Soberanía Política

La comunidad judía

entre el peronismo y el antiperonismo:

inconsistencias, contradicciones y prejuicios

Por César Tiempo



La supuesta aquiescencia o tolerancia de Perón al ingreso de criminales de guerra nazis es la primera cuestión que se plantea alrededor del tema que nos ocupa. Aquí lo abordaremos en pocas líneas, no sólo porque excede el marco de la publicación, sino porque no es el objetivo del trabajo.

Dado que nos imponemos más que nada contextualizar y poner en justa proporción los acontecimientos que necesariamente deben ser instalados en el debate, basta con formular estas consideraciones:

  1. Existen muy pocos países en los que no hayan ingresado nazis en la posguerra. Sin embargo, a diferencia de Argentina y el resto de Latinoamérica, Estados Unidos y la OTAN los han albergado y les han otorgado funciones estatales, especialmente en los servicios de inteligencia y en el complejo militar-industrial. En el ámbito de la OTAN, se insertaron en el marco de la “Operación Gladio”, fungiendo como ejército de reserva ante una posible victoria de los eurocomunismos. Esta consistió en un plan de la CIA por la que se reclutó y adiestró cuadros de extrema derecha locales con responsabilidades en los regímenes nazifascistas de la Segunda Guerra en los países de la OTAN, bajo la hipótesis de conflicto de que el comunismo pudiese llegar al poder en las naciones de Europa Occidental. Los movimientos neofascistas fueron especialmente letales en Italia, donde provocaron atentados terroristas de gran magnitud como el bombardeo de la estación de Bologna, en agosto de 1980, sirviendo al objetivo mayor de que el Partido Comunista Ialiano no se integre al gobierno de la Democracia Cristiana.


  1. La rendición alemana en abril de 1945 y la detención de Perón el 12 de octubre de 1945 es el período histórico donde éste pudo haber ejercido algún tipo de influencia respecto del ingreso de criminales de guerra. Sin embargo, su función exclusiva como Secretario de Trabajo y Previsión no parece tener alguna conexión con este cometido político-administrativo. A partir de esa fecha, Perón “cae en desgracia” para el régimen revolucionario, es encarcelado y hasta la fecha de su asunción como presidente constitucional, el 4 de junio de 1946, no puede asignársele responsabilidad alguna.


  1. Cabe preguntarnos acerca de los múltiples modos y vías de acceso ilegales que los nazis pudieron utilizar para ingresar en los países y sobre todo los medios tecnológicos existentes en esa época para identificar a las personas, así como la masiva afluencia de refugiados de Europa que Latinoamérica recibió en esos años.


Como hemos dicho, se han escrito decenas de libros y se han efectuado múltiples investigaciones; sin embargo, poco valen para el objeto de este trabajo que no es más —ni menos— que poner en contexto y dimensión los hechos de los cuales el arriba tratado no es sino uno más de ellos.


Las opciones políticas de la comunidad judía desde el peronismo a la actualidad

La relación entre el peronismo y la comunidad judía estuvo signada desde el comienzo por equívocos, anacronismos y la atípica miopía eurocéntrica característica del liberalismo en particular y amplios sectores de la clase media argentina en general.

En este breve trabajo, nos centraremos simplemente en destacar contradicciones y juicios desproporcionados formulados por un sector mayoritario de la comunidad judía alrededor de actos y decisiones políticas de los últimos 80 años de la historia nacional que pivotean sobre dos lugares comunes : La asociación entre Perón y el nazismo, el supuesto antisemitismo del Movimiento Justicialista y la correlativa adscripción de amplios sectores de la comunidad judía a proyectos de derecha y centroderecha como el radicalismo en su vertiente post peronista, el menemismo y la coalición Cambiemos.

El primer peronismo tuvo un gesto muy modestamente destacado: ser uno de los primeros países en reconocer el Estado de Israel, una decisión de ningún modo aséptica en el proyecto geopolítico de Perón, que le valió desacuerdos con el sinnúmero de países árabes y musulmanes que presionaban en contra de tal reconocimiento. Nótese que este tuvo lugar en febrero de 1949, cuando el naciente Estado ni siquiera había ganado la guerra de independencia, circunstancia a la que, salvo el bloque soviético, muy pocos apostaban.

Este gesto no se debió a presiones norteamericanas, como algunos cínicamente buscan derivar; más bien ocurrió lo contrario: fueron los Estados Unidos quienes más presionaron a la dirigencia de Tel Aviv para que se abstuviera de declarar la independencia.

En el plano interno, la comunidad judía dio un salto económico decisivo durante el primer peronismo, consolidándose como clase media comercial, pero sobre todo se vio beneficiada por la decisión política de reprimir con dureza a los movimientos ultra nacionalistas y ultra católicos, lo que permitió a la comunidad librarse del estado de zozobra al que las actividades de estos grupos la tenía habituada desde el pogrom de la semana trágica yrigoyenista.

Así, deviene hoy sorprendente el alineamiento de vastos sectores de la comunidad con el movimiento golpista del ’55, que, significativamente, tiene su punto de inicio en el Corpus Christi del mismo año, e instigado por una jerarquía católica extremadamente antisemita en la línea que sólo a partir del Concilio Vaticano II empezaría a modificarse.

No pocos estudiantes e intelectuales judíos celebraron el golpe “libertador” que meses antes había ametrallado al pueblo desde aviones que lucían en sus alas la inscripción “Cristo Vence”. Seguramente, la ingenuidad liberal y el eurocentrismo los colocaba en la distopía de imaginarse como maquis franceses liberando París del “tirano”.

En la segunda mitad de los años 50, los judíos “libertadores” advirtieron que el régimen que habían ayudado a engendrar avanzaba sobre las libertades más básicas sentadas por el Constitucionalismo histórico. Entre ellas, la laicidad de la enseñanza pública, refiriéndonos aquí a las épocas de la “laica o libre”.

Sin embargo, la peor afrenta, la que jamás se destaca y que muestra la endeblez del radicalismo histórico es el episodio del secuestro de Eichmann: en pleno gobierno del radical intransigente Frondizi, la inteligencia israelí detecta la presencia del cerebro de la “solución final” en el conurbano bonaerense. Un comando del Mossad lo secuestra para ser enjuiciado y ejecutado en Israel.

Las normas del Derecho de gentes instauradas en los juicios de Núremberg habilitaban la persecución de criminales de lesa humanidad. Sin embargo, lo que debería haber sido un motivo de regocijo para la comunidad internacional, lo transforma en un incidente diplomático, denunciando a Israel en las Naciones Unidas, y rompiendo relaciones diplomáticas con el mismo.

La pesadilla del catolicísimo militante ultramontano retorna con fuerza con la caída de Perón. Grupos como Tacuara y la Guardia Restauradora Nacionalista cometen todo tipo de ataques violentos bajo la pasividad policial y la impunidad judicial, hasta que en el gobierno de Illía acontecen dos desgracias irreparables: el asesinato del estudiante judío Alterman y el secuestro y tortura de Graciela Sirota.

No queremos caer en el maniqueísmo opuesto al que denunciamos, ni en la mala fe de negar que dentro del peronismo han existido tendencias antisemitas: las hubo, y muy graves, aunque sólo en el triste período de la Triple A, cuando se instrumentan y surge una responsabilidad política oficial. Muchos judíos sufrieron la violencia parapolicial, algunos sin tener incluso ningún vínculo con las organizaciones de la Tendencia Revolucionaria, a la que aquella combatía. Pero también hay que decirlo, con Perón muerto y con un vacío de poder inédito en la Argentina postconstitucional.

Lo más destacable, nuevamente en favor del peronismo, es la figura de José Ber Gerbald, empresario judío a quien Perón en 1973 le asignó la enorme responsabilidad de ser ministro de Economía. La relevancia política de este nombramiento es que éste no es un técnico más sino el arquitecto del Pacto Social, la piedra basal de la reconstrucción nacional que el General, retornado como “león herbívoro”, proponía a la Nación.

Acercándonos ya a la historia contemporánea, el fenómeno del menemismo y los atentados a la Embajada y a la AMIA plantean grandes perplejidades alrededor del alineamiento político de la comunidad.

Los años ‘90 suponen tres golpes terribles para la comunidad judía de los cuales jamás se recuperó: los dos atentados y la aniquilación del poder financiero, donde todos los pequeños bancos y cooperativas —bases históricas de la economía comunitaria— fueron absorbidos por la banca internacional.

Sin embargo, la comunidad que había votado masivamente en contra de Menem en 1989, temiendo en aquel momento la candidatura de un peronista supuestamente populista —y para peor de origen árabe—, en 1995 apoya masivamente su reelección a pesar de los mazazos señalados.

El partido Avoda, ligado a la social democracia israelí, había cedido su inveterado poder a favor de una coalición de empresarios y grupos religiosos liderado por el financista Rubén Beraja.

La comunidad judía no atina a ninguna reacción coherente y es llevada de las narices —salvo honrosas excepciones— al encubrimiento, primero, y luego a la impunidad de los atentados.

Se plantea una tesis que excede el marco de este trabajo: Si cae la base financiera comunitaria, se reduce la red escolar a una mínima expresión, se licúa el poder político democrático autónomo, ¿quién gobernará la comunidad?

Aprovechando la confusión, primero el PRO y luego la coalición política Cambiemos, que se instalan con fuerza en las primeras dos décadas del siglo en la Capital Federal, producen un inédito fenómeno de cooptación dirigencial, identificándose líderes comunitarios y políticos nacionales e incluso desdoblándose algunos en ambas funciones, renegando así del histórico apartidismo de las instituciones comunitarias.

Turbios manejos inmobiliarios a cargo de empresarios y dirigentes de Cambiemos salpican y explican —sólo en parte— esta tendencia. La representación política comunitaria se degrada de tal modo que el presidente de la DAIA debe renunciar envuelto en un episodio de acoso sexual hacia una actriz que había desconocido públicamente la dimensión del Holocausto.

La segunda década del siglo enfrentó a la dirigencia comunitaria con la presidente Kirchner a raíz de su desprolija iniciativa de memorándum con la República de Irán.

La controvertida muerte del fiscal Nisman extremó y a la vez banalizó la señalada confrontación política en el marco de una denuncia que dicho funcionario iría a formular contra la presidente.

Es difícil dirimir la naturaleza de la muerte del funcionario, existen teorías, pericias y conjeturas de todo tipo.

Sin embargo, y sin que esto que planteamos aquí implique dejar de valorar la vida humana, la dirigencia no se ha ocupado —o no se ha querido ocupar— de lo más importante: en qué consistía la denuncia y, dada su magnitud, por qué las pruebas no fueron copiadas y cauteladas —ante las amenazas recibidas— en favor de funcionarios, congresistas o amistades.

Es al menos sugestivo que Gustavo Arribas a partir de 2015 director de la AFI haya sido socio en la empresa de seguridad de LE PARC, el complejo donde habitaba el fiscal, y que la empresa no haya contribuido al esclarecimiento de la muerte. Mas grave aún es, en el sentido evaluativo del proceder comunitario de este trabajo, que la DAIA no haya pedido jamás su comparecencia a juicio ni haya impugnado su designación en el más alto cargo de los servicios de inteligencia nacionales.

En 2015, amplios sectores de la comunidad celebraron el triunfo de Cambiemos en las elecciones presidenciales.

Sin embargo, como postulamos aquí, la victoria de la centroderecha se forjaba más en ilusiones e imaginarios que en realidades y reivindicaciones.

Sucedieron hechos de cierta gravedad simbólica que, como siempre, fueron minimizados o directamente ignorados por una dirigencia ya firmemente enderezada a no ver la viga en el ojo de la reacción y apresurarse a señalar la paja en el del Peronismo.

A pocos días de asumido el gobierno macrista, el secretario Robledo recibió en Casa Rosada, junto a otras delegaciones de las juventudes políticas, a representantes de Bandera Vecinal, la formación del neonazi Alejandro Biondini, otorgándole así una legitimidad inédita en la historia política contemporánea.

En un reportaje radial, el locuaz “gurú” de Cambiemos, Jaime Durán Barba, cometió el doble pecado de equiparar la situación de la judería venezolana con la de la Alemania nazi y calificar a Hitler como “un tipo espectacular”. La doble vara de la DAIA, ya definitivamente cooptada por Cambiemos, insinuó un tibio reproche pero jamás exigió al presidente Macri que se distanciara del publicista ni denostó su permanencia en el equipo de gobierno del notorio arquitecto de la coalición gobernante.

El acto institucional más significativo que afrenta los intereses del Estado de Israel consistió en el misterioso tratado con Qatar. Nadie objetó —a pesar de su vecindad ideológica con el memorándum de entendimiento con Irán— un pacto con un Estado que es uno de los mayores sostenes financieros de Hamas, la formación que desde la franja de Gaza atormenta con misiles e infiltraciones la vida de los israelíes.


Conclusión

La comunidad judía en Argentina, o al menos amplios sectores de ella, y, sin dudas, su representación política, han sufrido un notable deterioro en su capacidad de apreciación objetiva del devenir político, lo que ha repercutido en su escasa autonomía política y su cooptación por parte de la derecha de Cambiemos.

Ante el trauma del Holocausto, la comunidad recibió con comprensible recelo al naciente Peronismo. A pesar de los sucesos expuestos, que desmentían tales temores, en cierto momento se vio sorprendentemente alineada junto a un sector del catolicismo preconciliar, para luego abrazarse al radicalismo de centroderecha. La endeblez política de esta formación y su incapacidad para garantizar la seguridad comunitaria la arrojó en brazos del menemismo, experiencia de la que salió indudablemente debilitada. La derecha, institucionalizada por primera vez desde los años 30, aprovechó la situación y cooptó a la dirigencia comunitaria y a grandes sectores de la comunidad.

El Peronismo, que ha resistido con éxito el test de tolerancia e inclusividad étnico- religiosa y que además es el natural defensor de los intereses de las clases medias, no ha podido revertir hasta el momento estos prejuicios, que incluso —signo de los tiempos— parecen haberse extremado.