Durante esta semana que termina, hemos visto como el gobierno ha asimilado la real dimensión de la catástrofe que sufrió nuestro país, y que para enfrentarla, se requiere un complejo y profundo plan de reconstrucción.
De partida, debe haber sido un shock para su sector, asumir el hecho que el estado -tan vilipendiado siempre- a través del gobierno tendrá que intervenir fuertemente para ayudar a los millones de chilenos, a quienes el terremoto les cambió la vida, y que no podrán levantar sus casas o escuelas, solamente en base a “ñeque, esfuerzo y emprendimiento personal”.
Todo esto requiere financiamiento, privado y mayoritariamente público. Las autoridades han estimado este último en unos US$15.000 millones.
Han seguido avanzando, hasta el punto insospechado de abrirse -el ministro de hacienda- a estudiar cosas impensadas para su sector, como aumento de impuestos (y diferenciados!) y aumentar el royalty minero.
Pero hasta ahí llega lo bueno.
Empezaron a surgir múltiples voces -parte importante de la UDI, Buchi, Parisi, Fontaine, etc- que le "recuerdan" al presidente y su gobierno, la matriz ideológica económica, sobre la que basan sus planteamientos políticos para Chile. Otros, con mayor visión de futuro para sus intereses, los grandes empresarios del país, se muestran abiertos a lo que disponga el presidente.
Mientras, Piñera no muestra claridad ni definiciones. En el discurso habla de financiar entre todos la reconstrucción, pero en paralelo encarga estudios a economistas que, en los medios han hablado sin tapujos, por ejemplo de licitarlo todo -incluso las comisarías-, o prolongar la invariabilidad tributaria a las mineras a cambio de una pequeña alza en el royalty, o sea, una nula disposición a cambios con visión de largo plazo.
¿Por qué? ¿solo un dogmatismo extremo?, o ¿el temor a que estas medidas –que serían transitorias en principio- muestren en la práctica, que la inversión extranjera no disminuye, la categoría de riesgo país no cae, y que el empleo no se ve afectado?
Piñera, conciente de todas estas diferencias y pugnas ideológicas al interior de la derecha, busca darse un tiempo para decidir qué hacer en esta encrucijada. Para lo que es la principal urgencia hoy -techo provisorio para los cientos de miles de damnificados- echa mano a la reasignación presupuestaria a nivel país, postergando proyectos sociales, como son la construcción -o mejora- de escuelas, caminos, hospitales. Se agradece acudir en ayuda de la primera urgencia, y los más afectados, pero no vía “desvestir un santo para vestir a otro”. ¿Por qué no acudir a reservas o préstamos para estos primeros pasos –que no alcanzan ni el 1% del costo total- de la reconstrucción?. Los otros pobres pueden seguir esperando, esa es la solución instintiva a la que recurre.
Es en estos momentos de indefinición, donde se debe dar la lucha de ideas, y la izquierda y el progresismo deben ir un paso adelante, saber leer la situación en que está el país y su gente, y proponer como se debe reconstruir el país, y como se financia eso. Lo sucedido hace unas semanas, fue una catastrofe pero también una oportunidad, tanto para la derecha, para profundizar su mirada socioeconómica de país, y para nosotros, para empezar a revertir el proceso de más de 30 años, que nos tiene como unos de los países más ricos, menos “felices” y más desiguales de latinoamérica.
Mauricio Vásquez
Integrante Movimiento Nueva Izquierda