Cultura

El hombre que podía volar

Por Eulo García, desde Asunción


Nacido el 28 de julio de 1942 en el departamento del Guairá, Chester Swann (Celso Aurelio Brizuela) fue un referente del underground paraguayo, tanto en dictadura como en democracia. Desde temprana edad su vida estuvo marcada por un derrotero de exilio, retorno, persecución, sobrevivencia. Pero sobre todo, una característica le acompañó siempre: la rebeldía, que fue, precisamente, el motor que le permitió resistir en diferentes contextos y sobrevivir no solo a las épocas, sino a las formas más oscuras de la represión.

Y fue esa rebeldía la que lo llevó a sumergirse en la música, la literatura, el periodismo, la pintura, la ilustración, la cerámica, para darle forma a sus inquietudes. Autor de una decena de novelas, de las que hasta el momento se ha publicado solo una (Razones de Estado, Intercontinental, 2005), varias colecciones de cuentos, poemarios, ensayos, fue un asiduo ocupante de las aguas cibernéticas en los últimos años de su vida, escribiendo asiduamente artículos de opinión sobre la actualidad política y cultural tanto del Paraguay como del mundo, los que compartía a través de correos electrónicos y blogs locales e internacionales.

Pero el 2012 habría de ser un año terrible para el Paraguay. En el mes de junio, la oligarquía paraguaya propició la destitución del presidente Fernando Lugo mediante un golpe parlamentario, dando así un final brusco a una experiencia inédita en 60 años de la política local: un gobierno no colorado y con una buena base de aceptación popular. En los meses siguientes de ese acto vil, fallecieron una cantidad llamativa de artistas e intelectuales, como el escultor Herman Guggiari, el poeta Emilio Pérez Chávez, el músico y docente Celso Bazán, el sociólogo Tomás Palau, el glorioso guitarrista Roberto Thompson, y en el mes de diciembre de ese año, Chester Swann se sumaría a esta lista. El luto impregnado en la cultura del país cerró el año como una metáfora de oscurantismo.

En aquella oportunidad me tocó escribir este artículo, a días del fallecimiento de este artista iconoclasta, a quien también pude considerar un amigo.


El último vuelo del Cisne*

Porque en los peores años era de esperanza ser rebelde, ir «caminando en la madrugada/ por esas calles de la ciudad»; y para más, con la «melena al viento y guitarra al hombro», elementos suficientes para levantar no solo la sospecha de peligrosidad de parte de la policía, sino el odio mismo que despierta la ceguera que otorga el uniforme y la suprema orden del tirano. Entonces había que bancarse a los «cachazudos con cachadas», y a las cachiporras y las cachetadas de aquellos entes ubicuos y obsecuentes del «perjurásico reptil».

Chester Swann conocía ese procedimiento por absurdo y reiterado. Pero era imposible, no había forma de acallarle las manos ni la boca, quizá porque la libertad es obstinada, o quizá, simplemente, porque la vanguardia es así, como dice el roquero argentino Charly García.

Y son tan simples a veces las cuestiones trascendentales, que de repente una canción, insumisa y en guardia (como recuerda una canción del uruguayo Tabaré Rivero), es capaz de hacerlo todo.

Fue en 1973 —uno de esos peores años— cuando el indomable Chester hizo todo en una canción: «Yo no me arrastro», que se convertiría en piedra basal de la música rock en Paraguay.

Influenciado por la corriente folk rock que preponderó en los sesenta (con las voces de Bob Dylan, Pete Seeger y Joan Báez a la cabeza), y la ya ineludible presencia espiritual de los Beatles (de John Lennon en especial) y los Rolling Stones, Chester desafió al caretaje de la sociedad conservadora de su tiempo diciendo: «Mi facha rara provoca insultos, cuando la gente me ve pasar/ No ven sus vicios ni sus miserias, solo reparan en los demás/ Yo estoy muy alto, ¡pobres gusanos! ¡Yo no me arrastro, puedo volar!», colocando en estos versos un enclave para la resistencia y un empuje necesario para saltar los obstáculos engendrados por la dictadura.

Pero esta canción no solo es rabia escupida, sino que la misma es un maravilloso canto del Chester insumiso a la insumisa libertad, aquella a la que poco le importan los condicionamientos de la sociedad («no tengo nada pero soy libre/ me siento dueño de la ciudad»); y, desafiante e irónico, retrata en esencia y forma al agente burócrata y represor de la sociedad que nos gobierna: «Judas modernos, del oro esclavos/ A mí jamás me podrán comprar/ ¡Y se proclaman “hijos de Cristo”! ¡Habrase visto desfachatez!/ Por cinco reales, matan a un hombre; venden la madre; compran la ley/ ¡Oh! Gentes nada que ver... sigan arrastrándose/ Lenguas largas, cabellos cortos; moral en venta o en alquiler».

Cultura underground

Por todo esto, «Yo no me arrastro» es, además de una poderosa canción y piedra fundacional del rock paraguayo, una declaración de principios y un manifiesto filosófico e ideológico de lo que en su momento fue la cultura underground y, por tal, marginal, opuesta a las obligaciones morales que proponía e imponía la dictadura, pero cuya descripción y propuesta son de una actualidad vital para rescatar siempre lo esencial del arte y de la resistencia.

Por eso es que el mote de «Abuelo del rock» le calzaba perfecto a Chester Swann, por actitud, rebeldía e inteligencia, aunque él se definiera en más de una ocasión más como juglar que otra cosa, un trovador cuya misión era plantar semillas de pensamiento en la cabeza de la gente.

En el 2005 reunió varias de sus canciones en el disco Trova salvaje, entre las que destacan la mencionada «Yo no me arrastro», «Tektrus (entes)», «Triste guitarra», «Libertad», «Despertando», «Les propongo» y «¿Qué le pasará a mi gente?», que son un espejo fiel de su palabra asumida y su corazón inagotables, con los que recibía siempre a quien lo visitaba en su casa de la ciudad de Luque.

Y aunque sabemos de su fascinación por el vuelo y por auscultar incansablemente en los misterios del Universo, hoy nos cuesta más que un poco acostumbrarnos a su desaparición física. Es probable que a su espíritu libertario no le sea de tanto agrado esta tristeza que nos embarga hoy; pero estoy más seguro de que menos le agradará que no la dejemos fluir.

Porque la vanguardia es así también, como cuando canta el cisne y sabemos que ahí toda la belleza es posible, y que al despertar del sueño o del letargo, lo que recordemos de esa canción permanecerá, insumisa y fiel, en guardia.


*Publicado en diciembre de 2012 en el suplemento Correo Semanal del diario Última Hora.

"Yo no me arrastro"

"Tektrus" (Entes)