Informe PISA y clases sociales

Informe PISA y clases sociales

Los comentarios que han aparecido en los medios de comunicación sobre la nueva serie de resultados del estudio PISA, el Programa para la Evaluación Internacional de los Alumnos auspiciado por la OCDE, parecen la glosa del medallero olímpico o de la votación de Eurovisión. Unos han hecho correr ríos de tinta sobre la capacidad aritmética de los orientales o los escandinavos. Otros se han enzarzado en indagar cuántas proposiciones pueden vincular «educación de calidad» y «todos y todas». Dejando de lado estas banalidades, se podría defender que algunos de los resultados publicados por el MEC merecerían mayor atención por parte del profesorado que defiende la escuela pública.

En primer lugar, el informe constata «una correspondencia bastante acusada» entre los resultados obtenidos por los países (en el caso de las matemáticas) y su Producto Interior Bruto. El informe asigna a esta correspondencia un índice R2 de ajuste del 43,61%. Este valor se puede interpretar como la proporción de la variación en una variable que queda explicada por su asociación lineal con otra variable. A aquel índice corresponde una correlación lineal (R) de 66,03%, muy próxima al 70% que determinaría, según las distintas tablas que se suelen emplear en ciencias sociales, relaciones muy fuertes o marcadas. Por lo tanto, la conclusión «a mayor nivel de riqueza, mejores resultados académicos» viene decididamente subrayada por el Informe. No se encuentran predisposiciones étnicas, sino simplemente factores económicos.

Una simple observación de los valores de los diversos países permite concluir que se alejan de la línea de tendencia (esto es, hacen descender los valores de R y R2) los resultados de países como Brasil, México o EEUU, donde el PIB no es una medida adecuada del desarrollo humano de sus sociedades. Para corregir estos efectos, el estudio PISA calcula un «índice de estatus socio-económico» interno, donde se tienen en cuenta factores como el nivel de estudios de los padres, el prestigio de sus profesiones, los recursos educativos, el número de libros, etc. En este caso volvemos a encontrar una «correspondencia acusada», con valores de R2 de 51,18 y, consecuentemente, de R de 71,54. Si el rendimiento se vincula con la riqueza y con el estatus socio-económico, se podrían sintetizar las conclusiones anteriores con una fórmula clásica: el rendimiento se relaciona con la clase social de manera muy fuerte.

Esta conclusión incluso queda reforzada por otro de los resultados que los autores del informe vienen a reconocer a desgana, aunque se dice que «los resultados educativos suelen también estar en correspondencia con el nivel de inversiones en educación», lo cierto es que rendimientos e inversión pública en educación respecto de PIB, presentan valores de R2 de 12,71, y de R de 35,65, notablemente más bajos que los anteriores. Se pueden suponer varias razones para este resultado bajo. La primera es que, lógicamente, la distribución de la inversión educativa se reflejará de manera muy diferente en los resultados del alumnado de 15 años en sistemas que atienden poblaciones con pirámides demográficas bien distintas y con períodos de escolarización generalizada también heterogéneos. En este sentido, Brasil, Túnez, México o Indonesia se alejan de la tendencia claramente. Una segunda razón se puede encontrar en que las inversiones públicas en educación representan una parte de la inversión total. La otra, la inversión de las familias, está fuertemente marcada por la clase social (como demuestra, por ejemplo, la Encuesta de Presupuestos Familiares). A mayor "privatización", menor peso de la inversión estatal.

Esta última suposición se tiene que relacionar con otra de las consecuencias del Informe, cuya contundencia merece una transcripción literal (incluso que se esculpiera en más de una sala de profesorado de las escuelas públicas): «El estudio PISA 2003 corrobora lo que ya mostró PISA 2000: que el valor añadido educativo de los centros públicos y el de los centros privados es prácticamente el mismo.» E insiste de manera inequívoca: «La diferencia de rendimiento entre centros públicos y privados se debe a la diferencia en el factor socioeconómico y cultural de partida de los alumnos que se escolarizan en cada uno de estos tipos de centro.». Sin comentarios.

Parafraseando la célebre frase de James Carville, consejero de Bill Clinton en su campaña de 1992: ¿Rendimiento de matemáticas? ¿Rendimiento educativo? «It's the social class, stupid!».

Francesc Jesús Hernàndez i Dobon