Voz de mujer

Los pleitos como fuente de información

La necesidad jurídica de recoger a través de la escritura todo lo acontecido en un juicio ha hecho posible el acceso a la voz de personas que, de otro modo, nunca hubiéramos podido escuchar. Entre ellas, se recupera la de aquellas mujeres que en algún momento presentaron una demanda ante un juez o un alcalde ordinario o de las que, por una acusación, debieron dar cuenta a la justicia o fueron requeridas como testigos de una u otra parte para relatar su versión de los hechos.

Por este motivo, los procesos judiciales, mediante los textos que recogen la demanda, las declaraciones de los testigos de querellantes y querellados y la defensa del acusado, se han convertido en la mayor fuente de información sobre vidas y palabras cuya individualidad se diluía entre el grupo común.

La injuria como delito

En las sociedades de los siglos XVI al XIX fueron habituales las denuncias por injuria, en parte porque el daño infligido al injuriado suponía un grave perjuicio en relación con su crédito social, por lo que este se veía obligado a que se le devolviera públicamente su honor mancillado, en parte porque la verdad del agravio podría suponer la comisión de un delito y el consiguiente castigo para el ofendido. Para deshacer la ofensa y devolver el honor perdido, esto es, para convertir el insulto en un delito, debía probarse que el agresor actuaba con ánimo de injuriar («animus iniuriandi»), que el agravio se había cometido públicamente como un atentado contra su fama («en presencia de muchas personas»), y que el agraviado no era, en absoluto, merecedor de tales palabras de insulto («mujer de buena vida, fama y conversación»).

Los «pecados de lengua»

Para probar el delito era necesario presentar a las personas que lo cometían como «superbas e vezeras a delinquir e injuriar e ofender con palabras y obras a otras personas», lo que, en el caso de la mujeres, suponía cometer los «pecados de lengua» que las alejaban del ideal establecido al que debían aspirar. En el dibujo de este ideal femenino, los manuales de cortesía prescribían en la mujer el rechazo por las palabras y expresiones vulgares, que no molestaban, en cambio, como parte natural del comportamiento lingüístico masculino.

Las mujeres debían luchar contra esos «pecados» porque, además, al decir de los tratadistas de la época, eran especialmente proclives a cometerlos; se forjó de este modo el estereotipo de mujer parlera y deslenguada, «de muy mala lengua, que murmura y habla muy mal de cualesquiera personas, deshonrrándolas y publicando cosas contrarias a la buena reputación de ellas». En el sexo femenino parecerá bien el habla agraciada, ajena a las malas palabras, acompañada de una voz de «tono suave, delgado, amoroso, que regale el oído y se pegue al corazón», que no suene «varonil, bronca, ni recia que descalabre».

En los pleitos por injurias se oyen, sin embargo, las voces de esas mujeres comunes, que, lejos de este ideal femenino, quebrantaban los principios de la cortesía haciendo uso de «palabras torpes y villanas». Lo mismo que los hombres preferían insultar a otros hombres, tal vez porque los códigos de cortesía impedían tales intercambios verbales con las mujeres, también estas escogían normalmente a su mismo sexo como blanco de sus ofensas, y, aunque en ocasiones llegaban a las manos, se sentían más cómodas en el manejo de la palabra que en el de la acción.

Los otros pecados femeninos

La injuria causaba daño porque presuponía en el injuriado la ruptura de un código moral. Las palabras utilizadas como insulto no eran más que la designación de los vicios reprobados socialmente. Entre el género femenino, el mayor pecado era la deshonestidad, que se nombraba con palabras precisas y con otras que, empleadas en principio para otro fin («bellaca, mala mujer, tunanta»), terminaban por señalar siempre la misma condición. A su lado, brujas, pordioseras, borrachas, alcahuetas, sucias, ociosas, desocupadas y aficionadas a la vida licenciosa, completaban la nómina de los pecados especialmente censurables en las mujeres.