Regreso al oeste (11ª...)

Fecha de publicación: 23-sep-2012 15:55:24

Sentirse amado, necesitado...

Buscaba excusas porque la respuesta que mi intuición me ofrecía parecía demasiado sencilla para ser verdad. Y sin embargo yo sabía que lo era: no quería estar allí porque no me sentía querido, amado. Y esa era otra razón por la que me negaba a aceptar aquella respuesta... a los humanos no nos gusta sentirnos “no amados”; no nos gusta porque, a pesar de las innumerables excusas que cada uno puede buscar a esta amarga realidad, siempre está presente la también amarga sensación de fracaso. La constatación de que “algo no hicimos bien” o quizá la certeza de que todo lo hicimos rematadamente mal. Ese era el motivo por el que la parte racional de mi cerebro no quería aceptar lo que proclamaba la otra parte, la emocional; esa que nunca se calla, esa que se comporta como un alma bufa, siempre martilleando con la verdad; una verdad que, a veces, como era el caso, concordaba perfectamente con la “puta realidad”.

Si... me levantaba todos los días muy temprano, caminaba hasta el almacén, abría la puerta, entraba, cerraba la puerta, dejaba las carpetas encima de la mesa; miraba el teléfono por si Isabel (ella se encargaba de hacer el trabajo sucio: llevaba la contabilidad, recogía y distribuía los pedidos, me hacía el té y le echaba miel suficiente como para hacerme olvidar que en algún momento tendría que regresar a casa...) había dejado alguna nota urgente debajo del auricular, siempre las dejaba allí. Salía de la oficina y entraba en la enorme cámara frigorífica, caminaba por el pasillo central; rodeado de palés cargados de queso, mantequilla, margarinas; hasta el fondo y allí comprobaba que la temperatura era de cuatro grados bajo cero (en invierno la de la calle era más baja...) y la humedad relativa del aire estaba entre el 50% y el 70%. Esa era la ceremonia diaria, hacer una fotografía visual del interior de la cámara antes de que el teléfono empezase a sonar...

Hoy además, busqué un buen emplazamiento para dejar la bolsa en la que aún se movían algunos de los pulpos que nunca habían estado tan por encima del nivel del mar. Siempre me sorprendía la resistencia de los pulpos, nunca se daban por vencidos, aunque lo estuviesen, y aquellos lo estaban. Sus compañeros de viaje ya estaban congelados, a veinticuatro grados bajo cero. No parece lógico que un pulpo muera a -24ºC en unos minutos y que un embrión humano pueda conservarse durante 5000 años a -196ºC sin sufrir daño alguno, poder ser implantado después en un útero y dar lugar a un nuevo ser; pero así es como ocurre. Es extraña la vida... yo estaba rodeado de todo aquello que muchos humanos deseaban y sin embargo no era feliz, me sentía solo. Sabía que para mi familia, en aquel momento, mi trabajo, mi presencia, era imprescindible y al mismo tiempo tenía la sensación de que no me necesitaban¡!

Por eso viajaba hacia el oeste en cuanto se presentaba la mínima oportunidad. Por eso dedicaba los fines de semana a repartir “alimentos excedentes de la CEE (ahora UE)” entre familias realmente necesitadas (si, no es un fenómeno exclusivo de esta crisis, siempre ha habido gente en el umbral de la pobreza, en aquel año de 1985 muchas familias pasaban verdadera necesidad). En realidad siempre hemos estado en crisis... y los momentos en los que parecía que no lo estábamos no eran más que espejismos.