Jorge Luis Borges

Un sajón (449 A.D.)

Ya se había hundido la encorvada luna;

Lento en el alba el hombre rubio y rudo

Pisó con receloso pie desnudo

La arena minuciosa de la duna.


Más allá de la pálida bahía,

Blancas tierras miró y negros alcores,

En esa hora elemental del día

En que Dios no ha creado los colores.


Era tenaz. Obraron su fortuna

Remos, redes, arado, espada, escudo;

La dura mano que guerreaba pudo

Grabar con hierro una porfiada runa.


De una tierra de ciénagas venía

A ésta que roen los pesados mares;

Sobre él se aboveda como el día

El destino, y también sobre sus lares,


Woden o Thunor, que con torpe mano

Engalanó de trapos y de clavos

Y en cuyo altar sacrificó al arcano

Caballos, perros, pájaros y esclavos.


Para cantar memorias o alabanzas

De reyes y de lobos y del Hado

Que no perdona y del horror sagrado

Que hay en el corazón de los pinares.


Traía las palabras esenciales

De una lengua que el tiempo exaltaría

A música de Shakespeare: noche, día

Agua, fuego, colores y metales,


Hambre, sed, amargura, sueño, guerra,

Muerte y los otros hábitos humanos;

En arduos montes y en abiertos llanos,

Sus hijos engendraron a Inglaterra.