posibilidad de cambiar de canal o de apagar el televisor. Es decir, en esta situación tenemos el control de la situación y la libertad total de elección.
En cambio la persona que se encuentra en la situación de que alguien se exhibe frente a ella, no tuvo la oportunidad de decidir exponerse, sólo fue algo que aconteció, entonces tiene que tomar la decisión de seguir mirando, si es que le gusta; no mirar (mirar hacia otro lado o retirarse), o quejarse, si le resulta incómodo.
Si el participante involuntario disfruta de la situación, no hay ningún problema, pero nunca estamos completamente seguros de esto. Si el participante involuntario no disfruta de la situación y decide mirar para otro lado o irse, quiere decir que lo pusimos mínimamente incómodo.
En el caso de que el participante involuntario decida quejarse, y siempre dependiendo de las formas, puede ser una situación incómoda para todos. Por lo que en este caso en particular, se perdió el control total de la sesión.
Ahora, yo me pregunto ¿tenemos el derecho de obligar a alguien a participar involuntariamente de nuestras sesiones? ¿De ponerlo incomodo? ¿De obligarlo a tomar decisiones tales como mirar para otro lado o tener que retirarse del lugar?
Hay quién argumenta que esto es una minucia ya que es frecuentemente practicado por muchísimos cultores.
Hay una falacia conocida bajo el nombre de “ad populum”, que pretende basar su principio de verdad en que para muchos esto es así, la cual se suele refutar con un dicho popular que expresa: “Coma mierda un millón de moscas no pueden equivocarse”. Todo esto para decir que no importa cuanta gente exhiba en la vía pública cosas que de alguna manera ofendan a los transeúntes, sino que tenemos que preguntarnos si nosotros tenemos tal derecho.
¿Entonces qué hacemos? Una opción completamente válida puede ser hacerlo en el fondo de nuestra casa con todas las personas que invitemos y que estén interesadas en participar.
En resumen el consenso con terceros que se vean obligados a presenciar una práctica es sólo una muestra de consideración por la opinión, deseos y valores de estas personas.