Cuando Alejandro llegó al trono tenía 20 años. Le aconsejaron ser cauteloso. Sin embargo, Alejandro decidió reconquistar Tebas en una serie de maniobras relámpago. Marchó luego contra los atenienses que, temerosos de su venganza, imploraron perdón y pidieron ser admitidos de nuevo en la liga. Alejandro cedió a su deseo.
Su siguiente paso fue más extraño y audaz; en vez de consolidar sus victorias, se propuso lanzar una cruzada contra el imperio persa, el gran enemigo de los griegos.
En su primer encuentro los griegos vencen a los persas (Batalla del Gránico). No obstante Alejandro en lugar de lanzarse para consolidar su victoria, decide llevar su ejército de 35 mil griegos hacia la costa del Asia Menor, liberando a las ciudades locales del dominio persa. Después llegó hasta Egipto, derrotando la débil guarnición persa de ahí.
Los egipcios detestaban a sus gobernantes persas y recibieron a Alejandro como su libertador. Éste pudo usar entonces las vastas bodegas de granos de los egipcios para alimentar al ejército griego y para ayudar a mantener estable la economía griega, mientras privaba a Persia de valiosos recursos.
Mientras recorría el Asia Menor y después la costa de Fenicia, simplemente capturó los principales puertos de Pesia, volviendo así inútil la armada de esta nación.
El rey persa, Darío, concentraba sus fuerzas al este del río Tigris, esperando con calma a que Alejandro cruzara ese río.
Mientras tanto Alejandro decidió consolidar su presencia política en los territorios conquistados, tratando de ver cómo gobernar mejor esas regiones. Decidió apoyarse en el sistema persa ya existente, manteniendo los mismos títulos de los puestos de la burocracia gubernamental, recolectando el mismo tributo que Darío había recaudado. Solo cambió los aspectos severos e impopulares del régimen persa. Pronto corrió la noticia de su generosidad y gentileza con sus nuevos súbditos.
Una ciudad tras otra se rendían a los griegos sin batalla, gustosas de formar parte del creciente imperio de Alejandro, que trascendía Grecia y Persia. Él era el factor unificador, el benevolente dios vigilante. Finalmente, en 331 a. C., Alejandro marchó contra la principal fuerza persa en Arabela.
La victoria de Alejandro en Arabela sólo confirmó militarmente lo que él había logrado meses atrás: que gobernaba el antes poderoso imperio persa. Cumpliendo la profecía de su madre, controlaba casi todo el mundo conocido.
Apunte preparado por Ricardo Jiménez Aguado (donpepeaguado@gmail.com).
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