¿De qué me avergüenzo?


No necesitan médico los sanos, sino los enfermos

Tiempo de lectura: 5 min

#Jesucristo  #Confesión  #AmordeDios  #Sinceridad  #Humildad

Mc 2, 13-17

En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a la orilla del mar; toda la gente acudía a él y les enseñaba.

Al pasar vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dice:

—«Sígueme».

Se levantó y lo siguió.

Sucedió que, mientras estaba él sentado a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaban con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que lo seguían.

Los escribas de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a sus discípulos:

—«¿Por qué come con publicanos y pecadores?»

Jesús lo oyó y les dijo:

—«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he ven do a llamar a justos, sino a pecadores».

"Volvió a salir junto al mar; toda la muchedumbre acudía a él y él les enseñaba.  Al pasar, vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado junto al quiosco de los tributos públicos, y le dijo: "Sígueme. Se levantó y le siguió".

Jesús, para celebrar la vocación de Mateo te vas con sus amigos que, al parecer, no eran "Hermanitas de la Caridad".

"Los escribas de la secta de los fariseos, viéndole comer con pecadores y publicanos, dijeron a sus discípulos: ¿Cómo es que come y bebe en compañía de publicanos y pecadores?".

A mí esto también me llama la atención porque es típico decir: "dime con quién vas y te diré quién eres". 

Jesús, Tú, sin embargo, no haces ni caso de este dicho y actúas de otra manera. Tú me buscas salvarme a mí y a todos:

"Al oír esto, Jesús les dijo: "No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores"".

Jesús, es posible que verdadero problema es cuando pienso que los pecadores son siempre los otros. 

Tú viniste por todos porque en el fondo todos somos pecadores necesitados de perdón. Hay quien peca de manera evidente y descarada, y hay quien peca en lo secreto de su corazón, porque, por ejemplo, si me creo mejor que los demás, peco de soberbia. Y el orgullo es la peor raíz sobre la que el mal puede construir castillos. 

Aquí, quizá me quieres decir que es difícil curar cuando alguien no acepta que está enfermo. Como cuando uno va al médico… En cambio, si acepto mi enfermedad ya estoy en el camino de la curación. Por tanto, se puede decir que, al final, "sólo se curan los enfermos".

Jesús, Tú que me conoces bien y sabes cómo está mi corazón: ¡cúrame! No me da vergüenza porque eres Tú. Te buscaré en el Sacramento de la Confesión. 

Madre mía Inmaculada, tú quieres más al hijo enfermo… ¡ayúdame!

¿Acaso soy yo?

Tiempo de lectura: 9 min

#Jesucristo  #Confesión  #AmordeDios  #Sinceridad  #Humildad  #Confianza

Mt 26, 14-25

Entonces, uno de los doce, el que se llamaba Judas Iscariote, fue donde los príncipes de los sacerdotes a decirles:

—¿Qué me queréis dar a cambio de que os lo entregue?

Ellos le ofrecieron treinta monedas de plata. Desde entonces buscaba la ocasión propicia para entregárselo.

“El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le dijeron:

—¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?

Jesús respondió:

—Id a la ciudad, a casa de tal persona, y comunicadle: «El Maestro dice: “Mi tiempo está cerca; voy a celebrar en tu casa la Pascua con mis discípulos”».

Los discípulos lo hicieron tal y como les había mandado Jesús, y prepararon la Pascua.

Al anochecer se recostó a la mesa con los doce. Y cuando estaban cenando, dijo:

—En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar.

Y, muy entristecidos, comenzaron a decirle cada uno:

—¿Acaso soy yo, Señor?

Pero él respondió:

—El que moja la mano conmigo en el plato, ése me va a entregar. Ciertamente el Hijo del Hombre se va, según está escrito sobre él; pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado el Hijo del Hombre! Más le valdría a ese hombre no haber nacido.

Tomando la palabra Judas, el que iba a entregarlo, dijo:

—¿Acaso soy yo, Rabbí?

—Tú lo has dicho —le respondió.

Jesús, en este pasaje del Evangelio hay “mucha tela que cortar”: ¡Judas te traiciona!

Necesito hablarlo Contigo a solas.

Imagino que te dolió mucho esa traición, Jesús. No creo que, de repente, a Judas “le diera un yuyu” (dícese de la llamada locura camerunesa provocada en un instante), sino que, posiblemente, se iría “enfriando”. Jesús, te pido “escarmentar en cabeza ajena” (aprender de los errores de los demás).

Judas se fue enfriando. En el evangelio de hace dos días aparece cómo Judas critica, pocos días antes de la Pascua, por el derroche de María de Betania al ungirte con perfume, se le ve demasiado pendiente de sí mismo y apegado a la bolsa del dinero... Su corazón se fue alejando de ti, Jesús, y ya estaba comenzando a “pasar frío”. Aun así, ni esa ofensa, ni ninguna debilidad, por grande que sea, son lo suficientemente fuertes para vencerte en un pulso a Ti, Dios mío. 

Una vez dos amigos estaban conversando. Uno de ellos le pedía consejo al otro porque necesitaba comprarse un abrigo ya que se iba a vivir a una ciudad donde hacía verdaderamente mucho frío. Le respondía su amigo: “no lo dudes, un buen abrigo te cambia la vida”.

Jesús, veo que el corazón de Judas se fue enfriando y acaba entregándote por muy poco. A veces el mío también se enfría e incluso hasta podría decir que te entrego por unas monedillas de plata que luego me dejan un sabor amargo… No quiero que eso me siga ocurriendo, Jesús. ¿Tienes algún abrigo para no pasar frío? Pero, Jesús, haz que ese abrigo “me cambie la vida”.

Tú nos llamas constantemente y siempre esperas nuestro regreso. San Josemaría veía en esa manera de ser de Dios, tan llena de misericordia, nuestra verdadera armadura: «Todos tenemos miserias. Pero las miserias nuestras no nos deberán llevar nunca a desentendernos de la llamada de Dios, sino a acogernos a esa llamada, a meternos dentro de esa bondad divina, como los guerreros antiguos se metían dentro de su armadura.» 

Abrigo, armadura… A ver… Quizá san Agustín me ayude un poco más... Jesús, este amigo tuyo me recomienda una actitud humilde, de no dejar de pedirte, como la mejor manera de encarar esta fragilidad mía, este ir enfriándome. De hecho, refiriéndose concretamente a Judas Iscariote, dice san Agustín: «Si hubiese orado en nombre de Cristo, habría pedido perdón; si hubiera pedido perdón, habría tenido esperanza; si hubiera tenido esperanza, habría esperado misericordia»  y no habría terminado como señala la Escritura.

Jesús, creo que lo voy entendiendo… Tú no querías la perdición de Judas, como no quieres la de nadie. Hasta en el mismo prendimiento tratas de hacerle recapacitar, llamándole «amigo» y aceptando, incluso, un beso suyo. ¡Qué bueno eres, Dios mío! ¡Qué momento! ¡Qué mirada le lanzarías llena de cariño y de perdón! Quizá Jesús, incluso estando ya en la cruz, hasta esperabas su vuelta para perdonarle, como hiciste con el ladrón arrepentido. Siempre regalando el perdón. Así me miras y me esperas siempre a mí también.

Tus ojos, Jesús, están llenos de misericordia porque tu Corazón es misericordioso. ¡Gracias, Jesús! ¡Gracias por querer perdonarme siempre! ¡Gracias por tu perdón, por tu misericordia y tu comprensión! ¡Gracias por tanta bondad! Esto me llena de esperanza y ese sí es el “abrigo que me cambia la vida”. Es la mejor armadura.

Cada día y siempre buscaré tu mirada llena de misericordia que me recuerde que Tú has vencido al mundo y que, pase lo pase, ocurra lo que ocurra, siempre estarás ahí para perdonarme y decirme que sí es posible. Contigo.

Jesús, creo en Ti. Jesús, espero en Ti. ¡Te amo! 

¡Madre mía, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos!

Tampoco yo te condeno

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#Jesucristo  #Confesión  #AmordeDios  #Sinceridad  #Alegría  #Confianza  #Libertad  #Misericordia

Jn 8, 1-11

Jesús marchó al Monte de los Olivos. Muy de mañana volvió de nuevo al Templo, y todo el pueblo acudía a él; se sentó y se puso a enseñarles.

Los escribas y fariseos trajeron a una mujer sorprendida en adulterio y la pusieron en medio.

—Maestro —le dijeron—, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés en la Ley nos mandó lapidar a mujeres así; ¿tú qué dices? —se lo decían tentándole, para tener de qué acusarle.

Pero Jesús, se agachó y se puso a escribir con el dedo en la tierra.

Como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:

—El que de vosotros esté sin pecado que tire la piedra el primero.

Y agachándose otra vez, siguió escribiendo en la tierra. Al oírle, empezaron a marcharse uno tras otro, comenzando por los más viejos, y quedó Jesús solo, y la mujer, de pie, en medio. Jesús se incorporó y le dijo:

—Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?

—Ninguno, Señor —respondió ella.

Le dijo Jesús:

—Tampoco yo te condeno; vete y a partir de ahora no peques más.

Muy buenas Jesús. En este pasaje del Evangelio me has dejado flipado. He leído que a una mujer a la que iban a lapidar por una falta grave que había cometido (se ve que así de “heavy” era la ley de los judíos), Tú la perdonas y la liberas… 

Te cuento lo que he leído y te comparto cómo lo entiendo. El Evangelio dice que te presentaron a una mujer que había estado descubierta en adulterio, es decir, con otro hombre que no era su marido. Y que como eres maestro, y empiezas a destacar por tu sabiduría, los fariseos (esos que tenían ganas de que te equivocases…) te la llevan a ver qué dices. En el fondo te hacen una buena trampa. Porque si no la condenas, estás llevando la contraria a la ley de Dios, y eso te haría un flaco favor, pues se supone que tú eres Dios. Y si la condenas, vas en contra de tu mensaje de misericordia. ¿Qué dirás? 

Como siempre, eres original y sorprendente. Siempre logras llegar a soluciones nuevas. Te pones a escribir en el suelo. Ni idea de qué es lo que escribirías. He hecho una investigación rápida por google y ni su padre sabe (a ver, tu padre Dios seguro que sí, ;) qué podías estar poniendo. Pero sí sabemos la reacción que provocan tus palabras: que los que querían condenar, se van. Tus palabras mueven y cambian corazones. 

Pero lo que más me ha impactado es cómo se sentiría esa mujer. Estaría hipertensa. ¡Imagínate! ¡La van a matar! Van a empezar a lanzar piedras sobre ella y su tortura sería muy angustiosa. En ese momento lo que más le dolería era el error cometido. Haberse dejado llevar por sus debilidades. Y eso, te reconozco, también me pasa a mí a veces. Me siento muy angustiado o tenso por mis fallos. Además, algunos son recurrentes y me dejan muy mal. ¡Qué vergüenza siento en muchas ocasiones! Y como a esta mujer, experimento como si muchas personas me quisiesen tirar piedras sobre mi cabeza: son los juicios que otros hacen sobre mi conducta (mis malas compañías que no me perdonan ni se olvidan de mis faltas, me las recriminan), son las condenas que yo mismo me hago (eres un inútil, no eres capaz, etc.). ¡Qué desánimo y qué angustia!

Por eso me he sentido identificado con esta mujer. Pues muchas veces, en la confesión, experimento eso mismo que siente esa mujer: tensión, deseo de no haber hecho lo que he hecho, ganas de no tener que pasar otra vez por la vergüenza de decir mis pecados… Pero hoy he descubierto una cosa que me ha liberado muchísimo. Y es que tú no te enfadas, no haces ningún reproche a esa mujer, no le diriges ningún mal gesto. Ante su pecado, ante su tensión, tu reacción es de mucha paz, es de defenderla frente a esos juicios, es de perdón y misericordia. Pronuncias la frase más consoladora que existe: “tampoco yo te condeno”. ¡Eso es lo que sucede en cada confesión! Cuando el sacerdote dice: “y yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, eres Tú que te agachas a donde yo estoy, me coges de la mano y me dices: no te preocupes, olvídate de estos males, te he perdonado. Eres libre. No esperes de mí una cara de reproche sino una sonrisa. 

Jesús, espero que me ayudes a conocer tu verdadero rostro en la confesión: que no piense que estás enfadado, que no vaya tenso… ¡Te mueres de ganas de perdonarnos! ¡No te cansas nunca! ¡Qué bueno eres!

Madre mía, Inmaculada… Refugio de los pecadores… Madre de la Misericordia… Causa de nuestra alegría, ruega por nosotros.




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