Regreso al oeste (10ª...)

Fecha de publicación: 19-sep-2012 19:14:18

Hierro sobre hierro. Tiempo...

Si la niebla no lo impedía pronto habría subido y bajado los altos de la Canda y el Padornelo, atravesado sus siempre goteantes túneles en los que bien podía haberse inspirado Hans Ruedi Giger para crear sus criaturas “Alien” y estaría encarando la subida del verdadero puerto de montaña; aquel en el que el R8 sufría y se quejaba y hasta el combustible del depósito le parecía una carga excesiva. Por eso prefería salir siempre de madrugada y con el depósito a media carga, si no había amanecido, aún mejor; para cuando empezase a moverse el tráfico de mercancías yo ya estaría lejos de las ciudades y los pueblos, y el amanecer me sorprendería 150 kilómetros más al noroeste, lejos del mar...

Ahora, cuando recuerdo aquellos viajes por aquellas carreteras estrechas, con el firme mal compactado, en invierno con baches, en primavera con chepas pero siempre un sufrimiento para los amortiguadores y para el cuerpo; tengo la certeza de haber perdido demasiadas horas y que de haber podido utilizar el tren, al menos podría haber leído algunas de esas obras que figuran en la lista “leer antes de morir”. Pero... el oeste siempre estuvo lejos, mal comunicado, olvidado. Tendrían que pasar aún quince años para que hubiera una autovía y los trenes de alta velocidad todavía no llegan hoy¡!.

Si; el oeste siempre estuvo olvidado o como escribió Gonzálo Torrente Ballester en una de sus mas celebradas novelas: “si hombre... Galicia... ese lugar allá en el oeste donde las mujeres o son brujas o putas”. Pero que más daba?? acaso no era ese, precisamente ese, uno de los motivos que me impulsaban a regresar cada poco?? no el olvido sino los efectos de ese olvido que, por otra parte, parecía no tener ni fin ni arreglo en aquel siglo. El olvido mantuvo al oeste alejado de muchas de las convulsiones de aquellos años... en cierta forma, lo mantuvo “virgen” y viajar a la casa de Manuela era siempre un “regreso al pasado”, en más de un sentido.

Pero ahora estaba a medio camino de mi rutina, en una horas estaría de nuevo en el norte; podía hacerme una idea del frío mirando el indicador de la temperatura del refrigerante sin necesidad de bajar la ventanilla. Si, ahora ya no había peligro de que el motor se sobrecalentase, pronto estaríamos los dos a más de 800m sobre el nivel del mar. Donde había puesto los chicles?? se me estaban empezando a taponar los oídos con el cambio de presión. Era necesario tragar o bostezar.

Mi rutina... odiaba la rutina. Si, en aquella época de mi vida no soportaba la rutina y no se exactamente por qué, siempre la identificaba con “falta de libertad” y no le encontraba ninguna de las ventajas que después descubrí que tenía. Por eso, durante el viaje iba soñando con el próximo regreso al oeste, o planeando un viaje corto para el fin de semana. Cualquier cosa menos pasarlo en casa¡! Si, esa era la preocupación principal. Porque durante la semana el trabajo ocupaba una buena parte del día, y el sueño otra buena parte (cuanto tiempo creía no vivir a causa del sueño...). Por qué no era feliz en mi casa?? Por qué siempre aplazaba el momento de reflexionar profundamente sobre aquello?? Por qué buscaba excusas, ocupaciones para el fin de semana, por muy humanitarias que fuesen (esa era otra excusa, pero hacía que me sintiese bien...), por qué??

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