2. CIVILITZACIONS DEL PRÒXIM ORIENT: DOCUMENTS

FENICIS

Per la seva banda, a més de la fusta, els fenicis produïen salaó de peix, oli, vi, tot plegat tenia molt bona sortida comercial. Però encara era més lucrativa, per molt que avui pugui sorprendre, la industria del tint porpra per a la roba, perquè el roig es considerava un signe de prestigi, imprescindible a les togues aristocràtiques de totes les cultures clàssiques -i encara avui el color dels cardenals. (Pàg. 35)

Giuseppe Cardinal Siri. Roman Catholic Church. Vestments. Clerical wear. Biretta. Cassock

Antiguitat: seda, la Xina -por motius d'encaix col·loco aquí l'extrem oriental

Sería una exageración decir que Oriente y Occidente se dieron la mano a través de los océanos. Se trataba menos de una red de contactos que de unos pocos hilos finísimos que iban de un extremo a otro. Puede que un comerciante enviara vino de Italia a Egipto; otro lo llevaba por tierra hasta el mar Rojo; un tercero lo movía por Arabia y un cuarto cruzaba el océano Índico hasta Arikamedu. Allí puede que se sentara a negociar con un comerciante local que vendía seda que habían pasado todavía por más manos en su camino desde el valle del río Amarillo.

Sin embargo, era un principio. El Viaje por el mar Rojo menciona un lugar llamado «Zin», probablemente una corrupción de Qin (que se pronuncia Chin), de donde procede el nombre occidental de China, y una generación después un griego llamado Alejandro afirmó haber visitado Sinae, de nuevo probablemente también China. Alrededor de 100 a. C., gracias en parte al avance militar chino hacia Bactria, las sedas y la especias se movían en dirección a Occidente y el oro y la plata hacia Oriente a lo largo de las famosas rutas de la seda. Solo bienes ligeros y caros —corno la seda, por supuesto— podían dar beneficios después de ser transportados durante seis meses a lo largo de ocho mil kilómetros, neto al cabo de un siglo o dos no había noble romana que se preciara que se atreviera a salir de casa sin su chal de seda, y los mercaderes de Asia central se habían instalado en todas las grandes ciudades chinas.

(Pàg. 329)

Ian Morris. ¿Por qué manda Occidente… por ahora? (Why the West rules… for now?, trad. Joan Eloi Roca). Ed. Ático de los Libros, Barcelona, 1ª ed., 2014. ISBN: 978-84-938595-5-8. 864 pàgs.


Per què el porpra és el símbol del poder?

Al llarg de tota l’antiguitat el porpra ha estat considerat símbol del poder, per l’impacte del seu color i per les dificultats de la seva obtenció, que es feia a partir de mol·luscs gasteròpodes, especialment diverses espècies de cargols marins. L’ús del porpra arrenca a mitjan segle II mil·lenni aC a la Mediterrània oriental (en diversos jaciments de Creta), però van ser els fenicis els qui van engrandir la producció i la comercialització dels teixits, sempre cars i per aquesta raó sovint destinats a vestir la reialesa i les capes més altes de la societat. Potser per això els poemes homèrics fan reiterades referències als vestits tenyits de porpra duts per divinitats i personatges heroics o llegendaris. A la Ilíada, per exemple, es destaca que el rei micènic Agamenó duia un gran mantell de color porpra.

A Roma, l’ús d’aquest color va arribar a ser tan important que la legislació romana el va reglamentar en diverses ocasions. El seu color vermell, d’intensitats diferents segons els tipus de molusc i els processos de tintatge, el treballaven els purpuraii, antics esclaus alliberats (lliberts), un negoci del qual l’emperador Neró va instaurar-ne un monopoli imperial. Igual que el pòrfir egipci (pòrfir i porpra tenen la amteixa arrel grega), el porpra va acabar sent exclusiu del cercle de l’emperador. Actualment, és el color que identifica els cardenals, prínceps de l’Església.

Isabel Roda, catedràtica d’arqueologia a la Universitat Autònoma de Barcelona. Article revista Sapiens, núm. 145, agost 2014, pàg. 4.


En El muchacho persa, por varios motivos fundamentales que centran su interés: las relaciones sexuales invertidas, la capacidad de crueldad del hombre y las cuestiones de la identidad nacional y del racismo, la escritora opta por poner el relato en boca de Bagoas, ese favorito, que también lo había sido de Darío y conoce, por lo tanto, las dos cortes en todas sus dimensiones, lo que le permite por un lado ofrecer el retrata idealizado del héroe y por otro explicar mejor su actitud de tolerancia y responsabilidad que le lleva, lejos de rechazar la cultura de los pueblos conquistados, a adoptar algunas de: las costumbres persas y su modo de vestir durante las solemnidades.

(Pàg. 7, El héroe y el amor, Clara Janés, del pròleg)

Me encantaban las brillantes llamas i los destellos que arrancaban de las bruñidas empuñaduras de las espadas, los botones dorados y los gorros recamados en joyas.

(Pàg. 22)

Reconocí inmediatamente en él al hombre (Darío) que había acudido a 1a fiesta de cumpleaños de mi padre. Pero en aquella ocasión su atuendo había sido el que resulta apropiado para una larga subida a lomos de caballo por difíciles caminos. Ahora lucía una túnica color púrpura bordada en blanco y llevaba puesta la mitra ligera que utilizaba en los momentos de descanso. Tenía la barba peinada como seda y olía a especias árabes.

(Pàg. 32)

No engordaba pero sí crecía. Aunque la ropa había vuelto a quedárseme estrecha, pensaba que seguiría llevándola; pero, para mi asombro, el amo me regaló un vestido nuevo: túnica, pantalones y ceñidor, y otra túnica exterior de mangas anchas. El ceñidor hasta iba bordado con hilo de oro. Era todo tan bonito que me agaché junto al estanque Para admirarme y me sentí complacido.

(Pàg. 33)

El eunuco me acompañó a una pequeña estancia del ala de la servidumbre en la que sólo había una cama. Me había pasado tres años conciliando el sueño sobre el trasfondo de los silbantes ronquidos del jefe de los eunucos. Sobre la cama había vestidos nuevos. Eran más sencillos que los míos; sólo cuando me los hube puesto observé su calidad. El eunuco examinó mi propia ropa tomándola entre el índice y el pulgar y resopló con desprecio.

-Llamativa y vulgar. Aquí no podemos aprovecharla. Sin embargo, algún muchacho necesitado se alegrará de tenerla.

(Pàg. 39)

Se encontraba reclinado (Darío) sobre los cojines mirando al patio; a su lado sobre la baja mesilla estaba la jarra del vino y una copa vacía. Reconocí inmediatamente en él al hombre que había acudido a 1a fiesta de cumpleaños de mi padre. Pero en aquella ocasión su atuendo había sido el que resulta apropiado para una larga subida a lomos de caballo por difíciles caminos. Ahora lucía una túnica color púrpura bordada en blanco y llevaba puesta la mitra ligera que utilizaba en los momentos de descanso. Tenía la barba peinada como seda y olía a especias árabes.

(Pàg. 49)

Me postré tal como me habían enseñado y besé el suelo delante de él. Su calzado era de suave cabritilla teñida de carmesí y bordada con lentejuelas e hilo de oro.

(Pàg. 50)

El transporte se extendía interminablemente. Había doce carros sólo para el rey, para su tienda, su mobiliario, el guardarropa y la vajilla, el cuarto de baño transportable y los correspondientes accesorios. Había carros para los eunucos de la corte y las pertenencias de éstos; y después carros para todas las mujeres. Al final, el rey había decidido llevarse a todas las concubinas más jóvenes, más de cien; ellas con sus efectos personales y los eunucos no eran más que el principio.

(Pàg. 65)

Seguían llegando tropas de refuerzo desde las más lejanas satrapías, tras largos meses de marcha. Toda la ciudad se volcó para admirar a los bactrianos. Ya había refrescado debido a la proximidad del otoño, pero ellos sudaban porque se habían puesto sus mejores galas: chaquetas de fieltro, calzones anchos y gorros forrados de piel, bien abrigados para hacer frente a los rigores del invierno bactriano. Podía adivinarse que procedían de una tierra rica a través de los atuendos de los señores y de la robusta complexión de los hombres después de una marcha tan larga.

(Pàg. 70)

Él y Bessos formaban una extraña pareja: Nabarzanes, delgado como una espada, vestido con el sencillo atuendo de Persia; el corpulento Bessos, con su negra y poblada barba y el tórax más ancho que el de un oso, vestido de cuero bordado, con cadenas de bárbaro oro. Pero eran soldados que se habían conocido en campaña. Se alejaron rápidamente del tumulto como si estuvieran ansiosos de hablar a solas.

(Pàg. 76)

No tenía ropa de abrigo y le dije a Bubakes que tendrá que ir al bazar.

-No lo hagas, muchacho mío –me contestó-, he estado repasando el guardarropa. Hay cosas que se han venido guardando desde los tiempos del rey Ocos. Tengo algo apropiado para ti. Nadie lo echará en falta.

(Pàg. 91)

-Majestad, nuestros campesinos, cuando se pierden en la montaña, dan la vuelta a sus vestiduras para que el diablo que los ha extraviado no pueda reconocerlos.. El pueblo sencillo tiene una antigua sabiduría.

(Pàg. 106)

En las largas marchas, cuando no había peligro de acción alguna, siempre solían amontonar sus armaduras, yelmos y armas en los carros, quedándose solamente con la espada y vistiendo las cortas túnicas (confeccionadas con toda clase de telas, puesto que llevaban mucho tiempo lejos de la patria), con los sombreros de paja de ala ancha que utilizan los griegos para viajar, Por ser sus pieles mucho más sensibles al sol. Ahora llevaban petos y corazas y hasta grebas los que las te. Llevaban los escudos colgados a la espalda.

(Pàg. 113)

Mientras me reclinaba en la templada agua, adormecido de satisfacción, se entreabrió un poco la cortina de la entrada. Bueno, pensé, ¿y qué? Esta lucha en el bosque me ha puesto nervioso como a una muchacha. Un hombre como aquél ya hubiera entrado. ¿Es que debo considerar enemigo a todo el mundo? Salí de la bañera, me sequé y me puse la bonita bata de lana que me había dejado dispuesta.

(...)

Plenamente satisfecho, me estaba peinando cuando entró un criado con ropa nueva diciéndome:

-Mi amo espera que te sienten bien.

Eran prendas de tela muy fina; una chaqueta suelta de color rojo oscuro, calzones azules y babuchas bordadas. Le habían dado una puntada aquí y allá para reducir la talla; debían haberlas medido con mi ropa. Volví a sentirme como antes. Para celebrar el acontecimiento, me inté los ojos y me puse unos pendientes.

Al anudarme el ceñidor, me acordé del puñal. Se lo habían llevado con mi ropa y no me lo habían devuelto.

(Pàg. 135)

Nabarzanes había sido generoso. Mi caballo, de color castaño con crines y cola rubia, era más hermoso, si cabe, que mi pobre Tigre. Me había ofrecido dos preciosos trajes, el mejor de ellos, que era el que llevaba, con botones de oro y mangas bordadas.

(Pàg. 143)

Había unos ocho o diez y no había nadie más a vista. El blanco era una gran tabla de madera con el dibujo de un escita de tamaño natural en medio. Sacaron los venablos y me obligaron a arrojarlos. No había manejado ninguna lanza más que la de juguete de mi infancia y ni siquiera alcance el tablero. Se echaron a reir estrepitosamente; con aire fanfarrón uno de ellos se quedó de pie delante de la imagen del escita y otro le clavó una lanza a cada lado.

-¡Ahora te toca a ti! -me gritó alguien-. Por aquí, Sin-Pelotas, y no te mojes los preciosos pantalones.

(Pàg. 168)

Más tarde me entregó un puñado de oro para los vestidos y me envió el mejor flautista de Zadrakarta. Si había adivinado mi preocupación y no podía borrarla, sabia en cambio hacérmela olvidar.

Estaba cansado de mis viejas danzas. Para él compuse una nueva. Empezaba con mucha rapidez, al estilo caucásico. Después se hacía más lenta, con vueltas que ponían de manifiesto mi equilibrio y fuerza. La última parte tendría florituras; no demasiadas porque yo era un danzarín y no un acróbata, pero sí suficientes. El vestido me lo hice a estilo de túnica griega, confeccionado con una serie de cintas escarlatas sujetadas simplemente a la garganta y la cintura. Tenía los costados desnudos. Me hice unas ajorcas con tintineantes cascabeles de oro batido. En la primera parte utilizaría castañuelas.

(Pàg, 191)

Nos estábamos acercando a Bactria atravesando enormes y ásperas altiplanicies con huellas de otoño, cortadas por los duros vientos de las montañas heladas. Me compré una chaqueta de tela escarlata forrada de piel de marta, porque en las Puertas Caspias había perdido la piel de lince. Los seguidores del campamento y los soldados consiguieron abrigarse un poco más utilizando pieles de oveja y cabra; los oficiales llevaban mantas de buena lana, pero los que realmente iban abrigados eran los persas, que llevaban mangas y calzones. A veces los macedonios me dirigían una mirada de envidia, pero hubieran preferido morir antes que utilizar el atuendo de los derrotados, los delicados y asquerosos medos. Antes se hubieran comido a sus madres.

(Pàg. 199)

Alabé los jaeces y el efecto que producían en el caballo, y él me dijo que había ordenado que confeccionaran otros iguales para regalarlos a los amigos. Lo sequé bien con la malla; era todo músculo pero no con la musculatura tan exagerada que poseen aquellos torpes luchadores griegos.

-Qué bien te sentarían, mi señor, las prendas que hacen juego con estos jaeces.

-¿Qué te ha hecho pensar en eso? -me preguntó, volviéndose rápidamente.

-Simplemente el verte.

-Ah, no. Eres un visionario, ya te lo he dicho. He estado pensando y en el propio reino uno debe parecer lo menos extranjero posible.

Sus palabras me deleitaban. El viento silbaba rodeando la tienda.

-Te digo, mi señor, que con este tiempo irías más abrigado con calzones.

-¿Calzones? -me preguntó mirándome horrorizado como si le hubiera propuesto que se pintara todo de azul. Después se echó a reír-. Mi querido muchacho, en ti resultan encantadores; en Oxatres adornan a la Guardia. Pero para un macedonio, los calzones tienen algo... No me preguntes por qué. Soy tan malo como los demás.

-Ya pensaremos en algo, mi señor. Algo que se parezca un poco más a un traje de corte persa.

Ansiaba que resultara hermoso, pero de acuerdo con el estilo de mi gente.

I de mi gente.

Ordenó que le enviaran una pieza de fino paño de lana Para que yo lo envolviera con él. Pero acababa de empezar cuando resultó que no sólo no quería calzones sino tampoco mangas largas. Dijo que éstas le molestarían, Pero yo comprendí que se trataba de un pretexto. Yo le dije que Ciro había logrado que los persas adoptaran la forma de vestir de los medos y el caso es que era cierto, pero ni siquiera este mágico nombre ejerció en él poder alguno. Tuve por tanto que echar mano de la antigua túnica persa, tan terriblemente anticuada que hacía cientos de años que no la utilizaba nadie como no fuera el rey en el transcurso de festejos. Si no hubiera visto lucirla a Darío no hubiera sabido cómo era. Posee una falda larga con pliegues que nacen de un ceñidor; una especie de capa corta con un agujero para pasar por la cabeza que cubre la parte posterior y llega hasta las muñecas. La corté, cosí la falda, se la puse y le acerqué el espejo para que se viera.

-La recuerdo de los relieves de Persépolis -me dijo- ¿Qué te parece?

Parece?

Se colocó de lado. Le encantaba componerse como una mujer siempre que se le presentaba la oportunidad.

-Posee gran dignidad -repuse; le sentaba bien aunque, en realidad, exigía que quien la luciera fuera de elevada estatura ¿Pero te gusta moverte con ella?

Caminó unos pasos.

-Si no hay que hacer nada. Sí, ordenaré que me confeccionen una. Blanca, ribeteada de púrpura.

Busqué por tanto al mejor sastre de túnicas (había tantos persas en el campamento que los artesanos los seguían) y éste la confeccionó con los complicados pliegues de rigor. El rey la lucía junto con una baja tiara abierta siempre que recibía a los persas. Comprobé que ello acrecentaba el respeto debido a su persona. Hay maneras y maneras de efectuar la postración que él no veía como yo. Jamás se lo había dicho para no traicionar a mi gente; se sentían heridos en su orgullo por que unos macedonios de inferior linaje no hacían reverencia alguna.

Ahora le dije que se sentían muy complacidos por su túnica. No le dije, aunque hubiera deseado hacerlo, que Filotas había mirado mesa abajo para buscar los ojos de un compinche. Tal como me había imaginado, Alejandro se cansó muy pronto de la túnica; decía que no podía dar zancadas con ella. Hubiera podido responderle que en una corte persa nadie da zancadas. Se hizo confeccionar otra muy parecida a una túnica griega, sólo que 1a parte superior cubría los brazos. Lucía también un ancho ceñidor medo; púrpura sobre blanco. Le sentaba bien, pero para los macedonios era como si llevara mangas. Estaba tan seguro de haber alcanzado el justo medio que no tuve valor de decírselo.(Pàgs. 2202-204)

Alejandro se alojaba en la residencia del gobernador, construida en auténtico ladrillo refractario; una magnificencia que exigía ladrillo de barro. Había buenas colgaduras y hermoso mobiliario que le conferían apariencia real. Me agradó comprobar que Alejandro se preocupaba más por su rango. Se hizo confeccionar una hermosa túnica nueva de púrpura con bordados blancos, los colores del Gran Rey, para lucirla en las ceremonias. Y aquí por primera vez se colocó la mitra.

(Pàg. 243)

-Bagoas, ¿recuerdas lo que me preocupaba? Esta noche lo vamos a probar. Viste tus mejores galas y atiende a mis invitados persas. (...)

“Es decid –pensé- que también me necesita.” Me puse mi mejor atuendo, que era precioso, con bordados de oro sobre fondo azul oscuro y después vestí a Alejandro- Éste se puso la gran túnica persa, pero no la mitra sino corona baja. Se vestía también para los macedonios.

(Pàg. 248)

Aunque se encuentra en Sogdiana, no es tan ruda vomo las tierras del interior; es una encrucijada de caravanas y se encuentra uno con gentes de todas partes. En los bazares se venden cabezas de caballo, con turquesas incrustadas y puñales con vainas de oro batido. Hasta se puede comprar seda de China. Yo dispongo de la que es suficiente para una chaqueta, de color cielo y bordada con flores y serpientes voladoras.

(Pàg. 255)

-En Susa recibía regalos sin amor -repuse-. Tú me das todo lo que necesito. Y mi mejor vestido lo tengo casi nuevo.

-Cómprate otro -me dijo riéndose-. Me gusta verte llevar algo nuevo, como un faisán con plumaje de primavera. Mi amor siempre lo tendrás -añadió gravemente-. Eso es para mí un vínculo sagrado.

(Pàg. 284)

Los músicos empezaron a interpretar una suave melodía. Entraron las mujeres (sogdianas) siguiendo el compás al andar pero sin danzar todavía. Sus pesados ropajes estaban recubiertos de bordados. Les ceñían las sienes unas cadenas de oro con colgantes del mismo metal. Las pesadas ajorcas que llevaban en los brazos y los tobillos chocaban entre sí y se oía el tintineo de los diminutos cascabeles. Apenas habíamos tenido tiempo de verlas cuando dieron la vuelta para inclinarse ante el rey cruzando los brazos sobre el pecho.

Histanes señaló sin duda a un pariente del rey porque una de ellas volvió a inclinarse. Alejandro inclinó la cabeza mirándolas a todas. Me pareció que sus ojos se posaren un memo en una de ellas.

-Sí -dijo Ismenios~, una de ellas debe ser hermosa, de lo contrario el rey no la hubiera mirado dos veces.

Se aceleró el ritmo de la música y las mujeres empezaron a danzar.

En Persia sólo danzan las mujeres adiestradas especialmente Para excitar a los hombres. Aquella danza era decente y correcta; al girar en sus pesadas faldas mientras chocaban entre sí las ajorcas, apenas mostraban otra cosa más que los pies pintados de alheña. Sus inclinaciones poseían gracia y no resultaban lascivas y, cuando agitaban los brazos, éstos semejaban ondulante cebada. Pero hubiera sido una necedad calificar de modesta a aquella danza. Aquellas damas (sogdianas) estaban por encima de la modestia y, en lugar de ésta, derrochaban orgullo.

(Pàg. 291)

En la mesa elevada, Histanes y el rey hablaban a través del intérprete. Alejandro apenas había bebido vino. La sala se estaba caldeando. Mc desabroché el cuello de la chaqueta con sus botones de rubíes. La última mano que me lo había desabrochado había sido la suya.

(Pàg. 293)

Aquella noche Alejandro vestía por completo a la usanza griega con una túnica azul ribeteada de oro y una corona de hojas doradas a la que yo había aplicado flores naturales. «Jamás se ha avergonzado de mí -pensé-. Podría compartir su diván de no ser porque él sabe que ello entristecería. a Hefaistión.» Empezaba a resultarme más fácil olvidar a Roxana. A Hefaistíón, en cambio, no podía olvidarlo.

(Pàgs. 319-320)

Yo lucía la chaqueta confeccionada con 1a seda que me había comprado en Maracanda, con sus flores y serpientes voladoras. Mis ojos se posaron en su azul resplandor (me la había quitado para bañar a Alejandro); los botones eran de una pálida piedra verde, pesada y fría al tacto, con unos signos mágicos grabados. Según el mercader, había estado un año en camino. «El muy embustero -pensé. Me lo dijo para elevar el precio»

-¿En qué estás pensando? -me preguntó Alejandro con una sonrisa.

Me avergoncé de ser tan superficial y repuse:

-En el altar que levantarás en el fin del mundo, Alejandro, con tu nombre grabado.

(Pàg. 333)

Todos fuimos espléndidamente agasajados y atendidos. La primera esposa del rey Onfis Vino en su encortinado carro tirado por puros bueyes blancos para invitar a Roxana a una fiesta de damas. Los soldados, cargadas con los sueldos que llevaban un año sin tener ocasión de gastar, llenaron los bazares regateando por señas. Necesitaban ropa porque tenían las túnicas hechas jirones. Se desalentaron al comprobar que no podían encontrar recia y gruesa lana a ningún precio. Hasta el lienzo era fino, hecho no de lino sino de pelusa de árbol indio, y puesto que sólo lo había en blanco o bien en colores chillones, no les satisfizo en modo alguno. No obstante, disfrutaron de abundancia de mujeres, ya que hasta en los templos podían encontrarlas.

(Pàg. 347)

Nos detuvimos junto a un pobre curso de agua pedregoso y medio seco. El manantial de la noche anterior había sido tan escaso que apenas quedó agua que llevarnos. Alejandro se había sentado sobre una roca con su gorro de sol de hierba trenzada.

(Pàg. 399)

Alejandro ofreció la satrapía a Peuquestas, que le había salvado la vida en la ciudad maliana. Después de lo de Orxines, nadie le reprochó que no nombrara a un persa, aunque en realidad casi puede decirse que lo hizo. Peuquestas había llegado a amar nuestras tierras, nos comprendía y le gustaban nuestras formas de vida y hasta nuestros atuendos que le sentaban muy bien. Con frecuencia, había hecho prácticas de persa conmigo. Gobernó bien la provincia y fue tan amado como odiado había sido Orxines.

(Pàg. 419)

-Nadie le puso un dedo encima. Fue tremendo. Como si fuera un dios. Tenía la espada desenvainada pero no la utilizó. Los hombres se le sometieron como bueyes. A los primeros los manejó él mismo. ¿Y sabéis por qué? Yo lo sé. Son sus ojos.

-Pero después volvió a hablar -dije yo.

-¿Lo viste? Ordenó que se llevaran a los prisioneros, subió y empezó a hablarles de la, suerte que habían tenido. Les dijo que Filipo los había elevado de la nada cuando vestían zamarras... ¿es cierto eso?

El acompañante de más noble cuna dijo:

-Mi abuelo nos decía que sólo los grandes señores llevaban manto. Y decía que ello era un signo de distinción.

(Pàg. 441)

El río presenta allí muchas ramificaciones. Alejandro permanecía de pie en la proa y a veces empuñaba el timón. Se cubría la cabeza con el mismo gorro de paja que había utilizado en Gadrosia.

(Pàg. 481)

Ingerí el vino como si fuera una medicina y me esforcé por sonreír. Alejandro lucía una fina túnica blanca de tela india para luchar contra los rigores del calor y ésta revelaba su cuerpo igual que las túnicas que cincelan los escultores.

(Pàg. 485)

Pero las estatuas me miraron con aire de héroe y Alejandro, luciendo una túnica griega de fina lana, bajó con los portadores de antorchas poe le gran corredor del friso de los leones.

(Pàg. 487)

Mary Renault. El muchacho persa. (The Persian Boy, trad. M.A. Menini). Ed. Círculo de Lectores, Barcelona, 1994. ISBN: 84-226-4744-3. 512 pàgs.

La moda egípcia encara crea tendència

Quan des de la redacció de Sàpiens em van suggerir de visitar una exposició que parla de moda, vaig pensar que s'havien begut l'ente­niment. "Massa temps entre paperots vells i parlant amb historiadors segur que afecta el cervell", em vaig dir. Però no, resulta que el seny continua circulant per la redacció de la revista.

L'exposició en qüestió s'anomena Moda i be­llesa a l'Antic Egipte, i s'estarà fins a l'estiu que ve al Museu Egipci de Barcelona. Els egipcis eren un pèl presumits. La roba, almenys pel que es pot deduir de les figures trobades a les tombes, era un ornament important en la seva vida. I no només la roba, també els perfums, el maquillatge, les joies ... És evident que el concepte de moda, tal com l'entenem

Les transparències, els ulls pintats i els tatuatges també van ser moda a l'antic Egipte

ENRIC CALPENA. Revista Sàpiens, núm. 111, des. 2011, ISSN: 1695-2014. Pàg. 73.

Acabada aquesta pregària de súplica al Déu d'Israel, Judit es va aixecar de terra, cridà la seva serventa de confiança i baixà dintre casa, on acostumava a passar el dissabte i les altres festes. Es va treure la roba de sac i el vestit de viuda. Va rentar-se tota ella i s'ungí amb un perfum preciós. Després de pentinar-se,. es posà una diade­ma i es mudà amb el vestit de festa, el mateix que duia en vida de Manassès, el seu marit. Es va calçar les sandàlies i s'engalanà amb totes les seves joies: collarets, braçalets, anells i arracades. Anava elegantíssima per atraure la mirada de qualsevol home que la veiés. Després va donar a la serventa un bot de vi i un gerret d'oli; també va omplir un sarró amb gra torrat, pastissos i figues, i pans pastats segons la llei jueva; va embolicar bé aquestes provisions i les va carregar a la criada. Llavors van sortir totes dues cap a la porta de la ciutat de Betúlia i van trobar que hi feien guàrdia Ozies i els ancians de la ciutat Cabrís i Carmis. Quan la veieren transformada de cara i mudada amb aquells vestits; van quedar molt admirats de la seva bellesa. I van dir:

-Que el Déu dels nostres pares et concedeixi de ser ben acollida i de dur a terme el que et proposes, per a orgull d'Israel i glòria de Jerusalem .

AADD. La Bíblia, Judit 9,3-10,5. EEDD, 1ª ed. 2011, ISBN: 978-84-9805-468-2, 2194 p. Pgs. 1477-1478.

Ella es va deixar els vestits de viuda

per aixecar Israel, abatut.

Es va ungir la cara amb perfums

i es va lligar els cabells amb una cinta;

es va vestir de lli per seduir-lo.

Les seves sandàlies li van robar els ulls,

la seva bellesa el ca captivar.

Però ella amb el sabre li va tallar el coll.

AADD. La Bíblia, Judit 16, 2-15. EEDD, 1ª ed. 2011, ISBN: 978-84-9805-468-2, 2194 p. Pg. 1485.

Judit i Holofernes d'Artemisia Gentileschi (h. 1620) Oli sobre llenç

Jonatan s'esquinçà els vestits, es cobrí de terra el cap i es posà a pregar.

AADD. La Bíblia, Primer llibre dels Macabeus 11,50-72. EEDD, 1ª ed. 2011, ISBN: 978-84-9805-468-2, 2194 p. Pg. 1539.

Els soldats, quan hagueren crucificat Jesús van agafar el seu mantell i en feren quatre parts una per a cada soldat, i també prengueren la túnica. Però era sense costura, teixida d'una una sola peça de dalt a baix i es digueren entre ells:

-No l'esquincem; sortegem-la a veure a qui toca

S'havia de complir allò que diu l'Escriptura: Shan repartit entre ells els meus vestits; s'han jugat als daus la meva roba.

AADD. La Bíblia, Evangeli segons Joan, 19,25-42. EEDD, 1ª ed. 2011, ISBN: 978-84-9805-468-2, 2194 p. Pg. 1910.

Una esclava del templo, vestida únicamente con un escueto faldellín, les trajo vasos y tres jarras: una con agua fresca del pozo, otra con zumo de distintas frutas, otra con vino cretenses. La mujer, aunque de piel clara, estaba muy morena, tenía los pezones de un delicado color rojo, olía a aceite y ungüentos y se movía como un bello y escurridizo animal, pero a Solón le resulto más bien perturbadora... Perturbadora del relato de Ahiram.

Gisbert Haefs. Troya. Ed. El País, Madrid, 2005. 512 pp. Pàg. 29.

-¿Imposible? –Ahiram balbuceó entre risas-. ¿Tan imposible como que la corta túnica que tú llamas chitón y consideras una creación helénica fuera llevada hace siglos por mis antepasados y recibiera el nombre de kitun? (Fenícia).

Gisbert Haefs. Troya. Ed. El País, Madrid, 2005. 512 pp. Pàg. 30.

Entonces fue cuando vi ante mí una mujer bellísima vestida con un traje del más sutil lino, de manera que veía sus pechos y sus muslos a través de la tela. Era alta y delgada, sus labios, sus mejillas y sus cejas estaban pintados y me miraba con una curiosidad provocativa.

(pàg. 33)

Por doquier reinaba una nueva inquietud y la indumentaria de la gente era más lujosa y complicada y era imposible distinguir, por los pliegues del traje y la peluca, si era un hombre o una mujer.

Sus mujeres consagran un tiempo infinito a lavarse, depilarse y pintarse el rostro, de manera que no están nunca listas a tiempo, sino que llegan siempre tarde a las invitaciones. No son puntuales ni siquiera en las recepciones del rey y nadie se preocupa de ello. Pero su indumentaria es de lo más sorprendente, porque se visten con trajes muy ceñidos y bordados en oro y plata que les cubren todo el cuerpo, salvo los brazos y el pecho que, quedan desnudos, porque están orgullosas de su bello pecho, tienen también trajes compuestos de centenares de lentejuelas de oro, pulpos, mariposas y la piel aparece por entre ellas. Los cabellos los llevan artísticamente rizados en altos peinados que exigen días enteros de trabajo y los adornan con pequeños sombreros fijados con agujas de oro que parecen flotar sobre sus cabezas como las mariposas al remontar el vuelo. Su talle es elegante y flexible y sus caderas delgadas como las de los muchachos, de manera que los partos son difíciles y hacen todo lo posible por evitarlos, de modo que no es ninguna vergüenza no tener mas que uno o dos hijos y aun ninguno.

(Pàg. 219)

... pero Nefertiti, la gran esposa real, no piensa mas que en sus trajes y en sus modas lascivas. No me creeréis probablemente pero actualmente las mujeres de la Corte se pintan con verde malaquita y llevan trajes abiertos hasta abajo, descubriendo el ombligo.

(...)

Merit tomo la palabra y en tono irónico dijo:

-Es tu boca quien es desvergonzada y no esta moda estival

que es muy agradable y pone en evidencia la belleza de la mujer a condición de que tenga el vientre bonito y bien formado y que una comadrona inexperta no le haya estropeado el ombligo. Hubieras podido perfectamente bajar mas la vista, porque en el lugar idóneo se encuentra una delgada tira de fino lino de manera que el ojo mas piadoso no tiene de que escandalizarse, si se observa el cuidado de hacerse depilar cuidadosamente, como conviene a toda mujer que se respete.

(Pàgs. 286-287)

Cada vez que la veía, mi corazón se regocijaba, y la miraba a menudo, porque era bella de ver y su busto era firme y esbelto y su porte elegante, y no sentía vergüenza de estar desnuda, como las mujeres del pueblo cuando trabajan...

(Pàg. 355)

Mika Waltari. Sinuhé el egipcio. Ed. Círculo de Lectores, Barcelona, 1981. 554 pàgs.

28,6-32 ÈXODE

L'efod

»L'efod l'han de fer de lli ben filat, brodat artísticament amb or, i de llana te­nyida de porpra violeta i vermella i d'escarlata. Anirà subjectat a les espatlles

pels dos extrems amb dos tirants i tindrà un cinyell que formarà part de la mateixa peça; aquest també serà de lli ben filat, d'or, i de llana tenyida de porpra

violeta i vermella i d'escarlata. Pren dues pedres d'ònix i fes-hi gravar els noms de les tribus d'Israel: sis en una pedra i sis en l'altra, per ordre de naixement

dels fills de Jacob. Els noms s'han de gravar com els orfebres graven les pedres precioses. Després fes encastar les dues pedres en muntures d'or i posa-les

damunt els dos tirants de l'efod, com a memorial de les dotze tribus d'Israel. Així, quan Aaron es presentarà davant el Senyor, portarà en els tirants els noms

de les tribus perquè el Senyor tingui present el seu poble . Les dues muntures seran d'or . Fes, a més, dues filigranes d'or pur, trenades en forma de cordó, i

fixa-les a les muntures.

La bossa pectoral

»Fes confeccionar el pectoral del judici artísticament brodat, igual com l'efod, és a dir, amb lli ben filat, or, i llana tenyida de porpra violeta i vermella i

d'escarlata . El pectoral tindrà la forma d'una bossa quadrada, que faci mig pam per costat. Guarneix-lo amb quatre rengles de pedreria: al primer rengle hi

haurà un robí, un topazi i una maragda; al segon, una malaquita, un safir i un diamant; al tercer, un jacint, una àgata i una ametista; al quart, un crisòlit, una

cornalina i un jaspi. Cada pedra anirà encastada en una muntura d'or. En total seran dotze pedres, com són dotze els noms de les tribus d'Isra­el. Cada pedra

portarà el nom d'una de les dotze tribus, gravat tal com els orfe­bres graven un segell. Fes per al pectoral filigranes d'or pur, trenades en forma de cordó. Fes

també dues anelles d'or i posa-les als dos extrems supe­riors de la bossa pectoral. Passa els dos cordons d'or per les dues anelles, ferma els caps dels dos

cordons a les dues muntures i fixa les muntures al davant dels tirants de l'efod. Fes encara dues anelles d'or i posa-les als dos extrems de la part interior de

la bossa pectoral, la que toca l'efod. Fes-ne dues més i fixa-les als dos tirants de l'efod, per baix, al davant, tocant a la seva jun­tura, damunt el cinyell de

l'efod. Que lliguin les anelles de la bossa pectoral a les de l'efod amb un cordó de porpra violeta, de manera que la bossa pectoral quedi sobre el cinyell de

l'efod i no se'n pugui separar. Així, quan Aaron en­trarà al santuari, portarà sobre el pit els noms de les tribus d'Israel gravats al pectoral del judici, perquè el

Senyor tingui sempre present el seu poble. Dintre el pectoral del judici, posa-hi les sorts sagrades dels urim i tummim, perquè Aaron les porti sempre sobre

el pit quan es presenti davant el Senyor. Així portarà constantment davant el Senyor els litigis dels israelites.

El mantellet

»El mantellet que va al damunt de l'efod, fes-lo tot de porpra violeta. Al centre tindrà una obertura per a passar-hi el cap, amb una vora tot al voltant, teixida

com l'obertura d'una cuirassa, perquè no s'esquinci. A la vora inferior, broda-hi magranes de llana tenyida de porpra violeta i vermella i d'escarlata, i

entremig posa-hi picarols d'or, alternant un picarol d'or i una magrana, se­guint tota la vora del mantellet. Aaron se'l posarà quan hagi d'oficiar. Així, quan

entri al santuari a la presència del Senyor i quan en surti, se sentirà el dring dels picarols, i no morirà.

AADD. La Bíblia. Editors diversos, Barcelona, 2011. ISBN: 978-84-9805-468-2. 2.194 pàgs. Pàgs. 120-121.

22,3-24 DEUTERONOMI

Prescripcions diverses

»Una dona no ha de portar vestits d'home, ni un home vestits de dona: el Senyor, el teu Déu, detesta els qui es comporten així.

AADD. La Bíblia. Editors diversos, Barcelona, 2011. ISBN: 978-84-9805-468-2. 2.194 pàgs. Pàgs. 272.

15,8-16,21 EZEQUIEL

Jerusalem s'ha prostituït

(...) Passant de nou vora teu et vaig mirar: tenies l'edat de l'amor. Aleshores vaig estendre el meu mantell damunt teu i vaig cobrir la teva nuesa. Et vaig

jurar fidelitat, vaig fer una aliança amb tu, i vas ser meva. Ho dic jo, el Senyor Déu. Et vaig banyar, vaig netejar-te la sang que et cobria i et vaig ungir

amb oli perfumat. Després et vaig posar un vestit brodat, unes sandàlies de pell fina, una faixa de lli i un mantell de seda. Et vaig engalanar amb joiells:

braçalets, un collaret, arracades, un anell al nas i una diadema magnífica al front. Vas quedar engalanada amb or i plata i vestida de lli, de seda i de teles

brodades. T'alimentaves amb flor de farina, mel i oli; et tornares d'allò més bella i vas arribar a la reialesa. Llavors la fama de la teva bellesa escampar

entre les nacions: eres perfecta, tenies l'esplendor amb què jo t'havia adornat. Ho dic jo, el Senyor Déu. '

»Però vas confiar en la teva bellesa i, valent-te de la teva anomenada et prostituïres oferint-te al primer que passava, dient-li: 'Tot és per a tu!' Vas agafar

les teves boniques teles, te'n vas fer tendes de molts colors en els recintes sagrats i t'hi vas prostituir. Mai de la vida no havia de passar res de semblant De

les joies precioses d'or i plata que jo t'havia donat, te'n vas fer imatges de déus amb les quals tu mateixa et prostituïes. Les vas cobrir amb elss teus vestits

brodats i els oferies l'oli i l'encens que jo t'havia donat. La flor de farina, l'oli i la mel amb què jo t'alimentava, els presentares a aquelles imatges com a

ofrena agradable. Això és el que vas fer! Ho dic jo, el Senyor Déu.

AADD. La Bíblia. Editors diversos, Barcelona, 2011. ISBN: 978-84-9805-468-2. 2.194 pàgs. Pàg. 796.

NAHUM 2,4-14

Nínive, assaltada i saquejada

Són rojos els escuts dels assaltants,

són escarlata els vestits dels seus valents.

AADD. La Bíblia. Editors diversos, Barcelona, 2011. ISBN: 978-84-9805-468.

ANEU A LA PÀGINA SEGÜENT: 3. GRÈCIA >>>>

ara, no existia. Però sí que es poden distingir ti­pus de vestits, de perfums o de joies que es duien en èpoques -de vegades, centenars d'anys- de­terminades.

La roba de lli era molt apreciada, entre altres coses per la seva transparència. Malgrat que els egipcis veien pit i cuixa en els seus carrers amb molta més facilitat que no ho fem en els nostres, el cert és que valoraven la in­sinuació i la visió velada dels cossos nus, tant com ho va­lorem ara en el segle XXI. I mirin si no un poe­ma que només té uns 4.000 anys d'antiguitat: "El meu desig és baixar al riu i banyar-me da­vant teu per mostrar-te així la meva bellesa. Amb una túnica de lli superior, que estarà im­pregnada de càmfora". No sé si era un home o una dona qui va escriure el poema, però aquell a qui anava dirigit segur que es va ficar de cap al Nil, darrere el o la poeta.

L'exposició t'explica això i moltes altres co­ses, i totes il·lustrades amb objectes antics. Com és natural, s'han conservat pocs vestits d'aquell temps. Però, en canvi, els dibuixos ens perme­ten recuperar com eren aquelles robes i san­dàlies. Per exemple, la faldilla curta que duien els pagesos com a únic vestit. O, en altres mo­ments, la faldilla llarga que es lligava sota del pit, indicada sobretot per als homes als quals la panxa se'ls havia fet voluminosa.

En les dones el que es duia era una túnica, sovint una mica trans­parent, lligada amb unes ti­res al coll i que deixaven a l'aire un pit o, de vegades, tots dos. Desconec l'ero­tisme dels pits en l'antic Egipte, però que aques­ta indumentària tenia un què, és innega­ble. Ah, i les dones també es tatuaven

al voltant dels malucs i als braços, com avui ...

A l'exposició també s'explica com es maquillaven i perfu­maven. Es posaven olis per­fumats, cosa natural tenint en compte el clima del de­sert. També es maquillaven la cara, i sobretot els ulls, amb aquelles línies negres fetes amb l'alcofoll, un derivat del plom que feia una mira­da penetrant. I tot això, ho he après en un matí en una exposició de moda. Perquè vegin que no s'ha de tenir prejudicis ...