¿Me siento libre de verdad?

Éste es el Cordero de Dios

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#Libertad  #AmordeDios  #EspírituSanto  #Pecado

Jn 1, 35-42

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: —«Éste es el Cordero de Dios.»

Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: —«¿Qué buscáis?»

Ellos le contestaron: 

—«Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»

Él les dijo: 

—«Venid y lo veréis.»

Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: —«Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).» Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: —«Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»

¡Hola, Jesús! Acabo de leer que Juan te vio a ti que venías hacia él y dijo: "¡He aquí el Cordero de Dios, he aquí el que quita el pecado del mundo!".

Este evangelio me recuerda una verdad que olvidamos (yo por lo menos) con demasiada frecuencia. Jesús, Tú no viniste al mundo para ir repartiendo “free hugs”… caricias o sonrisas. No, tu vocación, tu destino, es liberarme del pecado. Tú naciste para pagar el precio de mi libertad.

Si Tú, Jesús no me libras del pecado y de las consecuencias del pecado, es decir, de la muerte, no me sirve de nada. ¡Gracias, Jesús por quererme libre!

A veces, pienso que con demasiada frecuencia, rebajo el significado salvífico tuyo, Jesús y te convierto en un mero sabio que da "perlas de sabiduría para vivir bien". 

Jesús, Tú no eres un coach o un gurú que vende "buenos sentimientos", sino Aquel que puede liberarme de verdad. Pero Jesús… en realidad, ¿en qué consiste esta redención? Creo que Tú te refieres a que ser liberado del pecado no significa que automáticamente deje de pecar, pero sí significa que ya no estoy obligado a pecar.

Jesús, me das la libertad que necesito para poder enfrentarme al mal, para no dejarme llevar por él a causa de mi debilidad, mis heridas, mis limitaciones o mis miedos. Y lo haces a través del Espíritu, es decir, a través de una experiencia de Amor tan fuerte que me cambia radicalmente.

Jesús , creo que voy cayendo en la cuenta de que los verdaderamente libres son sólo los que se sienten amados. Quien no se siente amado experimenta que no es plenamente libre. Jesús, Tú vienes a darme un Amor tan fuerte e indestructible que nos permite una libertad radical.

Dice san Juan: "El hombre sobre el que veréis descender el Espíritu y permanecer es el que bautiza en el Espíritu Santo".

Quiero en este rato que estoy Contigo, Jesús, darme cuenta de que puedo sentirme muy libre porque me siento muy amado por Ti. ¡Gracias, Jesús!

Madre mía, Inmaculada... que me sienta siempre tan amado y tan libre como Tú.

Yo os envío

Tiempo de lectura: 6 min

#Confianza  #Humildad  #EspírituSanto  #Libertad

Lc 10, 1-9

Después de esto designó el Señor a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir. Y les decía: 

—La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, por tanto, al señor de la mies que envíe obreros a su mies.Id: mirad que yo os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias, y no saludéis a nadie por el camino. En la casa en que entréis decid primero: «Paz a esta casa». Y si allí hubiera algún hijo de la paz, descansará sobre él vuestra paz; de lo contrario, retornará a vosotros. Permaneced en la misma casa comiendo y bebiendo de lo que tengan, porque el que trabaja merece su salario. No vayáis de casa en casa. Y en la ciudad donde entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad a los enfermos que haya en ella y decidles: «El Reino de Dios está cerca de vosotros».

Jesús, pones una condición a quien realmente quiere tomarse en serio el Evangelio:

"Id: he aquí que yo os envío como corderos en medio de lobos; no llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias, ni saludéis a nadie por el camino".

Si quiero vivir según lo que me enseñas en el Evangelio vivo con la debilidad de un cordero frente a la fuerza de lobo que es el mundo que tengo a mi alrededor. De primeras, no me hace mucha gracia porque da miedo porque los corderos siempre acaban mal cuando tienen que vérselas con lobos hambrientos. ¿Así quieres que viva?

Quizá es precisamente en este detalle en el Tú me pides un acto de fe. Me pides que viva con la confianza y la seguridad en Ti, Jesús. No soy fuerte por mí mismo, pero soy fuerte si confío en Ti. Incluso un cordero, si confía en Ti, puede pasar indemne ante una manada de lobos. 

Para poder vivir con esa confianza, Jesús, veo que necesito ser muy humilde. Es lo que creo que quieres enseñarme. Los humildes son los que confían totalmente en Ti. No confían en sí mismos, en su propio monedero, es decir, en sus propias habilidades, en su “yo ya sé” uno puede guardar en sus alforjas, en sus propias sandalias última generación, ni siquiera en la simpatía de quienes puedan encontrarse por el camino. Los que son verdaderamente humildes sólo confían en Ti y en lo que Tú obras en sus vidas. 

Esta obra misteriosa en mi vida es el poder del Espíritu Santo. Me doy cuenta de que el Espíritu actúa en mí porque sin ninguna explicación humana encuentro la fuerza para dar el siguiente paso. Sin vida espiritual (es decir, esta poderosa acción del Espíritu en nosotros) no me queda más que los lobos… 

Que me fíe de Ti, Jesús. Que deje obrar en mi vida al Espíritu Santo. Que sea humilde.

Te pido la humildad para cuando me corrigen porque hago algo mal, cuando me aconsejan sobre una situación y te vea detrás de esos consejos. Eso es fiarme de Ti. De este modo, viviré muy “suelto” con un gran libertad interior, sabiendo que he puesto toda mi confianza en Ti. Eres Tú quien nos dices: “Yo os envío”.

Madre mía, Inmaculada, la más humilde, enséñame a fiarme siempre De Dios. Cada día, como Tú.

Junto a la cruz de Jesús

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#Santa Cruz  #Entrega  #Amor  #Libertad  #Felicidad

Jn 18, 1 — 19, 42

En aquel tiempo, Jesús pasó con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y sus discípulos. Pero también Judas, el que le entregaba, conocía el sitio, porque Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos. Judas, pues, llega allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas. Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta: «¿A quién buscáis?». Le contestaron: «A Jesús el Nazareno». Díceles: «Yo soy». Judas, el que le entregaba, estaba también con ellos. Cuando les dijo: «Yo soy», retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó de nuevo: «¿A quién buscáis?». Le contestaron: «A Jesús el Nazareno». Respondió Jesús: «Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos». Así se cumpliría lo que había dicho: «De los que me has dado, no he perdido a ninguno». Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús dijo a Pedro: «Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?».

Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, le ataron y le llevaron primero a casa de Anás, pues era suegro de Caifás, el Sumo Sacerdote de aquel año. Caifás era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo. Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el atrio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro. La muchacha portera dice a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?». Dice él: «No lo soy». Los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos calentándose. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina. Jesús le respondió: «He hablado abiertamente ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho». Apenas dijo esto, uno de los guardias que allí estaba, dio una bofetada a Jesús, diciendo: «¿Así contestas al Sumo Sacerdote?». Jesús le respondió: «Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?». Anás entonces le envió atado al Sumo Sacerdote Caifás. Estaba allí Simón Pedro calentándose y le dijeron: «¿No eres tú también de sus discípulos?». El lo negó diciendo: «No lo soy». Uno de los siervos del Sumo Sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dice: «¿No te vi yo en el huerto con Él?». Pedro volvió a negar, y al instante cantó un gallo.

De la casa de Caifás llevan a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder así comer la Pascua. Salió entonces Pilato fuera donde ellos y dijo: «¿Qué acusación traéis contra este hombre?». Ellos le respondieron: «Si éste no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado». Pilato replicó: «Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra Ley». Los judíos replicaron: «Nosotros no podemos dar muerte a nadie». Así se cumpliría lo que había dicho Jesús cuando indicó de qué muerte iba a morir. Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el Rey de los judíos?». Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?». Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?». Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí». Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?». Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz». Le dice Pilato: «¿Qué es la verdad?». Y, dicho esto, volvió a salir donde los judíos y les dijo: «Yo no encuentro ningún delito en Él. Pero es costumbre entre vosotros que os ponga en libertad a uno por la Pascua. ¿Queréis, pues, que os ponga en libertad al Rey de los judíos?». Ellos volvieron a gritar diciendo: «¡A ése, no; a Barrabás!». Barrabás era un salteador.

Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a Él, le decían: «Salve, Rey de los judíos». Y le daban bofetadas. Volvió a salir Pilato y les dijo: «Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en Él». Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: «Aquí tenéis al hombre». Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Les dice Pilato: «Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en Él». Los judíos le replicaron: «Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios». Cuando oyó Pilato estas palabras, se atemorizó aún más. Volvió a entrar en el pretorio y dijo a Jesús: «¿De dónde eres tú?». Pero Jesús no le dio respuesta. Dícele Pilato: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?». Respondió Jesús: «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado». Desde entonces Pilato trataba de librarle. Pero los judíos gritaron: «Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César». Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gabbatá. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta. Dice Pilato a los judíos: «Aquí tenéis a vuestro Rey». Ellos gritaron: «¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!». Les dice Pilato: «¿A vuestro Rey voy a crucificar?». Replicaron los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que el César». Entonces se lo entregó para que fuera crucificado.

Tomaron, pues, a Jesús, y Él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota, y allí le crucificaron y con Él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: ‘El Rey de los judíos’, sino: ‘Éste ha dicho: Yo soy Rey de los judíos’». Pilato respondió: «Lo que he escrito, lo he escrito». Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: «No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca». Para que se cumpliera la Escritura: «Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica». Y esto es lo que hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.

Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: «Tengo sed». Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido». E inclinando la cabeza entregó el espíritu.

Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado —porque aquel sábado era muy solemne— rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con Él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: «No se le quebrará hueso alguno». Y también otra Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron».

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo —aquel que anteriormente había ido a verle de noche— con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús.

Una vez escuché aquello de que del “dicho al hecho, hay un trecho”. Jesús, me cuesta mucho decir esto aunque es fácil decirlo pero, por lo menos… deseo acompañarte en la Cruz.

Deseo revivir las horas de tu Pasión, Jesús: desde tu agonía en el Huerto de los Olivos hasta tu flagelación, tu coronación de espinas y tu muerte en la Cruz. “Llevan a mi Jesús de un lado para otro, entre los insultos y los empujones de la plebe”, decía san Josemaría.

Me imagino ahí en medio de toda aquella gente, porque han sido también mis pecados la causa del inmenso dolor que aplastan tu alma y tu cuerpo, Señor. Sí: cada uno te lleva de un lado a otro, burlándose de ti. Somos nosotros los que, con nuestros pecados, reclamamos a voz en grito tu muerte. Yo estoy ahí… Y Tú, perfecto Dios y perfecto Hombre, te dejas hacer. Leí una vez aquello de: “maltratado, no abrió su boca; como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante los trasquiladores.”  

Jesús, ¿te puedo preguntar algo? ¿Por qué? ¿Por qué te dejas machacar así? No me cabe en la cabeza. Una vez leí: “Jesús se entrega a la muerte con la plena libertad del amor.”   ¡Buf! ¿Y por qué? ¿Por qué me quieres tanto? ¿Qué he hecho yo para merecer tanto amor, que te entregas así por mí?

Solo un corazón como el tuyo puede amar tanto. Me encantaría dar la vida por mis amigos como Tú, Jesús.

Como decía el Beato Álvaro del Portillo: “Perdón. Gracias. Ayúdame más.” Perdón, Jesús por mis pecados que han sido la causa de tu muerte en la Cruz. Gracias, porque has querido morir por mí. Ante tanto desamor, Tú respondes con amor total. ¡Eres el mejor! Ayúdame más a tener un corazón grande, libre para amar de verdad a todos.

No quiero dejarte llevar a solas la Cruz. ¡Señor, ya no más!, ¡ya no más! Quiero acoger con alegría los pequeños sacrificios diarios. Hoy. Ahora. Vivir con libertad, amando. Haciendo las cosas como Tú, Jesús: porque me da la gana. Me guste o no me guste, me cueste o no me cueste, me apetezca o no me apetezca. Así podré vivir como Tú: amando. Siendo libre de verdad. 

Cada vez que tenga que hacer algo, si te parece bien, Jesús, te diré: vamos a hacerlo entre los dos, Jesús. Y lo haré por Ti. Por tu Amor.

También, Jesús, te pido con fe para mí y para todas las personas de la tierra, descubrir la necesidad de tener odio al pecado mortal y de aborrecer el pecado venial deliberado, que tantos sufrimientos te han causado. Dios mío, quiero pedirte perdón y consolarte.

¡Qué grande es la potencia de la Cruz! Cuando Tú eres objeto de risa y de burla para todo el mundo; cuando estás en el Madero sin desear arrancarte de esos clavos; cuando nadie daría ni un céntimo por tu vida, el buen ladrón –uno como yo– descubre el amor de Cristo agonizante, y pide perdón. “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” , le dices. ¡Qué fuerza tiene el sufrimiento, cuando se acepta junto a Ti, Jesús! Eres capaz de sacar –de las situaciones más dolorosas– momentos de gloria y de vida. Ese hombre (Dimas, el buen ladrón) que se dirige a Ti agonizando, encuentra la remisión de sus pecados, la felicidad para siempre. ¡Da el golpe perfecto!

¡Virgen María, quiero hacer lo mismo! Si pierdo el miedo a la Cruz, si me uno a Jesús en la Cruz, recibiré Su gracia, Su fuerza. Y me llenará de paz y alegría... de felicidad. Porque vivir amando es lo que realmente da la verdadera libertad: viviendo como Tú, Jesús.


Desatadlo y traedlo

Tiempo de lectura: 5 min

#Santa Cruz  #Entrega  #Amor  #Libertad  #Felicidad

Lc 19, 28-40

Dicho esto, caminaba delante de ellos subiendo a Jerusalén.

Y cuando se acercó a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, envió a dos discípulos, diciendo:

—Id a la aldea que está enfrente; al entrar en ella encontraréis un borrico atado, en el que todavía no ha montado nadie; desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta por qué lo desatáis, le responderéis esto: «Porque el Señor lo necesita».

Los enviados fueron y lo encontraron tal como les había dicho. Al desatar el borrico sus amos les “dijeron:

—¿Por qué desatáis el borrico?

—Porque el Señor lo necesita —contestaron ellos.

Se lo llevaron a Jesús. Y echando sus mantos sobre el borrico hicieron montar a Jesús. Según él avanzaba extendían sus mantos por el camino. Al acercarse, ya en la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, llena de alegría, comenzó a alabar a Dios en alta voz por todos los prodigios que habían visto, diciendo:

—¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor!

¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!

Algunos fariseos de entre la multitud le dijeron:

—Maestro, reprende a tus discípulos.

Él les respondió:

—Os digo que si éstos callan gritarán las piedras.

Jesús con este pasaje de tu vida, comienza la semana más importante de mi vida: nuestro rescate. Para lo que viniste al mundo. Ojalá recordarlo me sirva para que sea el reinicio de una vida santa. Voy contigo a vencer al pecado, a defender la alegría de la humanidad. Veo Señor que no tienes miedo. Quieres entrar como el Rey Salomón sobre un borrico, pero como Rey de nuestras vidas y desatarnos.

Hoy también quieres desatarme a mí como a ese borrico. Desatarme de mis miserias, temores, vicios, miedos, inquietudes… y hacerme libre para servir, para amar. Quieres liberarme del pecado, del mal para que pueda ser feliz. Liberado para el servicio de Dios y de la humanidad. Desátame de mis proyectos y planes si me alejan de ti. Desátame de mi orgullo, codicia, impurezas, quejas, comparaciones, envidias… que no puedo moverme. Y átame a ti… pero Tú Señor no atas a nadie. Siempre liberas. Quiero estar siempre contigo, llevarte siempre. Mi gran tesoro es saber que tú me quieres. Junto a ti nada me falta. 

Tu Gracia desata, libera. Los apóstoles reciben un encargo: desatar al borriquillo “porque el Señor lo necesita”. Me contaron que hace años un seminarista norteamericano escogió como frase para la invitación de su ordenación sacerdotal esa frase: “porque el Señor lo necesita”. Dios me desata, y se sube a mi interior.

Jesús, enséñame ahora a abrirme a la novedad de las sorpresas divinas, de la Gracia. ¿Me dejo desatar por Ti? Porque Tú, Señor, me necesitas. El mundo necesita alcanzar esa gran verdad: Dios está con nosotros siempre, porque nos quieres de verdad. Así quieres entrar también por la puerta de mi corazón y el de todos los hombres. Quiero fiarme de ti, pongo mi vida bajo tu guía y protección. 

Con la imaginación, "veo" junto a a cientos de personas que presenciaron hace unos días la resurrección de Lázaro, y cómo curaste a aquel joven ciego y a muchos más. Todos se admiran al verle… Si Tú vas conmigo podré llevarte a esos lugares donde quieres compartir tu felicidad suprema, quieres tener necesidad de mí. 

Ellos ponen a tus pies sus vidas, sus mantos, sus familias para que las bendigas, sus oficios, sus talentos, sus alegrías. Son tuyas. 

El borrico es el que tiene más suerte, porque está más cerca de Ti. Su áspero pelo contrasta con la blanca túnica limpia del Señor. Sus manos poderosas lo acarician de vez en cuando, quizás le recuerda a sus viajes a Belén con su Madre y José. Todo empezó sobre un borriquillo. 

Ahora quiero acercarme a Santa María. sabes, Madre mía, que esas ramas de palma más adelante serán azotes, esos vítores se transformarán en mentiras. La alegría en sufrimiento, el gozo en dolor, la risa en llanto… pero Tú, Jesús, transformarás todo en Amor. Madre mía, decides ser valiente y no separarte nunca de Jesús. ¿Y yo?

Jesús, que nunca te pierda, sé que eres el gran tesoro de mi vida. Que te lleve siempre por todos los caminos de la tierra. Quieres cambiar el mundo conmigo. El borrico está contento, sabe que sobre sus lomos lleva a Jesús, lo demás no le importa, vítores, canciones, alabanzas, aplausos, todo es gracias a ti y para ti, Señor.

¡Madre mía, Inmaculada... que me deje desatar, liberar por tu Hijo! 


La Verdad os hará libres

Tiempo de lectura: 4 min

#Verdad  #PalabradeDios  #SagradaEscritura  #Confianza  #Fe  #Libertad  #Felicidad

Jn 8, 31-42

Decía Jesús a los judíos que habían creído en Él:

—Si vosotros permanecéis en mi palabra, sois en verdad discípulos míos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.

Le respondieron:

—Somos linaje de Abrahán y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo es que tú dices: «Os haréis libres»?

Jesús les respondió:

—En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado, esclavo es del pecado. El esclavo no se queda en casa para siempre; mientras que el hijo se queda para siempre; por eso, si el Hijo os da la libertad, seréis verdaderamente libres. Yo sé que sois linaje de Abrahán y, sin embargo, intentáis matarme porque mi palabra no tiene cabida en vosotros.

»Yo hablo lo que vi en mi Padre, y vosotros hacéis lo que oísteis a vuestro padre.

¡Hola, Jesús! Creo que lo que debe ser importarme como cristiano no es aprender de memoria algunos datos sobre Ti, ni limitarme a seguir un sistema de valores. 

Quizá lo más importante es aprender a "permanecer", a "morar" en Tu Palabra. 

Porque si de verdad soy sincero conmigo mismo… mi problema de “establecerme” viene de una falta de confianza en Ti, en Tu Palabra. 

Si viera el Evangelio, la Sagrada Escritura como verdadero alimento que me da la vida… la Palabra de Jesús me nutriría poco a poco y me haría crecer, y la prueba sería que cada vez soy más y más libre.

Jesús, ayúdame a volver a leer y meditar la Palabra de Dios y que sea el inicio de un cambio trascendental para mi vida personal y más allá. 

Espíritu Santo, ayúdame a que poco a poco me vayas adentrando en el Evangelio, y aprenda a “habitar” en él. Conocería la Verdad, y me haría libre. 

Porque, Jesús, Tú hablas claro, y la Verdad que me anuncias, que es la Verdad de un Amor liberador, me introduce en una gran libertad que nada ni nadie puede dar: ninguna política, ninguna cultura, ninguna mentalidad del mundo, ningún último modelo de smartphone, ningún influencer… 

También me dice algo que no es insignificante: que la Verdad existe, a pesar de que el deporte rey sea negar su existencia y dejarnos por las opiniones de todo el mundo. En este sentido, que para mí, tu Palabra, Jesús, sea una verdadera experiencia existencial y no una experiencia meramente intelectual.

Tu Madre, Jesús, permaneció en Tu Palabra y es la mujer más libre de la historia de la humanidad. ¡Y es mi Madre también! Madre mía, enséñame a permanecer en la Palabra, a morar en la Palabra, a vivir cada día de la Palabra.   




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