Independencia Económica

Al patrón Dólar, con insubordinación

Por Rodolfo P. Treber


Independientemente del signo o color que tenga el gobierno de turno, todos encuentran su principal escollo en la generación, atesoramiento y precio del dólar estadounidense. No es novedad que en los últimos 44 años todos los métodos puestos en práctica para su regulación han fracasado más temprano que tarde. Lo que resulta llamativo es que ningún gobierno se ha propuesto hacer énfasis en atacar el origen de la subordinación a la moneda extranjera.

Como nos enseñara el Che, “en los países dominados, el comercio exterior determina las políticas internas”, y lo mismo puede decirse de la política monetaria. En otras palabras, los países dependientes no tienen facultad sobre el precio de su dinero; lo define la conversión, o tipo de cambio, con la moneda dominante en su comercio exterior.

En nuestro caso, tanto las exportaciones realizadas por multinacionales acopiadoras de granos (Cofco, Dreyfus, Cargill, Bunge) como las importaciones de las cámaras del sector de las automotrices internacionales y las cadenas de comercialización (Volkswagen, Renault, Peugeot-Citroën, Chevrolet, Toyota, Walmart, Carrefour, Cencosud) se realizan en dólares estadounidenses. En consecuencia, todo producto del mercado interno, pasible de ser exportado, tiene su precio directamente vinculado al tipo de cambio vigente, y el resto lo hace de forma indirecta por su relación en la estructura de costos de producción y logística.

Por lo tanto, en nuestra economía —privada y totalmente transnacional— el Dólar funciona como patrón/respaldo del Peso argentino. Así, la moneda local es solo un reflejo de la extranjera dominante, y su precio se define según la cantidad de dólares en reserva. Línea rectora de la economía nacional que se repite, sin variación alguna hace 44 años, desde las desregulaciones de la dictadura militar, realizadas de la mano del tándem Videla–Martínez de Hoz–FMI–Banco Mundial.

Esta subordinación política anula la soberanía monetaria, y la capacidad de emitir, ya que está condicionada por la cantidad de dólares que ingresan al país, al resultado comercial de la balanza comercial impo/expo, y tiene impacto directo en el precio de conversión peso/dólar.

Desde la destrucción de la industria nacional en la década del ‘90 hasta la actualidad, el precio de nuestra moneda estuvo directamente relacionado con la cantidad de dólares en reservas. Esta dependencia a una moneda que no manejamos, que no emitimos, tiene graves consecuencias económicas que se traducen en devaluaciones permanentes e inestabilidad en los precios internos.

La vinculación directa entre economías tan dispares, creada por un comercio exterior en manos extranjeras, produce devaluaciones constantes que, al trasladarse directa o indirectamente a un aumento de precios, lastima al pueblo argentino. Más devaluación, más inflación, es la demostración fáctica de la subordinación total al Dólar.

Las casas se fabrican 100% en el país, pero ladrillos, cemento, arena, y todos los materiales de la construcción son susceptibles de compra/venta al exterior; por lo que, desde las empresas, imponen el precio Dólar del comercio exterior para no perder rentabilidad y asegurar su inversión. Inflación y devaluación van de la mano en las Patrias sometidas.

Cada vez que esto sucede —y se repite en innumerables ocasiones en las últimas décadas— el Pueblo trabajador se empobrece mientras unos pocos aprovechan las crisis para comprar, a bajo precio, lo que los otros ya no pueden mantener (casas, autos, terrenos), ampliando así la desigualdad, transfiriendo riquezas a lo alto de la pirámide de ingresos, bajando el poder adquisitivo del salario y ampliando la injusticia social.

Como si no fuera suficiente, y por todo lo expuesto, el Peso argentino no tiene la característica de ser resguardo de valor y, como consecuencia directa, no es una herramienta eficaz para su atesoramiento. Así, se expande el efecto negativo ya que la gran mayoría de los argentinos con capacidad de ahorro, desde el pequeño al más grande, decide dolarizarse. Esto es ni más ni menos que acumular en una moneda extranjera la generación de riqueza a partir del trabajo local.

Finalmente, entre la demanda interna para atesoramiento y la demanda externa para importaciones, la economía argentina se encuentra dentro de una permanente espiral de insuficiencia de divisas que, tarde o temprano, debilita a sus gobiernos, y, principalmente, a su aparato productivo y su pueblo trabajador.

Entonces, no debemos, ni podemos, esperar recetas económicas mágicas para la salida de la crisis. Se precisan cambios estructurales y estos, a su vez, requieren fuertes decisiones políticas. Para solucionar el problema, irremediablemente, hay que atacar su causa primera. La administración del comercio exterior es el primer paso, obligado, para emprender un proyecto político nacional que defienda los intereses populares.

Primero es necesario recuperar la soberanía política: 1- Decidir qué entra y sale del país, tener el control de nuestro comercio exterior. 2 - Alcanzar la independencia económica: Producir lo que hoy importamos y, así, poseer soberanía monetaria y financiera. 3 – Conquistar la justicia social: Pleno empleo de todos los argentinos con una justa distribución de la riqueza.