No se cuantos años llevamos realizando esta marcha de bici, posiblemente más de dieciséis y creo que sin interrupción. El grupo de participantes ha tenido variaciones de un año a otro, la media puede estar en unos ocho. Aunque los que nos juntamos en el Mesón de Manrique a dar cuenta de sus exquisitos corderos asados, somos más de veinte, ya que los no ciclistas hacen andando la senda que va de la Ermita de La vega (Requijada) a la Plaza de Pedraza.
El domingo 3 de junio fue el día elegido para esta "aventura". Quedamos a las 9h en el ya tradicional punto de encuentro de la Fuente del Tío Pintao de San Lorenzo, de Segovia capital.
Este año el cielo estaba cubierto de nubes altas y la temperatura no era muy elevada, pero no hacía frío. El grupo lo componía Susana, Toya, Kike, Juán Diego, José Angel, Pifo, Manolo, Valeriano y Pedro, total ocho valeros@s ciclistas.
No hubo retrasos y comenzamos a rodar a las las nueve y media. La primera cuesta, ¡y qué cuesta!, nada más dejar la Fuente del Tío Pintao y cruzar el río Ciguiñuela. El sendero que conduce al Sotillo se empinó y hubo que emplearse hasta salvar la "tachuela". Es un tramo de medio kilómetro, pero de lo más exigente, el camino cuesta distinguirle, hay mucha hierba y avena loca, que este año no estaba muy alta afortunadamente. Llegamos a las primeras casas de la urbanización, ¡Antonioooooo, Antoniooooooooo! y por fin Antonio al cabo de unos minutos abrió la ventana de su habitación y con una alegre sonrisa nos saludo, como todos los años nos deseo buena ruta. Esto de saludar a Antonio, cuando pasamos por el Sotillo, se ha convertido en una tradición (este año creo que le despertamos).
El camino de tierra ¡por supuesto! pasa por las canteras ya abandonadas junto a la carretera de circunvalación de Segovia. A partir de aquí sólo tendríamos campo. Pedaleamos un par de kilómetros por la margen derecha de Río Ciguiñuela, este año llevaba poco agua, sus orillas eran un jardín, los fresnos con un verde intenso en sus hojas, las zarzas y los rosales en flor, era todo un espectáculo. Vadeamos el arroyo por un rústico puente formado por una gran "laja" de granito. Ya quedaba poco para la primera parada, un rodar relajante y cómodo por una bella pradera, con algunas vacas, sortear un par de "porteras" y a descansar.
Estabamos en Cabanillas, una pequeña aldea perteneciente a Torrecaballeros, pero con mucho "sabor" pastoril, no en vano posee el único rancho de esquileo que se conserva intacto, de los muchos que daban servicio a la actividad ovejera que se desarrollaba en la Gran Ruta Ganadera de la Cañada Real Soriana Occidental, que a su paso por la provincia de Segovia se denomina Cañada de la Vera de la Sierra. Bebimos agua y algún fruto seco.
¡En marcha!. Sin dejar de subir, pero muy tendídamente, recorrimos el "cordel" que une Cabanillas con la Cañada de la Vera de la Sierra. Aparecen las primeras matas de cantueso, que serían las plantas protagonistas de la excursión. Estaban en flor y su olor junto con el del abundantísimo tomillo hacía que nuestra sudoración, ¡porque sudar, sudamos!, pareciera "Lavanda Inglesa de Gal" (¿a lo mejor me he pasado?), ¡bueno, pero olía muy bien!.
En la Cañada se incorporó Juán Diego, que inició el recorrido en Palazuelos. El pedalear por este tramo es muy gratificante, es entretenido, hay muchos pequeños "subibajas", el firme es desigual pero seguro, se atraviesan muchos pequeños arroyos e incluso algún aventurero, Pifo, no se bajó de la bici para cruzar el Río Pirón, que éste si llevaba agua. Hay trozos, que otros años, estaban como las selvas de Tanzania-Borundi, este día eran más transitables.
Llegamos a Sotosalbos. ¡Qué bonita es la Plaza de Sotosalbos!. Si la marcha se acabara aquí, también habría merecido la pena. El románico de nuestra provincia es maravilloso, y la iglesia de este pueblo una de sus joyas. Si alguno de los que lea este "cuento" no conoce este lugar, que deje todo lo que esté haciendo y corra a visitarlo. Aquí repusimos fuerzas más en serio; fruta, chocolate, galletas, llenamos los botes de agua.
Ahora un par de kilómetros hasta llegar a Pelayos del Arroyo. Nos cruzamos con los del Club ciclista de la Biela, un sonoro saludo ¡Goyitaaaa!, ¡Juliooo!. Había más conocidos, pero éstos son como de la familia. Pasar por el pueblo fue rápido, es pequeño. De él sale una pista de arena que atraviesa su hermoso soto, fresnos, robles, gamones en flor (la vara de San José), mejorana y toda clase de plantas aromáticas. ¡Cómo no vamos a sudar colonia!.
La bajada hasta Santiuste de Pedraza la hicimos con precaución, hasta un kilómetro antes de llegar, el camino está muy descarnado, con arena y piedras, pero merece la pena el descenso, atraviesa una gran extensión de matas de jara o estepa, que esos momentos estaban en flor, al ser su pétalos blancos y sus estambres amarillos, da la sensación de que en sus ramas están colgando pequeños "huevos fritos" . Del pueblo se sale a través una enorme dehesa en la que no es difícil ver pastar burros, especie animal que tiende a ser "exótica" por su escasa población.
Último pueblo antes de llegar a nuestro destino, Requijada, es pequeño, no tiene ni ayuntamiento, pero si una iglesia románica que aunque pobre en sus materiales de construcción, tiene un "sabor" rural encantador. Los cuatro kilómetros hasta nuestra próxima parada, los haríamos por un estrecha carretera con un asfalto bastante aceptable y disfrutando de dos kilómetros de descenso, que seguro muchos de nosotros asociamos a la sensación de velocidad que también sentimos y disfrutamos cuando bajamos esquiando. Todos los ciclistas de esta aventura, menos uno, somos esquiadores.
Se terminó el asfalto, ¡Ermita de la Vega!. En medio de la nada, en lo profundo de un verde y frondoso valle hay una bellísima ermita. Tiene un extraordinario atrio, muy característico del románico segoviano. En este lugar es donde comienzan la ruta los que, ese mismo día, fueron andando a Pedraza.
En la ermita nos reagrupamos, Jose Angel en este punto abandono, antes de Requijada tuvo una caída y aunque a él no le pasó nada, la rueda de alante la dejó como un "ocho". Siguiendo un camino unos cuatrocientos metros llegamos al Río Cega. En esa ocasión su caudal no era excesivo, otros años fue toda una aventura vadearle. Toya, Kike, Pifo, Artalejo y yo, nos costará olvidar aquel 13 de junio de 2010. En esta ocasión no tuvimos problemas, para evitar sufrimientos llevábamos zapatillas de agua. Sólo Pifo arriesgó a cruzar montado en su bici y......tuvo que salir nadando a "cuchillo".
Una vez cruzado el Cega, vino la parte más espectacular, quince minutos empujando la bici por un empinado camino muy incómodo lleno de piedras, pero que transcurre por un bosque de enebros bellísimo, muchos dicen que son sabinas, y a lo mejor lo son, pero yo, como la gente del lugar,siempre diré que son enebros. Una vez que el terreno te permite montar en la bici, es todo un disfrute, la senda es divertida, algo trialera, nada peligrosa. Al cabo de veinte minutos llegamos a una despejada pradera en la que hay numerosos establos y en esta ocasión muchas vacas. También hay dos porterías de futbol, ¡no se si alguna vez se habrá jugado en ellas algún partido!. A nosotros nos sirven de marco para hacernos una foto con la Villa de Pedraza al fondo.
Ya tenemos el final de la "aventura" a alcance de la mano. Susana, Toya y yo, a través de un camino ganadero y en un corto recorrido, llegamos a una carretera local provincial, siguiéndola dos kilometros, en tendida subida, alcanzaríamos la Puerta de la muralla de Pedraza, fin de la etapa. Valeriano, Pifo, Manolo, Juan Diego y Kike, afrontaron el reto de llegar al mismo punto que nosotros tres, a través de un "cuestón" de doscientos metros, que está al alcance de muy pocos el subirle sin echar pie a tierra. Para los cinco un ¡bravísimo!, pero la "corona de laurel" este año fue para Kike.
Pedaleando por las empedradas calles medievales de Pedraza fuimos a saciar nuestra sed, a base de cervezas, al bar más antiguo y auténtico de Segovia (año 1750, los dueños son descendientes de los primeros propietarios ), está en la plaza del pueblo, allí nos esperaban los andariegos, que nos recibieron con un cariñoso aplauso. Unos cuantos botellines, sentados a la puerta del establecimiento, fue toda una delicia contemplando sus encantadoras arcadas.
¡A por el asado!. Cuando se entra en el Mesón de Manrique, es entrar en un edificio del siglo XVII, el comedor sin decoración, paredes blancas, el techo de vigas de madera, el suelo de toscas baldosas de barro, las mesas corridas de simple carpintería de madera, para sentarse bancos también de madera, una gran chimenea castellana, en el fondo el horno de leña, todo muy sencillo y muy auténtico. Como dicen ahora "con mucho sabor". El cordero esta en su punto, le devoramos; acompañado de ensalada y para beber vino con gaseosa, fue suficiente para dejar el estómago satisfecho. La sobremesa sirvió para comentar las pequeñas incidencias de la marcha, tanto de los ciclistas como de los andariegos.
Toya, Kike, Valeriano y yo, no debíamos estar hartos de pedalear y todavía nos "apretamos" veinte kilómetros después de comer. Desde Pedraza hasta Sotosalbos, esta vez por carretera, algo más cómodo pero hubo que superar, con la tripa llena, la subida desde Torreval a La Salceda. El mérito de este esfuerzo extra y por lo tanto "la medalla de oro" hay que dársela a Toya. Resistió como una campeona el "cuestón".
El acogedor bar de la plaza de Sotosalbo, rústico donde los haya, fue el lugar donde nos reunímos para despedir esta magnífica jornada deportiva, degustando unos estupendos mojitos y cubatas.
En 2013, otra vez.