¿Conocer personalmente a Jesucristo?

Jamás habló hombre alguno así

Tiempo de lectura: 6 min

#Jesucristo  #Conversión  #Propósitos  #Generosidad  #Entrega  #AmordeDios

Jn 7, 40-47

De entre la multitud que escuchaba estas palabras, unos decían:

—Éste es verdaderamente el profeta.

Otros:

—Éste es el Cristo.

En cambio, otros replicaban:

—¿Acaso el Cristo viene de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Cristo viene de la descendencia de David y de Belén, la aldea de donde era David?

Se produjo entonces un desacuerdo entre la multitud por su causa. Algunos de ellos querían prenderle, pero nadie puso las manos sobre él.

Volvieron los alguaciles a los príncipes de los sacerdotes y fariseos, y éstos les dijeron:

—¿Por qué no lo habéis traído?

Respondieron los alguaciles:

—Jamás habló así hombre alguno.

¡Hola, Jesús! 

Me parecen espectaculares las palabras de estos guardias (alguaciles). Me llama mucho la atención su lealtad.

Imaginando un poco esta escena, estos soldados puede que no supieran nada sobre Ti. Quizá esa mañana habían salido de sus barracones para ir a detener a uno de los muchos a los que se les había ordenado arrestar. 

Sin embargo, se encuentran Contigo, Jesús y les dejas una huella muy profunda en el corazón. Jesús, ¿qué mirada tienes? ¿qué confianza generas? ¿cómo hablas que tocas de tal modo a estos hombres como nadie había tocado jamás su alma? También entre la multitud muchos dicen que eres el Cristo, el Mesías, a quien esperaban los judíos para la salvación.

Creo que este es básicamente el caso de todos aquellos que te han experimentado verdaderamente. De repente, en su vida se dieron cuenta de que lo interesante de Ti no son tus ideas, sino Tú mismo. Es tu forma de actuar la que golpea incluso antes que las enseñanzas, y las consecuencias que hay que extraer en la vida. 

Jesús, no quiero quedarme solamente en saber que es posible esta fascinación. Me gustaría que tu palabra no sólo toque mi corazón, sino que provoque mi libertad para tomar una decisión. Dicen que toda verdad provoca una decisión o es una verdad desperdiciada. No quiero quedarme de brazos cruzados y no decidirme por Ti. Así estaría desperdiciándote. 

Si encuentro la fe pero no hago ninguna elección al respecto, entonces desperdicio la fe. Si encuentro algo hermoso en la vida pero no tomo ninguna decisión al respecto, habré desperdiciado esa belleza. Que se traduzca en hechos el golpe que supone en mi alma percibir que me quieres con locura, que me perdonas siempre, que quieres lo mejor para mí... 

Por ejemplo: ¿cómo puedo devolverte tu amor? ¿con qué decisión o determinación? 

Para que no le aplastasen

Tiempo de lectura: 5 min

#Jesucristo  #Oración  #PalabradeDios  #Fe  #AmordeDios

Mc 3, 7-12

Jesús se alejó con sus discípulos hacia el mar. Y le siguió una gran muchedumbre de Galilea y de Judea. También de Jerusalén, de Idumea, de más allá del Jordán y de los alrededores de Tiro y de Sidón, vino hacia él una gran multitud al oír las cosas que hacía. Y les dijo a sus discípulos que le tuviesen dispuesta una pequeña barca, por causa de la muchedumbre, para que no le aplastasen; porque sanaba a tantos, que todos los que tenían enfermedades se le echaban encima para tocarle. Y los espíritus impuros, cuando lo veían, se arrojaban a sus pies y gritaban diciendo:

—¡Tú eres el Hijo de Dios!

Y les ordenaba con mucha fuerza que no le descubriesen.

Jesús, veo que a medida de ir predicando, hacer milagros y signos, tu fama crece a pasos agigantados. Pero Jesús, ¿es posible que quizá la verdadera razón por la que la gente te sigue es la búsqueda de lo sensacional, de algo espectacular? ¿Es posible que yo te busque pero solo porque “me solucionas problemas”? Alguna vez lo he pensado…

Quizá, Jesús, Tú quieres mostrarme una nueva “sabiduría”. Es la “ciencia de la Cruz”, esa sabiduría en la que mi debilidad ya no es un problema, sino el camino por el que me salvas. Es esa sabiduría en la que ganas perdiendo, en la que amas sin medida, en la que perdonas a los que te están dando muerte. Así me das otra lección de vida: me muestras no lo sensacional, sino lo que de verdad es importante en mi vida: lo esencial. 

A mí esto me cuesta comprenderlo… Me atrae pero también me cuesta vivirlo. Tal vez te busque, Jesús, sólo porque quiero que me resuelvas algún problema y no porque me enseñes cómo afrontar realmente los problemas. 

¿Cómo te trato, Jesús? ¿Cómo cuido mi relación Contigo? Muchas veces quien “paga el pato” eres Tú, Jesús, porque me dejo llevar por lo urgente y quedas relegado al último lugar “ahogado” por las miles de cosas que hago, y no puedes finalmente hablarme. ¿Te doy espacio en mi día a día para que me hables y me des tu opinión sobre las cosas que me suceden? Veo que la oración es un espacio en el que te dejo de hablar y te doy  la palabra, Jesús. ¿Es lo primero? ¿Me doy cuenta que es el único arma que tengo y es algo que vale la pena utilizar siempre?

Por eso, quizá le pides a tus discípulos en el Evangelio de hoy: "Y les dijo a sus discípulos que le tuviesen dispuesta una pequeña barca, por causa de la muchedumbre, para que no le aplastasen".

Jesús, hazme caer en la cuenta de que la verdadera vida espiritual no necesita mucho tiempo y muchas cosas, de hecho incluso un poco de tiempo es suficiente. Tiempo de calidad y exclusivo: espacio para que vayas haciendo en mí según Tu Voluntad, con Tu Palabra. Como este rato que ahora te dedico. Lo más importante es que defienda mi relación Contigo con todas mis fuerzas de las otras miles de cosas que me querrían arrebatarla y asfixiarme cada día. Así la vida no me aplastará y podré ir compartiendo todo Contigo. ¡Madre mía, ayúdame!

Los amó hasta el extremo

Tiempo de lectura: 7 min

#Jesucristo  #Oración  #Servicio  #Fe  #AmordeDios  #Eucaristía  #Entrega  #Generosidad  #Sacerdocio  

Jn 13, 1-15

La víspera de la fiesta de Pascua, como Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Y mientras celebraban la cena, cuando el diablo ya había sugerido en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, que lo entregara, como Jesús sabía que todo lo había puesto el Padre en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la cena, se quitó el manto, tomó una toalla y se la puso a la cintura. Después echó agua en una jofaina, y empezó a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había puesto a la cintura.

Llegó a Simón Pedro y éste le dijo:

—Señor, ¿tú me vas a lavar a mí los pies?

—Lo que yo hago no lo entiendes ahora —respondió Jesús—. Lo comprenderás después.

Le dijo Pedro:

—No me lavarás los pies jamás.

—Si no te lavo, no tendrás parte conmigo —le respondió Jesús.

Simón Pedro le replicó:

—Entonces, Señor, no sólo los pies “sino también las manos y la cabeza.

Jesús le dijo:

—El que se ha bañado no tiene necesidad de lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos —como sabía quién le iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».

Después de lavarles los pies se puso el manto, se recostó a la mesa de nuevo y les dijo:

—¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y tenéis razón, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo para que, como yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros.

Jesús, este pasaje del Evangelio se lee en un día grande, un día de gran fiesta. ¡El día que instituiste la Eucaristía: Jueves Santo! Te pido también especialmente a ti, Virgen María, por los sacerdotes. Lo necesitan mucho. ¡Que sean muy santos!

Leyendo el evangelio de san Juan dice que querías tanto a tus amigos que los quisiste hasta el extremo. Me pregunto qué significa eso para mí. De primeras respondería que se refiere a que te humillas lavándoles los pies, morirás cosido a un madero, te escupirán en la cara, te pegarán bofetadas, te tirarán de la barba, se reirán de Ti… ¡Siendo el mismo Dios! Me quieres tanto que no te bastaba con morir en la cruz dando hasta el último aliento. Me quieres “hasta el extremo”. Te quieres quedar como sea muy cerca de mí: ¡no quieres separarte de mí! Por eso, te quedas en el Pan Bendito de la Eucaristía. Te quedas encerrado en el Sagrario, porque me quieres. Así, te das hasta el fin. 

¡Gracias, Jesús! ¡Gracias por querer quedarte conmigo y por mí en la Eucaristía para siempre! ¡Eres Tú, Jesús! ¡Estás oculto en la Eucaristía! ¡Así me quieres! Te rebajas para quedarte muy cerca de mí.

Dame este mismo amor para quererte también así. Amor con amor se paga, escuché una vez a mi abuela. Tu amor y tu entrega me llaman a corresponderte con generosidad. Ante este extremo de amor, el simple agradecimiento suena a poco, la indiferencia sabe a crueldad. Te quedas por mí, para ser mi alimento y mi fuerza. Esperas una respuesta por mi parte, una respuesta igualmente enamorada...

Una vez animaba un sacerdote a imaginar por un momento que Tú, Jesús, te presentas de repente. Te apareces a lo grande… como la película de Aladdín, con toda su majestad. ¿Qué haría? Pues… posiblemente, lo primero sería ponerme de rodillas y te reconocería como quien eres: mi Dios, mi Creador y mi Salvador. Eres el Señor de la historia. Dueño de todo lo que existe. ¡Qué fuerte! Me lo estoy imaginando… Sería brutal. 

Jesús, quiero adorarte y alabarte. ¡Gracias por tu humillación y por tu entrega!

¡Gracias por querer abajarte tanto quedándote bajo la apariencia de pan! ¡Y todo porque me quieres con locura!

Dame esos deseos de una respuesta generosa que sea prueba de mi cariño. Porque “obras son amores y no buenas razones”. Quiero imitarte, agradarte y servirte sin poner condiciones ni excusas, ¿Qué quieres que haga hoy por Ti y por los demás, Señor? ¿Qué quieres de mí? 

Ayúdame a romper con el egoísmo y con el amor propio. Quiero imitarte y olvidarme de mí mismo. No quiero ser superficial ni frívolo. No quiero ir a lo fácil o a lo cómodo...

De vez en cuando, resuena en mi corazón como recordatorio esa frase que me golpea desde que la leí por primera vez: "Lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado". Esta realidad me “hirió” porque es lo que realmente creo y deseo. Quiero vivir así, como Tú: enamorado, servicial, humilde.

Quiero agradecerte todas las veces que me has dado la oportunidad de recibirte en la Eucaristía. De un modo sencillo, sin llamar la atención, todo un Dios entra en mí y puede hacer de las suyas. ¡Transfórmame! Quiero tener tus mismos sentimientos, tus mismas reacciones, tu misma mirada y también tu mismo corazón para querer a los demás hasta el extremo. Como Tú.

Hoy y cada día me gustaría repetirte para prepararme bien, cuidarte en la sagrada comunión e imitarte: “Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre; con el espíritu y fervor de los santos”.

Si me amarais...

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#Jesucristo  #Oración  #Fe  #AmordeDios  #Entrega  #Generosidad  #Libertad  

Jn 14, 27-31

La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis escuchado que os he dicho: «Me voy y vuelvo a vosotros». Si me amarais os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora antes de que suceda, para que cuando ocurra creáis. Ya no hablaré mucho con vosotros, porque viene el príncipe del mundo; contra mí no puede nada, pero el mundo debe conocer que amo al Padre y que obro tal y como me ordenó.

—¡Levantaos, vámonos de aquí!


Jesús, me prometes que estarás conmigo para siempre. No me vas a dejar nunca. Me dan ganas de decir, como lo hacia san Josemaría: saber que me quieres tanto, Dios mío, ¿y no me he vuelto loco? Me quieres tanto, Jesús, que me prometes que me acompañarás siempre. No solo en esta vida, sino por toda la eternidad: para siempre, para siempre, para siempre… 

Tú estarás conmigo para siempre… pero eso será si yo quiero. Porque no quieres forzarme, no quieres obligarme a tenerte cerca. Nunca pasas a llevar mi libertad, es lo único que limita tu poder, porque así es como me quieres. Y yo te agradezco ese cariño y esa confianza. No quieres siervos, sino amigos, cómo nos dices en otra parte del evangelio. 

Pero yo muchas veces te dejo abandonado, no te tomo en cuenta. Voy más a mis cosas, a mis gustos, a mis preocupaciones… y no me doy cuenta de que estas a mi lado y que quieres que te vaya compartiendo esas cosas. 

En este rato de oración quiero atreverme a decir que sí siempre, a elegirte siempre. Porque sé que esto es lo que me va a hacer feliz. Quiero elegir compartir mis cosas, mis deseos, mis gustos… para que tú los tomes y los eleves, para que cumplas mis deseos o me des lo que necesito para ser feliz. Esto lo puedo hacer cada día Contigo tratándote personalmente.  

Puede pasar cualquier cosa, pero sé que si te invito a entrar en mi corazón y te digo que quiero estar contigo, tú me ayudarás en todo lo que necesite. ¡Gracias, Jesús!

Marchó a Betania

Tiempo de lectura: 4 min

#Jesucristo  #Oración  #Fe  #AmordeDios  #Eucaristía  #Generosidad  #Libertad  

Jn 12, 1-2

Jesús, seis días antes de la Pascua, marchó a Betania, donde estaba Lázaro, al que Jesús había resucitado de entre los muertos. Allí le prepararon una cena. Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa con Él.

Jesús, Tú te escapabas de vez en cuando para estar con tus amigos en Betania. Esos momentos eran muy apreciados por ti, porque podías descansar, disfrutar con Marta, María y Lázaro, estar tranquilo. En Betania estabas a gusto, como yo cuando estoy con mi familia o con mis amigos más íntimos. Y yo quiero que mi corazón sea como Betania. Cuando voy a la Santa Misa y te recibo, o cuando vengo a verte como ahora, que estoy hablando contigo como con un amigo, porque eres mi amigo. En todas esas ocasiones, quiero que estés a gusto conmigo.

Por eso, quiero decirte muchas cosas: en primer lugar, quiero decirte que te quiero mucho, que me encanta estar contigo. Es cierto que a veces me cuesta hacer mis ratos de oración, pero soy consciente de que siempre salgo mejor, porque he estado con la persona que más quiero y más me quiere. 

Te quiero decir también que necesito que me ayudes, porque soy débil y hay cosas que me cuestan (aquí cada uno puede pensar en sus luchas más personales, en las cosas que más nos cuestan). 

También te quiero pedir por mi familia, por mis amigos y las personas que quiero, para que estén bien y puedan estar cerca de ti. Por último, reconozco que me duele haberte ofendido en esto y en esto otro: una mentira, una falta de rectitud, una pelea con alguien cercano, una desobediencia, un olvido de ti…

Pero en una relación de dos personas no es uno el que habla todo el rato. Por eso, Jesús, quiero dejar momentos para escucharte. 

Ahora, en este rato de oración, te pregunto directamente: ¿Qué quieres decirme, Jesús? ¿En qué quieres que luche más, que me convierta? ¿Cómo quieres que cambie? ¿Cómo puedo aprovechar mejor las cosas buenas que me diste? ¿Qué quieres que haga con mi vida? Me importa la opinión de las personas que quiero, pero, sobre todo, me importa tu opinión, Jesús. 

Como te decía antes, sé que Tú eres quién más me quiere, quien se interesa más por mi felicidad. Por eso me interesa aprender a escucharte, y poder decir, con ese personaje del Antiguo Testamento, «Habla, Señor, que tu siervo escucha».

Y todo eso (hablarte y escucharte), lo puedo hacer porque mi corazón es otra Betania, un lugar donde puedo estar contigo tranquilo, a solas, sin prisas. 

Como esa persona que rezaba delante del sagrario, mirando fijamente al Sagrario, y cuando el párroco se le acercó (no era cualquier párroco, era el Santo Cura de Ars), le dijo: «Yo lo miro y él me mira». Jesús, yo te miro y tú me miras… ¡Qué maravilla!

Madre mía, Tú que tienes un trato muy personal con tu Hijo. ¿Me enseñas a tratarle?




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