Intertextualidad, collage e imaginario en Carmen Michelena
Por Abdel Hernández San Juan
En un mundo regido por los mass medias con su mediatización satelital, diferida o remediacional de la cultura, la publicidad, con sus imágenes persuasivas, y las tecnologías digitales cristalizadoras del tiempo, la percepción y el espacio, donde el fragmento rige por sobre un sentido del todo, bien se lo vea optimistamente en un sentido aun lúdicro, relacional, interactivo, aleatorista o de apertura cosmovisiva a la incertidumbre, la subjetividad ante el universo, como en John Cage, o bien en se lo vea en sentido negativo, como una crítica a la fragmentación del sujeto y la subjetividad en la cultura del consumo, el collage trae al primer plano la relación entre esos fragmentos, y explícita cómo no siempre los elementos en juego guardan entre sí una relación endógena, necesaria, o de mutua inclusión, sino que derivan de coincidencias inmotivadas, a veces casuales, azarosas o anacrónicas, donde las partes, iconos, imágenes u objetos fragmentarios puestos en relación, aunque los vemos juntos, resultan entre sí exteriores.
Nuestras impresiones sensoriales fragmentadas de la metrópolis, por ejemplo, o el tráfico, el ruido o la densidad interactiva de la urbe iconográfica, las velocidades convivenciales de fragmentos visuales en los servidores digitales multimedializados, resultantes de algoritmos, son sólo algunos ejemplos de esa coexistencia azarosa de fragmentos visuales que nos circundan. Solo el collage explica tal coexistencia en un mismo campo visual, encuadre, enfoque, recuadro o alcance visual de imágenes dispares a nuestra mirada.
La obra visual de la artista venezolana de origen español Carmen Michelena explicita la conciencia de estas cosas antes dichas. Algo en ellas juega con esa desmitificación del origen uno e indivisible de la imagen singular e irrepetible, de esa desacralización de nuestro otrora sentido originario o primigenio de la artesanía identitaria de la imagen y lo iconográfico, de aquella unicidad de la imagen única, identitaria. Con el advenimiento mismo de la reproducción impresa y la fotografía, tales parámetros fueron relativizados.
De hecho, la asunción del collage como técnica visual principal implica también la relativización de la idea del autor entendido como un creador ex-nihilo, hecho a la imagen de dios en tanto creador increado, es decir, como aquel que trae a la forma algo desde el fondo oscuro y primigenio de una inspiración irrepetible, o bien da forma desde la nada –una materia informe, por ejemplo, barro, pigmentos, etc., a una forma singular, para redimir en su lugar la idea del artista como un recolector de códigos y textos que son idos a buscar en la cultura allí afuera tal cual como nos vienen predados en archivos, bibliotecas, colecciones, memorias, inventarios, revistas, la ciudad, los medias o los websides.
Relacionista de imágenes del mundo, el artista del collage remeda el universo de la cultura visual que tiene a la mano o a disposición, es, en palabras de Frederick Jameson, un “espectáculo de disponibilidad”, que define a la condición posmoderna del creador.
Pero la obra visual de Carmen Michelena nos invita también y sobre todo a pensar cómo en las urdimbres más intrincadas del collage, allí donde su anudan sus inflexiones más finas y a veces inaccesibles, en sus bisagras, en sus articulaciones menos explicitas, hallamos fascinantes relaciones entre collage, intertextualidad e imaginario.
Realizando sus obras con la meticulosidad del orfebre, o bien a la manera del artesano de reliquias, del restaurador de antigüedades o con la curiosidad inferencialista del arqueólogo que busca indicios de cultura en intrincados signos, las obras de Carmen Michelena son cuidadosas y muy refinadas rearticulaciones de tipos de imágenes en las que leemos aun vestigios de usanzas, de costumbrismos, bien sea por medio de universos reconocibles de lo cotidiano, bien por la remitencia a estilos de épocas, bien mediante alusiones al corpus literario de ciertas tradiciones escritas u orales que han devenido imaginarios, como, por ejemplo, los cuentos tradicionales infantiles basados en la escritura que eran ilustrados en libros teatralizados mediante páginas escenografiadas en tres dimensiones, o bien la imaginería visual de ciertos objetos atávicos en la memoria familiar como los relojes antiguos, o ciertos bricollages de tradición artesanal ligados a cuentos e historias de la memoria oral.
Carmen consigue evocar cómo allí donde en el collage todo parece extrínseco y azaroso se pueden hallar legibilidades, lecturas, posibles interpretaciones, sobre todo si, enfocando la mirada, nos percatamos de ciertas ilaciones que el principio del collage propicia en sentido intertextual sobre ricas y complejas relaciones entre lenguaje, género del discurso y cultura.
Un collage, de hecho, no es después de todo, otra cosa que una puesta en relación de formas textuales o texto/visuales cuando se trata de iconos o formas para el ojo.
Pero al mismo tiempo la obra visual de Carmen Michelena explora un cierto entrar y salir del alto arte o las bellas artes en que se desarrollan sus obras, y determinadas expresiones del folklore o la cultura asi llamada popular si vemos lo anterior de nuevo pero en una nueva perspectiva. Algunas veces, a tenor de ciertas piezas, parece que ocurre como en el jazz cuando el músico sale de la redundancia principal que marca la estructura temática de la pieza para comentar otros géneros musicales que no son jazz como si entrara y saliera de este último para comentar, o citar, otros códigos genéricos musicales, como el guaguancó, la salsa, la rumba, la guaracha, el tango, la cumbia, la gaita, etc., regresando luego al jazz como si citara desde este, si bien Carmen lo hace en modos en que no siempre podemos distinguir el texto que comenta y aquel comentado.
Así, desde la elaboración informada en sentido experimentalista que rige en el arte visual de Carmen y que el collage mismo supone, sus nexos por ejemplo con el fotomontaje, la yuxtaposición y la superposición desde el dadaísmo hasta el pop, ella comenta, sugiere, evoca, ademanes de la imagen, modos visuales, estilos presentacionales, modos teatralizados de mostrar las siluetas, formas artesanales de tratar la cocina elaborada de la pieza que remiten a tradiciones bien literarias o bien de la memoria oral algunas de las cuales han sobrevivido en el imaginario cultural contemporáneo por medio de cuentos orales de la familia que han devenido imaginarios, los cuentos para dormir de las abuelitas, las bisabuelas o tatarabuelas, los cuentos de cuna, o bien por medio de géneros televisivos, radiales o cinematográficos que se han afectivizado desde el espacio doméstico o el sentido del hogar, o simplemente mediante libros de otrora, llegando algunas de sus obras, sobre toda entre las más recientes, como por ejemplo, una que prepara actualmente con objetos, y pertenencias de su madre y su abuela, a adquirir un sentido autobiográfico que no deja de percibirse también en el modo intimo como ella trata cada elementos en todas sus obras, pero donde lo biográfico individual en toda su intimidad interpersonal, se torna entonces universalmente antropológico, es decir, donde la experiencia es un vehículo para la compresión cultural.
Estos modos de Carmen Michelena me recuerdan, por la remitencia a lo cultural desde lo personal autobiográfico a la artista de Houston María Cristina Jadik, y por las formas de vincular collage, intextualidad e imaginario a la artista también de Houston, Surpik Angelini, en la primera se trata de la relación entre performance y memoria cultural, en la otra se trata de un sentido junguiano que da actualidad al mundo griego hoy, se trata como en Carmen, aunque con otro sesgo y acentos, de la relación entre collage, intertextualidad e imaginario, .
Para elucidar lo antes dicho es requerido no sólo asir o captar que las obras visuales de Carmen Michelena son en su mayoría collages sino más allá alcanzar cómo ella transforma el collage en motivo de una exploración en la memoria cultural de la imagen, donde este es un medio más que en una finalidad en sí misma.
No es de hecho la primera vez que me veo llevado por la obra de un artista visual a relacionar las nociones de intertextualidad, collage e imaginario, tres conceptos que no parecieran en principio vinculados uno al otro por relaciones intrínsecas o de necesidad, pero si es, sin embargo, una de las pocas. Las obras plásticas de Carmen Michelena elaboran y proponen una conjunción única de estas nociones a la vez original y compleja.
Por un lado su arte nos invita a pensar si acaso la noción misma de collage no presuponía ya, desde sus primeras expresiones cuando adquirió forma por allá por los sesentas entre artistas del pop y otros más abstractos como Mimo Rotela, una cierta dosis de intertextualidad, remedar textos visuales que son idos a buscar allá en la cultura tal cual como eran, tomados de revistas, publicidades, restos, remanentes, recortes, fragmentos, para conformar con ellos un nuevo todo o composición, no es acaso también un modo de poner en relación formas texto/visuales entre sí, intertextualmente?.
Si bien es cierto que un collage, sin un alto nivel de selectividad de las imágenes escogidas y de la intencionalidad de la nueva yuxtaposición creada, puede en ocasiones resultar anacrónico por azarosas o espontáneas que esas relaciones entre textos visuales pueden resultar, alejándose así de un cierto orden que distinga que textos autónomos son luego puestos en relación intertextual, también es cierto que incluso azaroso o anacrónico un collage siempre ilustra la exterioridad de dos o más autonomías iconográficas que ya traían ella cada una su forma predada puestas luego en relación por el artista autor de ese collage, intertextualmente.
En la obra visual de Carmen Michelena, sin embargo, se va mucho más allá de esta podríamos llamarle así “intertextualidad implícita” al collage pero exprofesa.
Antes bien ella da con esa relación y el modo suyo en que la ausculta, realiza sus pesquisas, explora y articula el collage, hace de su intertextualidad implícita un discurso explicito, la torna visible y explicita, la trae al primer plano. Pero lo fascinante en Carmen Michelena es que no se trata meramente de remedar formas texto/visuales encontradas según la forma predada que tenían o de ponerlas en relación en modos más o menos intencionales o anacrónicos, sino de que, por un lado, muchas de sus imágenes son idas a buscar según un universo, mundo o composición de sentidos, significados y evocaciones que ella está concibiendo, explorando, hallando, o bien escogidas según una pesquisa heurística, indagación que trae consigo preguntas y búsquedas propias.
Muchas veces en la obra visual de Carmen Michelena la relación entre collage, intertextualidad e imaginario se traman, se tejen, se indexan, se retroalimentan, dialogan, se enriquecen, se echan luz mutua una sobre la otra, llegando uno a quedar persuadido a la posibilidad de ciertos itinerarios para leer el collage según la intertextualidad, y a está última según aquel.
Por otro lado, los resultados que Carmen obtiene de esa mutua iluminación, terminan ofreciéndonos una lectura ordenada de un cierto imaginario con sus imaginerías visuales. Este es un asunto fascinante. Que el imaginario está preestructurado simbólicamente, como nos lo hace notar el filosofo analítico Alberto Méndez Suarez, lo sabemos desde Lacan, Levis Strauss, de hecho, trató de dar con una cierta estructuralidad del mito, más sin embargo, no se trata en Carmen de una remitencia psicoanalítica a impulsos libidinales o inconscientes que reduzcan nociones como imaginario o mitología a relaciones primarias con la pulsión, el deseo o la transgresión psicológica en un caso o relacionada al parentesco o el linaje en otras, se trata antes bien con Carmen de hallar ordenes que intertextualmente explicitan nexos entre estabilidades genéricas del discurso, e imaginarios los cuales, como de otro modo lo hace Surpik Angelini, respecto al pasado griego, nos explicitan la vigencia en el imaginario contemporáneo de ciertos tipos de fábulas, de relaciones estrechas entre narrativas literarias y orales tales como el contar algo teatralizado y nuestro sentido contemporáneo de la imagen.
Algunas de las obras de Carmen Michelena, de hecho, en esa pesquisa que escudriña las relaciones entre intertextualidad y collage, en esa labor casi de restauradora de reliquias, devienen ellas mismas en inventividades o reinvenciones donde se explora un paso liminal entre la pesquisa que memoriza evocando reliquias antiguas, lo extinto o aquello que nos evoca nostálgicamente objetos de valor en extinción, atavismos arcaicos de la cultura visual, y el componer mundos o universos de hoy nuevos, movidos por un cierto cinema atávico, pero surgidos de esa copulación entre lo altamente singularizado de una elaboración propia y el hecho de que lo hace a través del tráfico visual de la imagen tratada como objeto encontrado, como fragmentos icónicos de un universo actual de visualidades fractalizadas.
Como he dicho en otra parte el eclecticismo a que está usualmente asociado el posmodernismo visual está estrechamente relacionado a la necesidad de desaturar los códigos que agotaron nuestro sentido de lo nuevo, para entre ellos, considerados culturalmente, reinventarnos o volver a hallar otro sentido de lo original. Ella no sólo comenta, cita, alude, evoca el universo de los libros de otrora, aquellos cuentos infantiles de paginas duras llenas de escenografías, sino que sus piezas mismas muchas de ellas devienen entonces también en libros de artista, es decir, se despliegan y se vuelven objetos de arte cual objetos como reliquias inventivas, donde no distinguimos ya entre la obra como objeto o artefacto simbólico a ser mostrado y el mostrante o espacio neutral que lo presenta, sino que la obra misma explora ella en su coseidad matérica, en su despliegue escénico, el mostrante que la muestra, no en balde muchas piezas de Carmen se sostienen solas, como los objetos que se paran sobre su propia base, o sobre sus columnas, son ellas mismas formas del mostrar que han devenido objeto, es como si la vitrina, que por lo general muestra algo, deviniera ella misma en lo mostrado, o como si la relación entre lo que muestra la obra y la obra mostrada se transformaran mutualmente desde el proceso creativo mismo, deviniendo las piezas, en bricollages autónomos.
Algunas obras de Carmen Michelena son como libros, algo que nos remite, como lo discutió en su libro El Siglo de los Libros de Artista Johanna Drunker, otras parecen guardar algo de relación entre el objeto funcional, por ejemplo, y el objeto utilizado para decorar o estetizar el hogar,
Hay de hecho, cierta relación entre la intangibilidad de nuestro sentido contemporáneo del imaginario y las formas como las culturas se reinventan, Deleuze decía que el sujeto no es otra cosa que una reinvención continua, incluso allí donde está predado, el sujeto y la subjetividad no son otra cosa que relaciones entre la creencia y la invención.
Carmen Michelena es, sin dudas, una de las artistas visuales más interesantes y significativas cuya obra visual he conocido en las últimas décadas.
Bibliografía
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