¿Tengo una Madre?
¿Tengo una Madre?
He ahí a tu Madre
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#VirgenMaría #Inmaculada #Madre #Hijos
Jn 19, 25-27
Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a su madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Después dice al discípulo: He ahí a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa.
Madre mía, estás ahí... al pie de la Cruz. No dices nada. Sólo acompañas a Tu Hijo en el sufrimiento. Querrías haberle ahorrado todo eso, sufrir Tú en su lugar. ¡Tanto lo amas! No dices nada porque no puedes, tienes el alma desgarrada. Se han cumplido las palabras de Simeón: “una espada traspasará tu alma”. Madre mía, lo siento.
Juan está junto a Ti. Luego, la última “sorpresa” de Jesús: el gran regalo de la historia... un “intercambio”. “Dijo a su madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Después dice al discípulo: He ahí a tu madre”.
Jesús, no quieres dejar sola a Tu Madre y le das un nuevo hijo, Juan. Jesús por Juan y, en Juan, estamos representados todos. Ahí estoy representado yo.
Jesús, te intercambias por la humanidad y, con tal pacto, conviertes a Tu Madre en Madre de todos los hombres. ¡En mi Madre! Ese es su testamento. No te quedaba nada más por entregar. Poco después, cuando ya muerto te traspasen el costado, de él veremos brotar sangre y agua. Sale agua porque ya no le queda sangre que darme; tan grande es el amor que me tienes, que nos tienes. ¡Gracias!
Tú, Madre mía, no te quejas con el “intercambio” aunque, evidentemente, has salido perdiendo. Desde ese momento, al adoptarme como hijo, te comprometes a ayudarm para que el Espíritu Santo reproduzca en mí, la imagen fiel de su Hijo. Parece que me susurras, muchas veces al día: pídeme, acude más a mi intercesión, ¿acaso no soy tu Madre? Acuérdate de lo que ocurrió en Caná. No tengas reparos en decirme lo que necesites. Ten confianza; háblame.
Por nuestra parte también nos comprometemos. San Juan la recibió en su casa y nosotros en la nuestra, en nuestra vida. Nos empeñamos por tanto en tratarla más; a meterla en todo lo que hagamos. Madre, quiero ser mejor hijo tuyo; me gustaría estar a la altura de tan gran don. Sé que has salido perdiendo con el cambio pero querría compensarte haciendo por mi parte todo lo que pueda para alegrarte.
Quiero honrarte a ti, Madre mía, por ser Inmaculada. Cuando los artistas de todos los tiempos te han querido retratar bajo esa advocación: Inmaculada, lo han hecho plasmando los rasgos de tu Asunción. Curiosamente, han reflejado el principio de tu vida -Inmaculada desde tu concepción- con tu final -la subida a los cielos-.
Esta paradoja del arte cristiano muestra la fe del pueblo de Dios en que el privilegio divino de tu Inmaculada Concepción fue correspondido por Ti, Madre mía, de una manera fidelísima.
Madre mía Inmacualda, haz que yo también sea fiel hasta el final. Tú, que eres mi Abogada e Intercesora, llévame un día contigo al cielo. Sé que no me faltarán pruebas en esta vida; pero ojalá sepa permanecer al pie de la Cruz, fiel, perseverante, como Tú. Sé que, cuando llegue el momento, a mí tampoco me dejarás. Gracias, Madre: «eres toda hermosa y no hay en tí mancha» de pecado.
Una espada traspasará tu alma
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#VirgenMaría #Inmaculada #Madre #Hijos #Sacrificio #Mortificación
Lc 2, 25-35
Había por entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Este hombre, justo y temeroso de Dios, esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él. Había recibido la revelación del Espíritu Santo de que no moriría antes de ver al Cristo del Señor. Así, vino al Templo movido por el Espíritu. Y al entrar con el niño Jesús sus padres, para cumplir lo que prescribía la Ley sobre él, lo tomó en sus brazos, y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, según tu palabra: porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado ante la faz de todos los pueblos: luz que ilumine a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel. Su padre y su madre estaban admirados por las cosas que se decían acerca de él. Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre: Mira, éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción y una espada traspasará tu alma, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones.
José y María, os acercáis con el Niño al Templo. Tú, Madre mía, tienes -según la ley judía- que purificarte. Tú, que eres la Inmaculada, no necesitas purificarte pero obedeces lo que está previsto.
Allí os encuentráis con un anciano de nombre Simeón. Dios le había revelado que no moriría sin ver antes al Mesías. Por eso, cuando toma al Niño en sus brazos, siente que ese momento ha llegado y exclama: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, según tu palabra: porque mis ojos han visto a tu Salvador”. Simeón también buscaba el rostro de Dios y Dios le concedió verlo. Además lo reconoce como quien es: el Salvador de los hombres.
Acto seguido dirige a María unas palabras proféticas. Estamos ante otra de esas “sorpresas” divinas; sin embargo ésta tiene un sabor amargo. A la alegría y admiración de María al ver la cara de Simeón se une el anuncio de un gran dolor. Curiosamente, alegría y dolor se unen una vez más en su alma: ambos están más cerca de lo que, a veces, pensamos pues, en el fondo, el amor es para el sacrificio.
Simeón anuncia a María el dolor que padecerá al pie de la Cruz al contemplar la muerte de su Hijo, la huída de casi todos los apóstoles, los insultos del pueblo judío, la flagelación y la coronación de espinas por parte de los soldados romanos... Es la hora de la gran prueba.
Jesús estás solo. Te abandonan también todos aquellos que se habían beneficiado de sus milagros: cojos, ciegos, leprosos, etc. Es el fracaso del amor de Dios por los hombres; pero se trata sólo de un fracaso aparente. Jesús, Tú vences en la Cruz. Tu muerte me rescata del pecado. Tú mueres para que nosotros no peque más y, un día, resucite Contigo.
Jesús, ayúdame a ser fiel en el dolor, ante los problemas y también cuando las cosas no salen como yo quiero. Que yo imite en esto a tu Madre.
Madre mía, Tú sabes que Dios prueba así el amor de sus amigos preferidos. A los que Él más quiere, a veces, los purifica más. Ellos aguantan y sufren en silencio porque Dios les ha hecho entender el valor de sacrificio escondido y silencioso. Y así, de su conducta, Él puede sacar más bienes para todo el mundo.
Madre mía, Inmaculada, ayúdame a amar la cruz de cada día y amar el sacrificio que nadie ve y que puedo unir a la Pasión de Tu Hijo. Así puedo corredimir con Él: salvar muchas almas, clavándome con Cristo en la Cruz. Y todo con alegría porque estoy Con Tu Hijo. Gracias. Perdón. Ayúdame más.
En las cosas de mi Padre
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#VirgenMaría #Inmaculada #Madre #Hijos #Obediencia
Lc 2, 41-51
Sus padres iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Y cuando tuvo doce años, subieron a la fiesta, como era costumbre. Pasados aquellos días, al regresar, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo advirtiesen sus padres. Suponiendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino buscándolo entre los parientes y conocidos, y como no lo encontrasen, retornaron a Jerusalén en busca suya. Y ocurrió que, al cabo de tres días, lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles. Cuantos le oían quedaban admirados de su sabiduría y de sus respuestas. Al verlo se maravillaron, y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira cómo tu padre y yo, angustiados, te buscábamos. Y él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre? Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. Y bajó con ellos, y vino a Nazaret, y les estaba sujeto. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón.
Madre mía, Jesús tiene doce o trece años cuando sube Contigo y san José a Jerusalén para celebrar la Pascua. Tras la fiesta, le perdéis de vista pero, pensando que está en la caravana con el resto de sus parientes, emprendéis el camino de regreso. Pronto os dáis cuenta de que Jesús no va con vosotros. Imagino que estaríais bastante angustiados yendo Jerusalén y os pasáis tres días buscándole.
Jesús, a mí me gustaría que, si alguna vez te pierdo por el pecado, salga en tu búsqueda con la misma prontitud que san José y la Virgen María; que recupere rápidamente tu presencia en mi alma a través de la confesión.
Al fin, Madre mía, lo encontráis. Estaba “en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles”. Tú, Madre mía, de nuevo sorprendida, le preguntas con cariño: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?”, que es distinto de “¿por qué me has hecho esto? Aunque Tú hayas sufrido, y quizá más que José, piensas siempre en los demás.
Jesús, a veces cuando pierdo la paz y me angustio, pierdo de vista que los que me rodean también pueden tener sus problemas. Haz que, en medio de las contradicciones, no me olvide nunca de los demás.
Madre mía, la respuesta de Jesús te sorprendió de nuevo: “¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?”; es decir, ¿no sabíais que es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres? Qué bien entendieron esto los Apóstoles cuando, después de la Resurrección, ante las amenazas del Sumo Sacerdote y del Sanedrín para que no difundieran más el cristianismo, les respondieron con esas mismas palabras: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.
No es que tu Hijo, Jesús, dijese a sus padres que ya no les iba a obedecer. De hecho el Evangelio nos cuenta que, acto seguido, “les estaba sujeto”; es decir, que les obedecía. Simplemente, tu Hijo quiso aprovechar el suceso para recordarnos un orden de prioridades: que la obediencia a ellos está detrás de la que debemos a Dios.
Madre mía, Inmaculada, ayúdame a ser siempre muy obediente a tu Voluntad. Que vea en mis padres y superiores modos y oportunidades de hacer las cosas con libertad y obediencia, conjugando ambas.
Bienaventurados los que escuchan...
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#VirgenMaría #Inmaculada #Madre #Hijos #PalabradeDios #SagradaEscritura
Lc 11, 27-28
Sucedió que mientras él estaba diciendo todo esto, una mujer de en medio de la multitud, alzando la voz, le dijo: Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron. Pero él replicó: Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan.
Jesús, estabas predicando cuando una mujer, maravillada por lo que oía de Ti, alzó la voz y te echó un piropo. Ella quería alabarte a Ti, Jesús, y, para eso, escogió a tu Madre, como diciendo que si Tú podía enseñar cosas tan maravillosas era porque su Madre lo trajo al mundo. ¡Cuántos piropos puedo yo echar cada día, en esta Novena a la Inmaculada, a mi Madre! Piropos a Ti, Madre mía, Virgen María, que son piropos a tu Hijo: Jesús. Tú eres toda de Dios.
El piropo iba dirigido a tus lazos de sangre, Jesús. Sin embargo, Tú aprovechas este detalle para elevarlo a un nivel superior: el de los lazos que crea el espíritu.
Madre mía, Tú ya lo sabías, se lo habías explicado a Tu Hijo con unos doce años, cuando después de tres días de búsqueda lo encontraste con san José predicando en el Templo.
Jesús, ahora vuelves a insistir sobre esa misma idea al recordarme que bienaventurados son “más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan”. Es decir, no es que Tu Madre no sea bienaventurada por haber respondido que “sí” al ángel; sino que lo es, sobre todo, por haber escuchado la palabra de Dios (que el mismo ángel le transmitió). Por eso, lo que aparentemente podría parecer una supresión del piropo se ha convertido en un doble piropo a ti, Madre mía. Ha sido tu fe y docilidad a la palabra de Dios lo que te han llevado a pronunciar ese “sí”.
Esta corrección, Jesús, me enseña que Tú premias lo interior sobre lo exterior, la belleza del alma frente a la del cuerpo, lo que realmente uno es sobre la imagen que los demás tienen de uno. Tu alabanza me anima a purificarme de todo: a borrar de mi vida todo lo que haya de superficialidad, de frivolidad o de apariencia.
En otra ocasión leí en el Evangelio, un suceso parecido. “Vinieron a verle su madre ,y sus hermanos, y no podían acercarse a él a causa de la muchedumbre. Y le avisaron: Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte. Él, respondiendo, les dijo: Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8, 19-21).
No deja de ser sorprendente, Jesús, que pongas por encima de los lazos de Tu Sangre el hecho de escuchar y cumplir Tu Palabra. Si hago esto, puedo considerarme verdaderamente miembro de tu familia. ¡Ser familia de Dios!
Jesús, yo quiero pertenecer a tu familia, para ello estoy dispuesto a perseverar en la oración. Sé que si tengo fe y persevero un día y otro en ese encuentro contigo, acabaré por distinguir tu voz. Para saber tu voluntad no espero que un ángel me visite; sé que la reconoceré donde Tú sueles hablar, en el silencio de mi corazón. Si no, ¿de donde salen esos buenos pensamientos que me vienen cuando leo el Evangelio? ¿De dónde provienen esos deseos de cambiar de vida o de ser más generoso? ¿Acaso son imaginación mía?
Me gustaría, además, que me ayudases a cumplir tu palabra; es decir, a sacar adelante los propósitos que en nuestras conversaciones, juntos vamos concretando. Jesús, ayúdame.
Madre mía, Inmaculada: ayúdame a escuchar la Palabra de Tu Hijo y ponerla en práctica.
Ponderándolas en su corazón
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#VirgenMaría #Inmaculada #Madre #Hijos #PresenciadeDios
Lc 2, 8-19
Había unos pastores por aquellos contornos, que dormían al raso y vigilaban por turno su rebaño durante la noche. De improviso un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de luz y se llenaron de un gran temor. El ángel les dijo: No temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. De pronto apareció junto al ángel una muchedumbre de la milicia celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Luego que los ángeles se apartaron de ellos hacia el cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos hasta Belén, y veamos este hecho que acaba de suceder y que el Señor nos ha manifestado. Y vinieron presurosos, y encontraron a María y a José y al niño reclinado en el pesebre. Al verlo, reconocieron las cosas que les habían sido anunciadas acerca de este niño. Y todos los que escucharon se maravillaron de cuanto los pastores les habían dicho. María guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón.
Madre mía, este pasaje lo leo todas las Navidades y, efectivamente, quedan ya muy pocos días para celebrar esa gran fiesta: el Nacimiento de tu Hijo... ¡Jesús!
Seguro que tú, Madre mía, te preparaste muy bien para ese momento. ¡Cuánto lo habías deseado! ¡Ver cara a cara a Jesús! ¡Un Dios con rostro humano!
Esa actitud, ese deseo de ver el rostro de Dios, es ya para mí un primer inicio de oración. Después de recogerme y ponerme en presencia de Dios debería buscar Tu cara. Señor. ¡Quiero ver tu rostro! Me gusta imaginarme tu mirada, tus rasgos… Cuando hago oración no estoy hablando al vacío o a un bloque de mármol, sino a una persona con ojos, nariz, orejas, boca... Buscando tu rostro encontraré el mío. ¿Me ayudarás, Madre mía, entonces a quitarme todas las máscaras, las caretas, a despojarme de todo lo artificial que hay en mí, a quedarme sólo con lo auténtico?
Madre mía, Tú anhelabas ver al Niño. Jesús, que yo te busque más durante mi jornada, dame ese anhelo, esa presencia tuya; recuérdame que siempre me ves, que me oyes. Así, poco a poco, iré haciendo de mi vida un diálogo continuo, un diálogo divino en medio de las cosas de todos los días.
Al igual que un día a Ti, Virgen María, se te apareció un Ángel, lo mismo ocurre ese día a unos pastores -de esos que se cuentan entre los humildes del Magníficat-. Los ángeles les anuncian el inminente nacimiento de nuestro Salvador. Y, al igual que a Ti, Madre mía, te pusiste en camino hacia la casa de tu prima Isabel, los pastores se encaminan hacia Belén. Llegan al portal y allí encuentran a Jesús: el Rey del Mundo, el Creador del universo. Está envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Felicitan a María y a José. Adoran al Niño.
Adorarte Jesús, buscarte y reconocerte. Señor mío, que yo siempre, delante de Ti, me vea niño, un niño muy pequeño, como apareciste Tú ese día ante el mundo (representado en un pequeño grupo de pastores). De esta manera nunca olvidaré que soy muy poca cosa, que sólo Tú eres grande.
Madre mía, Inmaculada, Tú estarías muy contenta. No te esperabas esa visita: fue una sorpresa. Al igual que hará el resto de tu vida ante las “sorpresas” divinas, Tú guardabas todas esas cosas ponderándolas en tu corazón, es decir, las hablabas con Dios. Quiero imitarte también en esto: que todo lo que me suceda, lo ponga en la presencia de Dios y te pregunté... Todo lo que me sucede, Tú lo permites, Dios mío. Que viva siempre en tu Presencia.
Haced lo que Él os diga
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#VirgenMaría #Inmaculada #Madre #Hijos #VoluntaddeDios
Jn 2, 1-11
Al tercer día se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús. También fueron invitados a la boda Jesús y sus discípulos. Y, como faltase el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le respondió: Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora. Dijo su madre a los sirvientes: Haced lo que él os diga.
Había allí seis tinajas de piedra preparadas para las purificaciones de los judíos, cada una con capacidad de dos o tres metretas. Jesús les dijo: Llenad de agua las tinajas. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora y llevad al maestresala. Así lo hicieron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde provenía, aunque los sirvientes que sacaron el agua lo sabían, llamó al esposo y le dijo: Todos sirven primero el mejor vino, y cuando ya han bebido bien, el peor; tú, al contrario, has guardado el vino bueno hasta ahora. Así, en Caná de Galilea hizo Jesús el primero de sus milagros con el que manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en Él.
Jesús y María, aquí os veo asistir a una boda. Tú, Madre mía, siempre servicial y pendiente de los demás, descubres que el vino no va a ser suficiente y, para que los esposos no queden mal ante los invitados, buscas a tu Hijo y se lo dices.
Jesús, que yo también me adelante a servir a los demás. Madre mía, enséñame. A veces me doy cuenta de que falta algo, de que puedo ayudar más, echar una mano…; pero me vence la pereza y dejo que lo haga otro.
Jesús, Tú adviertes a tu Madre que todavía no es tu hora (la hora prevista por Dios Padre para que te dieses a conocer públicamente como Mesías haciendo milagros). Sin embargo, Tú, Madre mía, insistes: tienes tal confianza en tu Hijo que, sin necesidad de más palabras, te diriges directamente a los sirvientes y les dices: “Haced lo que él os diga”.
Madre mía, Tú eres Medianera de todas las gracias. Muchas veces acudo a tu intercesión para tratar de convencer a tu Hijo más rápidamente, sabiendo que Jesús no puede negarte nada pues Tú siempre le has dicho que sí.
Tú también nos dice hoy a nosotros: “haced lo que él os diga”. Me lo dices a mí. Me remites a tu Hijo y, ¿qué es lo que Dios quiere que haga? ¿cuál es su voluntad para mí? “Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación”.
Jesús, Tú quieres que seamos santos, que no nos conformemos con “ir tirando” o con “ser buenas personas que hacen cosas buenas”.
En esta palabra: “santidad”, me lo juego todo: aquí está el porqué y el para qué de mi vida. Ser santo es difícil pero no es imposible. Lo mejor es que Tú, Madre mía estás empeñada en ayudarme, a echarme una mano en lo que necesite, como con el vino de estos esposos el día de su boda.
Jesús, claro... Ahí es cuando haces el milagro. Los recién casados ni se dieron cuenta de que faltaba vino ni, probablemente, supieron de la intercesión poderosa de la Virgen. Imagino que los discípulos después de ver el milagro quedaron fortalecidos en la fe. Quizá, Jesús, Tú lo hiciste más por ellos, que te seguían desde hacía poco tiempo, que por los esposos. Ni idea...
Lo que sí está claro, Madre mía es que Tú eres capaz de adelantar la hora con Jesús. ¿Me ayudas a mí, por favor? Dile a Tu Hijo que me ayude, por favor. Estoy convencido que Contigo es más fácil llegar al Corazón de Jesús.
La humildad de su Esclava
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#VirgenMaría #Inmaculada #Madre #Hijos #Humildad
Lc 1, 46-55
María exclamó: Glorifica mi alma al Señor, y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador: porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava; por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso, cuyo nombre es Santo; su misericordia se derrama de generación en generación sobre aquellos que le temen. Manifestó el poder de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y ensalzó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos los despidió vacíos. Acogió a Israel su siervo, recordando su misericordia, según como había prometido a nuestros padres, Abrahán y su descendencia para siempre.
Madre mía, ya le habías dicho al ángel que eras la esclava de su Dios, que estabas dispuesta a hacer lo que Dios te pidiese en cualquier momento.
María, Tú eres muy humilde y, por eso, Dios te quiere tanto y te concede tantas gracias. Con esta actitud y esta obediencia borras la conducta de Eva, quien desobedeció comiendo del fruto prohibido. Madre mía, te convierte así en la nueva Eva, la nueva Madre de todos los hombres.
A las felicitaciones de tu prima Isabel, respondes con un canto, el Magnificat, en donde nos cuentas cómo Dios se ha volcado Contigo y, también, con todos los humildes, es decir, con todos aquellos que se someten a su voluntad; con los que le temen, con los que le aman, con los pobres. Con todos estos Dios hace cosas grandes, pues no se consideran autosuficientes sino deudores permanentes de su gracia. Madre mía, Inmaculada, quiero ser uno de esos.
Señor, haz que yo sea más humilde: que no trate siempre de salirme con la mía, que “dé el brazo a torcer”, que sepa tener paciencia para escuchar a los demás; que no me excuse cuando me reprenden, que no me compare con los demás, que perdone rápidamente y sin guardar rencor, incluso sin esperar a que la otra persona me lo pida.
“Porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava; por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones”. Con estas palabras Madre mía, te adelantas a los tiempos. Esta frase es una profecía. Tantas y tantas generaciones, desde hace muchos años, te han cantado y llamado “
Bienaventurada”. Bien lo sabías Tú: Dios mío, eres siempre muy buen pagador. Y lo poco o lo mucho que hagamos por Ti en esta vida, lo poco o mucho que te demos, nos lo devolverás con creces.
Qué absurdo resulta entonces vanagloriarme por tener unas cualidades u otras, por ser más listo, o más simpático o más valiente que los demás. Cuando obro así me olvido de que todos mis dones son suyos. Jesús, desde ahora los pongo a tu servicio. Tú me los has dado, tuyos son. Yo… “no soy nada, no puedo nada, no tengo nada”… sin Ti.
El Magnificat de la Virgen María me revela uno de los grandes misterios del cristianismo: que para ganar hay que perder, que para vivir hay que morir, que para reinar hay que servir; porque, en la lógica de Dios, los últimos son los primeros, los pobres y desvalidos, los enfermos y los niños son… sus favoritos.
Madre mía, Inmaculada, hazme muy humilde.
Quiero ser como Tú: esclavo del Señor. Con Él sí soy libre de verdad.
He aquí la Esclava del Señor
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#VirgenMaría #Inmaculada #Madre #Hijos #Vocación #Misión #Llamada #Identidad
Lc 1, 26-38
En el sexto mes fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María. Y habiendo entrado donde ella estaba, le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo. Ella se turbó al oír estas palabras, y consideraba qué significaría esta salutación. Y el ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su Reino no tendrá fin.
María dijo al ángel: ¿De qué modo se hará esto, pues no conozco varón? Respondió el ángel y le dijo: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá Santo, será llamado Hijo de Dios. Y ahí tienes a Isabel, tu pariente, que en su ancianidad ha concebido también un hijo, y la que era llamada estéril, hoy cuenta ya el sexto mes, porque para Dios no hay nada imposible. Dijo entonces María: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Y el ángel se retiró de su presencia.
Madre mía, este nacimiento era el más importante de todos y por eso Dios mandó un Ángel: para anunciarte a Ti que eres la elegida.
Tú, primero te turbas, pues no te esperabas esa visita y esos piropos, luego preguntas la duda que tenías y, al fin, te decides. “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Con estas palabras te entregas por completo a lo que Dios te pide. No pones pegas ni lo retrasas. No respondes: “verás es que, precisamente ahora…”; ni tampoco “ven más tarde, lo hablaré con José y te comento si eso…”.
Luego, al reconocerte “esclava del Señor”, reconoces la parte de don, de regalo, que tiene toda vocación. Tú… ¡la Madre de Dios! Todavía no puedes creértelo. No cabes en tí de gozo y de asombro. Ante tanto bien, ante tan gran privilegio, te sale de dentro considerarte esclava ante nuestro Dios.
Como consecuencia de esa actitud interior no dices “eso que me has pedido lo haré” sino, más bien, “hágase en mí”. Madre mía, me descubres así una importante idea en la lucha por la santidad: ésta no consiste tanto en lo que yo hago sino en lo que dejo hacer a Dios en mí. Dios es quien va por delante: Él me escogió y me llenó con sus dones y me amó antes de que naciese. Él es el verdadero protagonista de mi santidad, no yo. Señor mío y Dios mío, más que yo mismo, estás empeñado -si te dejo- en hacerme santo: muy feliz ya aquí en la tierra si hago tu Voluntad. Tú me invitas a algo grande y que sea Amor.
Yo también querría responderte, Señor, con la misma actitud que tu Madre. A partir de ahora te prometo ser más dócil a las insinuaciones del Espíritu Santo, estar más atento a lo que Él, y también mi Ángel custodio, me soplen al oído durante esta Novena.
Madre Mía, acabas de descubrir tu vocación. Me toca ahora a mí descubrir lo que Dios tiene preparado para mí durante estos nueve días.
Para ello quiero buscarte y rezarte, muchas veces al día, a modo de jaculatoria, estas palabras: “Tuyo soy, para Ti nací, ¿qué quieres Jesús de mí?”, “Señor, que vea” o “Señora, que sea” o “Dame Luz para ver y Fuerza para querer con el corazón tu Voluntad para mí”, por ejemplo. Estoy convencido que si las digo queriendo escucharte, acabarás oyéndote.
Madre mía, como Tú, que se haga en mí según la Voluntad de Dios: ese es el mejor plan para ser muy feliz en mi vida. Cuentas con mi respuesta generosa, valiente, libre, serena, llena de paz y alegría.
La recibió en su casa
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#VirgenMaría #Inmaculada #Madre #Confianza
Jn 19, 25-27
Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena.
Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su madre:
—Mujer, aquí tienes a tu hijo.
Después le dice al discípulo:
—Aquí tienes a tu madre.
Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa.
«Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena».
Madre mía, así como Jesús no está solo en la experiencia de la Cruz porque Tú, como buena madre, estás a sus pies. Esto me sirve para recordar que Tú siempre estás a los pies de mis cruces.
Verte así de dolorida, Madre mía, no significa solo “solidarizarme” con el dolor atroz que sentirías viendo morir a Tu hijo, sino que también me ayuda a mirarte con especial agradecimiento porque ya no eres solo la Madre de Jesús, sino también… ¡nuestra Madre!
«Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su madre:
— Mujer, aquí tienes a tu hijo.
Después le dice al discípulo:
— Aquí tienes a tu madre».
Veo la actitud de Juan y para mí es una gran lección: debo llevarte a mi casa, a mi vida cotidiana, a mi día a día.
Tú, Madre mía, siempre eres la que reúne a las familias, la que nos das valor, a quien puedo recurrir en los momentos de prueba. Que no deje de acudir a ti. Que viva cada día lo que hace el discípulo amado, Juan:
«Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa».
Tú me das la alegría y la paz que necesito para cada momento de mi vida.
Quiero corresponder a tanto de Amor de Tu Hijo y su confianza para que te reciba en mi casa y en todo mi día a día, en mi corazón.
Quiero que estés siempre presente en los grandes y pequeños momentos de mi vida. Quiero pedirte consejo para todo y escuchar tu voz maternal. ¡Gracias, Dios mío, por regalarme la confiranza de cuidar de la Perla más preciosa que haya existido jamás! Quiero aprender a ser como Ella.
Guardaba todo en su corazón
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#VirgenMaría #Inmaculada #Madre #Oración
Lc 2, 41-52
Sus padres iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua.
Y cuando tuvo doce años, subieron a la fiesta, como era costumbre.
Pasados aquellos días, al regresar, el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que lo advirtiesen sus padres. Suponiendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino buscándolo entre los parientes y conocidos, y al no encontrarlo, volvieron a Jerusalén en su busca. Y al cabo de tres días lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles. Cuantos le oían quedaban admirados de su sabiduría y de sus respuestas.
Al verlo se maravillaron, y le dijo su madre:
—Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo, angustiados, te buscábamos.
Y él les dijo:
—¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?
Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.
Bajó con ellos, vino a Nazaret y les estaba sujeto. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres.
Jesús, ¿qué hay en el corazón de una madre? ¿Quién podría responder realmente a una pregunta así? El corazón de una madre es un océano infinito de cosas que no pueden encerrarse en ninguna fórmula.
Leyendo el evangelio de Lucas se narra una historia dramática, pero con final feliz, en la que estáis involucrados Tú, Jesús, con doce años, junto Contigo, Madre mía, y san José.
Jesús, en el momento culminante de la fiesta, te quedas en Jerusalén sin decir nada a nadie y solo después de un día de viaje, tus padres se dan cuenta de tu ausencia. Te buscan durante tres días sin encontrarte, pero al final te encuentran en el templo hablando con los ancianos y los maestros:
«Al verlo se maravillaron, y le dijo su madre:
—Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo, angustiados, te buscábamos.
Y él les dijo:
—¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?
Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.».
Ahora hablo Contigo, Madre mía: el amor no siempre comprende todo lo que sucede, pero el amor verdadero, Tú, con tu amor de madre, me buscas sin parar hasta que me encuentras. Y, allí donde no comprendes, sabes llevarlo todo dentro, sabes custodiar lo que sucede y los malentendidos, haciendo que el amor prevalezca siempre sobre todo lo demás:
«Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón».
Me gusta pensar que entre las cosas que Tú, Madre mía, guardas en Tu corazón también estoy yo, porque Tú eres nuestra Madre por voluntad del mismo Jesús. Me encanta saber que estoy a salvo en el corazón de alguien y que este Corazón es realmente un refugio Inmaculado, sin ningún mal, sino más bien en defensa del mismo. Muchas veces ese Corazón me defiende incluso de mí mismo. Ese Corazón es el camino más seguro que nos lleva de vuelta a casa, que nos lleva de vuelta a Jesús. Madre mía, Inmaculada, Refugio de los pecadores, ruega por nosotros.