4. ROMA: DOCUMENTS

El candidatus, anomenat així per la toga candida, de color blanc, que l'iden­tifica corn a tal, ha d'aconseguir abans que res el suport dels mes propers. De la família, però també dels amicus, un substantiu semànticament allunyat de l'amistat que cultivem en temps mo­derns.

Cristina Serret - Magí Seritjol. Article Manual del candidat a l'antiga Roma. Revista Sàpiens, núm.206, maig 2019. Pàg. 47.


(110 dC.)

LLETRA 116 - Plini A Trajà

Els qui prenen la toga viril o celebrin noces o entrin en una magistratura o dediquin una obra pública, Solen convidar tot el Consell i un nom no petit de gent del poble, i donar un o dos denaris a cadascú. Et prego que em responguis si aquestes celebracions han de ser consentides, i Fins a quin punt. Perque AIXÍ com penso que, sobretot en els ocasions habituals, calç Concedir el dret de convidar, d'Altra banda, temo que a els qui conviden mil persones -i de vegades més i tot- no s'extralimitin i no incorrin en una mena de suborn público.

Plini el Jove, funcionari ideal a la Roma de Trajà. Plini el Jove: correspondència amb Trajà, traducció de M. Olivar. Barcelona, ​​Fundació Bernat Metge, 1932. Art. Revista El món d'ahir, núm. 1, 2017. P. 191.


El dia que vaig visitar Pompeia hi havia Moltes cases amb bastides a la façana. Les restauraven. Me'n recordava dels mosaics que havia vist al matí, perque ja no a els veia. D'alguna manera Quan veus pel·licules de romans t'imagines 1 societat remota en un país llunya. No sé si us passa el MATEIX. A mi, el que més em distància és la roba. Van tan Lleugers de roba (sempre ensenyen els cames, sempre van con los braços nus) que no em puc imaginar que vivien tan a prop de nosaltres i que érem tan iguals. Però trepitges Pompeia i dius: era aquí, AIXÒ. Passejant per allà i recordant els pel·licules de romans (también em passa amb els d'egipcis) vaig pensar en el cambio climàtic. Vaig pensar que Devién viure en una calor permanent i que potser AIXÒ a els FEIA ser Sexualment més francs que nosaltres. A Nàpols hi fa calor, però también fred. La vida de Pompeia ja veus que és règia per 1 sexualitat manifesta, Molt present a la vida quotidiana (hi havia nens, esclar), plena d'humor i llibertat. La casa dels Veti. Aquesta és Molt divertida. És la casa d'1 home que es sentia poder-vos. I va decidir dir-li a tothom: «Jo sóc el que la te més grossa. »El fresc que te a l'entrada de casa és un home que és pesa, amb unes balanços, 1 penis immens i superlatiu.

Empar Moliner. L'última nit del món. Art. Revista El món d'ahir, núm. 1, 2017. P. 91.

-I que els déus ajudin a qualsevol home o cosa que no entri en els plans que tu tens per a mi! -va cridar Brut, enfadat de sobte.

- Vesteix-te, sortirem! -va ser l'únic que va contestar ella; i sa va embolicar de l'habitació.

Quan va entrar a l'atri de l'espaiosa casa de Silano, Brut vestia la toga de orla porpra pròpia de la infància, perquè oficial ment no es convertiria en home fins al desembre, quan arriba ra la festa de Juventas. La seva mare ja estava esperant-i ho ob va conservar amb ull crític mentre s'acostava a ella. (Pàg. 14)

Era una reunión de mujeres, desde luego; si Bruto hubiera sido lo bastante mayor como para ponerse la toga blanca sin adornos, la toga virus, y ya hubiera estado iniciado en las filas de los hom­bres, no se le habría permitido acompañar a su madre. Aquella idea le provocaba pánico a Bruto. ¡Mamá debía tener éxito en su petición, él tenía que seguir viendo a su querido amor después de diciembre, cuando alcanzara la categoría de hombre adulto! Pero sin traicionar en absoluto ese sentimiento, Bruto abandonó las fal­das de Servilla en el mismo momento en que empezaron los salu­dos efusivos, y se escabulló hacia un rincón tranquilo de aquella habitación llena de chillidos, procurando hacer todo lo posible por mezclarse con la decoración, carente de pretensiones. (Pàg. 16)

Había adoptado un nuevo engreimiento, y le había dado por no llevar túnica debajo de la toga porque en los primeros tiempos de la República nadie la había llevado. Y, si los ojos de Servilla hubie­ran estado menos llenos de odio hacia él, quizás habría tenido que reconocer que aquella sorprendente y extraordinaria moda —de cuya adopción Catón no podía convencer a nadie— le favorecía. A los veinticinco arios de edad estaba en la cima de la salud y de la buena forma física; había vivido dura y precariamente como sol­dado raso durante la guerra contra Espartaco y no comía nada sa­broso ni bebía otra cosa que no fuese agua. Aunque el cabello cor­to y ondulado tenía un tono castaño rojizo y los ojos eran grandes y de color gris claro, tenía la piel suave y bronceada, así que logra­ba un aspecto maravilloso al dejar al descubierto todo el lado dere­cho del tronco, desde el hombro a la cadera. Hombre magro, duro y agradablemente lampiño, había desarrollado bien los músculos pectorales, tenía un vientre plano y un brazo derecho que exhibía vigorosas protuberancias en los lugares apropiados. La cabeza, que coronaba un larguísimo cuello, tenía una hermosa forma y la boca era turbadoramente encantadora. (Pàg. 32)

Su madre es­taba en lo cierto: Servilia no era fácil de predecir. Así que la acom­pañó a la silla situada al otro lado de la mesa y volvió a ocupar la suya. Con las manos juntas, aunque no apretadas, puestas ante sí sobre el escritorio, la miró con aire solemne.

Se conservaba muy bien si realmente se acercaba a los treinta y siete años de edad, decidió César, e iba vestida de forma elegante con una túnica vermellón, (sic. és ‘bermellón’) cuyo color se parecía peligrosamente a la llama de la toga de una prostituta, aunque a pesar de ello logra­ba parecer intachablemente respetable. ¡Sí, era lista! Llevaba el ca­bello, espeso y tan negro como los reflejos, que eran más azules que rojos, peinado hacia atrás y separado por una raya en el cen­tro, lo que hacía que ambas partes se reunieran con un mechón se­parado que le cubría la parte superior de cada oreja, y luego todo el conjunto iba atado en un moño justo en el nacimiento del cuello. (Pàg. 52)

Tampoco era aquélla una casa donde a los esclavos se les manumitiese, donde pudieran llevar puesto el gorro de la li­bertad o llamarse hombres y mujeres libres. Una vez que uno era vendido y pasaba a ser propiedad de Servilla, era ya un esclavo para siempre. (Pàg. 59)

—Y ahora, ¿qué parte de todo esto le cuento yo a mi madre? —le preguntó al gris pedacito de piedra pómez—. ¡Qué extraño! Ella es tan distante que normalmente no me resulta difícil hablar con ella de mujeres. Pero creo que llevaré puesta la toga de color púrpura oscuro de censor cuando mencione a Servilia. (Cèsar) (Pàg. 65)

No era pues tan sorprendente que cuando aquella mañana en­traron en la Curia Hostilia con las togas de censores de color púr­pura puestas, Lentulo Clodiano y Publícola decidieran, tras mirar tantas caras serias, que aquel día no hablarían en favor de Pompe­yo el Grande. (Pàg. 107)

(circumcisió)

—¿Qué... me... qué me vais a hacer? —logró decir Clodio, sabe­dor de que como poco lo torturarían y lo azotarían.

—Bueno, Publio Clodio —repuso la voz con un inconfundible deje de guasa—, pues vamos a convertirte en un árabe.

Unas manos le levantaron el borde de la túnica —Clodio no lle­vaba toga en Antioquía; ello le proporcionaba un estilo demasiado incómodo— y le quitaron el taparrabos que los romanos solían lle­var cuando salían a la calle vestidos solamente con la túnica. Clo­dio luchó, sin comprender, pero muchas manos lo levantaron y lo pusieron sobre una superficie plana y dura y le sujetaron las pier­nas, los brazos y los pies.

—No te resistas, Publio Clodio —dijo la voz, que aún sonaba di­vertida—. No es frecuente que nuestro sacerdote tenga algo tan grande sobre lo que trabajar, así que la operación resultará bas­tante fácil. Pero si te mueves, a lo mejor corta más de lo que tiene intención.

De nuevo mas manos le tiraban del pene, se lo estiraban... ¿qué estaba ocurrienáo? Primero Clodio pensó en la castración, se orinó y defecó, todo en medio de francas carcajadas procedentes del otro lado del saco que le privaba de la visión; después de lo cual se que­dó completamente inmóvil, chilló, gritó, balbuceó, suplicó, aulló. ¿Dónde se encontraría que no tenían necesidad de amordazado?

No lo castraron, aunque lo que le hicieron, algo en la punta del pene, fue horriblemente doloroso.

—¡Ya está! —dijo la voz—. ¡Qué buen chico eres, Publio Clodio! Ya eres uno de nosotros para siempre. Se te curará bien si no mo­jas donde no debes durante unos días.

Y volvieron a colocarle el taparrabos encima de los excremen­tos, y también le pusieron la túnica, y luego Clodio no supo nada más, nunca recordó si sus captores lo habían golpeado haciéndole perder el conocimiento o si se había desmayado. (Pàg. 191)

Como todos los Claudios Pulcher eran muy mo­renas, con unos ojos negros grandes y luminosos, pestañas negras largas y rizadas, profuso cabello negro ondulado y un cutis leve­mente aceitunado, aunque perfecto. A pesar de que ninguna de las dos era alta, ambas tenían una excelente figura y buen gusto en el vestir, se movían con gracia y eran bastante cultas, especialmente Clodia, a quien le gustaba la poesía de categoría. Estaban sentadas en un canapé frente a Pompeya y a su hermano; la túnica les caía a ambas desde los radiantes hombros, dejando al descubierto algo más que una insinuación de Unos pechos abundantes y deliciosa­mente bien formados.

Fulvia no era diferente de ellas en el aspecto físico, aunque el color de la tez era más pálido; a César le recordaba el cabello cas­taño de su madre; los ojos, de un color tirando a púrpura, las cejas y las pestañas oscuras también le recordaban a su madre. Una jo­ven señora dogmática y enérgica, imbuida de un montón de ideas más bien tontas que tenían origen en su apego romántico a los her­manos Graco: su abuelo Cayo y su tío abuelo Tiberio. César sabía que su matrimonio con Publio Clodio no había contado con la aprobación de sus padres, cosa que no había detenido a Fulvia, que estaba decidida a salirse con la suya. Desde la celebración de su matrimonio se había hecho íntima amiga de las hermanas de Clo­dio, en detrimento de las tres.

No obstante, ninguna de aquellas jóvenes le preocupaba tanto a César como las dos maduras y turbias señoras que ocupaban el ter­cer canapé: por una parte Sempronia Tuditani, esposa de un Déci­mo Junio Bruto y madre de otro —extraña elección por parte de Fulvia, ya que los Sempronios Tuditani habían sido enemigos obsti­nados de ambos Gracos, lo mismo que lo había sido la familia de Décimo Junio Bruto Calaico, abuelo del marido de Sen-ipronia Tuditani—; y por otra Pala, que había sido esposa del censor Filipo y del censor Publícola, y le había dado un hijo varón a cada uno de ellos. Sempronia Tuditani y Pala debían de tener alrededor de cin­cuenta años, aunque utilizaban todos los artificios conocidos en la industria cosmética para disimular la edad, desde pintarse y empolvarse el cutis hasta utilizar stibium alrededor de los ojos y carmín en las mejillas y en los labios. Y no se contentaban con tener la figura propia de la mediana edad; se mataban de hambre con regularidad para mantenerse delgadas como palos, y vestían vaporo­sas túnicas transparentes, que a ellas les parecía que les devolvían la juventud mucho tiempo atrás perdida. El resultado de todas aquellas manipulaciones del proceso de envejecimiento, reflexionó César sonriendo para sus adentras, era tan infructuoso como ridí­culo. Su propia madre, decidió aquel despiadado mirón, era mu­cho más atractiva, a pesar de que por lo menos era diez años ma­yor que ellas. (Pàgs. 263-264)

—Por favor, vuelve a considerarlo —dijo; dos puntos carmesíes empezaron a asomarle a las mejillas.

—Guarda ese dinero, Quinto Lutacio. Cuando mañana se cele­bre la elección estaré allí con mi toga multicolor para pedir a los votantes que me elijan pontífice máximo. Pase lo que pase.

(…)

—Y se marchó, ataviado con su toga de sacerdote a rayas de colo‑res escarlata y púrpura, con cientos de clientes y todos los hombres de Subura afluyendo como un torrente tras él por el Vicus Patricii; de cada ventana asomaba una cabeza para desearle buena suerte. (Pàgs. 280-281)

En el helado recinto del jardín peristilo César halló un lugar resguardado donde tres bancos de piedra se alineaban uno al lado de otro en la columnata; luego —al parecer sin esfuerzo— levantó uno de los bancos y lo colocó mirando de frente a los otros dos. Se sentó en aquel banco con su hermosa toga a rayas escarlatas y púrpura, bajo la cual llevaba ahora la túnica de pontífice máximo, también a rayas de colores escarlata y púrpura, y con un desenfa­dado movimiento de la mano les indicó a las vestales que se senta­sen. Se hizo un aterrorizado silencio durante el cual César repasó la mirada a sus nuevas mujeres. (Pàg. 287)

—¡No me sorprende en esos hombres! —Era hora de cambiar de tema, pues si hablaba en voz alta todas aquellas figuras laborio­sas ataviadas de blanco podían oírle—. Trabajáis mucho —dijo—. o he depositado bastantes testamentos y he exigido suficientes para su verificación oficial, pero nunca se me había ocurrido qué enorme tarea supone estar al cuidado de los testamentos de Roma. Sois dignas de elogio por ello. (Pàg. 299)

La vida podía habérsele hecho cada vez más insoportable a Cicerón de no haber sido porque unos cuantos días después llegaron noticias de Etruria. Catilina no había continuado hacia el exilio en Masilia; en cambio se había puesto la toga praetexta y la insignia de cónsul, había ataviado a doce hombres con túnicas de color escarlata y les había dado las fascies junto con las hachas. (Pàgs. 363-364)

Pero cuando terminó estaba hablándole al vacío; Cicerón había desaparecido al mismo tiempo que llamaba a voces a su ayuda de cámara. Regresó poco después, ataviado con toda la majestad de su toga bordada en color púrpura. (Pàg. 436)

Poco después comparecieron los dos Cesares, con sospechosa prontitud; tenían un aspecto tan magnífico los dos juntos que la creciente multitud comenzó a lanzar exclamaciones de admira­ción. Ambos eran altos, rubios y muy apuestos; ambos vestían la toga a rayas escarlatas y púrpuras propia de los colegios religiosos de categoría superior; pero mientras que Cayo lucía la túnica a ra­yas escarlatas y púrpuras de pontífice máximo, Lucio llevaba el li­tuus de augur: un bastón curvo que estaba coronado por una lujo­sa voluta. Tenían un aspecto verdaderamente suntuoso. (Pàg. 438)

Soplaba uno de aquellos vientos fríos que eran propios del Foro, lo cual podría explicar quizá el hecho de que Cicerón se vie­ra muy pequeño acurrucado entre los enormes pliegues de su toga bordada de púrpura; aunque se le consideraba el más grande ora­dor que Roma había producido nunca, la tribuna no favorecía su estilo, ni mucho menos, como los otros escenarios más íntimos de la cámara del Senado y los tribunales, y se daba cuenta de ello con tristeza. (Pàg. 444)

Marco Antonio tenía la costumbre de aparecer ataviado sólo con una túnica, prenda esta que permitía que la gente le viera las enormes pantorrillas y los enormes bíceps, la anchura de los hombros, el vientre plano, la bó­veda del pecho, los antebrazos como de roble; además se ponía la túnica muy ajustada por delante, de manera que exhibía la silueta del pene tan claramente que el mundo entero sabía que no estaban mirando un relleno. Las mujeres suspiraban y se desmayaban; los hombres tragaban saliva con tristeza y deseaban estar muertos. Era muy feo de cara, con una nariz corva que se esforzaba por ir al encuentro de un agresivo y enorme mentón cruzando por encima de la boca pequeña, pero de labios gruesos; tenía los ojos demasia­do juntos y las mejillas carnosas. Pero el cabello de color castaño rojizo era espeso, crespo y rizado, y las mujeres bromeaban con que era enormemente divertido buscarle la boca para besarle sin quedar aprisionadas entre la nariz y el mentón. En resumen, Mar­co Antonio —y sus hermanos, aunque en menor medida— no ne­cesitaba ser un gran orador ni un astuto abogado de los tribunales; simplemente andaba por ahí como el terrible y pavoroso monstruo que era. (Pàgs. 469-470)

Después de lo cual se desprendió los pliegues de la toga praetex­ta bordada de púrpura del brazo y el hombro izquierdos, y enrolló la amplia prenda en una bola floja cuando se despojó de ella; ni una esquina de la misma tocó el suelo, tanta fue la destreza con que se la quitó. El criado que sostenía la silla recibió el bulto; Cé­sar le indicó con la cabeza que se marchase. (Pàgs. 488-489)

La multitud estaba comprimiéndose como podía para formar un corredor que empezaba en la domus publica y se abría ante Cé­sar mientras éste caminaba vestido con una sencilla toga blanca en dirección a la tribuna. (…)

—La Cámara desea saber qué dijiste, Cayo César.

Todavía vestido con su simple toga blanca, César se encogió de hombros. (Pàgs. 491-492)

Durante un momento Catulo no pudo hacer más que quedarse con la boca abierta; luego echó la cabeza hacia atrás y se puso a reír hasta que algunos de los demás acompañantes del duelo los miraron con curiosidad. Tenían un aspecto completamente ridícu­lo, los dos con la toga negra de luto con la delgada raya color púr­pura de caballero en el hombro derecho, Vestidos de forma oficial para un entierro; pero uno de ellos aullaba de risa, y el otro estaba de pie, presa evidentemente de una furiosa indignación. (Pàg. 551)

Lo que ellos no podían ver desde una posición tan rezagada era que ahora la alta figura con la toga bordada de color púrpura iba precedida sólo por cinco lictores; Lucio Pisón había cambiado su toga por la del lictor más alto y se había escabullido dentro del Por­ticus Margaritaria. Una vez dentro, buscó una salida en la parte que daba a la domus publica y fue a parar al descampado que los tenderos utilizaban como vertedero de basuras. Hizo un rollo con la sencilla toga blanca del lictor y la metió en una caja vacía; esca­lar el muro del jardín peristilo de César no era tarea apropiada para una toga. (Pàg. 564)

El hombre que se presentaba como candidato para cualquier magistratura se ataviaba con la toga candida, una prenda de cega­dora blancura lograda a base de blanquearla al sol y de darle un frotado final con yeso. (Pàg. 600)

Si a alguien le pareció significativo que César eligiera pedirle a Pompeyo que actuase como augur suyo durante la vigilia nocturna en el auguraculum del Capitolio antes de que el día de ario nuevo amaneciera, no se oyó que nadie lo comentase en público. Desde el crepúsculo hasta que la primera luz pedo el cielo oriental, César y Pompeyo, ataviados con túnicas a rayas escarlatas y púrpuras, per­manecieron de pie, espalda contra espalda, con los ojos fijos en el cielo. Por suerte para César, el año nuevo iba cuatro meses por de­lante de la estación del ario, lo que significaba que las estrellas fu­gaces de la constelación de Perseo seguían trazando sus chispas por la bóveda celeste; había muchos presagios y auspicios, inclui­do el destello de un relámpago procedente de una nube situada a la izquierda. Por derecho, Bíbulo y su augur ayudante deberían haber estado presentes también, pero incluso en eso Bíbulo tuvo buen cuidado en demostrar que no estaba dispuesto a cooperar con Cé­sar. En lugar de eso, recibió los auspicios en su casa: algo comple­tamente correcto, pero no habitual.

Después de lo cual el cónsul senior y su amigo se dirigieron a sus respectivas casas para ponerse los atavíos propios del día. Por parte de Pompeyo las galas triunfales, que ahora le estaban permi­tidas en todas las ocasiones festivas y no sólo en los juegos; por parte de César, una toga praetexta recién tejida y blanquísima, cuya orla no era de púrpura de Tiro, sino de la misma clase de púrpura corriente que se había usado en los primeros tiempos de la Repú­blica, cuando los Julios habían sido tan preeminentes como lo eran ahora de nuevo, quinientos arios más tarde. Pompeyo había de ser quien llevase un anillo senatorial de oro, pero el anillo de César ha­bía de ser de hierro, como lo había sido el de los Julios en la anti­güedad. Llevaba puesta la corona de hojas de roble y la túnica a ra­yas escarlata y púrpura de pontífice máximo.

No fue ningún placer subir caminando por el Clivus Capitoli­nus al lado de Bíbulo, que no dejaba de murmurar por lo bajo que César no lograría hacer nada, que aunque él tuviera que morir en el empeño se encargaría de que el consulado de César fuera un mo­jón más que se caracterizase por la inactividad y las cosas triviales. Tampoco fue ningún placer sentarse en la silla de marfil con Bíbu­lo al lado mientras la multitud -de senadores y caballeros amigos los saludaban y los alababan. La suerte de César quiso que su in­maculado toro blanco fuera de buen grado al sacrificio, mientras que el toro de Bíbulo cayó torpemente, intentó ponerse de pie y sal­picó de sangre la toga del cónsul junior. Un mal presagio. (Pàgs. 634-635)

Ni siquiera aquello suscitó ningún comentario. Como la silla curul de Bíbulo quedaba ligeramente detrás de la de César, éste no podía verle la cara, pero le resultaba interesante que permaneciera callado. También Catón estaba silencioso; volvía a no llevar túnica debajo de la toga desde que aquel Mono suyo, Favonio, había en­trado en la Cámara para imitarlo. Como era cuestor urbano, el Mono podía asistir a todas las sesiones del Senado. (Pàg. 645)

Cuando César y Pompeyo entraron, dos sirvientes les ayudaron a quitarse las togas, que eran tan enormes y entorpecían tanto que con ellas puestas era completamente imposible reclinarse. Las do­blaron cuidadosamente y las pusieron a un lado mientras los hom­bres se sentaban en el canapé, y se quitaban los zapatos senatoria­les, con sus hebillas en forma de media luna, en espera de que los mismos dos sirvientes les lavasen los pies. Pompeyo, naturalmen­te, ocupó el locus consularis, uno de los extremos del canapé, que era el sitio de honor. Apoyaron la mitad del vientre y la mitad de la cadera izquierda, así como el brazo izquierdo y el codo en un cojín cilíndrico. Como tenían los pies en el borde de atrás del canapé, el rostro les quedaba por encima de la mesa, y todo lo que había en ella bien al alcance de la mano. Les presentaron palanganas para que se lavasen las manos y paños para secarse. (Pàg. 689)

Julia llevó la ropa nupcial que su abuela había tejido personal­mente para su propia boda cuarenta y seis años antes, y la encon­tró más fina y más suave que nada de lo que se pudiera comprar en la calle de los Tejedores. El pelo de Julia —espeso, fino, liso y tan largo que podía sentarse sobre él— se dividió en seis trenzas y lo prendieron en alto debajo de una tiara idéntica a las que llevaban las vírgenes vestales, de siete-salchichas de lana enrolladas. El ves­tido era color azafrán, los zapatos y el fino velo de un color lla­ma vivo.

Los dos, novia y novio, tenían que llevar diez testigos, lo cual era una dificultad cuando se suponía que la ceremonia tenía que ser secreta. Pompeya resolvió el dilema reclutando a diez clientes picentinos que estaban de visita en la ciudad, y César pudo contar con Cardixa, Burgundo, Eutico —hacía muchos años que todos ellos eran ciudadanos romanos— y las seis vírgenes vestales. Como el rito era confarreatio tuvo que hacerse un asiento especial juntan­do dos sillas y cubriéndolas con una piel de oveja; tanto el flamen Dialis como el pontífice máximo tenían que estar presentes, lo cual no fue problema, porque César era pontífice máximo y había sido flamen Dialis —no podía haber ningún otro hasta después de la muerte de César—. Y Aurelia, que era el décimo testigo por parte de César, actuó de pronuba, la dama de honor.

Cuando llegó Pompeya vestido con la toga triunfal de color púr­pura bordada en oro y la túnica triunfal con bordados de palmeras debajo de la toga, el reducido grupo suspiró sentimentalmente y lo acompañaron hasta el asiento de piel de oveja, donde ya estaba sentada Julia, cuyo rostro estaba oculto por el velo.

Acomodado al lado de ella, Pompeyo, aguantó con resignación los pliegues de un enorme velo de color llama que ahora César y Aurelia tendieron por encima de las cabezas de ambos; Aurelia les cogió la mano derecha a cada uno y las ató con una correa de cue­ro color llama, que era lo que los unía en realidad. Desde aquel momento estaban casados. (Pàg. 707)

Pompeyo entró en la habitación con la tunica palmata y los pies descalzos.

—¿Cómo estás? —le preguntó con ansiedad mientras se acerca­ba a la cama con tanta cautela como un perro a un gato.

—Muy bien —repuso Julia con solemnidad. (Pàg. 709)

¿A cuántas personas de Roma co­nocía César? No siempre eran romanos. Esclavos con gorros de li­bertos, judíos que llevaban el solideo, frigios con turbante, galos de cabello largo, sirios con la cabeza rapada. Si toda aquella gente tu­viera voto, César nunca dejaría el cargo. (Pàg. 751)

Hay quienes desprecian el hecho de «novelar la historia», pero como técnica de exploración y deducción históricas tiene algo que la recomienda, siempre y cuando el escritor esté empapado a fon­do en la historia de la época de la que se ocupa. Yo en modo algu­no puedo reivindicar un conocimiento exhaustivo de un Greenid­ge acerca del derecho romano de la época de Cicerón, ni el de una Lily Ross Taylor acerca de las Asambleas votantes de la República Romana, ni el de muchas otras autoridades modernas en este o aquel aspecto de la República Romana tardía. No obstante, he rea­lizado mi propia investigación durante trece años antes de empe­zar a escribir El primer hombre de Roma, y de manera continuada desde entonces —¿cosa que a veces me hace desear poder volver a escribir aquellos primeros libros!—. Trabajo de la forma correcta, desde las fuentes antiguas hasta los eruditos modernos, y formo mi opinión a partir de mi propio trabajo, sin desechar opiniones y consejos de la moderna erudición.

El novelista trabaja enteramente a partir de una premisa muy simple: hacer que la narración tenga sentido para los lectores. Esto de ninguna manera es tan fácil como suena. Los personajes, todos históricos, tienen que ser verdaderos tanto en cuanto a la historia como en cuanto a la sicología. César, por ejemplo, no aparece en ninguna de las fuentes antiguas como un ser maniático, a pesar de los ostentosos ribetes que llevaba en las mangas largas cuando era joven. Nos ha llegado como un hombre que siempre tuvo un moti­vo muy bueno para sus actos. (Pàg. 767)

diadema. No era ni una corona ni una tiara, sino simplemente una gruesa cinta blanca de aproximadamente una pulgada (25 milíme­tros) de anchura, cada uno de cuyos extremos estaba bordado y a menudo rematado con una orla. Era el símbolo de la soberanía he­lénica; sólo el rey y/o la reina podían llevarla. Las monedas mues­tran que se llevaba o bien en la frente o bien detrás del nacimiento del cabello, y se anudaba en la nuca, por debajo del occipucio; los dos extremos colgaban sobre los hombros. (Pàg. 791)

toga. Prenda que sólo un ciudadano romano tenía derecho a utili­zar. Se hacía de lana ligera y tenía una forma peculiar (que es el motivo por el que los romanos togados de las películas de Holly­wood nunca presentan el aspecto correcto). Después de exhausti­vos y brillantes experimentos, la doctora Lillian Azilson, de John Hopkins, ideó un tamaño y una forma que daban el aspecto per­fecto de una toga. Para sentarle bien a un hombre de 5 pies y 9 pul­gadas (175 cm) de altura que tuviera una cintura de 36 pulgadas (89,5 cm), 1a toga tenía unos 15 pies (4,6 metros) de ancho y 7 pies y 6 pulgadas (2,25 metros) de largo. La longitud se toma desde el eje de altura del hombre y la medida de anchura se toma envol­viéndola a su alrededor. ¡Sin embargo, la forma no era ni mucho menos rectangular! Tenía el siguiente aspecto:

A menos que la toga estuviera cortada como muestra la ilustra­ción, no se lograría en modo alguno hacer que colgase en pliegues del modo que se contempla en las estatuas antiguas. La toga repu­blicana del último siglo a. J.C. era muy grande (el tamaño varió considerablemente durante los mil arios en que -fue el atuendo tra­dicional de los romanos). ¡Y un hombre envuelto en los pliegues de semejante toga no podía llevar taparrabos ni ninguna otra ropa in­terior!

toga candida. Toga especialmente blanqueada que llevaban los can­didatos a un cargo de magistrado. Su pura blancura se lograba blanqueando la prenda al sol durante muchos días y luego impreg­nándola de fino polvo de yeso.

toga praetexta. Toga bordada en púrpura de los magistrados curu­les. Estos hombres seguían llevándola incluso cuando el plazo de su cargo ya había cumplido. Era también la toga que llevaban los niños y las niñas.

toga trabea. La «toga multicolor» de Cicerón. Era la toga a rayas que llevaban los augures y muy probablemente también los pontífices. Igual que la toga praetexta, tenía una cenefa púrpura a todo su al­rededor, pero también tenía unas franjas anchas alternativas rojas y púrpura a lo largo.

toga virilis. Toga lisa blanca que llevaban los varones romanos. Tam­bién se llamaba toga alba o toga pura.

togado. Palabra que describe a un hombre ataviado con su toga. (Pàgs. 829-830)

túnica. Prenda común a todos los pueblos antiguos del Mediterrá­neo, incluidos los griegos y los romanos; los pantalones se conside­raban vestimenta de bárbaros. La túnica romana solía ser más bien amplia y sin forma, sin pinzas que señalasen la cintura; cubría el cuerpo desde los hombros y antebrazos hasta las rodillas. Proba­blemente llevaba mangas (los antiguos sabían coser, cortar el paño y hacer ropa cómoda), a veces largas. La túnica a menudo se ceñía con un cordón o con un cinturón de cuero con hebilla, y las de los romanos eran por delante ocho centímetros más largas que por de­trás. Las clases romanas altas llevaban siempre la toga fuera de su propia casa, pero existe poca duda acerca de que los humildes sólo llevaran la toga en ocasiones especiales, como los juegos o las elec­ciones. Si el tiempo era húmedo se prefería una capa de algún tipo a la toga. El caballero llevaba una tira púrpura en el hombro dere­cho, llamada el augustus clavus; la banda púrpura del senador era más ancha, y se llamaba latus clavus. Cualquiera cuyos ingresos fueran inferiores a trescientos mil sestercios no podía llevar banda alguna. El tejido acostumbrado para la túnica era la lana, del color normal avena pálido que tiene la lana sin teñir. (Pàg. 832)

Colleen McCullough. Las mujeres de César. (Caesar’s Woman, trad. S. Coca i R. Vázquez de Parga). Ed. Planeta, 1ª ed. Barcelona 1996. ISBN: 84-08-01755-1. 836 pàgs.

En el Senado nunca se hallaba completamente a sus anchas. Se consideraba a sí mismo —no sin cierta razón— el hombre más grande del mundo. Pero cuando hablaba, lo hacía oscura o pomposamente; y a menudo, cuando le era absolutamente necesario declarar su opinión, se quedaba callado; permanecía sentado quietamente, contemplando con lo que parecía ser satisfacción aquella toga púrpura de imperator que tenía el derecho de usar en todas las ocasiones. (Pàg. 68)

Lo cierto es que perdimos no menos de cuatrocientos legionarios; se difundió un pánico en el que desapareció todo sentido de la disciplina, y yo mismo tuve que nadar a través del puerto para salvar mi vida, mientras abandonaba como trofeo para el enemigo mi manto escarlata de imperator, que me impedía nadar y que, en todo caso, atraía sobre sí demasiados proyectiles. (Pàg. 269)

Todavía hoy tengo el derecho de llevar la toga púrpura y las altas botas rojas que llevaban los antiguos reyes de Roma. Creo que en parte fue esta vestidura la que provocó aquella manifestación de hace sólo un mes atrás. Muchas voces de entre la multitud que me rodeaba cuando volvía a Roma después de celebrar el Festival latino me saludaron como «rey». Hubo desde luego una especie de demostración contraria dirigida por algunos solícitos tribunos. Repliqué a los manifestantes de uno y otro bando diciendo: «Mi nombre es César, no rey». E inmediatamente se me ocurrió la idea de que este nombre, César, podría no ser una mala alternativa de este otro título menos popular. (Pàg. 317)

Rex Warner. César Imperial (ImperialCaesar, trad. M. Álvarez de Toledo). Ed. Edhasa, 1ª ed. Barcelona, 1987. ISBN: 84-350-0534-8. 326 pàgs.


Llavors va arribar la processó: els uixers, amb les tor­xes enceses, seguits dels oboes, els cornetes i els clarinets que interpretaven una marxa lenta, i darrere, el fèretre amb el cadàver i els familiars i coneguts, i darrere la pro­cessó, caminant sol, un home prim que d'entrada em va semblar un jove, perquè l'orla de la toga era porpra; no se'm va acudir que pogués ser un senador. Però de seguida, per l'esverament de la multitud que frisava per veure'l de prop mentre avançava, vaig deduir que era Octavi. (Pàg. 129)

Ens vam aturar un moment a reposar al costat del temple: a la meva edat em canso sovint, i mentre repo­sàvem, vaig veure una colla d'homes que s'acostaven a peu cap a nosaltres; vaig saber que eren senadors perquè duien la toga amb la franja lila. (Pàg. 224)

Em va fer la impressió que la cerimònia transcorria com si fos un somni. Els convidats i els familiars es van congregar al jardí; els sacerdots van dir el que diuen els sacerdots; es van signar, confirmar i intercanviar els do­cuments, i jo vaig pronunciar les paraules que em van unir al meu marit. I a la nit, després del banquet, Lívia i Octàvia, tal com mana la tradició, em van vestir amb la túnica nupcial i em van acompanyar a la cambra de Marcel. Jo no sabia què esperar. (Pàgs. 266-267)

Pels volts de les sis, semblava que gairebé tos els habitants de Roma omplien les grades de gom a gom. De sobte, un rugit estrepitós va esquinçar el murmuri habitual del públic; gairebé tothom s'havia aixecat i as­senyalava la llotja on estàvem reclinats. Em vaig girar i vaig mirar per sobre l'espatlla. Al fons de la llotja, a 'ombra, hi havia dues figures dretes: una era força alta, l’altra tirant a baixa. El més alt duia una túnica profusa­ment bordada i la toga amb franges liles dels cònsols; l'altre duia la túnica i la toga dels ciutadans corrents, blanques i senzilles. (Pàg. 333)

Però l'interlocutor, fos qui fas, no va tenir temps de respondre. En un extrem de la pista es van obrir les por­tes, van sonar les trompetes i va entrar la processó. L'encapçalava Juli Antoni, el pretor que finançava els jocs; duia una túnica escarlata i, a sobre, la toga amb franges purpúries; a la mà dreta portava l'àguila d'or, que semblava preparada per alçar el vol des de la barra d'ivori on reposava, i, al cap, una garlanda daurada de llorer. Al seu carro, estirat per un magnífic cavall blanc, he d'admetre que oferia un aspecte impressionant, fins tot des de la distància que ens separava. (Pàg. 335)

Fins i tot més depriments (tot i que sabíem que tard o d'hora arribarien) van ser els rituals d'iniciació a la vida adulta deis teus fills adoptius, oficiats per l'Emperador. Malgrat que cap deis dos encara no té setze anys, Gai Luci ja són ciutadans romans, duen la toga dels adults i no tinc cap dubte que l'Emperador aprofitarà la primera oportunitat que tingui per concedir-los com a mínim el comandament simbòlic d'un exèrcit. De moment, per sort, no gosarà anar gaire més enllà, i ningú no sap què ens reservarà el futur. S'assegurarà que el seu vell amic Marc Agripa, per més mort que estigui, continuí sent el centre d'atenció, ni que sigui a través dels seus fills. (Pàg. 378)

John Williams. August. (Augustus, trad. A. Torrescasana). Edicions 62, Barcelona, 1ª ed. 2015. ISBN: 978-84-9930-961-3. 478 pàgs.


Per què el porpra és el símbol del poder?

Al llarg de tota l’antiguitat el porpra ha estat considerat símbol del poder, per l’impacte del seu color i per les dificultats de la seva obtenció, que es feia a partir de mol·luscs gasteròpodes, especialment diverses espècies de cargols marins. L’ús del porpra arrenca a mitjan segle II mil·lenni aC a la Mediterrània oriental (en diversos jaciments de Creta), però van ser els fenicis els qui van engrandir la producció i la comercialització dels teixits, sempre cars i per aquesta raó sovint destinats a vestir la reialesa i les capes més altes de la societat. Potser per això els poemes homèrics fan reiterades referències als vestits tenyits de porpra duts per divinitats i personatges heroics o llegendaris. A la Ilíada, per exemple, es destaca que el rei micènic Agamenó duia un gran mantell de color porpra.

A Roma, l’ús d’aquest color va arribar a ser tan important que la legislació romana el va reglamentar en diverses ocasions. El seu color vermell, d’intensitats diferents segons els tipus de molusc i els processos de tintatge, el treballaven els purpuraii, antics esclaus alliberats (lliberts), un negoci del qual l’emperador Neró va instaurar-ne un monopoli imperial. Igual que el pòrfir egipci (pòrfir i porpra tenen la amteixa arrel grega), el porpra va acabar sent exclusiu del cercle de l’emperador. Actualment, és el color que identifica els cardenals, prínceps de l’Església.

Isabel Roda, catedràtica d’arqueologia a la Universitat Autònoma de Barcelona / Article revista Sapiens, núm. 145, agost 2014, pàg. 4.


En oposición a estas especulaciones sobre los desconocidos héroes del relato, sentí la necesidad de describir el trasfondo histórico con minuciosa, incluso presuntuosa exactitud. Esta necesidad me indujo a investigar asuntos tan complejos como las características y aspecto de la ropa interior de los romanos, o sus complicadas formas de sujetar las prendas con hebillas, cinturones y fajas. Al final, ninguno de estos elementos encontró un sitio en la novela, y la ropa apenas se menciona en el texto: pero me resultaba imposible describir una escena mientras fuera incapaz de visualizar los atuendos de los personajes o la forma en que los sujetaban. Del mismo modo, los meses dedicados al estudio de los sistemas de importación, exportación, tributación y asuntos afines redituaron en las escasas seis páginas en que Craso explica al joven Catón la política económica de Roma con una sarcástica terminología marxista.

Artur Koestler, “Post scriptum”, Espartaco. La rebelión de los gladiadores, Barcelona, Edhasa, 1992. Citat a AADD. La novela histórica. Teoría y comentarios. Ed. EUNSA, 2ª ed. Pamplona, 1998. ISBN: 84-313-1569-5. 194 pàgs. Pàg. 39.


El procediment electoral començava amb l’ambitus, la sol·licitud de l'exercici d'una magistratura, que implicava que l'aspirant anés a demanar el vot al fòrum, el lloc públic per excel·lència. Per a l'ocasió vestia una toga blanca (candida), símbol de puresa i honradesa, la qual li valdria el nom de candidat. Els mítings, tal com els entenem avui dia, no estaven permesos, ja que només els magistrats tenien el dret de convocar el poble en assemblees.

Antoni Janer i Oriol Olesti. Que corruptes que són, aquests romans. . Art. Revista Sapiens, núm. 142, maig 2014, pàg. 44.

Llámelo, que pase - ordenó el procurador tosiendo ligeramente para aclararse la voz y, con los pies descalzos, se puso a buscar las sandalias. La llama reverberó en las columnas, retumbaron las cáligas del centurión sobre el mosaico. El centurión salió al jardín-. Ni con la luna hay reposo para mí -se dijo el procurador, rechinando los dientes.

Bulgákov, Mijail. El maestro y Margarita. (Macmep u Mapkapuma, trad. Marta Rebón). Ed. Nevsky, 1ª ed. Madrid, 2014. ISBN: 978-84-941637-4-6. 524 pàgs. Pàg. 415.

Roma, 69-98 dC

-Despulla't, Flávia. Despulla’t.

I la noia, sola, davant 1'emperador del món, en una cam­bra de portes tancades, en un palau atapeït de pretorians al servei d'aquell home, entre llàgrimes que baixaven incontro­lades per les seves galtes de jove dona verge, va obeir i, amb les mans tremoloses, una a una, es va anar traient cada peca de roba, des de la suau stola fins a arribar a la túnica intima i quedar així, amb els pits protegits tan sols pels seus propis braços plegats, nus i fràgils, davant la incontenible ansia de Tit Flavi Domi­cià.

Santiago Posteguillo. Els assassins de l’emperador (Los asesinos del emperador) Trad. M. Olivé i R. Solà. Ed. Columna, 1ª ed. Barcelona, 2013. ISBN: 978-84-9930-710-7. 1216 pàgs. Pàg. 529.


De rerum natura

ELS VESTITS

El vestir trenat fou anterior a la roba teixida i el teixit vingué després del ferro, perquè és amb el ferro que la tela s’afaiçona, i amb cap altre mitjà no s’haurien pogut fabricar uns instruments tan polits: calques i fusos, llançadores i taules de cant sonor. I la natura obligà els homes al treball de la llana abans que el sexe femení (perquè el conjunt del sexe masculí va endavant, de molt, en habilitar i és molt més enginyós), fins al dia en què els austera conradors prengueren a mal aquest ofici i obligaren els teixidors a deixar-lo en mans femenines i a sofrir juntament amb ells el dur treball de la. terra i a endurir-se membres i mans en la penosa brega. (Pàg. 85)

Igualment el vestir de pell de fera caigué en el menyspreu; aquell vestit que ja quan fou inventat excità, jo penso, tal enveja, que aquell que el portà per primera vegada trobà la mort en un aguait, i, esquarterat entre els agressors al preu de molta sang, es perdé sense poder servir de profit. Aleshores, doncs, eren les pells, ara són l’or i la porpra que turmenten amb neguits la vida dels homes i la fatiguen amb la guerra; per on, jo penso, hi ha més culpa en nosaltres. Perquè el fred torturava els fills de la terra, nus, sense pells; en canvi, a nosaltres no ens fa cap mal de no posseir un vestit de porpra i or i guarnit amb grans brodadures, mentre en tinguem un de plebeu que pugni defensar-nos del fred. (Pàg. 87)

EL PROGRÉS

Navegació i conreus, muralles, lleis, armes, camins, vestits i tots els altres guanys d’aquesta mena, àdhuc absolutament tots els plaers de la vida, poemes, pintures, i les estàtues d’un art acabat, tot fou ensenyat per l’ús, i alhora l’experiència conduí passa a passa 1’esperit, que sempre s’esforça, de l’home. (Pàg. 88)

Lucreci. De la natura (De rerum natura) Volum II. Trad. Joaquim Balcells. Ed. Fundació Bernat Metge, Barcelona, 2012. ISBN: 978-84-297-6276-1. 290 pp.


"Entonces, silencioso como una nube, Máximo salió a caballo de entre los helechos (mi padre le seguïa) y se detuvo en medio de nuestro camino. Vestía la púrpura, como si ya fuera emperador; mis polainas eran de ante blanco bordado de oro.

Rudyard Kipling. Puck. Ed. Plaza & Janés, Barcelona, 1964, 4ª ed. 180 p. P. 111.


Altres símbols etruscs del poder suprem romà foren el ceptre d’or i marfil amb l’àguila, la toga brodada de porpra, la corona d’or feta de fulles d’alzina i la cadira curul, l’antic tron reial d’ivori.

Antoni Janer i Arturo Pérez. Etruscs. Els mestres oblidats de Roma. Revista Sapiens, núm. 118, juliol, 2012. ISSN: 1695-2014. P. 45.

Amb encens, el so de la lira i la sang promesa d’un vedell m’és grat d’honorar els déus custodis de Númida, el qual ara, acabat d’arribar sa i estalvi de l’extrem més allunyat d’Hespèria, reparteix molts de petons als seus estimats companys, però a cap d’ells no en fa tants com al seu caríssim Làmia, perquè es recorda que havien passat llur infantesa sota la tirania del mateix mestre i que havien pres junts la toga viril.

Horaci. Odes i Epodes. Fundació Bernat Metge, Barcelona, 2012. ISBN: 978-84-97-6251-8. Vol. I, p. 96.


Al teu voltant mugeixen cent ramats, cent ramats de vaques sicilianes, per a tu aixequen llurs renills unes eugues bones per a les quadrigues, tu et vesteixes amb llanes tenyides dues vegades amb la conquilla d’Àfrica; a i, la Parca, que no enganya, m`ha donat uns petits camps, la inspiració subtil de la Camena grega i el do de menysprear el vulgar malèvol.

Horaci. Odes i Epodes. Fundació Bernat Metge, Barcelona, 2012. ISBN: 978-84-97-6251-8. Vol. II, p. 125.

Si ni el marbre de Frígia ni l’ús dels teixits de porpra més resplendents que els altres, ni les vinyes de Falern, ni el cost de Pèrsia no alleugen les sofrences.

Horaci. Odes i Epodes. Fundació Bernat Metge, Barcelona, 2012. ISBN: 978-84-97-6251-8. Vol. II, p. 33.

sota el comandament del rei dels medes, els mars i l’àpul,

sense recordar-se dels escuts sagrats dels salis, de llur nom

de romans, de la toga i de l’eterna Vesta, quan encara es

mantenen ferms els temple de Júpiter i al ciutat de Roma?

Horaci. Odes i Epodes. Fundació Bernat Metge, Barcelona, 2012. ISBN: 978-84-97-6251-8. Vol. II, p. 41.

No fou pas Hèlena d’Esparta l’única dona que s’abrandà,

Corpresa per l’agençament de la cabellera del seu amant, pels

Brodats d’or dels seus vestits i pel seu luxe i el seu seguici

Dignes d’un rei,

Horaci. Odes i Epodes. Fundació Bernat Metge, Barcelona, 2012. ISBN: 978-84-97-6251-8. Vol. II, p. 93.

“Però, per tots els déus que del cel estant regeixen el Món i el gènere humà, ¿què significa aquest enrenou? ¿I què, les vostres cares esfereïdores girades totes cap a mi?

Pels teus fills, si Lucina ha assistit mai, invocada per tu, a un part teu autèntic, per aquest distintiu de la porpra*, ara inútil, per Júpiter, que no consentirà això que fas, t’ho suplico, ¿per què em mires com una madrastra o com una bèstia escomesa amb una javelina?”

Quan l’infant, desprès que hagué proferit aquests planys amb llavi tremolós, restà allí despullat de les seves insígnies**, cos impúber que hauria ablanit el cor impiadós d’un trace, Canídia, entortolligats els cabells amb menudes vibres i esborrifat el cap, disposa que, amb flames de Colquida,

*Els infants portaven la toga pretexta, que era orlada de porpra, com a distintiu per a indicar que eren persones sagrades.

**La toga pretexta i la bulla d’or o de cuir que duien penjada al coll.

Horaci. Odes i Epodes. Fundació Bernat Metge, Barcelona, 2012. ISBN: 978-84-97-6251-8. Vol. II, p. 127.


Publio se quedó blanco cuando escuchó aquella interpelación directa a él y al resto de pretores, magistrados y candidatos a magistrado, todos ellos vestidos con una inmaculada toga candida y sentados. Una vez más Plauto se saltaba todos los límites razonables para, desde el escenario, criticar a los gobernantes de Roma.

Santiago Posteguillo. La traición de Roma. Ediciones B, Barcelona, 2011, 1ª ed. ISBN: 978-84-666-4944-5. 1574 p. P. 424-425.

Al fin, el embajador romano se retiró su pesada capa que lucía a modo de paludamentum, pero gris, nunca púrpura, que estaba sólo reservado para los magistrados o promagistrados consulares en ejercicio y, con la ayuda de dos de los caballeros romanos que respondieron rápidos a una mirada de Lelio, se empezó a retirar la coraza del pecho, las grebas de las piernas, la espada de la cintura y el resto de complementos de su atuendo hasta quedar completamente desnudo a los ojos de todos, mientras respondía al general cartaginés que le miraba intrigado por aquella inesperada visita.

Santiago Posteguillo. La traición de Roma. Ediciones B, Barcelona, 2011, 1ª ed. ISBN: 978-84-666-4944-5. 1574 p. P. 463.

En ese momento entró el praetorium Lucio. Escopas se volvió para ver quién era, y al ver el imponente uniforme del cónsul de Roma al mando de aquellas tropas, recubierto con el paludamentum púrpura, el strategos griego se levantó casi sin querer. Nunca había visto un cónsul de Roma.

Santiago Posteguillo. La traición de Roma. Ediciones B, Barcelona, 2011, 1ª ed. ISBN: 978-84-666-4944-5. 1574 p. P. 583.

Arete había terminado el vendaje. Iba cubierta con una túnica blanca de lana fina de Tarento; Atilio acariciaba la manga de aquella túnica; sabía reconocer el tacto de la lana de la ciudad de sus padres. Era un tacto que el recordaba su niñez.

Santiago Posteguillo. La traición de Roma. Ediciones B, Barcelona, 2011, 1ª ed. ISBN: 978-84-666-4944-5. 1574 p. P. 683.

Tiberio Sempronio Graco se detuvo frente a la puerta de la gran domus de los escipiones. Iba rodeado por familiares, amigos y decenas de curiosos. Graco sintió una sensación de compasión hacia la joven que le esperaba en la puerta. La habían aderezado, las esclavas o su madre, con una tunica recta y una corona de flores, mezcla de arrayán, verbena y azahar en su cabeza. Sobre la túnica llevaba un manto de color crema, del mismo tono de las sandalias que calzaba aquél día y, alrededor del cuello, el mismo collar metálico que llevaba su propia madre Emilia el día de su boda con su padre, aunque eso no podía saberlo Tiberio Sempronio Graco, que sólo tenía espacio en su mente para ratificarse una y otra vez, más allá de todo torbellino de circunstancias y tensiones que rodeaba aquél enlace, más allá de saber que era una boda forzada, en que Cornelia menor era la más hermosa de las mujeres que había visto nunca.

Santiago Posteguillo. La traición de Roma. Ediciones B, Barcelona, 2011, 1ª ed. ISBN: 978-84-666-4944-5. 1574 p. P. 1211-1212.

Tiberio Sempronio Graco se detuvo junto a Cornelia y le habló con una voz que hasta para él sonó desconocida, con un timbre grave y profundo, como la voz del augur que presagia el futuro.

-Desnúdate.

Y Cornelia, con algo de torpeza natural que parecía fingida por la más experta de las meretrices de Roma, intento aflojarse el nodus Herculis que ceñía su vestido nupcial, pero fue incapaz de deshacerlo y fue a hablar, pero para entonces su marido ya habías desenfundado la espada y la esgrimía con su poderoso brazo con una punta hacia su vientre plano y recto en donde el estómago se había hecho pequeño a la espera del ataque de aquél hombre que se acercaba con aquella enorme espada hasta el vestido. Cornelia cerró los ojos y pensó en su padre, en su tío y en Roma, y pensó en todos los qua había salvado y rezó a los dioses por que aquel hombre no la matara, que sólo la hiriera, una herida que pudiera ocultar, porque si no su padre regresaría a Roma y no cejaría hasta matar a tantos como se pusieran por delante.

Graco enganchó el nudo del vestido con la punta de su gladio y con agilidad levantó el arma hacia arriba de forma que la tela del nudo soltó un chasquido como quien avisa de que algo va a pasar, se partió y el nudo destrozado en su corazón cedió quedando el vestido suelto y sin más sujeción que los hombros suaves y torneados de la patricia que lo portaba. La muchacha interpretando con sorpresa pero con rapidez la acción de su esposo, permaneció estática clavada sobre el suelo, pero movió los brazos cruzándolos ante su pecho de forma que cada mano llegó al hombro contrario y deslizó el vestido por cada hombro hasta que la tela cedió por la fuerza de la gravedad y cayó al suelo dejando su esbelta figura bien visible tan sólo ligeramente cubierta por una fina tunica íntima de la que su marido no tardó en estirar hacia abajo para así, dejar el cuerpo rabiosamente hermoso y joven de Cornelia completamente desnudo, desprotegido, abierto ante el hombre que su padre odiaba y que, a su vez, muy probablemente, odiaba también a u propio padre.

Santiago Posteguillo. La traición de Roma. Ediciones B, Barcelona, 2011, 1ª ed. ISBN: 978-84-666-4944-5. 1574 p. P. 1224-1225.

Ella estaba medio desnuda, con la túnica de dormir sólo; la señora iba, como siempre, elegantemente vestida con su stola inmaculada de mangas largas y cubierta con una palla igual de limpia, siempre tan digna incluso en aquellas horas en las que el señor estaba a punto de morir, o eso decían todos.

Santiago Posteguillo. La traición de Roma. Ediciones B, Barcelona, 2011, 1ª ed. ISBN: 978-84-666-4944-5. 1574 p. P. 1332.

Liberalia: Festividad en honor al dios Liber, que se aprovechaba para la celebración del rito de paso de la infancia a la adolescencia y durante el que se imponía la toga viriles por primera vez a los muchachos romanos. Se celebraba cada 17 de marzo.

Santiago Posteguillo. La traición de Roma. Ediciones B, Barcelona, 2011, 1ª ed. ISBN: 978-84-666-4944-5. 1574 p. P. 1497.

Paludamentum: Prenda abierta, cerrada con una hebilla, similar al sagum de los oficiales pero más largo y de color púrpura. Era como un gran manto que distinguía el general en jefe de un ejército romano.

Santiago Posteguillo. La traición de Roma. Ediciones B, Barcelona, 2011, 1ª ed. ISBN: 978-84-666-4944-5. 1574 p. P. 1507.

Pileus: Gorro frigio de la estatua Marsias situada en el foro. El gorro simbolizaba la libertas y los libertos deseaban tocarlo tras ser manumitidos.

Santiago Posteguillo. La traición de Roma. Ediciones B, Barcelona, 2011, 1ª ed. ISBN: 978-84-666-4944-5. 1574 p. P. 1507.

Stola: Túnica o manto propio de la vestimenta de las matronas romanas. Normalmente era larga, sin magas y cubría hasta los pies, y se ajustaba por encima de los hombros con dos pequeños cierres denominados fibulae además de ceñirse con dos cinturones, uno por debajo de los senos y otro a la altura de la cintura.

Santiago Posteguillo. La traición de Roma. Ediciones B, Barcelona, 2011, 1ª ed. ISBN: 978-84-666-4944-5. 1574 p. P. 1521.

Túnica íntima: Una túnica o camisa ligera que las romanas llevaban por debajo de la stola.

Túnica recta: Túnica de lana blanca con la que la novia acudía a la celebración de su enlace matrimonial.

Santiago Posteguillo. La traición de Roma. Ediciones B, Barcelona, 2011, 1ª ed. ISBN: 978-84-666-4944-5. 1574 p. P. 1527.


Dos cultos dominaron a los demás gracias a sus virtudes consoladoras y a la más firme organización de su clero: el de Cibeles, con su compañero (paredros) Attis, con sus sacerdotes eunucos y exaltados –los Galli- autorizados por Claudio y Antonio; y el de Isis, oficialmente entronizado por Calígula i Domiciano tras largas prohibiciones: religión comunitaria, disciplinada y fraternal, con su clero vestido de lino blanco (¿también de cándida honradez?) (...)

Paul Petit. Historia de la Antigüedad. Ed. Labor, Barcelona, 1986, 1ª ed. ISBN: 84-335-1806-2. 398 p. P. 340.


La escultura de bulto redondo produjo obras de desigual valor: junto a las numerosas copias de influencia helenística, muy apreciadas por Adriano, quien llenó con ellas su villa de Tibur, se puede resaltar la calidad de los bustos, notables documentos psicológicos (retratos de los emperadores) y útiles para el estudio de los peinados y la modas (retratos de las emperatrices): el trabajo, muy cuidado, tendía al expresionismo (pupila incisa, empleo de la broca o del taladro para el cabello, etc.), pero en ocasiones perdía fuerza: en los numerosos retratos de Antinoo, el efebo de Adriano, hermoso, lánguido y equívoco.

Paul Petit. Historia de la Antigüedad. Ed. Labor, Barcelona, 1986, 1ª ed. ISBN: 84-335-1806-2. 398 p. P. 346.


LES ALTRES GRANS TROBALLES

  1. SABATES. El cuir ha estat emprat en molts objectes durant l’època romana. Viıclolanda té la col·lecció de cuir més gran de l’Imperi prové d'un sol jaciment. Les troballes s'han produït als fossats amb condicions anaeròbies o a prop de fonts en condicions de negament. La pell de bou o vaca s’utilitzava per manufacturar sabates, objectes pesats i equipament per al cavall. mentre que la pell de cabra, més prima, lleugera i tova, era destinada a objectes més delicats, com tendes militars, guarniments per al cavall, roba o bosses. La col·lecció de Sabates de Vindolanda (amb gairebé 5.000 peces conservades) ens dóna una idea dels costums i la societat de l’època. Moltes sabates s'han trobat reparades i d’altres són gairebé noves. Es troben molts tipus diferents de calçat, de mida i modes, evidenciant també l’existència de nens, dones i joves al jaciment.

  1. ROBA. La col·lecció de tèxtils de Vindolanda, amb més de 800 fragments trobats, gairebé tots de llana. és la més gran de tot Anglaterra. Les condicions del terra han permès que fins i tot fràgils fragments de teixits s’hagin conservat en bones condicions. Mentre que algunes peces han estat teixides grollerament, d’altres mostren tècniques de més finor, demostrant l’elevat nivell aconseguit per la indústria tèxtil romana. S'han arribat a trobar pegats circulars preparats ja per a pedaços i un mitjó infantil com a única peça integra.

Vindolanda. La vida quotidiana als confins de l’Imperi romà. Albert Anglès i Andrew Birley. Article revista Sapiens, núm. 114, ISSN: 1695-2014, pàg. 35.

"Y el no pasear con la toga (la toga era entre los romanos la prenda principal exterior que usaban en las ceremonias y sesiones de gala; el vestido propio de la vida ordinaria) por casa ni hacer otras cosas semejantes." (text adaptat)

Marco Aurelio. Meditaciones. Ed. Gredos, Madrid 2010, ISBN: 978-84-249-0640-5. 252 p. P. 57.

En l’escriptura i en la lectura no iniciaràs a altre abans de ser tu l’iniciat. Això passa molt més a la vida.

Marc Aureli (anys 121-180) [Traducció de l’original: “ En la escritura y en la lectura no iniciarás a otro antes de ser tú el iniciado. Esto ocurre mucho más en la vida.” Marco Aurelio. Meditaciones. Ed. Gredos, Madrid 2010, ISBN: 978-84-249-0640-5. 252 p. P. 230.]

Són les paraules d'un filòsof i emperador, tot i emprar la moda com vanitat, llegir-lo inspira i convida a la seva imitació. Insereixo la imatge eqüestre que segurament ha pogut arribar fins ara perquè el cristians, confosos, creien que era de Constantí, emperador tanmateix que legalitzà aquells monoteïstes.

San Juan Evangelista. Pasión y muerte de Jesucristo

Entonces Pilatos tomó a Jesús y le hizo azotar. Y los soldados hicieron una corona de espinas y se la ciñeron por la cabeza, y le vistieron con un manto de color púrpura, y se acercaron a él, diciendo: "Salve, oh rey de los judíos".

Martín de Riquer & Borja de Riquer. Reportajes de la Historia. Relatos de testigos directos sobre hechos ocurridos en 26 siglos (Volumen I). Ed. Acantilado, Barcelona, 2010, 1ª ed. ISBN: 978-84-92649-79-2. 1.472 pgs. Pg. 171.


Entonces los soldados, cuando crucificaron a Jesús, tomaron sus ropas e hicieron cuatro partes, cada una para un soldado, y la túnica. Pero era una túnica sin costura, tejida entera de una pieza. Se dijeron entonces: "No la rompamos, sino hechemos a suerte de quién será".Para que se cumpliera la Escritura: "Se repartieron mis ropas y echaron a suertes mi túnica". Esto hicieron los soldados.

Martín de Riquer & Borja de Riquer. Reportajes de la Historia. Relatos de testigos directos sobre hechos ocurridos en 26 siglos (Volumen I). Ed. Acantilado, Barcelona, 2010, 1ª ed. ISBN: 978-84-92649-79-2. 1.472 pgs. Pg. 173.


Flavio Josefo.Conquista de Jerusalén por los romanos.

No obstante, también Juliano fue perseguido por el Destino, al que no se puede escapar ningún mortal. Coo todos los demás soldados, llevaba unas sandalias provistas de numerosos y agudos clavos; resbaló por el pavimento del Templo y cayó de espaldas con un inmenso estrépito de su armadura. Esto hizo que los que habían huido se dieran la vuelta. Un grito estalló entre los romanos, que temían por este hombre. Los judíos lo rodearon en tropel y lo atacaron por todas partes con lanzas y espadas.

Martín de Riquer & Borja de Riquer. Reportajes de la Historia. Relatos de testigos directos sobre hechos ocurridos en 26 siglos (Volumen I). Ed. Acantilado, Barcelona, 2010, 1ª ed. ISBN: 978-84-92649-79-2. 1.472 pgs. Pgs. 200-201.


Julio César. Campaña contra Vercingetórix

LXXXVIII. presúrase César para asistir al combate. Al conocer su llegada por el color del vestido, pues solía llevar en los combates uno que lo distinguiera,...

Martín de Riquer & Borja de Riquer. Reportajes de la Historia. Relatos de testigos directos sobre hechos ocurridos en 26 siglos (Volumen I). Ed. Acantilado, Barcelona, 2010, 1ª ed. ISBN: 978-84-92649-79-2. 1.472 pgs. Pg. 138.


INCITATUS, EL CAVALL PREFERIT DE CALÍGULA. Trastornat, l'emperador menjava i dormia als estables al costat del seu estimat cavall, a qui cobria amb mantes de color prorpa (tint reservat per als membres de la família imperial pel seu elevat cost) i carregava de collarets de pedres precioses.

Carles Padró. "Cavalls immortals", article revista Sapiens, núm. 106, agost 2011, pàg. 54. ISNN: 1695-2014.

Con rapidez se llevó la mano debajo de su sagum para palparse la espada. Allí estaba. Se alegró de no llevar toga. Aquella fue una sabia decisión, como probaría el desenlace de aquella noche. La toga siempre resultaba ropa incómoda para luchar, mientra que el sagum permitía mucha mayor libertad de movimientos.

Posteguillo, Santiago. Las legiones malditas. Ediciones B, Barcelona, 2011, 1ª ed. ISBN: 978-84-666-4799-18. 1.578 p. Pgs. 168-169.


Sagum: Es una prenda militar abierta que suele ir cosida con una hebilla; suele ser algo más largo que una túnica y su lana, de mayor grosor. El general en jefe llevaba un sagum más largo y de color púrpura que recibiría el nombre de paludamentum.

Posteguillo, Santiago. Las legiones malditas. Ediciones B, Barcelona, 2011, 1ª ed. ISBN: 978-84-666-4799-18. 1.578 p. Pg. 1.524.


Publio se ajustó el paludamentum para abrigarse. La noche era extrañamente fresca para aquellas latitudes del sur de Italia entrados ya en el verano.

Posteguillo, Santiago. Las legiones malditas. Ediciones B, Barcelona, 2011, 1ª ed. ISBN: 978-84-666-4799-18. 1.578 p. Pg. 793.


Los lictores se acercaron a Publio y le dieron una larga capa limpia, un paludamentum púrpura. Publio dejó que se lo ajustaran. Con la caída del sol refrescaba de forma sorprendente en aquella tierra desértica.

Posteguillo, Santiago. Las legiones malditas. Ediciones B, Barcelona, 2011, 1ª ed. ISBN: 978-84-666-4799-18. 1.578 p. Pg. 1.402.


-Los cónsules han salido hacia la colina -comentó un veterano oficial africano a su general en jefe. Aníbal se volvió y le miró con aire incrédulo.

-¿Los dos cónsules?

-Los dos, mi general. Así lo confirman sus uniformes púrpura.

Posteguillo, Santiago. Las legiones malditas. Ediciones B, Barcelona, 2011, 1ª ed. ISBN: 978-84-666-4799-18. 1.578 p. Pg. 214.

Macieno desenvainó la espada y se giró hacia su inoportuno interlocutor. Al volverse vio la figura alta y joven de un soldado desconocido cubierto por una toga púrpura, la toga propia ssólo de un cónsul.

Posteguillo, Santiago. Las legiones malditas. Ediciones B, Barcelona, 2011, 1ª ed. ISBN: 978-84-666-4799-18. 1.578 p. Pg. 663.


Toga praetexta: Toga blanca ribeteada con color rojo que se entregaba al niño durante una ceremonia de tipo festivo durante la que se distribuían todo tipo de pasteles y monedas. Ésta era la primeta toga que el niño llevaba y la que sería su vestimenta oficial hasta su entrada en la adolescencia, cunando le será sustituida por la toga virilis.

Toga virilis: Toga que sustituía a la toga praetextade la infancia. Esta nueva toga le era entregada al joven durante las Liberalia, festividad que se aprovechaba para introducir a los nuevos adolescentes en el mundo adulto y que culminaba con la deductio in forum.

Posteguillo, Santiago. Las legiones malditas. Ediciones B, Barcelona, 2011, 1ª ed. ISBN: 978-84-666-4799-18. 1.578 p. Pg. 1.529.


Trabea: Vestimenta característica de un augur: una toga nacional con remates en púrpura y escarlata.

Posteguillo, Santiago. Las legiones malditas. Ediciones B, Barcelona, 2011, 1ª ed. ISBN: 978-84-666-4799-18. 1.578 p. Pg. 1.530.


Lelio esbozó una sonrisa mientras se sentaba en la butaca cubierta de piel de oveja que los calones a su servicio le había preparado. Al minuto llegó Netikerty, con una túnica ajustada con un cinto por la cintura, de forma que la hermosa complexión de la joven egipcia quedaba dibujada bajo el mano suave de una lana blanca y pura comprada por Lelio a mercaderes que le aseguraron la procedencia tarentina de la misma, aunque siempre decían eso todos los mercaderes cuando tenían lana que destacaba por su pureza. La mejor lana para abrigar el más hermoso cuerpo, pensó Lelio cuando la compró. Lelio, por un momento, se sintió feliz. Netikerty escanciaba vino en la copa que el veterano tribuno sostenía en la mano.

Posteguillo, Santiago. Las legiones malditas. Ediciones B, Barcelona, 2011, 1ª ed. ISBN: 978-84-666-4799-18. 1.578 p. Pg. 712.


Túnica recta: Túnica de lana blanca con la que la novia acudía a la celebración de su enlace matrimonial.

Posteguillo, Santiago. Las legiones malditas. Ediciones B, Barcelona, 2011, 1ª ed. ISBN: 978-84-666-4799-18. 1.578 p. Pg. 1.532.


No usaba toga, porque en tiempo de los emperadores había dejado de ser señal de distinción de los ciudadanos romanos y se había convertido en ridícula para todos los que buscaban la moda; pero su túnica resplandecía en toda la riqueza de la púrpura de Tiro, y las fibulae (broches) que la sujetaban estaban llenas de esmeraldas. Llevaba en el cuello una cadena de oro que se enlazaba en su pecho bajo la forma de cabeza de serpiente, de cuya boca colgaba un gran sello magníficamente trabajado; las mangas de su túnica eran amplias y estaban adornadas con franjas hasta el puño; sobre el vientre llevaba un gran cinturón bordado de arabescos y de la misma tela que la franja le servía de bolsillo para el pañuelo, la bolsa, el estilo y las tablillas. (p. 10)

Y diciendo esto se alejó el edil con aire de mucha preocupación y acompañado de muchos clientes que se distinguían de los demás por las togas que usaban; este traje, que en otro tiempo había sido símbolo de libertad, se había convertido entonces en distintivo de servilismo hacia un señor. (p. 55)

Después de los perfumes y ungüentos echaron sobre él aquel voluptuoso polvo, que preservaba del calor, y cuando se lo quitaron con una finísima piedra pómez, se empezó a vestir, no con el traje que había traído a los baños, sino con otro de ceremonia, llamado síntesis, con el cual los romanos expresaban su respeto por la próxima ceremonia de la comida, que se tomaba a las tres de la tarde. (p. 60)

Envuelto en uno de aquellos inmensos mantos que los romanos usaron en sustitución de la toga, mantos que por sus inmensos pliegues escondían las formas corporales y por su capucha no dejaban ver el rostro... (p. 79)

Su vestido era muy sencillo; menos por la tela que por la falta de adornos que todos los pompeyanos, de cualquier clase social, llevaban, bien porque los creían eficaces contra la magia, bien porque los consideraban motivo de adorno. (p. 124)

Bulwer-Lytton, Edward G. Los últimos días de Pompeya. The Last Days of Pompeii. Ed. Comunicación & Publicaciones. Barcelona, 2006. 320 pàgs.


Los notables indígenas afirman también su adhesión a la civilización romana adoptando las costumbres y modelos de vida de los conquistadores hasta en el uso de la toga, que consagra su integración en la cultura romana, aunque se siga llevando una vestimenta adaptada a las condiciones climáticas, como el cucullus (capa con capucha) o los bragae (calzones).

Jean Carpentier; François Lebrun (dirs.) Breve historia de Europa. Madrid, 2004, 754 pàgs. Pág. 102.


Prohibió el uso de literas, de vestidos de púrpura y de perlas, salvo a personas de cierto rango y edad y en determinados días. (pàg. 154, Cèsar)

Dicen que se distinguió también por su atuendo exterior; que vestía una laticlavia ribeteada con franjas hasta las manos ceñida siempre por encima, y con el cinturón muy flojo, por cierto; y que fue esta costum­bre la que dio origen a la frase de Sila con que advertía muchas veces a los optimates «que desconfiaran del muchacho mal ceñido». (pàg. 155, Cèsar)

Intentó restablecer también la indumentaria y el vestido de otros tiempos, y, cuando vio en cierta ocasión en una asamblea una multitud de personas con manto oscuro, irritado y gritando:

Ved ahí a los romanos, señores del mundo, y a la naci6n togada, encargó a los ediles que en adelante no permitieran que nadie se presentara en el Foro o en sus alrededores si no iba vestido con toga y sin lacerna. (pàg. 256, August)

Se trasladó lue­go a la casa de su abuela Antonia y a los diecinueve anos de edad, habiendo sido llamado por Tiberio a Ca­pri, en un solo y mismo día tomó la toga viril y se afei­tó la barba, sin recibir ningún honor como el que tuvo lugar el día de la entrada de sus hermanos en la vida pública. (pàg. 416, Calígula)

Habiendo encargado que trajeran de Grecia las estatuas de los dioses más famosos por su culto y su valor artístico, entre ellas la de Júpiter Olímpico, para que les cortaran las cabezas y les pusieran la suya, pro­longó una parte delpalacio hasta el Foro y, después de transformar el templo de Castor y Pólux en un vestíbulo, sentándose a menudo entre los dioses hermanos, se exhibía en medio de ellos para que le adoraran los visi­tantes; y algunos le saludaron con el título de Júpiter Laciar. Instituyó también un templo propio para su divinidad, y sacerdotes y víctimas selectísimas. En el se alzaba una estatua de oro tallada a su imagen, a la que se vestía a diario con un traje como el que él usaba. (pàg. 424, Calígula)

Siempre utilizó vestidos, calzados y prendas que no eran propias de un romano y de un ciudadano, y ni si­quiera de un varón o de un ser humano. A menudo se presentó en público vestido con pénulas recamadas y cuajadas de piedras preciosas y una túnica con mangas y brazaletes; de vez en cuando con ropas de seda y con una cíclada; unas veces con crépidas o coturnos, otras con sandalias de escuchas, y en alguna ocasión con borceguíes de mujer; pero la mayor parte del tiem­po con una barba dorada, sujetando el rayo, el triden­te o el caduceo, insignias de los dioses, e incluso con el atuendo de Venus. Llevó siempre el vestido triunfal, incluso antes de la expedición de Germania, y, a ve­ces, también la coraza de Alejandro Magno, que hizo sacar de su tumba.

266: La paenula era un abrigo apropiado para resguardarse del frío y de la lluvia. Tenía forma de capuchón y se colocaba pasando la cabeza por una abertura centras, sin necesidad de broches o hebillas.

267: La cyclas era una especie de ropaje largo, redondeado por abajo, de ricos materiales, usado por las mujeres (Juvenal, 6, 259).

269: La caliga era una especie de sandalia muy sencilla usada por los soldados, que consistía en una suela de cuero protegida en la parte inferior por clavos para que se agarrara bien al suelo y sujetada a la pantorrilla por correas o cintas. Las caligae speculatoriae eran unas sandalias especiales que calzaban los soldados que hacían de escuchas o iban de descubierta.] (pàg. 444, Calígula)

Para ganarse con todo tipo de artimañas a Claudio, que se había entregado a sus mujeres y liber­tos, pidió como un favor extraordinario a Mesalina que le ofreciera sus pies para descalzarla; y, tras quitarle la pantufla del pie derecho, la llevó siempre entre su toga y sus túnicas, besándola de vez en cuando. (pàg. 627, Lluci, pare de Viteli)

Suetonio. Vidas de los Césares. Ed. Cátedra, Madrid, 2006. 752 pàgs.


Este hizo los preparativos pertinentes; Placidia no había visto a su marido tan sobrio y dueño de sí mismo desde hacía muchos años. Ni ella ni el pagano Petrus le acompañarían, ya que Constantius había decidido llevar consigo a un ayudante, sus dos mejores caballos y sus mejores galas, entre las cuales estaba la magnífica capa azul que había lucido el día de su boda.

(Britània romana)

Rutherfurd, Edward. Sarum. Ediciones B, Barcelona. 1ª ed. 2000, 1192 pgs. Pg. 354.


El hecho contó con la asistencia de un numeroso grupo de magnates de la isla, muchos de ellos acompañados por un aparatoso séquito. Iban. Espléndidamente ataviados con los jubones, y las capas de brillante colorido que estaban en boga en el mundo romano de aquella época -tan distintos de la sobria toga blanca de otros tiempos-, y Constantinus se sintió orgulloso de hallarse entre ellos.

(Britània romana)

Rutherfurd, Edward. Sarum. Ediciones B, Barcelona. 1ª ed. 2000, 1192 pgs. Pg. 355.

Al cabo de un rato, Petrus se fijó en otro de los viajeros que compartía con ellos la cena. Sentado en un extremo de la mesa, comía en silencio y al parecer sin hacer caso del resto de los comensales. Llevaba un virus -el grueso manto de lana de color pardo que había dado fama a la isla- y la cabeza cubierta con una capucha.

(Britània romana)

Rutherfurd, Edward. Sarum. Ediciones B, Barcelona. 1ª ed. 2000, 1192 pgs. Pg. 363.


TRESORS DE L’ORIENT MITJÀ A CATALUNYA

LES SET JOIES DEL MUSEU DE L’ORIENT BÍBLIC (MUSEU DE MONTSERRAT)

4. PAPIRS, PERGAMINS I TEIXITS COPTES

Els teixits són tres túniques, dues de talla d’adult I una d’infantil que estan datades del segle IV.

(Revista Sàpiens 98, des. 2010, pàg. 47).


VESPASIÀ L’EMPERADOR QUE VA CONSTRUIR EL COLOSSEU

“El seu aspecte i les seves vestidures a penes el distingien del soldat comú” (Tàcit) (pg. 47).

FERES, GLADIADORS I BATALLES NAVALS. EL PROGRAMA DELS JOCS AL COLOSSEU. SEGON DIA: “MUNERA” 1. Desfilada de gladiadors. Vestits d’or i porpra, desfilaven aparellats. (pg. 52)

Certament, l’emperador Vespasià menyspreava els aristòcrates, els considerava uns aprofitats i uns dropos. Quan rebia un dignatari, li grapejava la túnica per comprovar si la tela era massa fina i l’ensumava per saber si duia perfum; detestava aquest tipus de sofisticacions. (pg. 56)

(Revista Sàpiens 98, des. 2010, Montse Armengol; Arturo Pérez)


Aquella tarde del 235 antes de Cristo, se representaba la primera obra de uno de los nuevos autores que tan bien le habían venido a Rufo: Nevio. Se trataba de una tragedia ambientada en Grecia. Para ella Tito había dispuesto todo lo necesario: pelucas blancas para los personajes ancianos, pelirrojas para los esclavos, un sinfín de todo tipo de máscaras para las más diversas situaciones escénicas, y coturnos, unas sandalias altas empleadas para realzar la estatura de los personajes principales que en una tragedia serían dioses personificados por actores, que, como era lógico, no podían estar a la misma altura que el resto de los personajes. Una amplia serie de mantos y túnicas griegas completaba el vestuario.

Santiago Posteguillo. Africanus. El hijo del cónsul. Ediciones B, Barcelona, 1ª ed. 2010. ISBN: 978-84-666-464-68. 1368 p. Págs. 35-36.


Publio, después de lavarse los brazos, pies, piernas y cara, se puso una túnica ligera y sobre la misma su toga praetexta, la que le correspondía por su edad. Salió entonces al atrio de la casa. Allí le esperaba su padre, su tío Cneo, su madre, su hermano pequeño Lucio y varias personas mas que el joven Publio reconoció como amigos o clientes de su padre. Todos le saludaron de forma solemne. Su padre se adelantó y extendió los brazos. Publio sabía lo que debía hacer: se quitó la toga praetexta y se la dio a su padre. Éste la recogió y a cambio le entregó una nueva toga blanca, la toga virí/is y una moneda. Publio se vistió con la nueva toga y tomó la moneda. A continuación ambos, padre e hijo, se acercaron al altar de los dioses La­res que protegían la familia. Publio se quitó entonces el colgante que había llevado desde niño y lo entregó a los dioses protectores del hogar. Puso también la moneda que le había dado su padre y la consagró a la diosa Iuventus para que a partir de ahora lo protegiera durante su juventud. Una vez hecho eso, padre e hijo se volvieron y saludaron a la familia y a los amigos e invitados. Publio Cornelio Escipión, como senador de Roma, se dirigió a los presentes.

Santiago Posteguillo. Africanus. El hijo del cónsul. Ediciones B, Barcelona, 1ª ed. 2010. ISBN: 978-84-666-464-68. 1368 p. Págs. 105.


Con el amanecer, dos esclavas mayores la ayudaron a vestirse según co­rrespondía a tan especial ocasión: se hizo un peinado complejo en el que se fundían hasta seis trenzas postizas adornadas con cintas; era una forma de arreglarse el pelo muy similar a la de las sacerdotisas vírgenes que consa­graban su vida a la religión. Emilia quedó peinada como una vestal pura. Luego, sobre el tocado del cabello, se echó un fino velo de tono anaranjado cubriéndole la pálida frente. Temblaba. Tenía miedo y no quería confiar sus temores a esclavas o amigas de la familia: Tenía pánico a hacer algo inapropiado durante la ceremonia y que se considerase un mal presagio. Tenía pavor a que por su culpa su ya próxima felicidad pudiera verse deteriorada por un desafuero a los dioses. Echaba de menos a su madre mas que nunca. Y a su padre. Sobre todo a su padre. En su cabeza bullía cada una de las cosas que debía hacer y cómo hacerlas. Mientras le ponían la corona de flores de verbena, arrayán y azahar, revisaba mentalmente cada paso que debía tener en cuenta.

S'aixeca. La Tuni ca recta aquesta solta. Emília és prima i el vestit li ve gran, però la dona amiga de la família que l'assisteix a l'hora de vestir pren portava una tela i cenyeix bé la túnica elaborant el complicat nodus Herculis. Un nus difícil de desfer, igual que la unió que va tenir lloc en uns minuts. Sobre la túnica blanca, la dona fes un mantell de color crema i, a continuació, ajuda a Emilia a posar-se una sandàlies del mateix color. Lucio entra llavors en l'estada i es posa darrere de la seva germana. Separa les cinta s del tocat amb cura i posa un collaret metàl·lic al voltant del coll de la núvia. Li dóna un petó a la galta.

Santiago Posteguillo. Africanus. El fill del cònsol. Ediciones B, Barcelona, ​​1ª ed. 2010. ISBN: 978-84-666-464-68. 1368 pàg. Pàg. 750-751.


S'havien se parat feia només uns mesos i el canvi era impressionant: portava els cabells curts i ben cuidats, tenia el rostre acabat d'afaitar, duia una dalmàtica de lli de màniga llarga amb dues franges brodades amb fil d'or i plata que baixaven de les espatlles a la vora inferior, calçava botins de pell de vedell ornats amb brodats de llana vermella i gro ga i cordills de cuiro vermell. Li penjava del coll un medalló de pla ta amb la creu d'or i duia un cinturó de malla de plata. Al dit anular esquerre portava un anell amb un camafeu preciós.

Valerio Massimo Manfredi. L’última legió. L’ultima legione. Trad. N. Nueno). Ed. Rosa dels vents, Barcelona, 2003. ISBN: 8401386209. 412 p. P. 226.


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