Jorge Luis Borges

Del infierno y del cielo

El Infierno de Dios no necesita

el esplendor del fuego. Cuando el Juicio

Universal retumbe en las trompetas

y la tierra publique sus entrañas

y resurjan del polvo las naciones

para acatar la Boca inapelable,

los ojos no verán los nueve círculos

de la montaña inversa; ni la pálida

pradera de perennes asfodelo

s donde la sombra del arquero sigue

la sombra de la corza, eternamente;

ni la loba de fuego que en el ínfimo

piso de los infiernos musulmanes

es anterior a Adán y a los castigos;

ni violentos metales, ni siquiera

la visible tiniebla de Juan Milton.

No oprimirá un odiado laberinto

de triple hierro y fuego doloroso

las atónitas almas de los réprobos.


Tampoco el fondo de los años guarda

un remoto jardín. Dios ni quiere

para alegrar los méritos del justo,

orbes de luz, concéntricas teorías

de tronos, potestades, querubines,

ni el espejo ilusorio de la música

n¡ las profundidades de la rosa

ni el esplendor aciago de uno solo

de Sus tigres, ni la delicadeza

de un ocaso amarillo en el desierto

ni el antiguo, natal sabor del agua.

En Su misericordia no hay jardines

ni luz de una esperanza o de un recuerdo.


En el cristal de un sueño he vislumbrado

el Cielo y el Infierno prometidos:

cuando el juicio retumbe en las trompetas

últimas y el planeta milenario

sea obliterado y bruscamente cesen

¡oh Tiempo! tus efímeras pirámides,

los colores y líneas del pasado

definirán en la tiniebla un rostro

durmiente, inmóvil, fiel, inalterable

(tal vez el de la amada, quizá el tuyo)

y la contemplación de ese inmediato

rostro incesante, intacto, incorruptible,

será para los réprobos, Infierno;

para los elegidos, Paraíso.

1942